Las elecciones primarias. Una advertencia a tiempo.
Por Arturo Laguado Duca*
*Docente e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina
Los resultados de las elecciones primarias del 12 de septiembre cayeron como un baldado de agua fría en las toldas oficialistas. Ni las encuestas previas ni las realizadas en las bocas de urna pronosticaban un desenlace adverso. Es de suponer que tampoco acertaron los pronósticos de las mesas testigo dado que, hasta la llegada de los primeros resultados oficiales, el optimismo rezumaba en las filas del gobierno y la desazón en las de la oposición.
Es cierto que ya no son noticia los yerros de las encuestadoras. No deja de sorprender, sin embargo, que las expectativas moderadamente optimistas del oficialismo, que descontaba una amplia victoria en la Provincia de Buenos Aires que compensara la pérdida de votos en otros distritos, se trocaran por una derrota electoral en toda la línea. Ni siquiera quedó por fuera del remezón la provincia bonaerense, donde sólo dos años atrás, el actual gobernador había obtenido una diferencia de 17 puntos sobre su contrincante de Juntos por el Cambio (JxC). A excepción del conurbano, el Frente de Todos (FdT) perdió en todos los principales conglomerados urbanos[1] y en catorce provincias -en la mayoría de ellas había ganado en 2019-, configurando una derrota por casi 10 puntos a nivel nacional.
Más allá de la lectura de las primarias en términos de derrota o victoria de la oposición, el hecho es que el oficialismo perdió votos no sólo con relación a las presidenciales de 2019, sino también respecto a pésimo resultado de las primarias de 2017. Votos que no huyeron hacia la oposición sino hacia la abstención o el voto en blanco[2].
En ese marco, si la votación del 12 de septiembre es un hecho político inocultable, no lo es menos la interpretación de los resultados. Aunque, por definición los discursos políticos tienen un alto impacto performativo, es particularmente interesante la reacción del gobierno -de la oposición sólo se puede esperar un monocorde discurso destituyente- dado que de su diagnóstico dependen las políticas públicas de, al menos, los próximos dos años.
Llegan cartas
A pesar de haber perdido el apoyo de cuatro millones de electore, el lunes siguiente el presidente continuó con actividades rutinarias como si nada hubiera pasado. Sus funcionarios ensayaron una explicación exculpatoria de la derrota: “en las elecciones de mitad de término al peronismo siempre le fue mal” o, “en todos lados perdieron los oficialismos como efecto de la pandemia que golpeó a los sectores más pobres y medios”[3].
Esta lectura, si bien correcta en sus trazos gruesos, justificó cierta inacción. El gobierno continúo con las actividades de rutina mientras ratificaba de hecho en sendas presentaciones públicas a los ministros más cuestionados: los de Economía, Producción y el Jefe de Gabinete. Entre tanto, el ministerio de Economía se aprestaba a presentar el presupuesto sin grandes modificaciones, focalizando las políticas expansivas en la obra pública y reduciendo la asistencia para ir transformándola en empleo, siempre en el marco de la prudencia monetaria, buscando combinar la recuperación económica con reducción del déficit fiscal[4].
Ciertamente, desde finales del S. XIX, las grandes crisis económicas mundiales han producido cambios significativos en la esfera política. La recesión mundial que originó la pandemia no fue la excepción, pero tampoco la regla excluyente. Las victorias de Trudeau, Putin o, más cerca, de AMLO en México, cuestionan este determinismo.
Una relectura del resultado electoral deja en claro que de los cuatro millones de votos que perdió el gobierno, menos de 800 mil migraron hacia JxC. En su lugar se incrementó la abstención a niveles históricos[5] y el voto en blanco rondó el 4%[6].
Llámeselo voto bronca, castigo o simplemente desencanto, es claro que el oficialismo no fue capaz de interpelar a su electorado. Sin dudas, una importante explicación de este fenómeno es que el rebote económico -cercano al 8% de PBI- no alcanzó aún a los sectores más pobres y el salario real, si bien detuvo el ritmo de la caída que inició en el 2015, aún está un 25% abajo del de esa fecha[7]. Al poco impacto que el crecimiento económico tuvo en la vida de los ciudadanos -especialmente en los sectores pobres que son los más damnificados con la inflación del precio de los alimentos- se suma la ausencia de un discurso que construya un futuro deseable más allá de la ‘guerra contra el Covid’.
