El laborismo británico gira a la derecha
Caroline Molloy
Lo que tiene que cambiar no es el capitalismo: es la gente. Eso es lo que piensa Keir Starmer, el líder del Partido Laborista británico, que dedicó su discurso anual a defender el legado de Blair y a omitir los graves problemas de los servicios públicos privatizados. El ala derecha del laborismo -que recuperó el poder tras el paréntesis de Corbyn- prefiere no hablar de nacionalizaciones, algo que ahora hasta los conservadores se animan a hacer.
El largamente esperado primer discurso presencial de Keir Starmer en la conferencia anual de los laboristas británicos fue, como se podía suponer, aburrido: una lección de historia con eje en la Revolución Industrial y el gobierno de Tony Blair, mientras omitía silenciosamente todo lo que iba desde Clement Atlee hasta Jeremy Corbyn. En términos de política, prometió gastar más en la salud mental de los jóvenes, en caso de llegar a gobernar, sin mencionar la privatización generalizada de ese sector, mientras casi la mitad de los fondos del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) son canalizados hacia empresas de salud privadas. También prometió «dar a nuestros jóvenes herramientas para el futuro» en términos de habilidades «digitales» y «para la vida». La información que circulaba antes del discurso sugería que, sobre este punto, lo que Starmer tenía en mente era capacitar a los jóvenes para que entiendan mejor los sistemas de puntaje crediticio, sus cuentas privadas de ahorro previsional y los contratos que los propietarios les piden que firmen.
Entonces, ¿cuál es la gran oferta de Starmer? Un gobierno laborista que le enseñará a los británicos a navegar mejor por las embravecidas aguas del capitalismo, mientras paga a otra empresa para que mitigue sus preocupaciones cuando el estrés se vuelva abrumador. «Todo lo que tenemos que hacer es aprender a adaptarnos», dijo Starmer, mientras elaboraba una extensa analogía sobre la fábrica de su padre y la necesidad de «reformarnos» nosotros mismos.
Los jóvenes quieren más. Lejos de aceptar su destino como simples «luchadores por la libertad que viajan en Uber, se alojan con Airbnb y piden comida a Deliveroo», tal como Liz Truss –ahora secretaria de Relaciones Exteriores del gobierno conservador– los describió de manera memorable en 2018, quieren la certeza y la seguridad de tener servicios públicos. Las encuestas muestran habitualmente que –al igual que sus padres y abuelos– los jóvenes apoyan la propiedad pública, desde los autobuses hasta los servicios de salud, pasando por la energía y el agua. Pero según la ministra de Hacienda en las sombras Rachel Reeves, estas no son «cuestiones primordiales».
Pero dígale eso a la persona joven que ve su esperanza y su seguridad erosionadas por la rutina diaria de lo que Reeves llama «economía cotidiana». No es que «nada les venga bien», como diría mi madre. Simplemente están hartos de que su empresa privatizada de autobuses aumente las tarifas y reduzca los servicios de los que dependen para ir a la universidad, trabajar o divertirse. Están desesperados porque no pueden pagar su propia vivienda, debido a que las facturas de los servicios públicos privatizados y los alquileres privados están por las nubes. Están hartos de que las empresas privatizadas de cuidados y los call centers paguen salarios miserables, que eluden los requisitos básicos de salario mínimo para los adultos contratando jóvenes. Están estresados por tener que competir en todas partes –en pruebas interminables, en su «marca» en internet–, en un intento desesperado por conseguir una oportunidad decente en un país donde, después de casi cuatro décadas de privatizaciones, todo es mercado.
Hoy, solo los privilegiados pueden acudir a sus familias en busca de ayuda, ya que muchos padres y madres enfrentan los mismos problemas que sus hijos e hijas. No es de extrañar que los jóvenes se sientan abatidos. Eso ya pasaba antes de que llegara el impacto de amenazas globales como la pandemia, el cambio climático, las guerras culturales financiadas por la derecha y la forma en que el Brexit ha terminado con las posibilidades de movilidad social. Starmer tiene razón al enfocarse en la salud mental. Sin embargo, a pesar de sus promesas de priorizar la prevención, su discurso sugiere que, en realidad, tratará los síntomas, no las causas.
