6/07/2022

periodistas

 "¿Papá, alguna vez dijiste o escribiste algo para cambiar el mundo?"


Feliz día del periodista que se afana por mejorar su oficio y se hace cargo de lo que piensa y escribe...





Javier Gatti

Escritor, guionista y también periodista. Todo eso fue Héctor Oesterheld además de un militante heroico y ejemplar. Ese ejercicio le costó la vida y la de sus hijas, uno de los casos de ensañamiento más crueles por parte de la última dictadura cívico, clerical y militar.

Dos citas al menos –no será Walsh esta vez- servirán para intentar vertebrar alguna reflexión sobre un aniversario del oficio que más nos gusta y elegimos con convicción después de descartar profesiones liberales y menores, atestadas de gente empecinada con amasar rápidamente su primer millón, como “abogado”, “médico”, “arquitecto”, “ejecutivo de finanzas” o “licenciado en márketing”.

La primera es del abogado y político (simbiosis precursora, hoy los abogados sirven para cualquier cosa que haga falta hacer, incluso reemplazar al primer bailarín del Colón en el Cascanueces) Mariano Moreno, fundador del primer periódico nacional independentista, en el que además conchabó a los primos Belgrano y Castelli. Luego los tres morirían y dejarían a la revolución de mayo, en eso que tanto nos gusta conmemorar como una gesta inconclusa, es decir sin revolución. Y dice así:


“Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que los que se les dice” / Plan de Operaciones del Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata.


Admitamos que Moreno, un pesimista sin dudas, era un iluminista también y por lo tanto partidario de una vanguardia que tenía todo el derecho del mundo de asumir el destino de los pueblos oprimidos, un republicano jacobino (hoy un oxímoron) que se sentía autorizado a realizar revoluciones sin pueblo, sin burguesía ni proletariado, introduciendo las ideas de la libertad, la igualdad, la legalidad y el comercio libre desde afuera y contra toda resistencia contra revolucionaria (incluso si esa resistencia provenía del gauchaje federal inculto y españolista). Pero hay una persistencia, una proyección agravada y cierta en la sentencia de Moreno: la de que el sentido común dominante, la hegemonía política y cultural de una época (antes de Gramsci) se construyen básicamente echando mano de dos aparatos ideológicos del Estado (antes de Althusser): la educación y los medios de comunicación y propaganda (acaso la misma cosa). Ellos les dirán a los pueblos lo que deben saber y entender, lo que amerita ser pensado, el menú de preocupaciones elementales del buen ciudadano, fuera del cual nada debería importarle pues está más allá de su incumbencia.

El presidente que éste periodista votó y desea se fortalezca para seguir votándolo desecharía ésta idea morenista: no cree en regular el mercado de informaciones y opiniones publicadas, cree que los oligopolios de prensa -como la justicia que participa del lawfare- se autoregulan, se autodepuran. Nunca es tarde para darse una vuelta por la realidad, ese baño frío para las convicciones más duras.

Y esto un siglo y medio antes de que la explosión multimedia y la revolución científico técnica y la fenomenal concentración de las industrias culturales del Siglo XX, que le hubiesen permitido a Mariano ser aún más concluyente y radical (al modo Alem, no Morales, Lousteau o Manes) de lo que fue en el primer programa político explícito y transformador de la historia argentina.

Los periodistas sabemos muchísimo de eso. Es un llamado vocacional en el buen sentido al comienzo: ser periodistas para esclarecer las tinieblas del entendimiento popular, darles las herramientas para inteligir mejor la realidad, convertirnos en herramientas útiles para el empoderamiento popular (algo tan desmedido como gracioso) o simplemente convertirnos en intermediarios escogidos entre mandatarios y soberano, escogidos por los mandatarios para relatar al soberano, escogidos por el soberano para interpelar mandatarios y desnudarlos en sus opacidades, en sus mentiras, en su pornográfico exhibicionismo, ese mismo que los lleva a pavonearse con investiduras prestadas, delegadas por el voto de mayorías que visten como pueden, que comen lo mejor que pueden y hacen lo que pueden en el país que les devuelven esos seres elegidos y angelados.

Buen comienzo, una mezcla oscilante en las proporciones de vocación de servicio y egolatría profesional. Una de las dos gana y los ególatras vienen llevando la mejor parte, de la pauta pública y privada, conniventes con el poder que debieran investigar seriamente, con niveles de confort y popularidad iguales o superiores a los mandatarios con que comparten pantalla, micrófono, restaurants de cinco cubiertos, cóctels en embajadas y cenas de beneficencia. Son una selecta minoría de todas maneras, un 30% del total de los que hicieron el esfuerzo y negociaron principios éticos y morales? Podría ser, hoy sin estadísticas de respaldo todo es chamuyo y –según la fuente y ficha técnica- con estadísticas suele pasar que también.

Y para acometer con la segunda cita y concluir con este punto, nos animamos a reescribir el parágrafo citado del Plan de Operaciones morenista, finalmente una pluma filosa y estilísticamente cuidada que nos maravilla. Hagamos periodismo de periodistas, algo que no sería necesario si alguna vez fuésemos capaces de alguna autocrítica seria y a tiempo (como la de Walsh sobre las decisiones postreras de Montoneros):

“Muy poco instruido estaría en los principios de la política, las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien ignorase de sus anales, de las intrigas que secretamente han tocado a los gobiernos y los grupos comunicacionales, de propaganda y persuasión masiva que les pertenecen o los obedecen a cambio de favores económicos y legales. ¿Diremos por esto que han perdido –medios y periodistas- algo de su dignidad, decoro y credibilidad en lo más principal?