El retroceso en la estatización de Vicentín cuando amanecía la pandemia dio lugar a un discurso consensualista que, si bien era sensato en medio de una catástrofe sanitaria, careció de toda épica que resignificara la difícil situación económica que vive la mayoría de los votantes del FdT, siendo reemplazado por un llamado vacío a una oposición dispuesta a llegar a los límites mismos del juego democrático en su afán obstruccionista. En ese marco los resultados electorales eran totalmente previsibles, independientemente de los datos de las encuestadoras.
Ante este relativo empantanamiento de la política, la carta de la vicepresidenta reordenó la discusión, desplazando el eje economicista que hacía su foco en si la recuperación llegará o no a tiempo para las elecciones generales de noviembre.
La carta de CFK ya ha sido ampliamente comentada por analistas de diversas tendencias. No sobra, sin embargo, recordar los ejes que la estructuran: la urgencia de asumir la derrota con un reemplazo de funcionarios –“los funcionarios que no funcionan”- y la necesidad de cumplir el contrato electoral que se estableció con el pueblo argentino. En concreto: más gasto público y más capacidad de ejecución de ese gasto.
Inicialmente tomada como una carga en profundidad contra el gobierno -diagnóstico en que coincidieron la oposición y algunos sectores del oficialismo- la carta de CFK y la renuncia pública de sus ministros afines se constituyó en su tabla de salvación al poner en evidencia la necesidad de retomar la deliberación pública sobre el rumbo de la gestión. Brevemente, la necesidad urgente de hacer política popular.
La disposición del presidente Fernández de aceptar el desafío que lanzó la vicepresidente le permitió al gobierno corregir los errores asociados a su visión economicista de la política, relanzando la gestión con un cambio en varias figuras del gabinete. El giro no fue menor.
El nuevo gabinete
El nuevo gabinete incorporó figuras fuertes y, sobre todo, con experiencia tanto en la gestión como en lo sectorial. Exceptuando al nuevo ministro de educación, todos los que se incorporaron al gobierno han tenido experiencia en la cartera y, sobre todo, llegada a los sectores que estarán concernidos con su área de competencia. La Jefatura de Gabinete pasó a ser ocupada por una figura fuerte -Juan Manzur, un gobernador con experiencia que representa al interior, cuya voz había sido relegada desde el 2016- dispuesta a ejercer la Jefatura en una perspectiva más cercana a la de un primer ministro que al de un coordinador con poco peso propio, como sucedía con Santiago Cafiero.
Un verdadero relanzamiento del gobierno que ahora recurre a un mayor ‘enraizamiento’[8] de sus altos funcionarios ante las inocultables lentitudes de la gestión agravadas, claro está, por la pandemia. Enraizamiento más necesario aun cuando los dirigentes de los movimientos sociales incorporados al gobierno –“Chino” Navarro como secretario de Relaciones Parlamentarias y Emilio Pérsico, secretario de Economía Social del Ministerio de Desarrollo Social- se contentaron con declararse sorprendidos por el resultado electoral, demostrando incapacidad para tomar el pulso al malestar que aquejaba a sus bases sociales[9].
La Jefatura de Gabinete encabezada por un hombre del interior no sólo termina con una ya demasiado larga tradición de porteños en esa cartera, sino que marca el debilitamiento -si no abandono- del porteñismo cultural que ocupó el centro del discurso de gobierno. Sin duda la igualdad de género y los derechos de las minorías sexuales -de todas las minorías- son reivindicaciones legítimas en las sociedades contemporáneas. Pero, cuando la expresión de estos derechos ocupa tal centralidad -por ejemplo, la exagerada preocupación por el lenguaje inclusivo, una reivindicación válida pero que interpela principalmente a un sector urbano e ilustrado de la sociedad- que relega a un segundo plano temas urgentes como el salario y el precio de los alimentos, es de comprender que los sectores populares se sientan enajenados de ese discurso[10]. Cualesquiera sean los defectos del nuevo Jefe de Gabinete, no hay duda de que, como hombre del peronismo, conoce el lenguaje que habla el pueblo argentino.
Por diversos motivos que no expondremos por razones de espacio, el presidente Fernández consideró pertinente mantener a su gabinete económico. Pero, independientemente de la discusión introducida por la vicepresidenta de si hubo ajuste económico o no, el ministro de Economía se vio obligado a reconocer que se podrían haber implementado algunas políticas anticíclicas antes[11]. Inmediatamente después, se anunció un incremento al salario mínimo de 13 puntos -lo que permitiría superar la inflación estimada-, de las jubilaciones y las prestaciones sociales y un incremento de la alícuota del impuesto a las ganancias, entre otras medidas de impulso al consumo. Se espera que todas ellas, sumadas al fin de las restricciones impuestas por la pandemia, permitan una recuperación económica más homogénea, según expresó el ministro en su cuenta de Twitter[12]. En última instancia, se trata de recuperar el plan de gobierno del FdT que promete desarrollo con ‘la gente adentro’. Plan que parecía al borde del naufragio de la mano de la monstruosa deuda heredada del macrismo, agravada por la pandemia.