Una promesa de más dinero para financiar la asistencia en las escuelas y acceder así más rápidamente al tratamiento a través de los «centros de salud mental» locales será bien recibida por las organizaciones benéficas de salud mental. Pero Starmer no dijo nada sobre el hecho de que la salud mental de los jóvenes está como está, en parte, porque en los últimos años ese ha sido el sector más privatizado del NHS. En la actualidad, 44% del desembolso del NHS en esta área se destina al sector privado y llega a 97% del desembolso total del NHS cuando se trata de los jóvenes con más problemas. Ya ha habido numerosas historias de terror sobre los resultados.
Starmer dijo con razón que el futuro del NHS no podía ser «solo más dinero». ¿Pero reconoció la necesidad de frenar la salida de los miles de millones que fluyen al sector privado? No. Por el contrario, se mostró entusiasmado con la forma en que la salud sería «rehecha» gracias a una cantidad «apabullante» de robots y realidad virtual. «Podría hablar de esto todo el día», dijo, mientras en realidad sonaba tan experto en tecnología como Boris Johnson en su infame discurso sobre la tecnología en la en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde habló de cómo «tu colchón controlará tus pesadillas».
También hubo otro efímero rayo de esperanza en el discurso de Starmer: que, si bien no iba a hacer que los servicios básicos volviesen a ser de propiedad pública, al menos regularía mejor a las empresas que los prestan. A las empresas que recortan todos los gastos, explotan al personal, restringen la posibilidad de hablar con un ser humano y cargan con más trabajo a los desafortunados consumidores, no les falta fibra moral, sino que simplemente están cumpliendo con su obligación legal de maximizar los beneficios para los accionistas. Entonces, cuando Starmer anunció que modificaría las obligaciones legales de los directores de las empresas, por un momento feliz pensé que estaba a punto de comprometerse a introducir obligaciones legales más estrictas para que estos protegieran no solo las ganancias, sino también a las personas y el planeta. Esta modificación ha sido exigida durante mucho tiempo por activistas y sindicalistas. Pero el plan de Starmer no tenía nada que ver con eso. En su lugar, se trataba de hacer «del éxito a largo plazo de las empresas la principal prioridad».
En ese contexto, el llamado de Starmer a trabajar como «socios» no implicará ninguna diferencia. «El orgullo nace del trabajo», anunciaba Starmer entre interrupciones. Pero ni una palabra sobre para quién trabajas ni sobre quién es el dueño de tu empleo y tus servicios. El discurso de Starmer fue solo la última decepción en la conferencia laborista en Brighton.
La secretaria de Vivienda en las sombras Lucy Powell prometió dar a quienes compraran por primera vez «prioridad» en los nuevos desarrollos y expresó sus deseos de mayor cantidad de viviendas sociales, pero no dijo nada sobre la regulación de los alquileres privados. Eso significa que cualquier impuesto superior con el que se grave a los propietarios privados simplemente será transferido a los inquilinos –aunque los inquilinos escoceses parecen estar mejor protegidos, según los planes de la nueva coalición del Partido Nacional Escocés (SNP) con el Partido Verde, que Starmer calificó hoy desdeñosamente como un «mal gobierno»–.
El secretario de Transporte en la sombra, Jim McMahon, dijo que quería que «el transporte público funcionara para el bien común» y Reeves prometió «la mayor ola de contratación no tercerizada en una generación», pero no dieron detalles en ninguno de los casos. Si su propio líder puede salirse con la suya afirmando que cuando dijo que apoyaba la nacionalización de los servicios públicos, en realidad no hablaba en serio, entonces las esperanzas de un cambio radical más bien se desvanecen. El mayor problema de Jeremy Corbyn no era que a los votantes no les agradara su mensaje, sino que simplemente no creían que cumpliría. ¿Cómo puede alguien creerle a Starmer (sentir confianza y seguridad en lo que promete) cuando esta semana nos dijo que gustosamente daba marcha atrás con sus promesas si a cambio obtenía un rédito político?
