2/05/2021

nada es lo que tenemos en común con los codiciosos parásitos

 

¿Han destruido las finanzas al capitalismo industrial?




(En la gran conferencia de economía de principios de enero, hablé en un panel virtual en respuesta a la exposición de Michael Hudson. El trabajo que expuso no está todavía disponible, pero ha argumentado de manera parecida aquí y aquí. Mis comentarios estaban dirigidos al trabajo que presentaba, pero son también una respuesta a una discusión más general sobre la financiarización. Una versión de este post será publicada en el siguiente número de la Review of Radical Polical Econoimcs)

Michael Hudson argumenta que la anterior era del capitalismo industrial ha dado paso a una nueva forma de capitalismo financiero. A diferencia de los capitalistas de la época de Marx, explica, el capitalismo financiero reclama su parte de la plusvalía extrayendo pago de intereses o rentas económicas en general. Estos nuevos capitalistas financieros se parecen a los terratenientes y otras élites no capitalistas cuya búsqueda de la riqueza privada no hace nada por el desarrollo de las fuerzas de producción, la extensión de la división social del trabajo o el allanamiento del camino hacia el socialismo.

Desde una perspectiva histórica, el carácter progresivo del capitalismo proviene de tres dimensiones en las cuales los capitalistas se diferencian de otras élites sociales. Primero, los capitalistas no reclaman simplemente la plusvalía de la producción, sino que también controlan el proceso mismo de producción; segundo, no utilizan la plusvalía directamente sino que tienen que realizarla vendiéndola en un mercado; y tercero, a diferencia de la mayoría de elites que adquieren su estatus de manera hereditaria o por algún proceso político similar, la perenne existencia de los capitalistas como capitalistas depende de su habilidad para generar una suma de ingreso monetario suficientemente grande que permita adquirir nuevos medios de producción. Es decir, los capitalistas están bajo constante presión para reducir costes a través del progreso tecnológico del proceso de producción. En algunos casos la presión de reducir los costes de producción puede llevar a los capitalistas a apoyar medidas para la socialización de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo mediante políticas de apoyo a la educación pública o la provisión de infraestructuras y otros servicios públicos.

En la historia que cuenta Hudson, la parte de la plusvalía que el capital financiero reclama son esencialmente extractivas; la búsqueda del beneficio por parte de las finanzas elimina la presión por el progreso tecnológico en el proceso productivo y por la inversión pública que ayuda a reducir los costes de producción vía socialización de los costes de reproducción e infraestructuras. La transición del capitalismo industrial al financiero como forma dominante de extracción de la plusvalía se asocia a un gran número de cambios sociales y políticos negativos –represión salarial, privatización de bienes públicos, reformas políticas antidemocráticas, favoritismos impositivos, etc. (El tiempo exacto en el que se produce esta transición no está claro del todo).

Otros autores han contado diferentes versiones de esta historia, pero Hudson es uno de los autores más convincentes. Me impresiona la profundidad de su análisis y convengo con él en casi todo lo que él encuentra censurable en el capitalismo contemporáneo.

Sin embargo, no estoy del todo convencido. No creo que el capitalismo “financiero” e “industrial” puedan ser separados tal y como él propone. Creo que es mejor considerarlos como dos momentos del mismo proceso. Además, soy escéptico de la simple periodización del antes y después que él propone. Mirando a la relación entre finanzas y producción de manera histórica podemos ver movimientos en ambas direcciones, con diferentes ritmos en diferentes lugares y sectores. A menudo el crecimiento del capitalismo industrial en un sector o área ha ido de la mano de un desarrollo hacía las finanzas o del capitalismo extractivo en algún otro lugar. Creo que su artículo da una visión algo sesgada del desarrollo contemporáneo de los Estados Unidos. Por último, me preocupa el programa político que se desprende de su análisis.

1.