Dos modelos. Entre Milei y Bárcenas
Independientemente del renacido optimismo en el FdT de cara a las generales de noviembre y la improbable posibilidad de dar vuelta a la elección -aunque sí son de esperar resultados más halagüeños- la reorientación del rumbo tiene como horizonte la continuidad del proyecto popular más allá de 2023. En última instancia el proyecto nacional-popular, apalancado por un liderazgo decidido y amplias medidas inclusivas, ya gobernó con el Congreso en contra -el recordado Grupo A– durante 2009 sin que eso fuera óbice para su relegitimación electoral en 2011. Lo que está en juego, nuevamente, es el modelo de desarrollo.
Otra vez, dos modelos de desarrollo se proponen al país. Uno de ellos está representado por la agenda del progresismo latinoamericano que, considerado disruptivo hace unos años ante la pérdida de hegemonía del neoliberalismo tardío, está siendo retomado por los gobiernos progresistas de la región e, incluso, por organismos internacionales como la CEPAL.
Alicia Bárcenas, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, en la clase inaugural al Curso Internacional Estado, política y democracia en América Latina, propone como una de las dimensiones principales para el desarrollo sostenible: “una tasa de crecimiento gradual con redistribución para poder eliminar la pobreza. Esto es posible, pero requiere decisión política….”, además de diversificar la estructura productiva y tratar de surtir importaciones gradualmente. En esa lógica, sigue Bárcenas, es indispensable “redistribución y un cambio estructural; es decir, tenemos que cambiar nuestra matriz productiva para poder exportar bienes de mayor valor agregado y tenemos que descarbonizar nuestras economías con progreso técnico… En suma, proponemos cinco políticas: una fiscal; la social, hacia un nuevo régimen de bienestar; la ambiental, para internalizar las externalidades; las industriales; y las de integración regional”. En resumen, Bárcenas propone mayor intervención del Estado, impuestos progresivos, ayuda de emergencia, suspensión de pago de deuda, ciudadanía y universalización digital, un programa muy cercano al del progresismo latinoamericano[13].
Ante la emergencia de un consenso regional que tiende a la reconstrucción de regímenes de desarrollo con bienestar, la derecha neoliberal radicaliza sus posiciones. Mientras JxC se abstiene de hacer propuestas dada su fallido paso reciente por el gobierno y enfoca sus baterías hacia el obstruccionismo y las fake news, aparecen en escena los ultraliberales –autodenominados libertarios– ocupando mucho más espacio en los medios de que lo que justificaría su peso electoral. Entre ellos, un lugar privilegiado se le concede a Javier Milei, el nuevo astro de la derecha.
Milei, posiblemente no pase de ser una estrella fugaz en el firmamento de la política argentina. Pero, más allá del 14% alcanzado en CABA -lo que sumado a la votación de López Murphy da un importante piso para la derecha ultraliberal autoritaria en la Capital- este fenómeno debe ser analizado por dos motivos básicos: el destinatario de su discurso y la enunciación de un programa neoliberal tan inaplicable como antiguo. Sin duda, más allá de su incierto futuro electoral, Milei cumple una función para el neoliberalismo nada despreciable: instalar en el debate público temas que hubieran sido inaceptables pocos años atrás.
“Los libertarios” encuentren su público en jóvenes que se identifican como antipolíticos, sobreactuando un discurso que reduce lo contestario a ciertos toques de rebeldía metalera y articulando un supuesto desprecio por lo que llaman la ‘casta política’ con un ataque a toda intervención estatal y a la totalidad de la agenda de derechos. Pero, esta expresión política, no es producto de un supuesto giro a la derecha de la sociedad como ha pretendido una explicación -demasiado apresurada- de su emergencia. Igual que en Europa, la aparición de esta ultraderecha neoliberal es un fenómeno sociológico que tiene que ver con la falta de impacto de la intervención del Estado en la vida cotidiana de muchos jóvenes. Estando por fuera del mundo de los beneficios asociados a los trabajadores formales ¿por qué se habrían de oponer a la eliminación de las indemnizaciones por despido quienes no tienen trabajo formal? ¿por qué aceptar el garantismo judicial cuándo la inseguridad es parte constitutiva del mundo de la vida? ¿por qué desconfiar del discurso fascistoide contra la ‘casta política’ quienes ven la tremenda desigualdad entre la clase media alta que compone a los dirigentes del Estado y la clase media baja que no alcanza a cubrir sus necesidades?