De hecho, Starmer y sus colegas ministeriales en la sombra generalmente hablan de contratación no tercerizada solo en referencia a quienes hacen aportes al Partido Conservador y a los contratos relacionados con el covid-19, lo que deja la clara impresión de que las empresas que no aportan al Partido Conservador no tienen motivo para preocuparse por sus planes de subcontratación. Después de todo, algunos de los mayores beneficiarios de la privatización de ciertos sectores de la asistencia social y la salud mental y física son empresas fundadas por personas que hicieron generosos aportes al Partido Laborista durante los años de Blair.
Una generación de viejos blairistas como Peter Mandelson, John McTernan y Phil Collins y sus acólitos que trabajan ahora para Starmer han hecho fila para aconsejar a su nuevo líder que haga su propia versión de la «campaña de seducción del sector financiero realizada por Blair», una nueva abolición de la Cláusula 4 por parte de Starmer, si se quiere, haciendo mucho hincapié en la «seguridad». «Apoyarse en [su] marca» como ex director de la fiscalía británica.
Pero, ¿cómo podemos tener seguridad cuando sabemos que nuestras necesidades básicas están siendo explotadas con fines de lucro, en lugar de ser administradas por el bien común? ¿Dónde está nuestra recompensa por el «trabajo duro» cuando nos vemos obligados a hacer un segundo turno al final de un día agotador, comparando precios en los «mercados» menos divertidos de la historia, en un intento desesperado por no ser estafados?
Sobre la asistencia social, el secretario de Salud en la sombra, Jonathan Ashworth, nos dice que su plan es «de tan largo alcance como el plan de Aneurin Bevan para el NHS». Pero en 1948 Bevan hizo que los hospitales fueran controlados por el Estado y aseguró la cobertura universal, mientras que, en la actualidad, el Partido Laborista solamente promete que los trabajadores de la asistencia social podrán negociar mejores salarios con sus empleadores en gran parte privatizados (aunque no, por supuesto, 15 libras la hora). Quizás se supone que estos trabajadores se sienten reconfortados por las –sin duda– sentidas palabras de Starmer sobre la «nobleza de la asistencia» y la noción de que ese trabajo es una «vocación». Y sobre los requisitos para la asistencia social, ni Starmer ni Ashworth dijeron nada sustancial. Además, el considerable monto de dinero que Reeves prometió para hacer una reforma verde de la economía, a juzgar por sus discursos y los de Starmer, irá a parar casi en su totalidad a los bolsillos de las empresas, incluso aquellas que han pasado años ejerciendo presión contra objetivos de cuidado del clima más estrictos.
Los que sugieren que la propiedad pública podría ser un mejor enfoque –como Andy Burnham sobre asistencia social y Ed Miliband sobre energía– han provocado, según se dice, furia en las oficinas del líder laborista. Starmer puede haber subido al escenario con «Right Here, Right Now» de Fatboy Slim y terminado con la promesa de «aprovechar el momento». Pero ahora no es el momento de hablar de nacionalización, le dijo Starmer a Andrew Marr el domingo, aunque los mercados de asistencia social y salud mental se tambaleen, el mercado del gas y la electricidad colapsen y los conservadores (¡los conservadores!) estén poniendo nuevamente bajo control estatal otra franquicia ferroviaria fallida.
Al enfrentar una repregunta por la incumplida promesa de campaña sobre la propiedad pública, Starmer le dijo esta semana a Laura Kuenssberg, de la BBC, que «el mundo ha cambiado». En efecto, ha cambiado. Solo que Starmer no parece haber notado de qué modo.
Este artículo es producto de la alianza entre Nueva Sociedad y DemocraciaAbierta. Lea el contenido original aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca
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