12/09/2021

no puedo creer que alguien se entusiasme con un texto que no aporta nada

Pájaro Rojo 


PERONISMO & PROYECTO AGROINDUSTRIAL. O construimos una nación o nos resignamos a la marginación. Boot comenta una nota de Natanson que entusiasma al Gobierno

Juan José Salinas

Altas jerarquías del gobierno nacional están fascinados con esta nota del socialdemócrata (dicho sea esto sin afán de menosprecio; mi padre y mi abuelo lo eran) José Natanson en Le Monde Diplomaticque. Aborda un tema crucial y su tesis principal, según la explicita el propio autor es que “un peronismo con proyecto nacional no puede desentenderse del campo ni resignarse a perder sus votos”. Se trata, convengamos, de un asunto de la mayor importancia, decisivo en cuanto al rumbo que debe tomar el movimiento nacional de liberación (¿o es que el peronismo ha dejado de serlo, dejando atrás el ferviente deseo regeneracionista de los Kirchner para emprender una alianza con los discípulos de Juan B. Justo o, peor aún, un lento regreso vergonzante al menemismo?) por lo que Pájaro Rojo le ha pedido a Teodoro Boot, hombre versado en las labores del campo, que evalúe y comenta la nota de Natanson. Que, es pertinente recordar, es el mismo que postuló que Mauricio Macri encarna una nueva derecha, civilizada y democrática y hoy sustenta la filosofía de que “si no puedes vencerlos ni convencerlos, únete a ellos”.

Digresión pavota 1: Recuerdo aquel fallido tan cómico de Deolindo Bittel en la campaña electoral de 1983 cuando el pobre dijo, palabra mas, palabra menos, en el calor de un discurso frente a numeroso público que “Nuestra decisión es clara, entre liberación o dependencia, elegimos dependencia”.

Digresión pavota 2: No sé a santo de qué JN habla de “cordobecismo” así, con “c” ceceosa, y no de cordobesismo, como (casi) todo el mundo. En Google: 93.000 entradas contra 428.

Primero la nota de Natason, luego el comentario de Boot, más lúgubre de lo que él y yo hubiéramos querido. Pero es que la situación, nacional y planetaria, no parece ameritar otra cosa.

Si no construimos una nación, nos resignamos a la marginación

POR TEODORO BOOT

La nota de Natanson es una breve lista de lugares comunes y loas a los transgénicos y la siembra directa, algo muy trillado y obsoleto desde hace más de una década: nos quiere volver a imponer como novedad lo que empezó a deslumbrar a algunos paparulos y distraídos (entre los que me cuento) allá por 1984* y que hoy todo propietario rural medianamente consciente y decidido a producir y no sólo rentar, ya empieza a estar arrepentido. Vale la pena aclarar que a los transgénicos suele a menudo confundírselos con los híbridos, y cabe aclarar que toda raza fue alguna vez un híbrido, pero que no todo can híbrido tendrá la dudosa fortuna de transformarse en un inútil bull dog francés. En síntesis, ni los transgénicos son tan horrendos como pregona Jorge Rulli –aunque sí pueden llegar a serlo la siembra directa y el sistema económico creado a su alrededor– y es materialmente imposible lanzar a un país a una producción natural, sustentable y competitiva.

La verdad verdadera está en la encíclica Laudato Si… pero andá a ponerla en práctica. Éste debería ser un tema de debate, no abstracto, sino íntimamente relacionado tanto con el bienestar social como con el crecimiento nacional, pero de seguir las cosas así, lo que terminará ocurriendo es que de a poco o rápidamente –según sea el punto de vista– el planeta seguirá colapsando hasta volver ociosa toda discusión.

En fin que aunque la nota no me produce ningún entusiasmo, tampoco me parece objetable. Estoy de acuerdo con su tesis de que “un peronismo con proyecto nacional no puede desentenderse del campo ni resignarse a perder sus votos”. El problema es que Natanson abona las tesis agrario-industrialistas, sin abordar el tema que me parece principal y vital: la separación de los precios internos de los externos.

Es ésta una discusión tan imprescindible como hasta ahora fallida: sobre la burguesía (y las clases trabajadoras formales, que participan de la misma ideología) pesa la maldición original del peronismo, la primera gran derrota de Perón, el primer gran revés del peronismo: la enajenación cultural, ya de movida, de una clase imprescindible para su proyecto, una burguesía industrial.

Su deserción del proyecto nacional inclusivo, hizo que Perón tratara de reemplazarla por un hojalatero, un sombrerero y, sobre todo, por un ejército nacional en particular y por las Fuerzas Armadas en general. Esa es la razón, según Carlos Piñeiro Iñiguez, por la que el Estado peronista (que se comenzó a destruir en 1955, proceso que culminó con su práctico desmantelamiento en 1976) duró mucho menos que el Estado varguista, que sobrevivió a la dictadura y aun sobrevivirá a Bolsonaro (¿o qué son la renovación judicial y el renacimiento de Lula sino la reacción de la burguesía paulista a su anterior intento de suicidio?). Porque no se trata de que la justicia brasileña sea más transparente, honesta y valiente que la argentina: lo que cambia es la patronal.