Sin un discurso que interpele a la opacidad introducida por los medios de comunicación masiva, esta expresión política es el resultado de la falta de respuestas rápidas por parte del Estado ante la crisis social generada por la suma de la herencia macrista y de la pandemia. La ausencia en el oficialismo de un discurso que enuncie una épica de la transformación, combinado con el impacto insuficiente de las medidas protectoras al consumo, dejó el espacio vacío para que surgieran estas interpelaciones.
Pero lo realmente grave de la emergencia del discurso libertario no sólo está en su potencial crecimiento político, si no en el reposicionamiento de viejas fórmulas neoliberales que desembocaron en la crisis de final de siglo XX -privatización de educación pública y vouchers educativos, fin de la imposición a los más ricos, abolición de la regulación de las relaciones laborales, entre otras ya ensayadas por el Consenso de Washington- y que ahora son calurosamente acogidas por JxC, una derecha que ya tiene experiencia de gestión y está siempre dispuesta a sumarlas a su agenda, sin pagar el costo político de su enunciación.
Los desafíos
En este marco, los desafíos para el gobierno trascienden con mucho el recuperar los votos perdidos en las elecciones pasadas. Más allá de la sensatez o no de mantener el gabinete económico, es urgente la reorientación de la política. Las condiciones para el relanzamiento de la gestión las proporcionó la carta de la vicepresidenta. Pero ésta es insuficiente si no es complementada con una política de ingresos agresiva que pase por la contención de la inflación, especialmente de alimentos. No existe estabilidad política con inflación desbordada ni desarrollo sostenible con alimentos caros.
Estos son prerrequisitos básicos para que el gobierno pueda continuar con un proyecto de desarrollo a largo plazo dentro del cual se han diseñado muchas medidas virtuosas: reactivación industrial, voluntad de pasar de los planes de asistencia a los de inclusión laboral, impulso a las pymes y a la economía popular, mantenimiento del piso de protección social que construyó el kirchnerismo, para mencionar sólo algunas. Enfrente hay un enemigo poderoso que incita el desprecio por la política para reconstruir la hegemonía neoliberal hoy en decadencia.
[1] Además de CABA, “el Frente de Todos perdió en Córdoba Capital, Rosario, La Plata, Mar del Plata, San Miguel de Tucumán, Ciudad de Salta, Paraná, Neuquén, Ciudad de Mendoza y Resistencia, los centros urbanos más poblados del país”. https://www.infobae.
[2] https://www.baenegocios.
[3] https://www.cronista.com/
[4] https://www.ambito.com/
[5] “Según datos del Ministerio de Interior de la Nación, en las elecciones del domingo votó el 66,2% del padrón electoral del país. Sobre un padrón de 34.385.460 electores, concurrieron a votar 22.765.590 personas. Si bien fue una elección realizada en pandemia, se trata del porcentaje más bajo de participación desde que se comenzaron a implementar las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorios (PASO) en las elecciones presidenciales de 2011. Y también es el porcentaje más bajo desde la restauración de la democracia”. https://chequeado.com/hilando-
[6] https://www.pagina12.com.
[7] https://www.ambito.com/
[8] La figura de autonomía enraizada es usada por P. Evans alude a la combinación de autonomía estatal en la toma de decisiones con la inmersión de los funcionarios en la estructura social para llegar a una conversación productivo con los diferentes actores sociales.
[9] https://www.telam.com.ar/
[10] A pesar de la ola de indignaciones que generó en las almas bellas, la interpretación de la dirigente social Mayra Arena de la derrota electoral del gobierno, remite a esa distancia entre el discurso oficial de las necesidades populares.
[11] https://www.baenegocios.
[12] Guzman tw . 21 sept. 2021·Twitter for iPhone
[13] https://www.pagina12.com.
1 comentario:
Total acuerdo con el contenido d la nota, pero entre las fuentes se cita a infobosta donde dice q perdimos en Rosario, y eso es inexacto. En las nacionales, ganamos en la categoría a senadores nacionales y perdimos por muy pocos votos a diputados. Una performance muy distinta a CABA, ciudad de Córdoba, Mendoza, La Plata, Mar del Plata, etc.
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