2/04/2021

derechos de bragueta

 Esteban Montenegro: “Las nuevas generaciones deberían entender que su frustración personal es constitutiva e intransferible”

En un extenso diálogo con Mogambo, Esteban Montenegro, filósofo, escritor y miembro de Nomos Estrategia, ofreció enjundiosos y originales puntos de vista: “La promoción de discursos y valores que premian el pacifismo y la debilidad tienden a impedir la aparición de un poder suficiente capaz de enjuiciar y derrotar materialmente el poder dominante”. Un proyecto editorial único en su tipo, comandado por jóvenes que se atreven al pensamiento disruptivo en clave peronista.

Por Nancy Giampaolo

¿Cómo surge Nomos y cómo definirías su propuesta editorial?

Nomos es un grupo de estudios y proyecto editorial donde confluimos un grupo de compañeros que venimos de la filosofía, la ciencia política y las relaciones internacionales. En principio nos juntamos pensando en la recuperación y revalorización de toda una serie de pensadores nacionales olvidados, tales como Carlos Astrada, Saúl Taborda, Nimio de Anquín, Carlos Cossio, Miguel Ángel Virasoro, Amelia Podetti, etc. Todos ellos nos parecían una fuente indispensable para situar el pensamiento de Perón en un contexto más amplio y confrontarlo con el presente. Pero para diferenciarnos de otras tentativas de rescate de nosotros mismos que no atienden al momento político de nuestro tiempo (el de la globalización neoliberal y su “izquierda fucsia”, el surgimiento de los populismos y la multipolaridad, etc.), decidimos dar un rodeo publicando en primer lugar autores extranjeros representantes del pensamiento antiglobalista como Aleksandr Dugin, Alain de Benoist, Jean-Claude Michéa, Costanzo Preve y Diego Fusaro. Recién este año comenzamos a publicar escritos de nuestra pluma, con los tres volúmenes de la Colección Viral, sobre los desafíos y oportunidades que abre la pandemia para nuestro país. Ahora estamos a punto de lanzar un libro de mi autoría (Pampa y Estepa: el peronismo y la Cuarta Teoría Política) donde pongo en diálogo la filosofía argentina con el eurasianismo ruso, hago una lectura personal de La comunidad organizada y ensayo posibilidades de releer la historia del peronismo a la luz de la Cuarta Teoría Política de Aleksandr Dugin.

¿En qué sentidos creés que hacen diferencia respecto de otras editoriales?

Nuestra editorial intenta hacer una contribución teórica y conceptual distinta. Por nuestros intereses y objetivos, desde un primer momento somos independientes de cualquier agrupación política y de cualquier institución académica. Nuestro catálogo es una peculiar forma de escritura, crítica de nuestro tiempo, donde confluyen libros de variada procedencia y enfoque disciplinar todos destinados a interpelar y movilizar voluntades. La idea es crear un nuevo lenguaje que sirva de mapa para la praxis política de nuestra generación que, por el momento, no ofrece un perfil propio. En ese sentido, nuestra diferencia específica es que publicamos libros en tanto proyecto metapolítico. No nos insertamos en un nicho de lectores previamente existente, sino que lo creamos nosotros sobre intereses preexistentes que no tenían su ámbito de referencia común. Un libro, en este marco, no es una mercancía. Tampoco es concebido en función de una carrera profesional en el aparato científico, ni como una excusa para dar muchas conferencias mientras dura la campaña electoral. Cada libro publicado por nosotros tiene una función y un cometido específico en términos hermenéuticos: contribuir humildemente a la necesaria actualización política y doctrinaria del movimiento nacional de todos los argentinos, que no es monopolio del peronismo (ni siquiera del auténtico) sino también espacio de las izquierdas con vocación nacional y de los nacionalistas o conservadores con vocación social. De allí también la pluralidad temática e ideológica de nuestras publicaciones.

Hablame un poco de algunos de los planteos de los autores que publican…

Creo que lo más importante es que nuestros autores ayudan a trazar la divisoria de aguas de nuestra época en materia política: la que enfrenta al globalismo liberal de las élites políticas, sociales y económicas con la causa de los pueblos del mundo entero, de los “derrotados por la globalización”, de los sometidos a la flexibilización material y simbólica de sus formas de vida. Diego Fusaro explica en su libro El Contragolpe que, tras la caída de la Unión Soviética vivimos en la época del “capitalismo absoluto”. Los límites éticos del viejo mundo europeo burgués, con sus Estados nacionales, sus mercados protegidos, sus derechos laborales, su religiosidad y sus rígidos marcos normativos en materia ética, dejan de estar vinculados al desenvolvimiento histórico del Capital. Por el contrario, las exigencias de este ahora desbordan todo marco nacional y todo arraigo, exigiendo el abandono y la destrucción de todo límite (sea estatal, comunitario, religioso, ético o familiar) que pueda interponerse al imperativo de goce de la novísima sociedad de consumo y a la movilidad sin fronteras de bienes y personas. La izquierda occidental, una vez caído el muro de Berlín y la URSS, se plegó a este movimiento proponiendo alcanzar “un capitalismo con rostro humano” mediante, en el mejor de los casos, la morigeración de sus consecuencias sociales más duras. Y, a veces, ni eso. El verdadero fuerte de esta izquierda divorciada del pueblo resultó ser la prédica de la inevitabilidad histórica de las transformaciones que el neoliberalismo impuso con su “fábrica” de micro-subjetividades e identidades políticas transversales y flexibles (el ecologismo, el feminismo, el indigenismo, el animalismo, el derecho-humanismo, etc.).

