Gramática de la fragilidad – Por Sebastián Plut
La cultura, el amor, los vínculos y nuestros conceptos son frágiles. Lo que define al pueblo no es únicamente la presencia de tales fragilidades que, de hecho, son universales. Lo que lo define es el tipo de vínculo que establecemos con las fragilidades propias y ajenas.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
El hecho maldito
El esfuerzo no ha sido breve. Teorías políticas, sociológicas y psicoanalíticas, e incluso con ayuda semiológica, intentaron recubrir con palabras, juicios y razonamientos esa experiencia que llamamos pueblo. Cada acierto conceptual de inmediato parece desdibujarse y perder sus contornos cuando deseamos aprehender en los hechos el quién, el cuál o el dónde del pueblo. Si posee una estructura, una frecuencia, quizá una intensidad o un origen, son algunos de los escasos recursos que siempre con insuficiencia tratan de envolver o capturar algo que, a la vez, con certeza, intuimos que ocurre.
No usamos big data, ciencia de datos ni grupos focales. Somos más bien sujetos de la baquía. Tal vez contemos con menos información, pero también con mayor aprendizaje.
Fragilidades
Pueblo es necesidad. Hay más significantes propicios, entre ellos, vulnerabilidad y desvalimiento. En Freud, además, recorrimos lo que llamamos las 4 “I”: lo imperfecto, lo irrealizable, lo insuficiente y lo imposible. Todas estas categorías nos aproximan al concepto de pueblo, aunque vale aclararlo, ni de fondo ni circunstancialmente tales términos tienen algún parentesco con derrota e impotencia.
Elijo condensar aquellas siete palabras (de seguro hay más) bajo el nombre de fragilidades. Lo que define al pueblo, no obstante, no es únicamente la presencia de tales fragilidades que, de hecho, son universales. Lo que lo define, pues, es el tipo de vínculo que establecemos con las fragilidades propias y ajenas. Dicho vínculo consiste en saber sobre ellas y en el hecho de fundar allí la razón de toda política. Por el contrario, quien se convence de una fatua omnipotencia asume, siempre, una posición de excepción y superioridad. Éste abomina de sus propias fragilidades y atribuye un valor denigratorio a las ajenas.
Subjetividad popular
Me cuento entre quienes desde hace años ofrecemos conjeturas, descripciones y advertencias sobre la subjetividad neoliberal. Sin embargo, motivos entrecruzados despertaron cierto alerta: ¿no habremos omitido comprender mejor la subjetividad popular? Cuáles son sus caracteres es uno de los interrogantes, aunque también conviene pensar las razones de esa omisión y, por qué no, sus consecuencias. Lo contrario entraña numerosos riesgos.
Los aciertos y logros que esperamos de un gobierno popular no deben superponerse, al menos de manera lineal, con los resultados a los que aspiramos en una elección. Textos ya casi centenarios anticiparon lo que tiempo atrás denominamos votar en contra de uno mismo. Un gobierno errático, sin avances en la protección de los ciudadanos, tiene muchas posibilidades de ser derrotado en la siguiente elección. Sin embargo, un gobierno que amplíe derechos, que active la movilidad social ascendente, que genere mayores niveles de empleo y cuide el poder adquisitivo, tampoco tiene garantizado un resultado electoral favorable. Eso ya lo sabemos, lo hemos estudiado. Pero, entonces, ¿hemos tenido en cuenta ese conocimiento de cara al futuro? ¿Nos cuesta convencer? ¿Cuáles son nuestras dificultades para transmitir?
Es cierto que, actualmente, la coyuntura es crítica y resulta casi alucinatorio detenernos en el carácter emocional del voto; pero aun así la lección persiste y no debemos desatenderla.
Hay aun otro riesgo, y entiendo que mi hipótesis pueda resultar polémica: ¿no habremos sido intrusados, aunque sea parcialmente, por la retórica neoliberal con la consiguiente identificación?
Repasemos algunas vivencias: reaccionamos absorbidos, a diario, por la agenda instalada por la derecha. Con frecuencia nos gana el desaliento, que es el estado afectivo que la derecha despabila de modo persistente. Por momentos, quedamos crédulos ante sus ostentaciones y tendemos a asumir que debemos cuidarnos de cualquier cosa que afirmemos. Salimos al cruce con la frase no les demos letra, cual si la derecha no tuviera una fanática usina de falsedades. Adoptamos la tarea de demostrar que no somos lo que la derecha dice que somos. Y de nuevo, les dedicamos tantas páginas a pensarlos que nos olvidamos de nosotros mismos. Aun cuando contenga algo de exageración, propongo preguntarnos cómo nos captura la ominosidad de lo que hay enfrente.
