Fuga y misterio – Por Sebastián Russo
Los impuestos vistos como un robo es una novedad para la retórica política con aspiraciones legislativas y gubernamentales. La fuga: Derrota cultural que toma visos de tragedia.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
Fugarse es escapar, eludir un conflicto, pero también una responsabilidad. Darse a la fuga es el movimiento intempestivo de aquel/la que no encuentra posibilidad de un tramitado y beneficioso cierre de algún proceso. Fugarse es huir. Es el tránsito abrupto y pretendidamente salvífico, por fuera de alguna legalidad, de alguna normativa establecida.
Es fugarse de la casa, cuando el hogar es invivible. Algo que se hace de noche. Sin que nadie lo sepa. Ni cuándo, ni cómo se evade unx, ni a dónde unx se va. Es fugarse de la realidad, que es lo mismo pero sin necesidad de movimiento físico alguno. O mínimo. Es también la fuga de capitales, que es lo mismo, pero con una implicancia e historia social: un acto ilegal de evasión de las normativas vigentes, como mínimo impositivas. Y que de la patria financiera para acá (legado dictatorial, otro) devino una práctica sistemática, cada vez menos oculta y hasta amparada por un extraño consenso social.
Fuga y misterio es la canción (estrictamente una fuga, en tanto género musical, basado en el «contrapunto y la reiteración») de Astor Piazzola, que abría Tiempo Nuevo. El programa de Bernardo Neustadt, que resultó ser la plataforma intelectual para el neoliberalismo privatizador del menemismo, entre otros y derivados logros.
Se podría pensar que el misterio aludido es de un matiz sugestivo que no tiene la actual fuga, casi a la luz del día, burda y autoasumida con altanería. Si el menemismo -como zona difusa de enfatización de lo que los Martínez de Hoz, Alsogaray fueron configurando- inauguró una era de la explicitación de la banalidad y el saqueo, en un proceso que había comenzado tomando los perversos recaudos de la mentira (revolución productiva mediante), el macrismo -zona difusa que comienza en Cromañón y persiste en su arraigue discursivo y de votos- hace de la explicitación saqueadora un plan cuasi celebratorio (revolución de la alegría campante) Lo que en Menem requirió de trabajo intelectual y mediático, en Macri devino una brutal afirmación y sobre pasamiento de códigos y acuerdos sociales que se creían mojones intraspasables, incluso post menemismo (de la ley 2×1 al negacionismo declarado)
El macrismo sigue un plan desaparecedor, del carácter popular del peronismo, de la resistencia popular, de lo popular en general. Ya en Boca Macri había sustituido el cántico de la hinchada por una grabación que condicionaba el repertorio de la 12, ni más ni menos, cual laboratorio (si pudimos con estos muchachos, podemos con todos) De la inventiva popular, que podría incluir cánticos contra dirigentes, a una fiesta asegurada y dirigida por un locutor. De momento catártico y de potencia social, a un mero y clave distractivo social.
Tiempos nuevos. Una declamación de arraigue positivista. Un libro de José Ingenieros así se llamaba. Tiempos modernos en tono crítico era la película de Chaplin. Y la revista de Sartre y amigues existencialistas, donde lo moderno tenía el carácter de la ruptura no conservadora como la de Bernardo/Menem, sino del quiebre discursivo. Un autor ya no era un autor ni una pipa lo mismo.
Tiempos nuevos estos. Donde la fuga ya no es misterio, sino defendida. Por caso, por los comunicadores de canales que sin misterio alguno defienden al macrismo. Lo que de por sí es una novedad no el sesgo sino lo explícito de una programación completa y a la vez lo no dicho del asunto: los militantes son otros, el militante es lo otro para el establishment, que no deja de ser militado de modo obtuso y acrítico por sus empleadxs.
Los comunicadores filo macristas, es decir el sentido común expandido, que como todo sentido común se construye por su fluir sin sesgo aparente, llegan a un grado inédito de defensa del delito. Ya no solo de políticas públicas que pueden dañar el tejido social, sino de aquellos que directamente evadieron impuestos y llevan al exterior el dinero incluso mal habido. Nuevamente, tiempos nuevos, como nunca, de lo explícito de un préstamo que viola estatutos internos del organismo más mentado, que se declaró, era para que gane un candidato, en un grado de injerencismo inaudito, sumado a la confesión de la deriva de ese dinero no a un pueblo sino a sus bancos. A la luz del día y a boca de jarro. Dejando, como se dice no solo «los dedos marcados» sino hasta el codo, hasta el cuello.