Empecemos por la idea de que el capitalismo industrial apoya programas de inversión pública en educación, sanidad o transporte público, ya que reduce los costes de reproducción de la fuerza de trabajo. Esto tiene menos importancia para los propietarios de la tierra, recursos naturales o dinero, cuya extracción de parte de la plusvalía de la sociedad no viene a través de la explotación de la fuerza de trabajo.

Tampoco diría que este argumento es, exactamente, incorrecto, pero me sorprendió la falta de discusión sobre los modos en los que el capitalismo industrial puede reducir los costes laborales –reduciendo el nivel de subsistencia de los trabajadores o reduciendo su poder de negociación o extrayendo mayor esfuerzo de la fuerza de trabajo o recolocando la producción en regiones con menores salarios. Parece más bien optimista pensar que la inversión pública es el resultado normal de capitalismo industrial.

Al contrario, el gasto público en reproducción social solo reduce los costes para la clase capitalista si el nivel de subsistencia queda fijado. Tan pronto como se permita algún grado de conflictividad o negociación sobre la participación de los trabajadores en el producto social, se introduce así la posibilidad de que socializar los costes reproductivos no reduzca el coste laboral, sino que incluso aumenta los estándares de vida de los trabajadores. ¡De hecho, ese es el motivo por el que mucha gente apoya el gasto público!

Por otro lado, no está nada claro, como su artículo sugiere, que los terratenientes rentistas sean un obstáculo para el progreso capitalista.

Ellen Meiksins Wood argumenta, convincentemente, que los orígenes de los que Hudson llama capitalismo industrial deben ser encontrados en el campo británico, donde la competencia entre los arrendatarios motivó mejoras productivas en la producción agrícola. Puede que sea cierto que la mayor parte de las ganancias fueran capturadas por los arrendadores en forma de mayores precios por el alquiler de la tierra, pero eso no quiere decir que esas ganancias no fueran producidas. De manera similar, Gavin Wright argumenta que una de las razones fundamentales del aumento de la inversión productiva en el norte americano antes de la guerra en comparación con el sur fue precisamente que la mayor parte de la riqueza del norte era terreno urbano. Los especuladores de la tierra tenían un fuerte interés en promover la construcción de canales, carreteras u otras formas de inversión pública porque esperaban poder capturar las ganancias del incremento del valor de la tierra.

En la ciudad de Nueva York, la primera línea de metro fue construida por una empresa controlada por August Belmont que fue un gran especulador de la propiedad. En no pocos casos, Belmont –y más tarde la constructora competidora BMT– extendería el servicio de transporte a zonas donde ellos o sus socios amasaban grandes propiedades urbanas, para así vender esa misma propiedad a un mayor precio una vez los servicios desarrollados en la zona aumentasen su valor. La posibilidad de adquirir estas ganancias muy probablemente alentó la inversión privada en el servicio de transporte a comienzos del siglo XX.

Belmont puede parecer una sinécdoque en la más amplia relación entre capitalismo industrial y financiero. Como el planificador de la fuerza de trabajo ocupada en la construcción del metro, como el capataz que infringía su autoridad sobre el control del dinero direccionando los recursos sociales a la creación de nuevos medios de transporte, él se erige como un capitalista industrial –contribuyendo al desarrollo de las fuerzas productivas, así como a la reducción de costes de vida dando a los trabajadores un mejor acceso a zonas residenciales más alejadas y baratas. Como especulador de bienes inmuebles que se aprovecha de la venta de propiedad urbana en esas áreas alejadas a hinchados precios, él se erige en cambio como un parásito financiero. Pero es la misma persona en dos sillas diferentes y solo se preocupa de la primera actividad esperando beneficiarse de la segunda.

Nada de esto es para defender a los propietarios de la tierra. Pero quiero enfatizar que la apropiación privada de ganancias gracias al desarrollo de las fuerzas productivas es, bajo el capitalismo, condición para que ese mismo desarrollo ocurra. De igual modo es condición de ese desarrollo el control coercitivo sobre la fuerza de trabajo en el proceso de producción. Si podemos reconocer la contribución al desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de un representante de un capitalista industrial como Henry Frick, autor de la masacare de Homestead, creo que también podemos hacer lo mismo con un estafador como August Belmont.

