Hoy, 60 millones de alemanes están convocados a votar en las elecciones generales que definirán al sucesor de Angela Merkel. Tras cuatro mandatos al frente de la mayor economía de Europa, la “canciller de hierro” dejará su cargo en diciembre. ¿Cuál es el balance de la Era Merkel y qué refleja el escenario electoral más abierto en décadas para los alemanes? Continuidades y rupturas que explican la carrera electoral más importante del año.
En 2021, Alemania tuvo el desafío de continuar la lucha contra el COVID-19, como el resto de Europa y el mundo. Pero un desafío aún mayor fue conjugar el frente de salud pública con el de la política electoral: los alemanes se enfrentan este 26 de septiembre a la elección más reñida en décadas.
En el primer tramo, además de los 16 estados (Länder) que celebraron elecciones este año, las miradas se concentraron en torno a la interna partidaria de la democracia cristiana alemana (CDU), donde se dirimió al sucesor de la canciller Angela Merkel (67) de cara a estas elecciones generales.
Merkel (2005-2021) concluirá entonces su cuarto mandato como la mandataria más longeva de la Alemania contemporánea junto con Helmut Kohl (1982-1998), su padrino político. A finales de 2018, Merkel tomó la decisión de renunciar como jefa de la CDU y habilitar “la apertura de un nuevo capítulo” dentro de su plataforma -y del país-.
Estas elecciones generales importan tanto para Alemania como para Europa y el mundo. Merkel deja la cancillería con el índice de aprobación más alto entre los líderes mundiales, según diferentes encuestas recogidas por YouGov; así como niveles de aprobación récord a pesar de la pandemia, su impacto económico y los desastres climáticos al oeste del país.
LA ERA MERKEL
En su largo recorrido, Mutti (“mamá”, su apodo entre los alemanes) cementó un liderazgo propio tanto en Alemania como en Europa. Fue escogida por la revista TIME como la personalidad del año en el 2015 y lidera el ranking femenino de Forbes desde 2005.
Merkel llegó a la cancillería luego de una ajustada victoria en la peor elección en la historia de su partido, mientras la Unión Europea (UE) implementaba su expansión hacia el Este con la incorporación de diez nuevos miembros. Era la primera vez que una mujer llegaba al cargo de canciller, la más joven al momento de asumir, con la particularidad adicional de provenir de la ex Alemania del Este.
Con el cambio de década, la crisis de la eurozona ponía a prueba a la locomotora económico-financiera de la UE y a la propia Merkel en su rol de administradora política de las negociaciones con los países más alicaídos. La posterior crisis migratoria desde 2014 colocó a Merkel como la máxima representante de quienes confiaban en una política de puertas abiertas (Alemania albergaba 1,8 millones de refugiados en 2020).
En los últimos años, Merkel también intervino decisivamente en el proceso del Brexit (2016-2021), el Plan de Recuperación para Europa (2020) y la pandemia del COVID-19. Con un contexto geopolítico inestable y la radicalización de la política doméstica, Merkel entrega a su sucesor la tarea de asegurar la continuidad en el poder y mantener el perfil destacado de Alemania en las relaciones internacionales.
Mientras que en circunstancias normales un canciller en su último año de mandato suele apagarse, Merkel hace sentir su plena presencia tanto en lo local como en lo global. Pero, ¿qué indicadores deja su gestión tras cuatro períodos de gobierno?
Las cifras económicas son contundentes y conocidas. Desde 2005, el PIB alemán creció un 34%, 15 puntos por encima de Francia. Con cinco millones de nuevos empleos, un desempleo reducido a la mitad (2,8%) y menos población económicamente inactiva (es decir, mejor demografía y más empleo joven), no es de extrañar que las proyecciones (FMI, PwC) para 2050 mantengan a Alemania como la principal economía europea y en el top 10 global.
También es una economía integrada al mercado europeo común y al comercio mundial. Bajo Merkel, Berlín se consolidó como una potencia exportadora, a diferencia de Francia o Japón, que se estancaron en este plano, o de Estados Unidos que sufrió mucho más el avance de China que la propia Alemania (Banco Mundial, 2020).
La desigualdad interregional también disminuyó: Merkel favoreció la radicación de empresas en el este del país y aplicó beneficios fiscales y regulatorios para llevar el desempleo y los niveles de ingresos a sus mejores cifras desde la reunificación, aunque la brecha con las regiones occidentales persiste.
La economía alemana también demostró ser capaz de absorber dos oleadas migratorias en la última década. Merkel lideró las respuestas europeas bajo el enfoque del multiculturalismo, aunque las tensiones sociales entre alemanes e inmigrantes siguen siendo una preocupación de la ciudadanía, más allá de las estadísticas oficiales que reflejan bajos niveles de violencia y delito.
En tres grandes frentes parece haber consenso acerca de la necesidad de pisar el acelerador: la digitalización, la transición energética y la igualdad de género. La burocracia y las empresas alemanas son de las más reactivas a las nuevas tecnologías entre sus pares europeos.
