5/24/2022

que el grito político se rebaje a murmuración entre pocos

Ante la desmovilización – Por María Pía López



Sin pelea contra la desigualdad la política se vuelve distracción y, a su vez, abandona a enormes sectores de la población a la pesca antipolítica, afirma en esta nota la socióloga María Pía López. Este momento político, sostiene López, exige buscar entre nuestras memorias recientes – la de nuestras calles, peleas, escritos, asambleas, tejidos – las claves para reencarnar la política.

Por María Pía López*

(para La Tecl@ Eñe)


Quisiera escribir literatura, pero no. Me distraigo en el pantanal diario. O en el de los diarios. O lo que es lo mismo, que decir: me hundo en las noticias o en la sensación de que leerlas es ademán que ratifica la impotencia. ¿Cómo pasó que nos fuimos quedando quietas, quietos? ¿Fue la pandemia y los cuidados la escuela de un acostumbramiento a lo doméstico? ¿O son los cuidados de una experiencia de gobierno frágil los que nos distanciaron del poder intervenir sobre las cosas? En estos días me vuelve, una y otra vez, la palabra desmovilización. Movilización no es solo ocupar el espacio público, también es esa disposición de los ánimos y las existencias, ese arrojo a estar con otras y otros, el desvelo por rozar los asuntos generales y no solo los propios. Cuando eso no ocurre, cuando la política no atraviesa las experiencias y cuerpos, trama conciencia y afectividad colectiva, entonces el destino de cada quien parece jugarse en la vida privada.

Hablo con mis amigues. Rodeamos esta frase, que es sensación compartida: ya no se puede leer diarios ni seguir noticias. ¿Por qué? ¿Cómo pasó que nos fuimos volviendo ajenos, separados de esa otra experiencia? Impotentes. Sin poder hacer. Pero no es un problema de nuestros estados de ánimo. Más bien del juego de una política que parece conjugarse como simulacro y espectáculo, fotito de Instagram y palabras arrojadas para la ocasión. Contradictorias muchas veces. Pero el problema es la banalidad. ¿O está mal llamarle así a una situación en la que muchas personas que se dedican a la política se mueven con une fotógrafe al lado antes que con militantes con lxs cuales discutir?

Ay, qué antigua me siento cuando me acechan los recuerdos de viejas lecturas. La sociedad del espectáculo. No es un tema de lecturas, me digo, sino de la primacía actual de un modo de tramar el tratamiento de los asuntos públicos como si se pudiera prescindir del pensamiento crítico. O de la elaboración crítica colectiva. Poder decir del horror de naturalizar los niveles de pobreza contemporáneos. Considerar la devastación de lo popular cuando la violencia arrecia y destroza vidas. Pensar la economía y la alimentación. El río Paraná, la soberanía y el fomento de las instituciones culturales. Las escuelas después de la pandemia y las universidades muchas veces concentradas en el giro (auto) reproductivo. Movimientos sociales que garantizan el orden y desobediencias que se vuelven apuesta letrada. Reconocer los obstáculos, rozar esos nudos, para evitar la condena a una pura repetición de slogans que solo engalanan la impotencia.

Sin pelea contra la desigualdad, en todos los planos, la política se vuelve distracción. Pero a la vez, abandona a enormes sectores de la población a la pesca antipolítica. Alguien dijo hace pocas semanas, en un piquete, que quería votar en las próximas elecciones al dirigente más payasesco y osado de la derecha. Al que hace campaña con la idea de que ningún atenuante -como los que se presentan bajo la forma de planes sociales- de la desigualdad debe ser financiado. ¿Cómo es posible que la hostilidad se revierta como despojo sobre sí mismo y las propias posibilidades?

Se entiende el enojo cuando la plata no alcanza, cuando los precios aumentan, cuando el laburo escasea. Se entiende el hartazgo cuando las políticas públicas no logran tocar la experiencia cotidiana y las policías coimean más que custodian y para atenderte en un hospital hay que hacer cola a la madrugada. Y la furia se entiende, cuando las personas se sienten amenazas en una intemperie difícil. Lo grave es que hoy son las derechas las que interpelan ese hartazgo, intentando componer la melodía del basta. Pero no es un basta como quisimos nosotras, a un orden desigual y jerárquico, que no cesa de desposeer y matar -eso que venimos discutiendo los feminismos, a veces dando en el blanco y otras balbuceando, enredadas entre jergas y olvidos-, sino un basta a todo aquello que se enuncia como posibilidad de transformación, pero en tanto posibilidad irrealizada y que no es capaz de demostrar los obstáculos, se señala como falsedad a la que hay que dejar de lado.

Un rodeo por un texto, para pensar este problema. En discusión con las izquierdas chilenas, de las que era parte, Julieta Kirkwood señalaba que los valores fundamentales de libertad, igualdad, fraternidad, vistos desde la experiencia cotidiana de las mujeres, eran vividos como autoritarismo, discriminación, opresión. El silencio de las izquierdas sobre esa vivencia de las oprimidas en nombre de una urgencia que era la de los antagonismos de clase, arrojaba a las mujeres en los brazos de la derecha. Si los grandes enunciados, cuando se los situaba en la experiencia femenina, se revelaban falsos; también parecían serlo en tanto horizonte al cual llegar. Algo de eso sucede en el modo en que las derechas contemporáneas enlazan una capacidad crítica sobre la impotencia progresista, cuando los valores de las izquierdas son reducidos a enunciados desgajados de la experiencia concreta. Las derechas los critican, por supuesto, no para llamar a su encarnación transformadora sino para señalar que solo habría allí una ilusión, farsa o simulacro capaz de garantizar beneficios solo para lo que llaman casta.

Desmovilización, decía. Porque desmovilización es a la vez pérdida de la voluntad crítica colectiva para considerar esa experiencia vívida del despojo y el dejar el hartazgo como cuestión a sostener por otros. Falta la potencia de nuestro Basta -el de los feminismos, pero también la fuerza de los sindicatos que fueron capaces de contraponer a la meritocracia neoliberal la idea de derechos para todos-, falta ese enojo politizado, colectivo, tramado, ante tantas cosas que reclaman nuestro hartazgo. Que no es un basta a una experiencia democrática de gobierno, a un frente político del cual surgió ese gobierno -todo eso exige, por el contrario, un esfuerzo renovado, una intensidad hoy ausente, un esfuerzo que no busca donde guarecerse ante la derrota sino una hipótesis refundadora-, sino un basta ante una escena que naturaliza las formas extremas de la desigualdad y solicita que el grito político se rebaje a murmuración entre pocos. Un decir del hartazgo para poder pensar desde la responsabilidad con ese pacto incumplido con las y los que votamos, partiendo del reconocimiento de esas deudas, profundas, tremendas, dolorosas, que hoy organizan la coexistencia social. Un decir del enojo, no para retirarnos a nuestras vidas desmovilizadas sino para encontrar los motivos de la movilización. Eso exige la búsqueda, entre nuestras memorias recientes -la de nuestras calles, peleas, escritos, asambleas, tejidos-, de las claves para reencarnar la política.


*Socióloga, ensayista, investigadora y docente.

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