En términos generales, me parece que los dos modelos de búsqueda de beneficios que Hudson llama industrial y financiero no son actividades tan disociadas y distintas como parecen a simple vista.

Puede parecer obvio que sacar beneficios de un nuevo y más eficiente modo de producción es muy diferente a beneficiarse usando el poder del Estado para obtener legalmente algún monopolio o para obligar a la gente a pagarte. Es cierto que la primera incluye ganancias reales para la sociedad mientras la segunda no. Pero, ¿de qué manera esas ganancias de la sociedad en su conjunto son reclamados como beneficios de los capitalistas? Primero, gracias al acceso exclusivo que los capitalistas tienen a los medios de producción que les permite reclamar su producto, excluyendo a todos los demás que hayan ayudado a producirlo. Y segundo, por su habilidad de vender a un precio por encima de su coste de producción que les permita obtener beneficios, en vez permitir a todos consumir su producto. En este sentido, las características que Hudson señala como definitorias del capitalismo financiero son igual de fundamentales para el capitalismo industrial. Bajo el capitalismo, crear un producto no tiene un objetivo diferente que el extraer una renta. Capturar rentas es precisamente el objetivo.

El desarrollo industrial puede ser progresista socialmente en un modo que el desarrollo de las finanzas no lo es. Pero eso no significa que el ingreso y la autoridad de un capitalista industrial sea diferente de los de un capitalista financiero, o incluso que sean personas diferentes.

Hudson es consciente de todo esto, por supuesto, y menciona que desde un punto de vista marxista el capitalista también es un rentista. Si llevase esa idea un poco más lejos creo que encontraría problemas en la dicotomía que él mismo presenta.

Demos un paso atrás.

El capital es un proceso, un circuito: M – C – P – C’ – M’. El dinero se avanza para obtener control sobre materias primas y fuerza de trabajo que son combinadas en el proceso de producción. El resultado de ese proceso es convertido de nuevo en dinero a través de su venta en el mercado.

En algún momento en este circuito el capital se expresa en dinero, en otros momentos en fuerza de trabajo y medios de producción. A menudo pensamos en este circuito como algo que ocurre al nivel de una mercancía individual, pero ocurre igual a gran escala. Podemos pensar sobre el crecimiento de la empresa industrial como el comienzo del circuito donde el valor es representado en un proceso productivo especifico y del pago a los accionistas como la ultima parte del circuito, cuando el valor vuelve a su representación en forma de dinero.

Esta vuelta a la forma dinero es tan esencial en el circuito del capital como lo es la producción en sí misma. Es cierto que los pagos a los accionistas absorben una gran porción de los beneficios mucho mayor de lo que han invertido. Podríamos ver esto como un signo de que las finanzas son una especie de parásito. Pero también podemos ver el pago a los accionistas como el momento en el que ocurre el movimiento de M. La producción industrial no requiere que su resultado se transforme en dinero. Pero el capitalismo industrial sí lo requiere. Desde ese punto de vista los ingenieros financieros que optimizan la extracción de beneficios de las empresas industriales son tan fundamentales para capitalismo industrial como los ingenieros que optimizan el proceso productivo.

2.

Mi segunda preocupación es con la dimensión histórica del relato de Hudson. La impresión que uno obtiene de su trabajo es que antes había un capitalismo industrial y ahora lo que tenemos es un capitalismo financiero. Pero no creo que la historia funcione así.

Es cierto que la forma en la que la plusvalía se realiza en forma de dinero ha cambiado en el curso del tiempo. Y también es cierto que mientras que el capital transcurre en un solo proceso, a menudo son diferentes humanos e instituciones los que lo representan en diferentes puntos de su circuito.

