Juan Grabois
Septiembre. En el ombligo de la política argentina, en el centro, estruendo y furia de luchas sinsentido por poder, privilegio y conveniencia. Luchas vanas entrelazadas con otras, más significativas, por cambios necesarios; cambios que apenas no estarían llegando, al menos no como esperábamos ni a quienes deberían llegar.
En el centro, con tanto estruendo y furia, es muy difícil separar las luchas vanas de las nobles. Son como el trigo y la cizaña. Vienen juntas. Es lo que somos los que tenemos micrófono, banca, cargo o lapicera: trigo y cizaña. Muchas veces, más cizaña que trigo.
Mientras tanto, en la periferia, en un paraje perdido de una provincia olvidada, las cosas se ven más claras; en Corrientes, crece el algodón. En el atardecer violeta de uno de estos días, un ángel se fue, silenciosamente, dejando una estela de amor revolucionario que no será televisada; José se fue haciendo todo lo que está bien, todo lo que tiene sentido, todo eso en su forma más pura.
Nacido en Curuzú Cuatiá, José Miró, era militante social, militante político, abogado y filósofo… además de planero, porque vivía con un salario social complementario de doce mil pesos como única remuneración a su tarea permanente como promotor de derechos y defensor de los humildes. Es que José ponía el cuerpo, el alma y la matrícula día y noche para velar por las mujeres con arresto domiciliario, las víctimas de violencia de género, las familias de las barriadas, los trabajadores de la economía popular, pescadores, campesinos… no como un llanero solitario sino orgullosamente organizado en un Movimiento.
Esa tarde, a José lo atropelló una señorita de guita mientras pedaleaba en su bicicleta por la Ruta 12; volvía de la Comisaría 21 del Barrio 17 de Agosto. Había estado asistiendo a L.F., una de esas mujeres que la gente de plata, como la señorita, llamaría piba chorra, villerita, negra de mierda... ella era del Barrio La Olla, el descarte del descarte, una mujer golpeada por un hombre y un sistema.
José trabajaba en la Rama de Liberados de un movimiento popular. No importa cual. Él impulsaba junto a sus compañeros un proceso que busca, a través de la organización comunitaria y el trabajo cooperativo, ofrecer una perspectiva de futuro al descarte humano que el sistema primero expulsa, después encierra y finalmente escupe de nuevo a la exclusión para que se repita perpetuamente el ciclo. Así, él, todos los días lidiando con un drama distinto, siguiendo el proceso organizativo de esas cooperativas, bancando esos rescates o llevando causas de violencia de género que se acumulan en Corrientes sin que las oligarquías judiciales ni las burocracias estatales se gasten una emoción en resolver.
La vida de este ángel guerrero no fue una “sombra pasajera”. Sombra pasajera es como Macbeth, símbolo clásico de la ambición política, describe la vida humana. La vida de José es otra cosa. Es sentido y luz. Es la luz de los mártires que iluminan nuestro camino con su ejemplo, que iluminan también nuestras claudicaciones, nuestras vacilaciones, nuestras perezas, para exponerlas y avergonzarnos. José en su pedaleada atardecida nos recuerda a todos los que elegimos este camino porque realmente vale la pena vivir, luchar o morir. Nos recuerda qué es ser militante.
Ser un militante popular es un acto de entrega desinteresada para construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria. No son abstracciones. El Pueblo que tiene rostros, la Patria tiene huellas. De este principio elemental emana cualquier táctica, estratégica o esquema de poder de una militancia popular genuina. Cuando se pierde este sentido de propósito, servicio y sacrificio, se producen todas las desviaciones de la política: la corrupción, el individualismo, el carrerismo, la negligencia, el oportunismo y esa tibieza que seca el alma y vacía la mente. La pasión de Jose la necesita cualquier hombre o mujer que elija atar su suerte a la multitud de los humillados y ofendidos, al bando perdedor en la lucha de clases que aún vencidos no se resignan a su suerte y dan batalla desde la conmovedora osadía que ennoblece cada lucha de los débiles.
José nos recuerda por qué elegimos este camino, nos conmueve, nos cachetea más fuerte que cualquier derrota electoral y nos llama a desandar cualquier desvío, a evitar cualquier atajo, a retomar la ruta del compromiso inclaudicable de los que no queremos transitar esta vida dejando impaga la deuda de amor que cualquier ser humano tiene con quienes sufren cualquier injusticia en cualquier lugar del mundo ni transitar la militancia dejando las convicciones a un lado a medida que los años y las circunstancias nos ponen en otros lugares.
Lo conocí, vagamente, en una asamblea en la casa destartalada de Augusto, que oficia de comedor y centro de reunión, ahí en las periferias de la capital correntina. A veces, al dirigente le toca pasar el tiempo en las mesas de la rosca gris del sistema, mirando ese abismo oscuro del poder que finalmente te mirá a vos... para chuparte. Y para estar con un ángel como él queda poco tiempo. Los rostros y los nombres se desvanecen. Y así nos perdemos lo mejor de la militancia que es el intercambio espiritual, emocional, intelectual con compañeros cómo José. Se nos va marchitando el alma y el horizonte utópico se va alejando. Nos olvidamos de dónde venimos, a quién servimos, para qué luchamos, cual es nuestro deber, dónde están nuestros hermanos, nuestras hermanas.