Heterogeneidad
La irreductible heterogeneidad es también un vector de la fragilidad, que no, insisto, de impotencia o derrota. Hoy pensamos la diversidad derivada de la constitución de un frente que reunió lo diferente. En rigor, esa decisión intensificó, multiplicó la heterogeneidad, porque si se trata de pueblo ella está presente siempre, aun cuando se trate de un bloque en apariencia más homogéneo. Puedo decirlo de otro modo: la heterogeneidad, por irreductible deviene en inevitable y se termina creando siempre que admitamos y reconozcamos nuestras fragilidades.
Tomemos un puñado de citas de Freud de su libro Moisés y la religión monoteísta: “El acontecer histórico ama tales restauraciones en que se deshacen fusiones tardías, y anteriores divorcios salen de nuevo a la luz… La posterior separación no puede haber dejado de entramarse con la soldadura anterior… Fácil le será a esta crítica alcanzarnos, puesto que halla eco dentro de nuestro propio juicio… Por todas partes aparecen lagunas llamativas, molestas repeticiones, contradicciones palmarias”.
Participé de una cena política en la que el programa gastronómico era el complemento de una conversación con un destacado periodista que había sido invitado para tal fin. Mientras comíamos, y antes del debate general, conversé con un hombre de muy larga trayectoria de militancia dentro del peronismo. Éste se manifestó muy crítico contra quienes, desde adentro, reprochan al gobierno o al Presidente Alberto Fernández. Fundó su objeción en cuatro argumentos: la disciplina partidaria exige callar los cuestionamientos; la crítica constructiva no existe, siempre es destructiva; los reclamos que se hacen públicos son alimento para la derecha; y, por último, me interrogó: “¿Acaso durante el gobierno de Macri vos escuchaste a algún votante macrista que lo criticara?”
Mi respuesta también tuvo sus partes y debo confesar que su cuarto argumento (formulado como pregunta) me impresionó negativamente. Le dije que a mí no me preocupaban demasiado las peleas internas y que, tal vez por vicio profesional, no suelo pensar en lo que debería ocurrir sino en lo que ocurre. Esto es, entiendo que esperar o exigir silencio es un propósito inverosímil (en broma le dije que en el peronismo se discuten la revolución agraria, el nombre de una calle y el impuesto al huevo de pascua con la misma intensidad). Suponer que no habrá discusiones de intensidades variables es estar mirando a otro grupo político. También planteé que la derecha no precisa de nuestras discusiones para afirmar absolutamente cualquier cosa. Si Cristina habla la llenan de agravios y si hace silencio, también. Si no se compraban vacunas, si se compraban, si se contaba con determinadores proveedores o si se agregaban algunos más, todo siempre fue objeto de ataques y difamaciones. La derecha no depende de lo que haga el peronismo para decidir si ataca o no. Por último, respecto de su interrogante, me parecía una obviedad la réplica: el votante macrista no cuestionaba a su gobierno pero no por una exigencia de disciplina política, sino porque negó lo que sucedía; porque desmentía cada catástrofe que su gobierno provocó.
Ilustración: Chema Madoz
Débiles y desiguales
Hace pocos días Cristina Fernández profundizó y complejizó el aserto que sostiene ya desde hace bastante tiempo: un presidente popular tiene una más que acotada fracción de poder. Hay allí una verdad que no es solo coyuntural, más bien es estructural.
¿No hay acaso en las observaciones de CFK una orientación adicional para recorrer el sendero que trazamos respecto de las fragilidades?
Recordemos que entre neoliberalismo y populismo no hay equivalencias, no son simplemente dos modelos en pugna. Una versión de esta diferencia ya la apuntamos más arriba cuando indicamos la diferente posición que cada uno tiene respecto del desvalimiento humano. Unos lo repudian y desconocen, otros lo asumen como propio y como exigencia. Unos poseen el capital y otros el trabajo; unos ejercen el control y otros ofrecen resistencia. Por ello, ya sostuve en esta misma revista (1) que el populismo nunca está, enteramente, en el poder (control), pues su lugar, aun cuando durante un tiempo ejerza el gobierno, es la resistencia: resistencia a la violencia, a los abusos de poder, a la desigualdad, etc. Entiéndase que resistir no es aguantar, pues consiste en disminuir o eliminar tales desigualdades y violencias. El populismo, entonces, es la representación política de las fragilidades en conflicto y lucha contra el poder. Ya Freud advirtió que la comunidad se constituye a partir de la unión de muchos débiles y de potencia desigual. Hay un enorme capítulo, al que aportaron ya numerosos autores y sobre el que es necesario seguir trabajando, que abarca tres puntos esenciales, diferenciables pero ligados entre sí: cómo se crea esa unión y, luego, cuales son los requisitos que cumplir y las amenazas que hay que afrontar para lograr su perdurabilidad y su perpetuación. Contiendas, enfrentamientos, diferencias, alianzas y disoluciones están siempre al acecho. Sin embargo, hay una condición principal que se debe respetar y que Freud también subrayó: “nada se habría conseguido si -la unidad- se formara solo a fin de combatir a un hiperpoderoso y se dispersara tras su doblegamiento”. En suma, la pugna contra quienes ostentan la ilusión de omnipotencia no se efectiviza realmente si no se funda en la razón de las fragilidades, si no se sostiene en la protección de los débiles y desiguales.