En un pequeño negocio, la misma persona puede tener la propiedad legal de la empresa, gestionar directamente el proceso de producción y recibir los beneficios que genera. Hudson acierta totalmente en apuntar que esta forma de empresa era más común en el siglo XIX en el que, entre otras cosas, Marx escribió el primer volumen sobre “el capitalista” sin tener que preocuparse demasiado por donde se encontraba esa persona dentro del circuito del capital. Por el contrario, en una corporación moderna la producción está normalmente en manos de gestores profesionales, mientras que los flujos de la plusvalía fluyen hacia los accionistas o en otras formas de renta financiera. Esto crea la posibilidad de una contradicción entre las condiciones en que se genera la plusvalía en forma de beneficios y la forma en la que se realizan, contradicciones que siempre existen bajo el capitalismo, pero que ahora aparece como un conflicto entre distintas clases sociales.

La conversión de grandes empresas en corporaciones que cotizan en bolsa tuvo lugar en los EEUU en un relativamente corto periodo de tiempo, en los años 90 del siglo XIX. La fecha es por supuesto diferente en otras partes del mundo, pero esta separación entre la propiedad y el control es un fenómeno bastante universal. Ya en aquel momento esto fue percibido como un gran punto de inflexión, y si buscamos una fecha de rotura histórica creo que es ahí donde debemos colocarla. A principios del siglo XX, la mayoría de grandes fortunas ya tenían la forma de activos financieros, y no tanto la forma de posesión directa del negocio. Podemos encontrar testigos contemporáneos como Veblen, que lo describen como un “sabotaje” a las empresas productivas por parte de las finanzas (en The Price System and the Engineers) en términos muy similares a los que alguien como Michael Hudson usa hoy en día.

No es descabellado describir este proceso como financiarización. Pero es importante reconocer que no es un proceso unidireccional o una transición uniforme.

En los años 30 del siglo XX Keynes famosamente describió el desarrollo del capital estadounidense como el subproducto de un casino, de nuevo en términos muy similares a los de Hudson. En la Teoría General una parte importante del argumento es que la bolsa tiene un impacto decisivo en las decisiones de inversión real. Lo curioso es que en aquel momento la tendencia era en dirección contraria. La influencia de los mercados financieros en los gerentes de las corporaciones disminuyó tras los años 20 y alcanzó su punto más bajo más o menos una generación después de que Keynes lo escribiera.

Si pensamos en la financiarización como la influencia de los mercados financieros sobre la organización de la producción, lo que vemos históricamente es una oscilación, una ida y vuelta, un tira y afloja, más que un antes y después bien definido. De nuevo, la fecha varía en el tiempo, pero el constante movimiento de ida y vuelta entre un capitalismo más o menos financiarizado parece ser un fenómeno general. El Japón posguerra es a menudo señalado, con razón, como un ejemplo de economía capitalista con un muy reducido rol de los mercados financieros. Pero esto no fue el vestigio de una forma pasada de capitalismo industrial, sino el resultado de la gestión de la economía durante la guerra, que desplazó a los mercados financieros de su rol central anterior.

Históricamente, también encontramos que esos movimientos hacia mayor o menor financiarización coexisten o incluso refuerzan movimientos en la dirección contraria en otros lugares. Por ejemplo, el trabajo de Hudson habla de la alianza en el siglo XIX entre los banqueros ingleses y los capitalistas protoindustriales contra los terratenientes en lucha para revocar las Corn Laws. Por supuesto, Marx estaba de acuerdo que esto era un ejemplo del lado progresista del desarrollo capitalista. Pero debemos añadir que la otra cara de la especialización británica en la industria dentro de la división mundial del trabajo fue que otros lugares se especializaran en la producción de materias primas, con un incremento concomitante del poder de los terratenientes y la dependencia del trabajo forzado. Algo que todos deberíamos haber aprendido de los nuevos historiadores del capitalismo como Sven Beckert es cómo de íntimamente ligados estaban el desarrollo del trabajo asalariado en la industria en el Reino Unido y el norte estadounidense con el desarrollo de la esclavitud y la producción de algodón en el sur de los EEUU –son de hecho dos caras del mismo proceso. Argumentos similares se han hecho ligando el desarrollo de la industria inglesa y la producción esclavista de azúcar (Williams) y sobre la segunda servidumbre y desurbanización en Europa del este (Braudel).

