¿Por qué no hay que explicarlo todo? El decir veraz de Cristina – Por Roque Farrán
El filósofo Roque Farrán afirma en este artículo que la política exige el coraje de decir lo que hay que decir, cuando hay que decirlo, asumiendo un riesgo absoluto: una lectura materialista de la coyuntura, que no es trascendental ni se restringe a la mera agenda.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
Marx descubrió que son las condiciones materiales las que explican la conciencia, y no al revés. El problema sigue siendo que la explicación se dirige a la conciencia, y, además, las condiciones materiales de la explicación son cada vez más exiguas. La explicación nunca bastó, pero hoy parece más insuficiente que nunca: por los medios receptores extenuados y la multiplicación de palabras sin consecuencias. En el discurso de cierre de campaña previo a las PASO, Cristina Fernández de Kirchner se preguntaba lúcidamente por qué era necesario explicar lo obvio ante una escena política demasiado mediatizada que insistía en empobrecer cualquier debate. Por supuesto, con su gran oratoria, memoria de estadista y conocimiento de las relaciones de poder efectivas, Cristina podía tratar de explicarlo todo con bastante ductilidad y apelando a una gran variedad de registros discursivos. Sin duda, el suyo fue un discurso brillante, acorde con el cierre de campaña y el estilo habitual de la vicepresidenta; pero no creo que sea posible ni deseable como práctica generalizada.
A veces trato de mostrar que con la explicación no basta, que tenemos que interpelar otro tipo de subjetividades, propiciar otras prácticas, abrir nuevos campos de indagación en relación a cómo nos constituimos efectivamente. No solo el énfasis puesto en el sujeto de conocimiento o el sujeto informado, sino también en el sujeto político, el sujeto ético y el sujeto estético. El ejemplo que cito a continuación viene al caso, para lanzar otra vez la propuesta de ampliar los modos de interpelación y los procesos de constitución. Georgina Di Gennaro presenta una explicación impecable, directa y clara, dirigida idealmente hacia un sujeto identificado con el proyecto macrista, pese a todo:
“El tipo te dice que la única forma de hacer dinero en Argentina es evadir. Y vos, que pagás ganancias todos los meses sin posibilidad de zafar medio centavo, o el que gasta la mayor parte del sueldo en alimentar a su familia y paga 21% de IVA, o el comerciante que factura sus ventas y es responsable inscripto, lo aplauden. Al tipo que llegó a millonario evadiendo y a presidente prometiendo que el trabajador no iba a pagar más impuestos. Hace tiempo que el mundo sabe que la mayor amenaza a la economía productiva son las guaridas fiscales a las que el ex presidente lleva su dinero para evadir. Pero en Argentina, además están los que sacan su producción enterita por el Paraná hacia países limítrofes y exportan desde allá para evadir pagar al Estado lo que corresponde. Es el bendito ‘campo’ explotado por 10 familias argentinas y un puñado de multinacionales, que piensa igualito que el amarillo ex presidente al que aplaudís. Y vos seguís pagando, sí. Algo está mal. Y es que tipos como Macri y toda su clase se crean con derecho a decirte en la cara que ellos evaden para enriquecerse mientras vos pagás religiosamente. En vez de votarlos, pensando que algún día vas a acceder a ser como ellos, hacete un favor: exigí que vayan presos, y que el sistema tributario les cobre más a los que más tienen.”
El argumento está clarísimo, el problema es que ese sujeto ideal no existe. Es decir, a quienes se dirige el mensaje en concreto no lo pueden entender, no por alguna limitación cognitiva, si no por la economía libidinal que está en juego; con economía libidinal me refiero tanto a lo objetivo como a lo subjetivo, en su entrelazamiento recíproco: la posición que ocupan los sujetos en la estructura social y las identificaciones que ello genera para sostenerla y reproducirla (aquí no hay que escindir lo económico de lo ideológico, sino entender su imbricación). Las prácticas económicas que realizan tales sujetos tienen una tremenda carga sacrificial, pagar impuestos es solo una parte de esa ritualidad cotidiana que aplasta (se entiende el “religiosamente” empleado por Di Gennaro), y por eso el Ideal del yo lo puede ocupar un tipo como Macri que hizo fortuna evadiendo, fue presidente a medio tiempo, se la pasa de vacaciones y encima está impune de todos los cargos en su contra.
Para contrarrestar o conmover esas rígidas identificaciones habría que mostrar que otras prácticas sociales y otra economía del placer -o del goce- son posibles; que el modo de justificar la existencia de cada quien no puede pasar por poner al más miserable en el lugar del ideal; que el resto que nos queda de vida es una incógnita a descifrar y, por ende, el disfrute por lo que hacemos tiene que darse en el presente; que esa empresa puede ser compartida con otras singularidades, puesta en común, pero es siempre a puro gasto y sin garantías. Es necesario reafirmar el coraje de vivir como uno desea y no en función de ideales miserables. Esto quizá no sea más que una ampliación conceptual de la explicación directa y sus límites, pero la idea es que se advierta el porqué de las inercias actuales y las posibilidades de cambio real. Luego habrá que configurar práctica por práctica, dispositivo por dispositivo, los modos singulares de interpelación.
Qué duda cabe, la carta de Cristina posterior a las PASO fue un acto parresiástico que interpelaba con otros modos. La práctica del decir veraz que ella sostiene a menudo, como una forma de vida, encontró su momento oportuno en un punto de máxima exposición y fragilidad del frente: una derrota. Quizá otras lógicas hubiesen aconsejado prudencia, pero eso sería seguir en el juego retórico de la posverdad y las operaciones mediáticas, no la política en sentido estricto. La política exige el coraje de decir lo que hay que decir, cuando hay que decirlo, asumiendo un riesgo absoluto: una lectura materialista de la coyuntura, que no es trascendental ni se restringe a la mera agenda. Leer la coyuntura es situarse en la inmanencia de las relaciones de fuerza históricas, no poniéndose del lado más conveniente o prudente, sino en la fragilidad de un decir que asume la potencia de la verdad. Ese gesto parresiástico habilitó otros (Mayra Arena, César González), con los cuales no se trata tanto de estar de acuerdo o no, sino de saludar la revitalización de la política como afrontamiento de las contradicciones inherentes y toma de posición. Cortar con el furor interpretandis (intenciones y significaciones atribuidas) y hacerse cargo de responder desde el lugar en que uno se encuentra.
Por mi parte, deseo una vez más señalar, en la justa distancia de la práctica que sostengo, que el decir veraz filosófico valora las enunciaciones singulares, pero además piensa en la inmanencia de un campo problemático más vasto que anuda las relaciones de poder, con los límites de nuestros saberes y formas de cuidado; que interpela a indagar esos nudos y desplazarlos hacia nuevos lugares, nuevas posibilidades, nuevas subjetividades. Siempre partiendo de lo que hay, de los materiales concretos y recursos que nos constituyen, no de idealizaciones fantasmáticas o significantes amos que nos impiden pensar.
Roque Farrán, *Filósofo
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