Tal es así que, junto a Alain de Benoist en El Momento Populista (en prensa), entre otros, Diego Fusaro considera la ideología de las élites del momento globalista actual como la síntesis de una “derecha económica” pos-burguesa y de una “izquierda cultural” pos-proletaria. La respuesta política integral de los pueblos debería ser, entonces, un “retorno de los límites” que oficie una síntesis entre la defensa de los marcos simbólicos de la “derecha cultural” (“religiosidad”, “soberanía nacional”, “seguridad”, “familia”) y de las posiciones de la “izquierda económica” (“representación política de los trabajadores”, “justicia social”, “proteccionismo”, “propiedad en función social”, “difusión de la propiedad”, etc.). Para los que conocemos el pensamiento de Perón, no sorprende que la defensa de la religión, la patria y la familia sea inescindible de la ayuda y la justicia social, cuya consecución supone “combatir al capital” y ponerlo en función de la economía, y a esta en función del hombre. ¿Pero no es acaso esta explicación novedosa y acertada a la hora de ordenar el panorama político actual donde, no por casualidad, reina la confusión?

Otro punto de importancia. Aleksandr Dugin, con su Cuarta Teoría Política, sintetizada en Identidad y soberanía: contra el mundo posmoderno ha dado un paso más y ha develado los dos dispositivos con que el enemigo liberal divide y derrota, desde el siglo pasado, a sus enemigos: el anti-comunismo y el anti-fascismo. Con el macartismo anti-comunista en mano, el sistema convence a la “derecha de los valores” de que cualquier compromiso tendiente a establecer políticas sociales es “comunismo” y que, a su vez, este es “ateo” y “subversivo” por naturaleza. Esto es un error. Basta observar el apego a la tradición en todos los países de la ex-órbita socialista soviética y en China, y compararlos con la decadencia de Occidente para darse cuenta de que aquello que las derechas llaman “marxismo cultural” en realidad es “liberalismo cultural” y solo se observa en los países donde el capitalismo neoliberal ha ganado más terreno. ¿Cuál es, del otro lado, la herramienta liberal para operar por izquierda? La perorata anti-fascista, tan cara a las izquierdas ilustradas ayunas de superioridad moral. Con ella el sistema convence a los partidarios progresistas del socialismo y la justicia social de que hablar de familia, patria o fuerzas armadas es sinónimo de “fascismo” y “reacción”, y de que se trata de cebos para limitar “derechos” y reprimir al pueblo, del “brazo armado del Gran Capital”. Ese fue el espíritu de, por ejemplo, la Unión Democrática que uniendo comunistas y socialistas a radicales y conservadores, intentó impedir el triunfo de Perón en 1946. Fundamentalmente, este dispositivo impide que las distintas tradiciones de izquierda conecten a un nivel profundo con el pueblo, que siempre está empapado de imaginarios tradicionales, de un profundo arraigo religioso y de sentimientos patrióticos. El resultado histórico del siglo XX ha supuesto la aplicación efectiva de esta tenaza que disocia el antagonismo social del antagonismo nacional. Hasta hoy el liberalismo recurre a esta estrategia y, para tal fin, y ante la imposibilidad de pilotar la crisis con los antiguos partidos “de centro”, cada vez más desgastados y neutrales, promueve la aparición de “populistas de izquierda” y de “populistas de derecha” por separado, los que desarticulados unos de otros pronto se integran al sistema como colectoras un poco más radicalizadas, unos al redil social-demócrata progresista (como Podemos) y los otros al redil neoliberal conservador (como Vox). En mi libro Pampa y Estepa dedico los últimos dos capítulos al análisis de estas cuestiones y concluyo en la necesidad de que, para no caer en esta desarticulación y consecuente derrota, la izquierda nacional y el conservadurismo popular son patas necesarias de articular en el amplio y variopinto movimiento nacional revolucionario que el peronismo supo ser en sus mejores horas.

¿Qué pensás de la proliferación de grupos identitarios a partir del género, el peso (los gordes) o la raza (ahora se descubre que hay afroargentinos)?