Entre tanto, tal y como los teóricos del subdesarrollo como Raul Prebisch han explicado, es precisamente el mayor poder de mercado del que disfruta la industria en relación con la producción primaria que permite que las ganancias de productividad en la industria sean capturadas por los capitalistas industriales, mientras que las ganancias de productividad en la producción primaria son capturadas por los consumidores. Podemos identificar lo mismo en los EEUU, donde los tremendos avances de la productividad en la agricultura han traído una comida más barata, no agricultores más ricos. De nuevo aquí, la relación binaria entre terratenientes e industria y la también binaria relación entre monopolio y competencia es justamente la opuesta a la que describe Hudson. Esto no significa que siempre se alineen de la misma forma, sino que sugiere que esa relación es al menos contingentemente histórica.

3.

Volvamos ahora al presente. Como todos sabemos, desde los 80 los tenedores de activos financieros han reafirmado sus posiciones contra las empresas productivas en los EEUU y en gran parte del resto del mundo. Pero no creo que ello implique, como sugiere Hudson, que los grandes capitalistas de hoy en día sean equivalentes a los señores feudales terratenientes. Existen rentistas puros, pero la gran acumulación de riqueza sigue ligada al control sobre el proceso productivo.

Incluso dentro del sector financiero, la extracción de renta es solo una parte de la historia. Uno de los desarrollos más importantes en la esfera de las finanzas durante la pasada generación ha sido el crecimiento de los fondos de capital de riesgo (venture capital) y los fondos de capital privado (equity funds). Aunque diferentes en muchos sentidos –los fondos de capital privado se especializan en la adquisición de empresas ya existentes mientras que el capital de riesgo financia nuevas empresas– ambos pueden ser entendidos como una especie de desfinanciarización, en el sentido de que ambos reunifican la gerencia con el control de la propiedad. Es cierto que la propiedad privada del capital es a menudo destructiva de las actividades de producción concretas y la existencia social de las empresas. Pero el saqueo por parte del capital privado ocurre no a través de la plena capacidad extractiva del terrateniente sino a través del control directo sobre la actividad de la empresa. Por otro lado, la necesidad del capital de riesgo por invertir en startups deficitarias es ciertamente consistente con la visión de que la imposición estricta de un criterio financiero es inconsistente con el desarrollo de la producción. Pero va en contra del simple relato según el cual la industria ha sido reemplazada por las finanzas. (En cambio, el crecimiento de estos sectores parece un ejemplo de como el capital se representa de maneras distintas en diferentes momentos de su circuito. Los capitalistas de riesgo dispuestos a tirar dinero en empresas claramente perdedoras son especialistas en el momento M-C del circuito, mientras que los vampiros de los fondos de capital privado son especialistas del momento C-M).

Es cierto, claro, que las finanzas como industria han crecido de manera relativa dentro de la economía en los últimos 50 años así como los pago de las corporaciones a los accionistas. Hudson describe esta tendencia como “una recaída hacia el feudalismo y la esclavitud por deuda”, pero no creo que sea correcto. El acreedor y el terrateniente están fuera del proceso de producción. Alguien endeudado tiene acceso a los medios de producción, pero está forzado a dar parte del producto al acreedor o al terrateniente. Los capitalistas, por el contrario, ganan su autoridad y reclaman parte de la plusvalía gracias a su control sobre el proceso productivo. Esto es tan cierto hoy como cuando lo escribió Marx.