En muchos casos es absolutamente cierto y tal vez una pérdida simbólica que nadie ose lamentar: los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice. Pero sí les cabe a medios y periodistas la enorme responsabilidad de ser cómplices del poder al que sirven con tarifada genuflexión, partícipes necesarios y fundamentales de todo engaño a la fe y la voluntad popular y les cabrá por supuesto el juicio de la historia, cuando ella sea capaz de despojarse de los velos y mordazas que la condicionan”.

La segunda cita es de un periodista escritor o un escritor que nunca dejó de ser periodista, Gabo García Márquez, un loquito manso que se adelantó al porvenir (según él mismo profetizara en “Memorias de mis putas tristes”).




Considero al periodismo como un género literario al mismo nivel que la novela, la poesía, el cuento y el teatro. Y es importante porque es un género literario con los pies puestos sobre la tierra. La literatura permite evadirse, pero con la formación periodística un cable lo retiene a uno en el suelo / "Me gustaría más cantar que escribir" / Cosas, octubre de 1995.

Clarísimo está que así como Federico Andahazi escribió novelas, Alejandro Rozitchner ensayos, Sri Sri Ravi Shankar poesías y Silvina Bullrich escribió cuentos, hay periodistas que le bajan enormemente el precio a la ética y la estética del oficio. Acaso por cierto facilismo o pereza, snobismo temprano, las adulaciones superficiales del pequeño mundo, la confianza excesiva en los estupefacientes (como diría Charly una cosa es un músico que se droga y otra un drogadicto que hace música o lo que puede) o simplemente por carecer de disciplina y paciencia para modelar el talento o adquirir trabajosamente lo que natura no dio.

El hecho es que hasta la tribuna de doctrina -aquél diario que mi profesor universitario de Corrientes del Pensamiento leía pues siempre le decía la verdad sobre la clase a la que representa y en magnífica prosa- ha perdido la línea, no la editorial sino la que define la fina pluma de escribas que hoy podrían asimilarse forzosamente a la prolija sintaxis y pulcritud argumental de un operador como Alconada Mon o las primeras notas de Carlos Pagni, Carlos el Magno es un periodista que se coció en el hervor del Ámbito Financiero del 2001 y que hoy es cada vez más una góndola de los servicios de inteligencias y mentideros del poder, que un delicado encubridor literario de operaciones. Sin ir más lejos y por ir más abajo, casi a ras de suelo, a piso de oficio, en este prestigioso y más que centenario medio encontramos abrazado a una columna (y no del alumbrado público como antaño, cuando era comunista y recitador etílico de versos lunfardos de Carlos De la Púa) al querido y santafesinísimo Rogelio Alaniz.





Por suerte superviven Beatriz Sarlo, Jorge Alemán y Tomás Abraham (sociólogos, psicólogos y filósofos de afición periodistas, pero no periodistas de oficio madre y padre!!!) superviven en las secciones de opinión de La Nación, Página 12 y Perfil. En Clarín la mediocridad garantiza seguidismo obsecuente (quirófano de prensa donde destellaba la pluma gorila de Luis Gregorich) y no le deja a este escriba un solo ejemplar digno de mención, no de contenidos (admiro la prosa de Vargas Llosa al margen de sus exabruptos periodísticos) sino buenos escritores.

Alguna vez nos preguntamos en voz alta, dónde habrá un director de medios como Natalio Félix Botana Miralles, capaz de emplear como escribas para un diario a Roberto Arlt, Enrique González Tuñón, Jorge Luis Borges, Bernardo Verbitsky (padre del gran Horacio) o Carlos De la Púa (el que recitaba Alaniz encaramado a cualquier mesa de Las Cuartetas, acaso su mejor/único talento)?

¿Cuándo el molde será el de un intelectual militante, periodista apasionado y oficialista (un desobediente orgánico) como Cooke, que le rechazó varios cargos a Perón y capaz de sostener el siguiente diálogo con Eva?:

–Oíme, Bebe, te necesito como editor del diario Democracia. Tenemos que tener ahí un bastión fuerte contra los contreras.

–No puedo, señora

–¿Por qué?

–Primero, tengo una cátedra como profesor de Economía Política en la Universidad de Buenos Aires.

–Pero, ¿vos me estás cargando? ¿Por un puesto de mierda en la Universidad vas a abandonar un diario? ¿Un puesto de batalla día por día, minuto a minuto? Un lugar desde donde un tipo con tu inteligencia les puede contestar sus canalladas a los contreras?

–Tengo otro proyecto también. Y éste es bueno, señora. Una revista. Como a usted le gusta. Dura, pero satírica, socarrona. Pegándoles a los contreras donde más les duele. Se va a llamar De Frente y la dirijo yo.

–Dale. Pero recordá algo. Los gorilas no son sólo ruines y pancistas. También son crueles. No te caigas, porque te patean.

–No me voy a caer, señora.

¿Adónde nacen tipos y tipas como éstos mientras los cagatintas siguen y siguen llenando el aire, las pantallas y las bobinas de papel impreso con argumentos pagos, ideas plagiadas y encima musicalmente toscos, componiendo con un yeite de dos tonos (porque el estilo es la música original de todo buen periodista escritor)?

¿Adónde les periodistes que tengan algún apego por la verosimilitud despojada de intereses personales o corporativos, por la subjetividad situada, encarnada y honesta? Aquella que les permita algún día responder a sus hijos (para los cuales la verdad y la fantasía se enriquecen mutuamente, lejos de las mentiras) la siguiente pregunta:

¿"Alguna vez dijiste, escribiste o creíste en algo que fuera verdad, algo para cambiar el mundo?"

Con sólo haberlo intentado -cambiar el mundo, el país, el barrio, el lugar que nos contiene y contendrá a nuestres niñes- podremos contestar de inmediato, felices, en paz con nuestro oficio y siempre en el camino...

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