8/02/2022

me miraron como un bicho raro

Juan Elman 

Una vuelta a un mundo en desorden. Miradas, voces y lecturas para entender dónde estamos parados.

Ahora, que es vicepresidenta electa de Colombia, la reciben como a una estrella. Su entrada al auditorio Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner se demora una hora, que se consume con la ayuda de arengas, aplausos y consignas improvisadas. Una de ellas, pronunciada por un grupo feminista que tiene a sus pañuelos en guardia, adapta el lema de su campaña: vivir sabrosooo/ es libertaaaad/ Latinoamérica con aborto legal. Cuando Francia Márquez llega, de la mano de Adolfo Peréz Esquivel, todo el auditorio, que supera las mil personas, se pone de pie para saludarla; ya lo había hecho antes con Nora Cortiñas, que venía de compartir un rato con la protagonista de la noche.

Francia está cansada. Es su última presentación en Argentina, después de dos días a las corridas; al día siguiente partirá a Bolivia. Antes estuvo en Brasil, con Lula da Silva, y en Chile, donde fue recibida por Gabriel Boric. Entonces habla más pausado de lo normal, sus respuestas tienen escalas, pero es tan denso su contenido que igual es interrumpida a cada rato por un aluvión de aplausos y chiflidos. Como cuando dice:

–Las mujeres negras no están haciendo la lucha para romper el techo de cristal, sino para ponerse de pie y caminar con sus hermanas. Porque ellas siempre han estado de rodillas.

Algunas voces, sobre todo las colombianas, se animan a interrumpir. El resto grita y aplaude, o llora, como la chica que tengo a mi izquierda, o graba clips con el celular, como la que está delante. Una hora después, es como si todo tu algoritmo de Instagram hubiera estado acá, como si la charla de Francia Márquez fuera un recital de Babasónicos. Las entradas también se agotaron en cuestión de horas: hubo tanta gente interesada que el CCK tuvo que cambiar el sistema a uno de pulseras con invitación.






Con la política pasó algo parecido. La agenda de Francia, que fue recibida por el presidente y la vicepresidenta, sufrió cambios durante cada hora de gira, básicamente por la presión de nuevas actividades. Todos querían verla. Las entrevistas pactadas con los medios, este inclusive, también se fueron devaluando al punto de quedar en cero. Alguien en el auditorio, ya no recuerdo quién, habló de un furor. Francia es un furor, dijo.

Pero la última vez que visitó el país, en noviembre del año pasado, en plena campaña de primarias, el recibimiento fue muy diferente. Su agenda se mantuvo holgada, el equipo que coordinaba la visita tuvo que esforzarse para conseguir que algún medio la entrevistara. Cuando Tiempo Argentino lo hizo hace unos meses, dijo:

–Fui a Argentina cuando estaba en campaña y del gobierno no me pararon bola, no me atendieron, me miraron como un bicho raro. El racismo también atraviesa al progresismo y a la izquierda.
La historia como arma

Francia Márquez nació en 1981 en La Toma, una pequeña localidad en el departamento de Cauca. Es una zona de valles y ríos que queda en el suroeste de Colombia. Allí viven, como en el resto del Pacífico, una parte importante de la población afro e indigena. Son territorios donde más de la mitad de la población vive en la pobreza. Márquez usa mucho esa palabra, le gusta hablar de territorios en resistencia. “Hemos aprendido a luchar por el territorio”, dice en el CCK. “Sin territorio no hay libertad ni autonomía”, agrega luego, cuando le preguntan sobre el Cauca.

(Hay países de América Latina donde la palabra tierra resuena de otra manera; refiere a una lucha que todavía no se ha cerrado. Una lucha que sigue produciendo violencia. Colombia es, en este sentido, el caso más emblemático).

Francia tuvo una infancia rodeada de familias como la suya, con el río Ovejas, el que atraviesa la zona, como el principal escenario de encuentro. Entre sus recuerdos más nítidos están las noches de luna, cuando las familias se juntaban en la orilla a comer pescado a la parrilla, gracias a los esfuerzos de recolección de su abuelo y otros hombres del pueblo, reveló en una entrevista.

Fue la defensa de ese río la que la convirtió en militante. A los 13 años, comenzó a participar de la oposición local a un proyecto que amenazaba con desviar el agua a una represa que estaba en construcción. Pero no le interesaba la política, más bien le aburría. “A mí lo que me interesaba era bailar danzas, cantar, hacer teatro”, le dijo a El Tiempo. Fue por ese entonces, apenas adentrada en la adolescencia, cuando empezó a verse como una mujer negra. Antes no se asumía como tal, no le gustaba su pelo y su nariz, tampoco su cuerpo. Todavía aspiraba, por mandato familiar, a casarse con un blanco. Es una operación que lleva nombre: blanquearse.

–Cuando era pequeña y mi mamá me peinaba, que me dolía, recuerdo a mis tías diciéndole que ella había empezado bien porque su primera hija había sido con un mestizo, pero que se había devuelto en el camino, en referencia a mí. Por eso yo quería tener un novio blanco y tener hijos con un blanco, claro. Yo quería mejorar la raza para que a mis hijos no les doliera cuando los peinaran.

Poco tiempo después, cuando participaba ya del Proceso de Comunidades Negras (PCN), una de las organizaciones de referencia dentro de la comunidad afrodescendiente, quedó embarazada de su primera hija. Tenía 16 años y el mundo se le vino abajo: pensó que ya no iba a poder estudiar más y, para empeorar las cosas, su pareja, un hombre mayor que trabajaba en Medellín, un hombre blanco, con ojos verdes, la abandonó en el mismo momento que se enteró de la noticia. Francia recibió ayuda de su madre, pero tuvo que trabajar en una mina durante todo su embarazo y después también; se tomó una licencia de poco más de un mes. También trabajó vendiendo hortalizas y de empleada doméstica en Cali, una ciudad que no queda muy lejos de allí. Se fue luego de parir a su segundo hijo, a los 20 años. Mientras Francia trabajaba en casas de otras familias sus hijos se quedaron al cuidado de su abuela. Cuando le preguntaron por ese trabajo, respondió que no había sido una buena experiencia.

–Me sentía como una esclava. En una de las casas peleaba mucho porque la hija de la pareja no lavaba su ropa interior; quería que yo lo hiciera y yo le decía que no, que eso era humillante. Una vez me tocó de interna. Yo me había ganado una beca para estudiar técnica vocal en el conservatorio. En un primer momento la señora aceptó y dejó que asistiera a las clases, pero después quería obligarme a irme con ellos a su finca los viernes. Les dije que no y renuncié.

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