Hay una opinión extendida de que las ganancias provenientes de la tenencia de activos financieros desplazan los beneficios de la producción de las empresas productivas (no financieras) y que la deuda de los hogares es una forma de explotación que compite con el lugar de trabajo como forma de extracción de la plusvalía –ya que los hogares están forzados a tomar prestado mayores cantidades de dinero para cubrir sus necesidades de subsistencia–. Pero esto es erróneo, confunden el aumento de los tipos de interés en los 80 con un cambio estructural significativo.

Tal y como explica convincentemente Joel Rabinovich, el incremento de la tenencia de activos financieros por parte de las empresas productivas (no financieras) es simplemente el aumento del fondo de comercio de la empresas (o goodwill en inglés) que resulta de la actividad de fusiones y adquisiciones y de las participaciones en empresas subsidiarias, no es el resultado de la acumulación de activos financieros en el sentido usual de la palabra. Mientras, el aparente incremento de los ingresos financieros de las empresas productivas (no financieras) desde los 80 es explicado gracias a los mayores intereses pagados a sus tenencias de efectivo. Respecto a la deuda de los hogares, continúa siendo de manera abrumadora fuente de financiación para la adquisición de vivienda, y no para financiar el consumo; está concentrado en la parte alta de la distribución del ingreso; e incrementó como resultado de las altas tasas de intereses después de los años 80, no por el incremento de la cantidad de préstamos (ver mi discusión sobre el tema aquí). Con la reciente caída de las tasas de interés, gran parte de esta supuesta financiarización se ha revertido. En contra de la argumentación de Hudson en la que una parte cada vez mayor va a parar al pago de la deuda, los pagos de intereses de la deuda en los EEUU suponen ahora un 17% del PIB, igual que en 1975.

En el otro lado de la historia, la transformación del proceso productivo permanece la fuente de las mayores concentraciones de capital. Mirando a la lista Forbes 400 de las personas más ricas de los EEUU, es sorprendente como de raro es la gran concentración de riqueza proveniente de las finanzas, en contraposición con participaciones en empresas particulares. Jeff Bezos (#1), Bill Gates (#2) y Mark Zuckerberg (#3), todos ellos ganan su riqueza gracias al control sobre nuevos procesos productivos, no gracias a sus beneficios financieros en empresas ya existentes. De hecho, de los 20 primeros nombres de la lista, todos menos uno son fundadores y gerentes activos de corporaciones o lo son sus familiares cercanos. (Siendo la única excepción Warren Buffet). Las finanzas y la propiedad inmueble representan una parte algo mayor de las fortunas más abajo en la lista, pero ni mucho menos la principal.

Compañías como Wal Mart o Google y Amazon son claros ejemplos de capitalismo industrial. Venden productos, rebajan precios e imponen una presión a la baja sobre los costes. Los productos baratos vendidos en Wal Mart reducen los costes de subsistencia de los trabajadores de hoy tal y como la importación de productos alimenticios baratos lo hacía para los trabajadores británicos del siglo XIX.

¿Quiere esto decir que Amazon y Wal Mart son buenos? No, claro que no. (Aunque no deberíamos negar que sus sistemas logísticos son verdaderos logros tecnológicos sobre los que se podría construir una sociedad socialista). Lo que vengo a decir es que las grandes concentraciones de riqueza de hoy en día todavía provienen de la competición para vender productos demandados a un menor precio. Esto va contra la idea de la dominación de los rentistas o extractores pasivos de rentas.

Por último, tengo ciertas reservas sobre las implicaciones políticas del análisis de Hudson. Si tomamos su historia hasta sus últimas consecuencias, puede que veamos una división política entre el capital industrial y el financiero, y que demos opción a un movimiento popular que busque una alianza con el capital industrial. No estoy nada convencido de ello. Aunque las finanzas sean un actor social distinto, no creo que sea útil pensar sobre ello como un tipo de capital distinto, uno antagonista al capital productivo. Tal y como he escrito en otro sitio, es mejor ver a las finanzas como un arma por la cual los acaparadores de riqueza imponen la extracción de mayor riqueza al resto de la sociedad.

