Un grupo de psicoanalistas argentinos y franceses respondieron a dos notas aparecidas ayer en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín, donde se asegura que en los tiempos que corren se hace necesario salir de los consultorios y ofrecer respuestas rápidas al malestar que estaría sofocando a las personas que solicitan tratamiento.
POR PABLO E. CHACÓNBajo el genérico El malestar del psicoanálisis, se esconde Con y sin Freud: el mapa de las “otras” psicoterapias y un reportaje al médico psiquiatra Luis Hornstein, donde se siguen las directrices de El libro negro del psicoanálisis, se acusa a los analistas de vivir encerrados en sus gabinetes y se promueve un libro del ensayista francés Michel Onfray, quien construye la figura de un Freud falsario, estragado por la envidia y la ambición.
En diálogo con Télam desde Madrid, el psicoanalista argentino Gustavo Dessal fue taxativo: “No añadiré ni una palabra a las tonterías de Michel Onfray. Siempre han existido canallas que se hacen un nombre y se embolsan un buen dinero dedicándose a la denigración de un intelectual, un artista o un científico”.
“Me interesa más la cuestión de que el psicoanálisis se desentiende de la realidad social o se aísla en su consultorio, afirmaciones tan estúpidas como acusar a un cirujano de operar en un quirófano en lugar de hacerlo en las pizzerías, que son más populares. Respeto otras modalidades terapéuticas, en la medida en que sean ejercidas de manera honesta, aunque su supuesta velocidad en la resolución de los problemas es más que discutible, no tanto por los propios psicoanalistas como por los mismos pacientes”.
Y agrega: “todavía existen muchas personas que sostienen la ilusión religiosa de que el psicoanálisis debería resolver los problemas de la humanidad, y que si no lo hace, es debido a que da la espalda a la realidad, concepto no sólo absolutamente abstracto, sino impracticable. Atender a alguien afectado por la caída de las Torres Gemelas no es prestar atención a la realidad, puesto que el psicoanálisis no se ocupa de los motivos por los cuales Al Qaeda cometió el atentando, o la relación entre la caída del Muro de Berlín y el nuevo terrorismo internacional. (El psicoanálisis) se dedica a investigar cómo alguien puede ser afectado por un hecho que, con independencia de su realidad fáctica, produce un determinado efecto en un sujeto debido al modo en que ha sido procesado en su inconsciente, dando lugar a distintos síntomas”.
En Madrid, “cuando hace diez años tuvo lugar el atentado de Atocha, los psicoanalistas nos organizamos para brindar ayuda gratuita a los afectados, y esa experiencia nos permitió aprender muchas cosas sobre cómo intervenir en situaciones de máxima urgencia. En su texto El porvenir de la terapia analítica, pronunciado hace más de 100 años, Freud apostó por la necesidad de que el psicoanálisis pudiera acceder a las clases sociales no acomodadas, y que su acción se extendiese a diversos ámbitos sociales. Desde entonces, el psicoanálisis no ha dejado de hacerse oír en todos los espacios donde el sufrimiento psíquico está en juego: las instituciones de salud mental, educativas, culturales. Tal vez la mejor prueba de la proximidad que el psicoanálisis ha tenido con el mundo, es el hecho indiscutible de que su discurso cambió la historia de Occidente, tal vez mucho más y de forma más duradera que el marxismo.
“Actualmente, España está sumida en una grave catástrofe económica y un serio retroceso político, debido a la dictadura encubierta que padece (2013). Eso, como es lógico, se traduce en el malestar que padece una gran parte de la población. Los críticos contra el psicoanálisis creen que se trata de una terapia milagrosa, y se molestan cuando descubren que lamentablemente no resuelve el problema de la desocupación ni evita la corrupción política. A esas voces críticas hay que agradecerles la inmensa idealización que han hecho de nosotros pero aclararles que no somos los dioses que esperaban, ni lo seremos nunca. Nuestro compromiso está con las personas que tienen síntomas, es decir, padecen de algo que les afecta su vida. Eso puede haber sido desencadenado por una ruptura sentimental, la muerte de un ser querido, la pérdida de empleo, el accidente de tren en la estación de Once, el atentado de la AMIA o la enfermedad de mi perro”.
Claro que “tirar piedras al psicoanálisis es un entretenimiento al que se suman muchos medios de comunicación, los lobbies farmacéuticos, algunos intelectuales lo suficientemente mediocres como para no saber inventarse algo mejor a fin de que su nombre figure en alguna parte, y también -por qué no- pacientes a los que no le hemos podido resolver sus esperanzas. Prefiero no evocar la época de mi formación universitaria en la Facultad de Psicología, cuando tras el retorno de Perón, algunas cátedras consideraron que devolver el psicoanálisis al pueblo consistía en llevarnos a los alumnos al Parque Chababuco o Lezama para que la gente de las villas miseria dibujara a sus familias. Por supuesto, jamás volvíamos a ver a ninguna de esas personas, pero los profesores se sentían muy orgullosos de su labor social"
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