Por evasión de impuestos cayó, por caso, Al Capone. Siendo incluso que la mafia es una trama que al gobierno y famiglia Macri le cuadra a la perfección (allí el trabajo de Rocco Carbone) Robert De Niro, de Los intocables a El padrino ha protagonizado esa figura. El capo (de la) mafia: de Al Capone a Vito Corleone. Lo que se expresaba en esa figura era un modo seductor de ocultamiento y crimen organizado. El mafioso es seductor. Y tiene en el silencio, en la media lengua, en lo no dicho su arma de seducción. Obviamente con un trasfondo de letalidad, pero con una pátina de risueña y explicita impunidad. De intocable.
Al Capone detenido por evasión de impuestos.
Hay por cierto en esta figura, del intocable, del que la hizo, del que evadió, una suerte de erótica, de deseo aspiracionista. He allí Mariano Galperín, desde Uruguay, no solo celebrado como el empresario high tech más exitoso, incluso por una verba neoliberal que no hace asco a grieta alguna. Galperin, en su caso, llevando, presumimos legalmente, su dinero fuera, pero configurando una legal evasión antipatriótica, expresión de un carácter que no tenían los mafiosos de antaño, y es de una celebración del individuo, desligado de patria/familia alguna. Si la patria era la famiglia para los Corleone, los mafiosos contemporáneos no responden ni a sus hermanos, ni padres, ni nada. Salvo la refracción impoluta de una tapa de revista de moda. Familia disfuncional o de funcionalidad instrumental. La tradición (terrateniente) y el carisma (tinellesco) en manos del marketing.
La anti patria contemporánea, el cipayismo 2.0, se fue gestando/manijeando también en los medios. Curiosamente La “Nación” desde hace tiempo tiene una sección que habla de lo malo que es vivir en el país que su nombre intenta representar y lo bien que se la pasa escapando. Hay allí otra acepción de la fuga. Cómo condenarla si la fuga es vista como una salvación. Lxs que se fueron, como la expresión de los que la vieron, los adalides de un deseo que parece (en los medios) extendido, y casi naturalizado. No habría dudas de que en Argentina se vive mal y que la solución es fugarse.
Lo que antaño era la fuga de cerebros ahora es fuga (digamos, sutilmente) no tan cerebral, de los que “se comieron la película de veras”, como diría el Tape Rubín en voz de Dolores Solá hablando de La Marilyn, aquella que solo quería viajar en un Mercedes Benz y que » a los cabezas no los podía (ni) ver». La fuga de cerebros correspondía precisamente al tiempo de la fuga y misterio, donde la baja redituación y consideración (científicos, a lavar platos, dijo un ministro de economía, Cavallo) a aquellos que estudiaban e investigaban, hacía encontrar en universidades de otras latitudes un ámbito donde utilizar su cerebro. La fuga no de cerebros actual, menos (dijimos) cerebral, de hecho más bien visceral, atravesada por el desprecio y el asco, corresponde incluso a considerar la posibilidad de lavar platos, copas, en capitales europeas, con tal de no estar más aquí, el mismo averno, sin chances a la vista, de esa vista, de esa forma de ver.
La fuga también fue una película, que trata sobre la fuga de una cárcel de Buenos Aires a fines de los 20. También fuga es años antes la de Simón Radowitsky del penal de Ushuaia. Como la de Cooke y Cámpora de Río Gallegos durante la «Libertadora». Fuga es la de los presos políticos del penal de Rawson en el 72. Que antecedió a la Masacre de Trelew. Fugas estas épicas, constructoras de una épica militante. A un encarcelamiento irregular, una escapatoria emblemática, justiciera.
Los impuestos vistos como un robo es una novedad para la retórica política con aspiraciones legislativas, ni hablar de las gubernamentales. Las irrelevantes pero a la postre performáticas encuestas de «imagen positiva», ubican en los primeros puestos a uno de sus adalides. Eludir esta injusticia (la de ver al impuesto como un robo y no como el instrumento de distribución social) tiene en la fuga de capitales una gesta no solo anti épica sino (por lo mismo) anti popular. Su defensa o al menos anuencia silenciosa es una derrota cultural. O el triunfo de una visión desolada y desesperanzada del mundo. Donde el salvataje está visto fuera, lejos de cada quien, de modo no solo individual sino anti solidario. Derrota cultural que toma visos de tragedia. La de la celebración de un gritón que refuerza las inequidades y vende, con retórica reverberada y astuta en su escupir rápido y furioso, pseudo verdades como suvenires/bombas para llevarse a la casa. De la cual ya no habrá fuga liberadora ni línea ni punto de fuga ni misterio alguno.
*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UNGS/UBA.
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