A José se lo llevaron puesto casi como burlándose de sus sueños, casi como diciendo “mirá lo que te pasa por meterte en esto, por hacer el trabajo que el Estado no hace”. La señorita que se llevó por delante a José está emparentada con la corporación policial, esa que maneja el narco, tortura, asesina a los pibes; pero cuando llega una mujer golpeada mira para otro lado y si el delito lo cometen los de arriba se hace la tonta. Paradojas.
La señorita tiene el mejor abogado que el dinero puede comprar y se dice que goza de ciertos contactos con el poder provincial; pero todos, todas, abogados, compañeros, familiares, amigos, vamos a dar batalla para que nada de esto quede impune. No más atropellos impunes. Es lo que quiere su familia. Justicia.
José Miró tenía sus alas de ángel, su bicicleta y un salario social complementario de doce mil pesos, que en octubre, porque el gobierno “escuchó a la gente”, pasaría a trece mil…¿suena a poco, no?
José, el planero, tenía muchos planes y mucho trabajo. Planes y trabajo que nos llega a nosotros, sus compañeros, en particular los correntinos, para que los llevemos adelante.
Qué cosa seria cuando los que no tienen ni muchos planes ni trabajan demasiado le dicen a miles de personas que se parten el lomo trabajando por un salario social complementario que van a convertir “los planes en trabajo”. Algunos saben bien cómo trabajan los “planeros”, pero hay que complacer los prejuicios de personas como la señorita conductora. Porque, claro, José no trabajaba; sus compañeros y compañeras no trabajan… son todos planeros. Los comedores, las cooperativas, la agricultura familiar, la pesca artesanal, el reciclado, la construcción de viviendas sociales las hacen los reyes magos.
Y vos funcionario, vos empresario, mirá tu recibo de sueldo, mirá tu cuenta bancaria ¿vos valés más que José? ¿trabajás más? ¿sos más útil a la sociedad? ¿vas en bicicleta fuera de horario sin ART ni obra social ni aportes ni vacaciones ni aguinaldo ni nada para cumplir una tarea?
Y vos compañera, compañero laburante, vos que cobras el bochornoso salario mínimo, por favor, que no te coman el coco… no existen los planeros: son trabajadores y trabajadoras de la economía popular. Trabajan mucho y ganan menos que vos. El sueldo que vos no tenés, no te lo roban ellos. El sueldo que no tenés, lo tienen diez sinvergüenzas que definen los precios, salarios y tarifas en la Argentina. No los más pobres de los pobres ni los militantes populares. Peleemos juntos, no nos contemos las costillas, que no nos enfrenten.
José además de laburante, además de militante social, era un militante político. Existen miles de militantes como José que no se sienten representados por la cultura del privilegio y la banalidad que impera en el sistema político argentino. Miles que combaten en el subsuelo de la patria y constituyen la verdadera reserva moral que sostienen el delgado hilo que separa la Argentina del abismo.
Y sin embargo, José hacía política. No fue a votar aquel domingo por una cuestión familiar. Tuvo la posibilidad de ir a pasar el último fin de semana de su vida con su familia allá por Curuzú. Hablando con su gente, familiares y amigos, me dijeron que si hubiera estado en Corrientes, votaba al Frente de Todos, con desgano, mordiéndose los labios, como yo, como muchos, por la conciencia de lo que tenemos enfrente, por la certeza de que hay que frenar la vuelta de un Macri al poder; por la esperanza de que en algún momento el llamado campo popular, democrático, latinoamericanista y feminista al que pertenecemos tenga en la realidad efectiva un poquito más de esos adjetivos que adornan su denominación. Empezando por el primero: popular, plebeyo, de, por y para el pueblo.
Me cuentan que José se la pasaba de acá para allá, pateando puertas de oficinas estatales, intentando que alguno de los ñoquis crónicos que cada gobierno va dejando como capas geológicas en las estructuras públicas se tomaran el trabajo de hacer su trabajo. Extraño modelo este, en el que no se puede echar, sumariar o sancionar a los que con su negligencia impune abandonan a los necesitados mientras miles de otros que cobran lo mismo dan la cara y en muchos casos los planeros como José son quienes ponen el pellejo y resuelven.
Lo que pasa es que en el Estado está tu gente, está su gente, está mi gente; esa es la vara. Me amenazan con echar a “mi funcionaria” si me paso de la raya. Tomá mate. Resulta que las personas son posesión de los dirigentes. Es “tuya”. Mentalidad un poquito patriarcal la de los sepultureros del patriarcado. Pero los que todavía conservamos un poco de la madera de José, nos reímos de los carpetazos o persecutas.
Tranqui igual. Asunto superado. Otro aprendizaje. Otra certeza de lo que está mal.