Me parece de una ingenuidad infinita que, además, está promovida por intereses bien concretos. Detrás de las apelaciones al “reconocimiento” (Honneth) operan la “moral del resentimiento” (Nietzsche) y el “poder pastoral” (Foucault). El que se reconoce minoría, oprimido y estigmatizado, permanece en una posición subalterna, no solo respecto del “denunciado” sino de la autoridad pública, de la cual demanda intervención pasivamente. ¿Qué hay más “patriarcal” que eso? Son los dueños del dinero y del poder global los que, mediante la promoción de estas causas, desvían la atención de la crítica sistémica hacia las nimiedades que preocupan a una clase media hipersensibilizada o a minorías cuya sobrerrepresentación pública divide las identidades políticas y de clase tradicionales, las únicas capaces de transformar de raíz la sociedad en un sentido revolucionario. En palabras de Marx: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”.

La promoción de discursos y valores que premian el pacifismo y la debilidad tienden a impedir la aparición de un poder suficiente capaz de enjuiciar y derrotar materialmente el poder dominante. Por eso, detrás de toda condena moral de la violencia, de la guerra, de la fortaleza física o de la virilidad espiritual, de la cual cualquier mujer podría ser depositaria, como demostró con creces Eva Perón y tantas otras compañeras en los años 70, se esconde la voluntad del Poder del Dinero, que quiere pueblos anestesiados, ganado servil que espera redención de su propia cobardía pero que, a cambio de ello, solo obtiene castigo; y con ello se contenta porque, moralmente, ¡justifica su “bondad”! Nos quieren convencer de que los oprimidos siempre son los buenos de la película para que querramos seguir siendo oprimidos y no nos afirmemos políticamente como pueblo por miedo a responder “quién pone los muertos”. El enemigo no se pregunta eso, por eso mientras pasa el tiempo y nos volvemos más y más “buenos”, los muertos y los presos los seguimos poniendo nosotros.

Las nuevas generaciones deberían entender que su frustración personal es constitutiva e intransferible, que no es culpa del frívolo que sólo se fija en nuestra apariencia, ni de quien nos quiere usar para su goce egoísta como objetos, ni culpa del que come carne, ni culpa de la historia entera de la humanidad (“¡maldito patriarcado!”). Tampoco cambiar de objeto de deseo cambia nada en cuanto a quienes somos. Ninguna mirada ni objeto externo define lo que somos: solo lo que hacemos con nuestro tiempo y nuestra vida.  De nuestra propia negatividad y vacío nos liberamos primero aceptándolos y, luego, buscando destinos más nobles, afirmativos y creativos para nuestra energía: la política, el arte, la filosofía o la religión (siempre que sean profunda y no moralmente entendidas). Como diría Nietzsche, la pregunta no es “libre, ¿de qué?”, sino “libre, ¿para qué?”.

Para el mundo del espíritu, también llamado “cultura”, todo lo que vale la pena es un exceso de concentración y afirmación de fuerzas que a uno mismo lo exceden y en cuya escena uno mismo se desgarra y ofrenda. Los excesos de fuerza, de concentración, de rigor, de trabajo se pueden corregir, moderar y encauzar, pero son un indicador de salud. Su energía es la “madera” del ser auténtico de la humanidad. El resentimiento no, su dirección está equivocada de raíz. El problema nunca es “censurar o permitir”: ese es el lenguaje del Poder, de este mundo vicioso de hedonistas, abogados penalistas y periodistas morbosos. El desafío ético y ontológico para toda comunidad política (siempre todos vivimos en una) es postular fines y ejemplos modélicos en cuya realización podamos otorgar algún sentido a la propia existencia.

Siendo peronista, ¿qué opinión te merece la gestión de Fernández?

No tengo una opinión definitiva al respecto porque todavía es un gobierno nuevo. Pero la centralidad que se le otorga al cuidado de las formas republicanas parece contradecir las oportunidades históricas que abre un momento de crisis, como señalamos en nuestra página y en nuestros libros de la Colección ViralEs curioso que, en pleno pico de la pandemia, con la pobreza y el desempleo creciendo, la agenda prioritaria a nivel interno sea el “lawfare” y la reforma judicial. Cuando la vida está en juego, apegarse a un orden jurídico que beneficia delincuentes y boicotea cualquier clase de decisión política razonable en materia económica (como la acertada, aunque improvisada, expropiación de Vicentín) erosiona el principio de autoridad política del Estado. Si no tenemos soberanía política real y nos asusta que alguien siquiera enuncie su contenido, es otra cosa. Soberano es quien decide en estado de excepción (Carl Schmitt). Si la decisión no llega, ya sabemos lo que nos espera a falta de un Estado político soberano: una República sin patria apelando al fetiche de la Constitución y el parlamentarismo para justificar el saqueo y la pobreza de las mayorías. A lo que no ha de faltar un sutil “condimento” progresista: asistencia financiera a falta de trabajo para los pobres y “derechos de bragueta” para alinear a la estudiantina de las grandes ciudades: la hija putativa de las clases dirigentes.