Por otro lado, todavía tres cuartas partes de la energía alemana proviene de combustibles fósiles, si bien ya hay planes específicos para abandonar el uso del carbón y la energía nuclear en beneficio de la energía solar y otras renovables en los próximos quince años. Aun así, el gobierno de Merkel impulsó el polémico proyecto Nord Stream 2 para traer gas desde Rusia, recientemente terminado.
Finalmente, la canciller ha sido objeto de fuertes críticas por su posturas feministas moderadas: muchas alemanas sienten que desde su posición podría haber exhortado más políticas con perspectiva de género (recién a pocos días de estos comicios, Merkel se animó a definirse públicamente como “feminista”). Es cierto que los niveles de empleo y educación femeninos aumentaron sistemáticamente y que se promulgó legislación que favorece crianzas más equilibradas, pero la brecha salarial y el cambio cultural son desafíos que persisten.
UNA SUCESIÓN ABIERTA
Las internas debían celebrarse en 2020 pero se aplazaron hasta enero de 2021 por la pandemia. En ellas, los afiliados de la CDU apostaron por el moderado continuista Armin Laschet (60) por encima del conservador Friedrich Merz (65).
Merkel defendió explícitamente a Laschet para su victoria en las internas y a lo largo de la campaña, en una apuesta por continuar con la vía centrista que caracterizó al pragmatismo de la canciller la última década y media. Para sus detractores dentro del partido, se perdía así la posibilidad de capturar el voto liberal y de derecha (del Partido Democrático Libre -FDP- y Alternativa para Alemania -AfD-, respectivamente).
Tras la elección de Laschet, la intención de voto se deslizó desde el 36 al 30% magnificando el peso de los eventuales socios de coalición del bloque CDU-CSU como primera fuerza. Más allá del desgaste inicial, no había motivos para preocuparse: la CDU ha gobernado Alemania 5 de cada 7 años desde la posguerra, era el sello natural de un futuro gobierno sucesor de Merkel.
Sin embargo, a medida que la campaña avanzó otras dos opciones adquirieron mayor relevancia. Primero Annalena Baerbock (40), candidata de los Verdes, con una agenda renovadora y experiencia parlamentaria. Una semana antes de las elecciones, los ecologistas proyectan un piso de votos que duplicaría los números de 2017 y los convertiría en una pieza ineludible para un gobierno de mayoría.
Luego, a partir del debilitamiento de la CDU en favor del FDP, AfD y los Verdes, ya no estaba en claro que la CDU fuera a liderar los comicios de septiembre. Se precipitó un efecto en cadena que trasladó al voto centrista hacia los socialdemócratas, la SPD, sobre todo a partir de las devastadoras inundaciones en julio y la amarga retirada de la OTAN de Afganistán en agosto.
Por la SPD compite Olaf Scholz (63), actual Ministro de Finanzas y vicecanciller de Merkel (en la actual Gran Coalición CDU-SPD). Con una larga carrera en el Bundestag y como alcalde de Hamburgo, combina su perfil bajo con propuestas de políticas interventoras y distributivas.
En clave interpretativa, el cambio de intención de voto es un éxito para los Verdes en sí mismo. El momentum conseguido en la primavera boreal, cuando se posicionaron como principal fuerza por primera vez en la historia, puede haber pasado ya. Pero permitió que las preferencias genuinas del electorado comenzaran a mostrarse y que los votos transfugaran a las demás opciones electorales en detrimento de la CDU.
Al mismo tiempo, puesto que la SD no recibe todo lo que la CDU pierde, esto perfila un debilitamiento histórico del bipartidismo imperfecto alemán. Si las proyecciones se mantienen, sería la primera vez desde la posguerra que la suma de los votos de la CDU y la SPD no supera el 50% del total. La consecuencia política de ello: estaríamos a las puertas del primer gobierno tripartito en la historia de la República Federal Alemana.
Más allá de los resultados inmediatos, lo cierto también es que el legado de Merkel trascenderá una eventual derrota de la CDU. Todas las plataformas recogen por lo menos parcialmente las directrices del actual gobierno y las máximas figuras estas elecciones han crecido al amparo de Merkel.
En otras palabras, las elecciones de 2021 muestran hasta qué punto Merkel ha dejado su huella en el sistema político alemán por su forma de hacer política. Una retórica poco grandilocuente, baja ideologización, búsqueda de resultados concretos y cotidianos en la gestión y pragmatismo para reinterpretar el ánimo de la ciudadanía y ajustar el rumbo de la administración.
Con un resultado abierto y un voto indeciso que será determinante, los escenarios de coaliciones posibles son múltiples y frágiles. No obstante, algo es seguro: los alemanes inaugurarán en las urnas una nueva etapa política para la Alemania del Siglo XXI, pero sobre la base del legado de Merkel.
1 comentario:
Alemania y el plan kalergi
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