6/17/2021

memoria




Del cielo los vieron llegar – Por Jorge Giles


En el aniversario número 66 del bombardeo a plaza de Mayo efectuado por los aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea, el periodista y escritor Jorge Giles hace un llamado a honrar la memoria de nuestras mayores tragedias, negadas por una mirada casi hegemónica del odio, como eje central para el fortalecimiento de una cultura de la justicia, la democracia y la paz.


Por Jorge Giles*

(para La Tecl@ Eñe)



Los bombardeos de la aviación naval no volaron ese día de junio para matar a Perón. Solamente. Fueron a masacrar las patas en la fuente del 17 de Octubre de 1945. Fueron a exterminar la idea peronista del país de los argentinos. Disparaban sobre los cuerpos de hombres, mujeres y niños que circulaban sobre la Plaza de Mayo ese 16 de junio de 1955 porque querían quebrar la identidad plebeya de un pueblo con su líder y con su historia. Ametrallaron a los simples ciudadanos y ciudadanas, vaya a saber de qué colores políticos eran ellos y ellas, que pasaban por la vida caminando con sus propias angustias, sus propios pesares, sus propias alegrías, sus propios sueños. Pasaban por allí y allí fueron masacrados. Los aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea que estaban para custodiar al pueblo, esa vez cayeron en picada sobre ese mismo pueblo que ellos componían en esta polifonía de voces que se llama Argentina.

Se dice, con fundamentos, que fue y sigue siendo la mayor tragedia provocada por el más cruel y cobarde atentado terrorista. Fue un crimen de estado, claro. No eran ilegales ni marginales los pilotos que masacraron. Tampoco lo eran los políticos que participaron directa y activamente del atentado. Ninguno de ellos fue enjuiciado ni castigado por la ley debidamente. Y fue así que muchos, como Emilio Massera, Orlando Agosti, Cacciatore, Zavala Ortiz, ocuparon luego del desenlace letal de la autodenominada “revolución libertadora”, los más importantes cargos en el comando del Estado nacional.

Tanto fue así, que desde el 24 de marzo de 1976 ya no les bastó con tirar bombas; tiraban hombres y mujeres al mar o al río.

Si fue así como se cuenta; si fue así de cruel el espanto que anida en nuestra memoria colectiva; si fue así que un brazo del estado asesinó ese 16 de junio a 309 personas en apenas 5 horas y destruyó edificios, incendió automóviles y transporte público; si fue así que desde el edificio de la Marina ametrallaron y mataron a los obreros que acudían a la Plaza al grito desgarrado de “la vida por Perón”, armados tan sólo de coraje y convicción; si fue así… ¿por qué esta fecha no tiene el significado y la trascendencia que realmente debiera tener para la democracia argentina, para la república, para las instituciones, para el sistema educativo, para la cultura nacional, para la memoria de los argentinos?

Nos atrevemos a intentar una respuesta posible: porque ese bombardeo piloteado por una cultura elitista, una cultura del odio contra lo nacional y popular, de la venganza, de la revancha oligárquica contra el peronismo, esa vez acribilló y venció a la cultura popular democrática que caminaba en paz por la Plaza Mayo.

Y digámoslo aunque nos duela: porque desde la orilla política de lo popular se prefirió acompañar, equivocadamente, con un irrespetuoso silencio ante tanta muerte y desolación durante cinco décadas.

Ganaron los burócratas del miedo; perdieron los consecuentes de la memoria. Hay que volver a Cooke, una vez más, para escucharlo proponer entonces, que se despida solemnemente a los masacrados con un desfile popular en la avenida 9 de Julio, disponiendo respetuosamente allí los 309 ataúdes y que el pueblo y el gobierno democrático le rindan honores y el último saludo. No le fue aceptada la idea. “¿Para qué Cooke seguir tirando leña al fuego? Mejor miremos hacia adelante” le habrán dicho los cancerberos de la derrota que rodeaban a Perón. Y adelante estaba el golpe de Aramburu y Rojas, el fusilamiento del 9 de Junio de 1956 en José León Suarez, el robo del cadáver de Evita, el golpe de Onganía, la masacre de Trelew y el genocidio iniciado el 24 de marzo de 1976, entre otros males.

Lo que no se castiga a tiempo, vuelve con igual o mayor saña. Y lo que no se cultiva en la memoria, se borra de la historia. Así de cruel es nuestro devenir.

Si la batalla cultural es la lucha por la hegemonía cultural de un proyecto de nación y pueblo, esa batalla debe saber relatar la verdadera historia para identificar correctamente al enemigo del pueblo, de la paz y la democracia; identificarlo nos servirá para descifrar el ADN del odio que portan y derraman con frecuencia en la sociedad; descifrar ese odio, a su vez, nos nutrirá de mayor conocimiento y convicción para que el amor y sus consecuencias triunfen sobre el golpismo criminal endémico que anida, desde el fusilamiento de Dorrego hasta nuestros días, en este país que amamos tanto.

Hay una mirada cultural del país del odio; y esa es la mirada de los odiadores cíclicos. Convengamos o no, ese 16 de junio, nació el horror y el espanto que explican nuestras tragedias contemporáneas. Los criminales se jactaron de esa masacre. Y se siguieron jactando cuando dejaron a la deriva a las miles de víctimas y a sus familiares.

Hasta que llegó Néstor Kirchner y después Cristina Fernández a la Casa Rosada. Ellos y sólo ellos derribaron los muros del silencio impune para que pase la historia. Lo iniciado entonces sigue inconcluso, pero sigue y por eso, la batalla cultural es una flecha en el aire. Habrá que seguir pujando para que la masacre de junio se convierta, más temprano que tarde, en un grito mayor en nombre de la vida.

En este 66 Aniversario se está produciendo un salto alentador para la memoria colectiva. Aún así, los argentinos conocemos más del bombardeo a Guernica, España, y rendimos homenaje eterno a las víctimas en nuestra memoria. Tenemos, muchos, una réplica del cuadro majestuoso de Picasso en un rincón del living familiar que retrata esa masacre nazi. Conocemos de la respuesta del célebre pintor al oficial nazi que lo interpeló, mirando el cuadro: “¿quién hizo esto?” y Picasso le respondió: “ustedes”. Pero no tenemos un retrato, una fotografía, una clave que nos lleve a rendir debida cuenta del bombardeo a Plaza de Mayo; dos veces mayor que Guernica en cantidad de víctimas y en toneladas de bombas arrojadas contra la población.

Es hora de ahondar en esta incertidumbre que de vez en vez nos viene a proponer el olvido. Desentrañarla nos servirá para que nunca más la impunidad se enseñoree entre nosotros. El documento fílmico replicado por Cristina y los actos y los recordatorios en este año de pandemia, son una digna respuesta en nombre de la memoria.

La obra de Nora Patrich, “Del cielo los vieron llegar”, abandonada por el macrismo, es una invitación para seguir la huella. Aquí le rendimos homenaje y gratitud tomando su nombre para titular esta nota. Hay que reinaugurarla y completarla, y llenarla de pueblo y acompañarla con otras expresiones artísticas y populares. Porque alcanzar la paz con la historia, sólo será posible si honramos la memoria de nuestras mayores tragedias. De lo contrario, nos ganará el olvido. Y la impunidad.

Allí, en la memoria, es donde se dirime y se fortalece la cultura de la democracia.

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*Periodista y escritor. Su último libro publicado es «Mocasines, una memoria peronista», editado por la cooperativa Grupo Editorial del Sur (GES).

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