El duelo y el homenaje se cruzaron en el lanzamiento de una antología de Horacio González. En el encuentro quedó claro que los adioses son más arduos en esta época. Por suerte ya hay dos libros que prolongan su incitación a pensar.
Por Vicente Muleiro*
(para La Tecl@ Eñe)
EL HEGELIANO. El escritor y ensayista Alberto Vanasco (1925 -1993) decía, desde su admirado y biografiado Hegel, que la muerte resulta más soportable cuando entendemos que también da paso a una renovación, a una apertura. Cuando él, Vanasco, murió y se lo despidió en la SADE de entonces, aquel aparente consuelo teórico no sirvió para nada.
EL LARGO DUELO. El pasado jueves 23 de septiembre se presentó en la explanada de la Biblioteca Nacional La palabra encarnada: ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González (1985-2019) – (CLACSO) una antología de textos de Horacio González, quien murió el 22 de junio de este año. El libro salió casi en simultáneo con Derrota y esperanza, un folletín argentino editado por el sello Grupo Editorial del Sur junto a esta revista virtual, La Tecl@ Eñe. El lanzamiento público en la Biblioteca no pudo evitar ser una continuidad del duelo y aunque hubo aplausos al nombrarlo (a él y a su compañera, Liliana Herrero) el polen de las despedida se adueñó del aire. Es que al perder, vía pandemia, su ritual y su tiempo pagano, la muerte y el luto se tornan indeterminados, potencian su extrañeza, se prolongan, tardan más en cerrar.
FINAL DE EPOCA. Se dijo algo grave en el duelo-homenaje. Eduardo Rinesi apeló a un gramsciano sentido común: “Todos tenemos la sensación de que con la muerte de Horacio se terminó una época y un modo de pensar la política”. El puente que se cruzó es el de la ebullición rebelde, cultural y militante de los años 60-70, reelaborado y extendido hasta aquí, por los sobrevivientes de aquellos fuegos, como Horacio González.
ONDA EXPANSIVA. Es duro asumir semejante final porque la época, herida por la represión y la derrota, carga con indelebles marcas de emancipación, irrenunciables aspiraciones de reparación e intentos de belleza a contramuerte. En ese punto está la onda expansiva, eso que prevalecerá entre las generaciones que sobreviven y sobrevivirán a Horacio: el afán por encontrar el paso, por asociar conversadores de distintas tribus. Y por abrazar un lenguaje tan trabajado por el tiempo que, al aparecer por sorpresa, sea –paradójicamente- intempestivo. En ese cruce crepita el legado de González.
É VERO. María Pía López representó a todos los que soportaban el frío viento rioplatense que cruzaba la explanada de la Biblioteca: “Cada vez que ocurre un acontecimiento político o una situación dramática, lo primero que pensamos es qué va a escribir González ¿Cómo no está González para decir algo sobre esto?”. No es para nada difícil adivinar el objeto de reflexión al que Horacio le hubiera hincado el diente por estos días.
LAS DESPEDIDAS. Como quien sabe del dolor, el casi ignorado Juan Carlos Martelli dejó escrito: “Y supe, una vez más, que el lenguaje no había sido hecho para las despedidas”. Se trata de una irrupción poética porque, en verdad, seguimos buscando un lenguaje para el futuro y para quien, ya ido, como Horacio González, se lo merezca.
*Escritor, dramaturgo, poeta y periodista.
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