Ciertamente no creo que los representantes humanos del capital industrial se vean a sí mismos como víctimas de las finanzas. Muchas de las características del capitalismo contemporáneo criticadas por Hudson serían para ellos efectos positivos. Menores salarios, una débil fuerza de trabajo y menores impuestos son deseos de los capitalistas industriales igual que de los terratenientes y los banqueros. Los ejemplos que Hudson da de capitalistas industriales y sus representantes políticos apoyando políticas por la socialización de los costes de reproducción son reales y merece la pena aprender de ellos, pero como productos de unas circunstancias históricas concretas, no como características generales del capitalismo industrial. Necesitaríamos una mejor explicación de las condiciones específicas bajo las cuales el capital apoya medidas de reducción de los costes laborales a través de la inversión pública –en vez de simplemente reprimiendo los salarios– para valorar en qué medida, y en qué áreas, existen hoy en día.

Incluso si fuera posible, no estoy seguro de que este tipo de programa político ayude demasiado a una agenda política transformadora. Hudson cita la descripción de final de siglo de Simon Patten: los servicios públicos como la educación representan “el cuarto factor de producción”, el cual es necesario para mejorar la competitividad industrial –dando a entender que argumentos similares pueden ser exitosos hoy en día–. Francamente, este tipo de lenguaje me sorprende ya que me parecen más características fundamentales de nuestro neoliberalismo que base para una alternativa al mismo. Como profesor de una universidad pública, rechazo la idea de que mi trabajo sea incrementar la capacidad productiva de los trabajadores o reducir los costes de producción del capital estadounidense. Ni tampoco creo que tengamos éxito defendiendo la educación y otros servicios públicos de ser desmantelados usando ese lenguaje. Y por supuesto, ese no es el único lenguaje del que podemos echar mano. Como Mike Konczal expone en su libro Freedom from the Market, históricamente la lucha por la provisión pública de servicios se ha hecho a menudo en términos de retirar de las influencias del mercado ciertas áreas de la vida, así como de los argumentos que Hudson describe.

Aún de modo más fundamental, encuadrar el mensaje aquí sugiere que las características despreciables del capitalismo emanan de que el capitalismo no es suficientemente capitalista. El foco en los monopolios y las rentas sugiere que lo que es deseado es una economía de mercado más competitiva. Decir que la injusticia y el despilfarro del capitalismo existente emana de impedir que los precios sigan los costes de producción Es una posición sorprendentemente proudhoniana. Es desde una perspectiva marxista desde la que entendemos que la fuente de la injusticia y el despilfarro es precisamente la presión por competir en base a menores costes de producción.

Hay muchas cosas interesantes y perspicaces en el trabajo de Hudson –como siempre, por otra parte–. Pero no quedo muy convencido de que el capitalismo industrial y financiero deban ser pensados como dos sistemas opuestos, o que podemos contar con una explicación históricamente seria sobre una transición del uno y al otro. La industria y las finanzas deben ser entendidas, en mi opinión, como dos lados del mismo sistema, o como dos momentos del mismo circuito del capital. El capitalismo es un sistema en el que la actividad creativa humana es subordinada a la acumulación de dinero sin fin. En este sentido, las finanzas son fundamentales para la producción. Si nos empecinamos en la división entre industria y finanzas corremos el riesgo de atribuir efectos objetables de la acumulación a algún otro factor –a un rentista o a un terrateniente– dejando una sesgada e idealizada visión del capitalismo productivo como resultado.

Siendo esto la URPE (Unión de Economía Política Radical), muchos habremos cantado en algún momento u otro aquello de “nada es lo que tenemos en común con los codiciosos parásitos”. ¿Creemos que esas palabras se refieren solo a los banqueros, o también a los jefes de industria?

Nota: mi colega Julio Huato ha realizado aquí una argumentación similar como respuesta a una versión anterior del trabajo de Hudson hace algunos años.
 
Es profesor de economía en el John Jay College, en Nueva York y en el Instituto Roosevelt

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