Digamos que lo que va de ayer a hoy entre el primer peronismo y las posibilidades de reeditarlo podrían sintetizarse en la muerte del brigadier Juan Ignacio San Martín, un cordobés argentinista. (foto)



Un proyecto agroindustrial debe formar parte de las estrategias del campo nacional, a condición de que esos supuestos industriales comprendan que el reforzamiento del Estado y la justicia social son instrumentos indispensables del desarrollo. Y que el desarrollo es consecuencia de la independencia, tema que, aunque da como para escribir toda una biblioteca, me parece obvio de toda obviedad.

Con la tesis industrialista dirigida a las exportaciones ocurre otro tanto. No es que no nos sirva… (¡claro que nos sirve! En las actuales circunstancias todo ingreso de divisas vale oro) el problema es que deja a las mayorías al garete, ahonda la brecha social, produce una sociedad invivible, cada vez más injusta, violenta, reaccionaria e inútil: La cantidad y calidad de potencial talento nacional desperdiciado debido a la desigualdad social, cultural, educativa, sanitaria y de posibilidades es inconmensurable.

Me parece que los peronistas o los nacionales, como le gustaba decir a Jauretche y también yo prefiero, tenemos que construir y trabajar por un proyecto nacional, que no es el proyecto de una clase (a no ser que pensamos en la “clase de los que trabajan”) sino el de una nación en su arduo intento de autoconstruirse, más difícil que nunca en un país sin una burguesía, con un poderoso sector antinacional (no no-nacional, sino directamente antinacional), con las trampas y las encrucijadas en las que pueden meternos las tentaciones onda el complejo agrario industrial como gran opción salvadora, o las tendencias puristas, que nos llevan al sectarismo y la derrota. Y siempre, siempre conscientes de dónde estamos parados, en qué tiempo y realidad estamos, a qué circunstancias debemos enfrentamos y con quiénes –con qué cuadros, con qué dirigentes, con qué fuerzas sociales y con qué pueblo– contamos para construir una nación justa, libre y soberana.

No se trata de buscarle el pelo al huevo. Es necesario reservar esfuerzos para reunir masa crítica, tanto en número, que buena falta nos hace, como en calidad y proyectos.



En síntesis, no se trata sólo de que el actual proyecto agrario industrial provocará un estallido (un problema mayor serán la creciente marginación y la consecuente resignación); se trata de que si no se consigue separar los precios internos de los externos, no servirá para nada. Se trata de que se impulsan un conjunto de proyectos dentro de un claro proyecto nacional o nos vamos al tacho.

La necesidad de un pacto social que sea un acuerdo estratégico

Para comparar la actual con una situación mucho más simple y una relación de fuerzas más favorable. Gracias al asesinato de Rucci, en su último gobierno, Perón arrancó debilitado. Cuando muerto Perón, el ministro Gelbard fue expulsado, al pacto social (y por ende, al proyecto nacional) no podía sostenerlo nadie. Lorenzo Miguel sucedió a Rucci con una nueva versión del vandorismo (que no es algo horrendo, sino simplemente antagónico al proyecto nacional toda vez que es el proyecto político y económico de una clase, la de los trabajadores industriales) y después ya no hubo quien lo sostuviera a él. Desde luego, Miguel vivió para arrepentirse, consciente de aquella gran metida de pata.

Coincido con el Papa casi punto por punto. El planeta se está volviendo invivible con mucha rapidez y pronto todas estas discusiones serán ociosas. Pero observo con amargura que sus propuestas son inviables porque no hay fuerzas que las puedan implementar. Me gustaría no pagar la deuda externa. O pagarla con otros préstamos, a lo macrista (pero cambiando de prestamistas explotadores, no porque sean mejores sino porque hoy, para nosotros, están más lejos). Pero al parecer, no hay muchas más posibilidades que mañererear, muñequear y hacernos los chanchos rengos, mientras se construyen las fuerzas sociales y económicas que puedan sostener un mínimo proyecto independiente.

No me parece que se pueda aspirar a mucho más. Y eso sin equivocarse de método y de discurso: hay que crear opciones antes que debilitar las pocas que aparecen, proponer ilusiones y, si es posible, idear soluciones antes que objetar proyectos defectuosos, deficientes o nocivos a largo plazo.

En fin, que Natanson y su nota no valen la pena mas que como disparadores de debates que siempre se postergan. No puedo creer que alguien se entusiasme con un texto que no aporta nada. Que algunos funcionarios estén contentos con el aumento de la producción, me parece razonable. Pero no llamemos “saldos exportables” a los “faltantes de consumo”. Este es el gran intríngulis y el único modo de resolverlo es mediante un acuerdo político de carácter estratégico.

¿Está esa clase social con la lucidez y la dirigencia necesarias para hacerlo? ¿Estamos nosotros? ¿Lo están los otros sectores de la producción y el trabajo?

Nota

* Entonces Boot era el director de la revista “Comercio Exterior”, órgano del Centro de Despachantes de Aduana y yo, Juan Salinas,  su secretario de redacción y publicamos una de las primeras notas laudatorias de la siembra directa.

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