Vamos a votar al FdT, como hubiera hecho José, vamos a militar el voto al FdT, como hubiera hecho José, no porque esta política representa nuestros sueños, nuestra forma de entender la vida, el poder, la sociedad o la militancia; mucho menos por los lugares que “los nuestros” tengan eventualmente; lo hacemos por la Patria, porque tenemos conciencia de que ella está primero que todo y que todos, primero que los míos, los tuyos, los suyos, los nuestros, los vuestros.
Es un problema serio esto de confundir la fuerza política, la orga, el partido con el Estado... porque deriva en la burocratización de la fuerza y la feudalización del Estado. Es un problema serio. Pero el problema deja de ser serio para pasar a ser una farsa lamentable y patética cuando son “los tuyos”, “los suyos”, “los míos” los que por esa cualidad reciben una determinada función pública o son expulsados de esta. Esta realidad, a veces llega a extremos que rozan el feudalismo y el nepotismo más lamentable.
Esta disfuncional forma de entender la gestión de lo común, de lo público, sumado a la ausencia absoluta de una planificación integral, plurianual, que exceda las individualidades, convierte al Estado en un aparato bobo que cada tanto reacciona por su propia supervivencia o por la capacidad personal de algún liderazgo excepcional. Es la fórmula infalible para que nada funcione sustentablemente. Es la lógica neoliberal en su versión subdesarrollada.
Entonces, los problemas los termina resolviendo José. Es lo que es y es lo que no debe ser, y frente a lo que no debe ser, está José.
Hay que cambiar las reglas de este juego de improvisación, posesión y negligencia. No ser una ficha inconsciente del tablero o pretender administrar la partida si en verdad queremos cambios. Es cierto, no se puede abandonar el tablero, pero qué triste ver cómo nos adaptamos tan fácilmente a las reglas y que conmovedor ver a tantos José rompiéndolas con la lógica de la entrega desinteresada por ese lugar dónde reside la patria que sin duda es el otro, la otra, el barrio, la tierra.
No quiero descalificar ningún rol dentro de la lucha político-social. Ninguno. Simplemente reivindicar a José que es para mí el paradigma de militante, la raza de militante que más necesitamos. Espero que los militantes populares que circunstancialmente haya dejado la bicicleta y estén dentro de alguna estructura estatal, hagan lo mejor que puedan con lo que existe sin que en el camino les roben las convicciones, la perspectiva revolucionaria y el fervor por cambiar todo lo que debe ser cambiado.
No todos vamos en bicicleta, ni vivimos en la periferia de Corrientes, ni ganamos doce mil pesos por mes; no somos todos iguales, no todos tenemos el mismo estilo, no todos vivimos las mismas cosas, no todos peleamos en los mismos frentes... pero todos los que osamos llamarnos “militantes populares” tenemos que vivir con la misma pasión que José, con el mismo compromiso que lo llevó a pedalear hasta esa Comisaría en un barrio pobre del Norte Grande argentino para defender a una mujer vulnerable de un sistema opresivo y excluyente.
Espero eso... y temo. En estos días temo más. Me da miedo que de tragar tantos sapos, algunos podamos convertirnos en reptiles. No sé. No es una idea, no es una acusación, no es un pronóstico: es un sentimiento… como el peronismo.
Sí, los militantes políticos tenemos que pelear el voto para que el Estado no se pinte nuevamente de amarillo; tenemos que promover funcionarios comprometidos y mejorar la representación política de nuestro campo en términos de clase, género, edad y étnica. Todo eso está bien. Eso lo pienso. Pero hoy siento otra cosa.
Siento que la verdadera fuerza del cambio nace casi exclusivamente de la periferia, de José y su bicicleta, de su ejemplo que debemos recoger y multiplicar; siento que la verdadera fuerza nace en la comunidad organizada y las bases de los movimientos populares, en los pobres de la patria, en los laburantes; y creo en los militantes que, con todas las contradicciones, sea cual fuera su espacio de militancia, política, social, sindical, universitaria, feminista, educativa, cooperativa, no perdamos el sentido escencial de su tarea ni la conciencia de su responsabilidad ni el espíritu de sacrificio. Seamos como José.
Le pido a este ángel que desde el cielo nos ayude a que sean nuestras convicciones las que cambien este Estado y esta política, no este Estado y esta política la que cambie nuestras convicciones.
Le pido a José que nos ayude a todos, que me ayude también a mi, a seguir pedaleando por esa ruta en la que él dejó la vida; que nada ni nadie nos desvíe de nuestro camino.
1 comentario:
Lo entiendo a Juan. Escribió eso desde una mezcla de bronca y tristeza y se refugia en la idealización.
No se puede ser solidario y realmente querer a la gente (a los que conocemos y no conocemos) si no nos queremos a nosotros mismos. No a la imagen ideal que proyectamos de nosotros sino al nosotros real.
Para querernos a nosotros mismos (que es lo mismo que querer a los demás) tenemos que descubrir nuestro propio valor verdadero. Como descubrir eso es un trabajo difícil lo reemplazamos con un valor ideal proyectado pero que no nos aporta nada a nosotros mismos ni a los demás.
Ojalá Juan lea esto. Lo entiendo perfectamente. Le mando un abrazo.
Oti.
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