No entregar a la derecha
La derecha se apropia de todo cuanto puede; la voracidad es su marca de origen. Es experta, de hecho, en capitalizar. Un ejemplo histórico ilustra bien este punto: los trabajadores libraron batallas importantes para que se establezcan normas, primero, para el cuidado del cuerpo (por ejemplo, la jornada laboral no extenuante) y, luego, para el cuidado de la salud mental. Sin embargo, las estrategias de gestión laboral (y de invisibilizada inducción) revirtieron aquel estado de cosas bajo el disfraz del desarrollo personal, por ejemplo. Ya desde hace décadas observamos cómo los programas motivacionales vehiculizan una serie de instrucciones que permitieron, nuevamente, la explotación sin límite de los cuerpos y las almas. La derecha, reitero, se apropia y destruye y, si no puede esto último, procede a la neutralización. Por ejemplo, han querido abolir derechos laborales y jubilatorios consagrados, pero como no han podido anularlos, obtuvieron otro resultado: la progresiva disminución del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones. Frente a todo ese panorama es que cobra la mayor relevancia todo lo dicho sobre la resistencia.
Quiero abordar otra dimensión sobre lo que no deberíamos entregar (o haber entregado) a la derecha. Pero primero volvamos al texto ya citado de Freud, cuando afirma que para apreciar una doctrina “no basta con la mera noticia de su contenido positivo; casi igual importancia posee su aspecto negativo, lo que ella desestima”.
Aquí también recurriré a dos ejemplos que resultan explicativos y que exhiben los riesgos de lo que queda desestimado o no representado por nuestros discursos. Tales ejemplos muestran algo que dijimos previamente, a saber, que reaccionamos a la retórica de la derecha, a su agenda. Supongamos que en la televisión hay dos dirigentes políticos, uno representante del neoliberalismo y otro un dirigente popular, y que el tema en cuestión es la inseguridad. El político de derecha saldrá con urgencia a proponer mano dura, bala y cárcel, etc. Con ello persigue varios fines: expresar su desprecio, encender las pulsiones agresivas de quienes adhieren a él y colocar en un lugar específico al político popular, quien se verá llevado a subrayar el costado garantista del derecho. Por ese camino, este último posiblemente quede sin expresar la parte razonable que puede haber en el discurso punitivista, por lo cual rápidamente será encuadrado en el mito de la puerta giratoria. Supongamos ahora que el debate es otro, por ejemplo, la economía y sus regulaciones. El neoliberal, prontamente argumentará sobre libertad de mercado, eliminación de impuestos, flexibilización laboral, etc. Así, como en el caso anterior, induce a su interlocutor a expresar lo opuesto, resaltando el cuidado colectivo en manos de la protección por parte del Estado. En uno y otro caso, el discurso popular dejará sin representar dos variables subjetivas a las que, en rigor, no tendría porqué no darle cabida: la necesidad de castigo y los deseos singulares.
El neoliberalismo sabe explotar hábilmente esa situación, aprovechándose de la fragilidad que la retórica popular debe proteger. Esta última no sabe o desiste de transmitir, representar y expresar variables que son significativas para gran parte de la población. Por esa vía deja un espacio vacío y, en consecuencia, esos componentes quedan librados a una serie de exutorios arbitrarios y a enlazarse con quienes proveen de una retórica que les sea propicia. No se trata de que el populismo se transforme en ejecutor de los deseos violentos que puedan anidar en el alma humana, sino en considerar de qué modo se puede tender a que los impulsos vengativos y el individualismo encuentren un cauce en el que sentirse representados y, a su vez, amortiguados.
Tareas
Se ha hablado mucho sobre la cultura del éxito, a la cual anteponemos la jerarquía de las fragilidades. El hambre es una de ellas, pero no la única, puesto que la fragilidad humana es constitutiva, quizá sea el rasgo humano por excelencia. La cultura es frágil, el amor y los vínculos también lo son, y por qué no nuestros conceptos. Dilucidar el mal fue y es tarea necesaria, pero entender la subjetividad que nos une e identifica requiere de una reflexión permanente, de un trabajo de elaboración constante. Debatir sobre nosotros mismos tiene una función esencial, pues pensar que no somos como ellos, no alcanza.
(1) Plut, S.; “El enigma de la unidad”, La Tecl@ Eñe, https://lateclaenerevista.com/el-enigma-de-la-unidad-por-sebastian-plut/, 15 de marzo de 2022.
(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Miembro Fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).
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