Algo más sobre lo popular y el populismo en la política argentina – Por Mario Casalla
Mario Casalla profundiza en esta nota sobre la definición académica de populismo, creada por Gino Germani, dentro de la cual se inscriben las declaraciones del vicepresidente de la Suprema Corte de Justicia, Carlos Rosenkrantz, en su exposición sobre necesidades, derechos y populismo ofrecida en la Universidad de Chile.
Por Mario Casalla*
(para La Tecl@ Eñe)
Cuando entre nosotros se pronuncia la expresión “populismo”, a no dudarlo, hay que taparse la nariz y mirar para el lado del peronismo. Es un traje que casi le fue hecho a medida, tanto por izquierda como por derecha. La definición académica (esto es, política) más explícita se la debemos a don Gino Germani (no confundirlo con Bogani, ya que se trata del padre de la ciencias sociales en nuestro país. Nada más, ni nada menos). Don Gino -tan certero como elegante- definió al populismo como “un modo de dominación autoritario, bajo un liderazgo carismático asociado a las clases populares”.
¿Hay un traje más a la medida del peronismo que éste? A no dudarlo, su belleza y precisión son tales que uno termina por no saber dónde termina un Gino y donde empieza el otro. Al módico precio de un traje de confección (catorce palabras), nos hacen uno de medida. Y con todo lo que debe tener: tres sustantivos de izquierda bien puestos (dominación, liderazgo y clases), perfectamente combinados con tres adjetivos de derecha (autoritario, carismático y popular), lo cual hace un ambo de caída impecable (o implacable, según se mire). Tanto que –desde la década del ‘60 en adelante- no se hizo más que reproducirlo; a veces con saco cruzado y otras derecho, según las épocas claro, pero siempre con esa tela y esos botones.
¿Para qué cambiarlo si a toda persona inteligente le caía bien? Si servía tanto para la mañana como para la noche, para la universidad como para el periódico. Para el bolsillo del caballero, como para la cartera de la dama. Y aquél a quien no le caía bien, era o porque estaba mal de la cabeza (seguramente un cabecita negra aún subsistente, o resistente, como se prefiera), o porque es un intelectual impertinente, de esos que nunca faltan y se resisten al brillo de lo importado (uno de esos flor de ceibo, que le dicen). Por suerte, de ambos ya iban quedando pocos en aquélla Argentina “libertada” de los casi ‘60: de los primeros se encargaría Patrón Laplacette y de los segundos José Luis (amigo del alma de don Gino), a quien le repudiaban los flor de ceibo en la Universidad, tanto como a Patrón los overoles en los sindicatos.
Sin embargo, ese sueño del monopolio elegante no duró mucho y una década después el traje empezó a lucir arrugado. Se le había caído un sustantivo (liderazgo), que unido con uno de los adjetivos (popular), se negaron a abrochar aquel saco y a seguir el mismo rumbo. Rechazo anticipado del “pensamiento único”, como ahora le llamaríamos. Lo cierto es que, por más que lo plancharan (¡y desde entonces lo siguen haciendo!) ya no luce igual. La etiqueta populismo ha demostrado ser precisamente eso (una etiqueta). Y claro, para pensar hacen falta conceptos y éstos –como trabajosamente hemos aprendido- son algo más que una fila de palabras deslumbrantes , puestas una detrás de la otra (“modo-de-dominación- autoritario-bajo-un-liderazgo-carismático-asociado-a-las-clases-populares”).
¡Qué bien sonaban, pero qué poco decían, y dicen! Está todo y no está nada, pretenden decir (asépticamente) mucho pero ocultan lo esencial, esto es: que lo popular ni es eso, ni degenera de esa manera (porque no proviene de dónde creían), ni se comporta como pronosticaban, ni se opone a lo democrático (sino a lo oligárquico, ¡con perdón de la palabra!)
Por suerte cuando el corsé aprieta mucho, allí está siempre a mano el sabio consejo de Oliverio Girondo: buscar un idioma respirable, “Un idioma que a diferencia de la levita española (“norteamericana”, actualizaríamos nosotros, que allí fue donde Gino compró aquella definición a medida del populismo), pueda usarse cotidianamente y escribirse de ‘americana’, con la ´americana´ nuestra de todos los días”.
Si así fuese, lo popular podría empezar a mirarse con oído más fino, con mejores ojos y –por supuesto- hasta con mayor rigor conceptual. Esto a su vez mejoraría no sólo esa visión parcializada del peronismo argentino, sino también la comprensión de los fenómenos políticos latinoamericanos, de los que éste inescindiblemente forma parte. Y sin anteojeras no sólo se ve mejor, sino que se hace mejor política y mejor democracia. Al menos en América Latina.
Lo primero será entonces pensar situadamente, por ende no desde una universalidad abstracta (supuestamente objetiva y avalorativa), sino desde una universalidad situada. Ello implica un doble movimiento: por un lado, la incersión del pensamiento en lo inmediato, en lo singular, en lo local y, por otro, la remisión de esa singularidad hacia una totalidad dentro de la cual ésta adquiere su sentido más pleno. Concretamente y en este caso: partir de la conformación latinoamericana de lo populary de su riqueza simbólica y a partir de allí, pensar entonces sí su dinámica, sus formas institucionales y sus consecuentes derivas históricas y políticas. En decir, invertir aquél corsé de hierro del “populismo” y pensar –sin prejuicios- lo popular. No por cierto para alabarlo, ni para modelizarlo, sino sencillamente para entenderlo sin reducciones y desde su propia lógica. Sólo desde esta comprensión básica, la praxis ulterior tiene sentido. Lo contrario -como efectivamente ocurió- está condenado al fracaso, tanto en el plano intelectual como en el político. Sencillamente, porque la realidad nos desmiente[1].
Entonces descubriremos también algunas cosas básicas. En primer lugar, que el proceso de formación de nuestras nacionalidades difiere estructuralmente del de las nacionalidades europeas, el cuál –sin embargo- es el que se toma como modelo de análisis, con las groseras distancias del caso. En segundo lugar, se minimiza la matriz colonial de nuestra política y de nuestra economía, sin la cual es imposible pensar tanto los fenómenos imperialistas que le son intrínsecos, como las respuestas liberadoras que también lo son. En tercer lugar, al ignorar lo anterior se ignora también la conformación de lo popular, bajo tales condiciones específicas y como marco de referencia inexcusable para entender el fenómeno de las clases sociales y del estado desde América Latina, y no a pesar de ella.
Hay mucho más por cierto, por eso el diálogo queda abierto dada la necesaria brevedad de estas líneas. Pero en cualquier caso lo importante es evitar caer en el síndrome de “nuestros cultos – que Homero Manzi caracterizaba diciendo, adscriben a todos los problemas y soluciones extrañas, y cuando intervienen en los nuestros lo hacen como extranjeros”. El caso de los dos Ginos es hasta comprensible, eran italianos en estas tierras, como Garibaldi. Después ya no.
Referencias:
[1] Ampliamos sobre este pensar latinoamericanamente situado en nuestra reciente obra, América Latina en perspectiva, CICCUS, Buenos Aires, 2021, cuarta edición, cap 8.. Allí desarrollamos también los tópicos que cierran esta nota y, por eso, a ella remitimos al lector interesado.
*Doctor en Filosofía y Letras por la UBA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario