Por Javier Gatti
La fijación de un salario mínimo por debajo del cual la vida ya no es digna, ni el trabajo saludable, tiene más de 120 años de historia a nivel mundial. Breve relato de una institución que en Argentina es casi tan peronista como el aguinaldo.
Con el salario mínimo sucede lo mismo que con otras conquistas –como el voto femenino, las bases de la legislación laboral plasmadas en el artículo 14 bis, la AUH o el derecho al aborto legal– que el mejor peronismo tomó, enriqueció y universalizó al convertirlas en ley durante sus mandatos. La fijación de un salario mínimo no escapa a ésta regla (Perón se defendía de las objeciones del Presidente de la Corte Antonio Sagarna a sus «políticas obreristas», diciendo «no he hecho otra cosa que ejecutar lo que los socialistas pensaron y dijeron») y tiene sus antecedentes más remotos en un Acta Conciliación entre patrones y obreros industriales neozelandeses (1894) y otra aplicada a comercios e industrias australianas (1896). En nuestro país, Hipólito Yrigoyen implementó un piso similar, que en 1921 aumentó un 60% por decreto para llegar hasta los 160 pesos moneda nacional, ante repudio manifiesto de la Confederación Argentina del Comercio y la Producción (hoy UIA, AEA y otres coporaciones por el estilo), que lo calificaron de «tirano electoralista».
Los defensores de Arturo Umberto Illia reclamarán justicia histórica también, pues el demócrata más extraño del mundo -–ue llegó a la presidencia con un partido denominado Unión Cívica Radical del Pueblo, con un líder popular proscrito y que fue derrocado por los mismos militares a los que les prestó la marca– sancionó la Ley 16.459 en 1964, que establecía que el Salario Mínimo Vital y Móvil serviría para «evitar la explotación de los trabajadores en aquellos sectores en los que puede existir un exceso de mano de obra, asegurar un ingreso mínimo adecuado y mejorar los salarios de los trabajadores más pobres». En ése mismo año la tasa de desocupación rozaba un récord histórico, creando un ejército de desocupados que desfondaban las condiciones de contratación (asumido en los considerandos de la Ley aludida) y la inflación le ganaba al salario por 12 puntos porcentuales.
Pero la primer norma jurídica que conceptualizó y institucionalizó el salario mínimo, vital y móvil fue el Decreto 33302/45 de la Secretaría de Trabajo y Previsión que el Coronel Perón iba luego a elevar al rango de Ministerio. Esa norma crea el Instituto Nacional de Remuneraciones e instaura en su artículo 3º los salarios básicos por rama de actividad y el Sueldo Anual Complementario (incorporando el concepto de justicia social y mejorando notablemente un invento de conservadores y radicales). Porque para el peronismo la dignidad de un trabajador –de la que el salario es parte esencial– no es dádiva ni sobrante, no participa de la canasta navideña ni son la misericordia o la caridad las que lo fundamentan, sino el derecho socialmente adquirido por ser generadores de las riquezas, de participar de las rentas producidas para acceder a una vida «decorosa y sin pasar penurias». En la práctica Eva Perón lo lleva mucho más lejos a través de la labor de su Fundación, promoviendo igualdad en la calidad de vida, en las opciones de esparcimiento y felicidad contra penuria del pueblo trabajador.
La Constitución de 1949, el punto normativo más alto de la historia argentina en materia de derechos humanos y justicia social, recogía la definición de salario digno del Decálogo de los Derechos del Trabajador presentado por Perón en 1947 y precisaba en el artículo 37º (inciso 2) que «la comunidad debe organizar y reactivar las fuentes de producción en forma de posibilitar y garantizar al trabajador un retribución moral y material que satisfaga sus necesidades vitales y sea compensatoria del rendimiento obtenido y del esfuerzo realizado».
Y para mejorar la definición, el tercer gobierno peronista sanciona en 1974 la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo, que en su artículo 125 definía al SMVM como «la remuneración que debe percibir en efectivo (otra cosa son los vales La Forestal) el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión».
Para ver la progresión desde éste punto de inflexión histórico (y fijando el año 1974 como referencia más alta y absoluta), el economista Mariano Barrera reconstruyó a pedido de Alejandro Bercovich la serie histórica a valores reales del salario mínimo y del SMVM hasta la actualidad. El resultado es el siguiente:
Las conclusiones más evidentes están en la reseña que acompaña el diagrama lineal, pero puede verse que los dos salarios nunca recuperaron los niveles de 1974 y que el mínimo cayó estrepitosamente durante la última dictadura militar; que tocó fondo durante la hiperinflación que terminó con el gobierno de Alfonsín; volvió a los niveles de la dictadura durante el menemismo que suspendió su vigencia y lo mantuvo congelado con el mantra de que el salario debía atarse a la productividad; que se recuperó durante los 12 años kirchneristas (les dicen así para bajarles el precio, son años peronistas también) hasta tocar el piso de sus mejores registros y que el macrismo lo deprimió hasta situarlo un 43% por debajo de su mejor valor en la escala y que pulverizó un cuarto de su poder adquisitivo tomando como referencia el que recibió de Cristina en 2015.
Para decirlo en términos claros, el SMVM tuvo sus mejores años durante los gobiernos peronistas que fomentaron la inclusión social y reparto de la riqueza (y la fugaz primavera alfonsinista, digamos todo); lo que deja afuera al menemismo, otra variante del peronismo que hizo escuela con el pragmatismo de reviente y hoy tiene varios referentes aggionardos en los dos frentes mayoritarios y en el esperpento libertario.
Pero si peronista es su institucionalización y sus mejores años, veamos en el siguiente grafico qué es lo que está pasando con el Frente que unifica a todo el peronismo realmente existente (aunque nadie puede negar que Moreno y Randazzo existan materialemente) y cortó el ciclo más no la pandemia macrista.
Lo que se observa rápidamente en ésta serie elaborada por el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA/CTA) es que en 2020 el SMVM no sólo no recuperó todo o parte del poder de compra afectado por un gobierno decididamente enemigo de la clase trabajadora, si no que cayó un 10% adicional hasta quedarse un 32,7% por debajo de los niveles de 2015. En el arranque de 2021 profundizó la caída dos puntos más y apenas cubría el 35,5% de la canasta de pobreza para una familia tipo, lo que fue significativamente corregido en setiembre, como parte del paquete de medidas que asumió el voto castigo (el voto en blanco y sobre todo el ausentismo piadoso de electores peronistas) de las primarias. Pero con los aumentos anunciados, el SMVM cerraría el año con una recuperación del 1,9%, sólo suficiente para detener una caída de 48 meses consecutivos e incapaz de empujar la suba de pisos salariales de referencia, de aportar al demorado «shock de ingresos» y por consiguiente de impulsar la demanda agregada.
Hay hambre dentro de tu pan…
El subtítulo se copia sin disimulo del título de una obra de 1963 y escrita por un peronista brillante como Dalmiro Sáenz y manosea el contraste metafórico para cuestiones más pedestres, como señalar la insuficiencia indisimulable del SMVM, con aumento post electoral incluido y que completaría un incremento del 52,7% en el mes de febrero de 2022. Hambre dentro de tu pan, alude a recursos insuficientes para vivir con dignidad y es también pobreza por ingresos (el 34% de los trabajadores formales está por debajo de la línea de pobreza). Para ponerlo en números concretos, el monto de $33.000 que alcanzaría el SMVM el año venidero, está en la mitad de una línea de pobreza que hoy –combinando mediciones– ronda los $68.000. Para recuperar el poder adquisitivo de 2015, debería cerrar el año en $44.700 según estimaciones de CIFRA.
El economista y actual director del Banco Nación, Claudio Lozano, completa el panorama considerando los valores actuales de la canasta básica de bienes y servicios. En base a encuestas de gasto disponibles hoy y teniendo en cuenta lo que la ley –según lo mejor de la jurisprudencia y la doctrina peronista– dice que el SMVM debe cubrir el valor de ésta canasta, que asciende a $59.968. Por lo tanto, “para que el ingreso sea neto, el SMVM debería ser de $72.250. Es decir que para cumplir con la ley vigente debería aumentar un 147,7%”. Es decir más del doble de lo que fijó y lució el Consejo del Salario.
En noviembre de 2020, el actual ministro de Trabajo y amigo personal del presidente sostenía que “sueldo digno es aquél que podemos pagar y sostener”, sepultando de un sintagmazo lo mejor del plexo normativo laboral peronista y poniendo la perspectiva y el límite en las posibilidades de los patrones de pagarlo. Bien pudo ser un furcio o un fallido, el peronismo es un enorme abrazo movimientista finalmente. Pero los niveles actuales y futuros del SMVM permiten sospechar que aquella confesión al diario que mejor sintoniza con los intereses del Departamento de Estado y la Embajada de los Estados Unidos, representa una convicción ideológica y política.
Dicho rápida y amablemente, para ponerse en sintonía con una recuperación del consumo capaz de reactivar significativamente el mercado interno y mirar con optimismo, ya no las generales de noviembre sino las ejecutivas del 2023, el SMVM no estaría en condiciones de hacer su aporte y sus niveles actuales no remiten a sus mejores épocas peronistas. Porque bien pudo ser la sociología, pero sin dudas el resultado de las primarias tuvo mucho que ver con la economía y –al hilo del que aseguraba que Evita se disfrazaba de los sueños de la obrera– “porque el pan que uno come está lleno de hambre”.
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