1/31/2021

porteños que viven al borde


Si es cierto que la infancia es la patria del hombre, de la mano de este texto Pedro Saborido regresa a Gerli, adonde pasó sus primeros años, hizo líos y creció, y también a Avellaneda en donde se recibió de técnico electrónico, cursó la carrera de cine y junto a amigos como Omar Quiroga, proyectó lo que venía. Con semejante autoridad y nutridos antecedentes, el autor de Una historia del fútbol y Una historia del peronismo acaba de publicar Una historia del conurbano (Planeta).


Por Carlos Ulanovsky*

(para La Tecl@ Eñe)



Para que, de entrada quede en claro, el inefable Saborido (desde la década del ´80, humorista de radio y de televisión) sostiene que “el conurbano es un noviazgo entre Ken y Barbie, entre la civilización y la barbarie”. Y en afán de sumar precisiones define al habitante del conurbano: “Porteño que vive al borde”. Es que, según el creador de brillantes ficciones de humor (Magazine for fai, Delikatessen, Todo por 2 pesos), el habitante del conurbano oscila entre dos tentaciones: “Imitar burdamente a la metrópoli o huir de los modelos de aspiración porteños”. Lo que en un momento observa Saborido es prueba cabal de afirmación identitaria: los adornos o recreaciones artísticas instalados en los techos, frentes o veredas de sus casas, acerca de las que advierte: “Son todas obras de discutible valor estético englobadas en la línea ‘A la mierda el buen gusto’ “. A eso le agrega íconos y símbolos muy reconocibles: estaciones de tren con nombres de prosapia anglo (Banfield, Hurlingham, William Morris, Wilde), barrios enteros construidos sobre terrenos rellenados con basura; autos estacionados en la vereda; fábricas abandonadas; casas con frentes sin revocar ubicadas en calles de tierra.

Autodefinido (quien sabe si desde una extrema humildad o basado en su formidable sentido del sarcasmo) como “sociólogo salvaje” o “filósofo de pizzería”, el compañero de rubro de Diego Capusotto cumple lo que promete. Sus relatos ofrecen deleite, goce, reflexión. Y eso no es poco, habida cuenta que “el conurbano contiene a todas las culturas de la Argentina, desde las más pudientes a las más pobres”. Y algo más definitorio todavía porque, formalmente, la Argentina queda en uno de los conurbanos del mundo: “Si la Argentina tiene todos los climas, el conurbano tiene todas las argentinas”.



Un territorio de fantasía

En la Argentina conurbana made in Saborido todo es posible. Hasta polirrubros, alejados de la estación pero que ofrecen desde servicio de radiografías a consultorios odontológicos. ¿Por qué no? Todo será cuestión de creer. Para confirmar su fé el habitante del conurbano tendrá ocasión de encomendarse a distintas vírgenes; la de las franquicias, la de los locales de segundas y terceras marcas, o la de las queserías y fiambrerías con pretensiones gourmet. Así de delirante es casi todo, pero también hay mucho apoyado en la realidad. En origen, el conurbano estuvo construído de sucesivas invasiones, la primera, sucedida en 1806 encabezada por el brigadier Beresford en la zona de Quilmes, y las más recientes – digamos las de los últimos 50 años- provienen del arribo de millares de personas que llegaron de otras provincias buscando un lugar en el mundo. El capítulo inglés (Parte 2) es de parejo delirio en relación al resto del libro, pero también es un muy aplicado tratado de historia y economía, de trabajo y de lenguaje que mucho divertiría a habitantes del Reino Unidos con algún sentido del humor. Igual que el momento en que una mujer de barrio, esposa, madre, maestra jardinera y argentina que con palabras simples y contundentes le sopla a un jóven Perón las veinte, e incluso más, verdades justicialistas, mucho antes del 17 de octubre y cuando ni siquiera existía la palabra peronismo. Así es este libro: profundidad, dolor y risa. Objetivos que se reiteran en los resúmenes (recuadros de fondo grisado) que cierran cada capítulo. Presentados como Análisis y Reflexión y firmados por presuntos especialistas que arriesgan hipótesis irrefutables como que “Gran parte de lo que somos es el lugar donde vivimos”. En esa sección de conclusiones Saborido no se priva de exhibir diversos conurbanos del conocimiento. Esgrime a Foucault y a Freud, a Putin y Los Beatles, a Sarmiento y el Martín Fierro a los que evidencia conocer tanto como a Monte Chingolo, Laferrere, Berazategui o Aldo Bonzi.






El particular sentido de la observación de Saborido de tan cercano, llega muy lejos. Es fenomenal la idea de “los simuladores del conurbano”, que funcionan acá nomás o a miles de kilómetros. El simulador de La Matanza tiene las cataratas del Iguazú pegada a la rotonda de San Justo. Como si fuera una disculpa, el autor aclara: “Son detalles de terminación”. Hay otro que se levanta a 400 kilómetros de Shangai en donde se fragua un muy argentino asado de cumpleaños o donde Dani les enseña a posibles inmigrantes chinos a la Argentina (futuros propietarios de supermercados) asignaturas esenciales: “Envase con seña” o “Fiado, no”.

Es que en la mente más que abierta de Saborido cabe todo. Lacarra y General Belgrano, en Gerli y el sifón de la empresa Garmendia hermanos que por algún motivo se incrustó en el alerón de una nave espacial rusa; tipos que se toman un ácido en Hamburgo y pegan un viaje bárbaro en el conurbano, o la aparición de Brad Pitt comprando un chipá en la estación Lanús. Parafraseando a Freud que, citado por Saborido, habría dicho que hay dos formas de ser feliz: ser idiota o parecerlo. En la misma, desopilante dirección del libro puede afirmarse que hay dos formas de ser feliz: ser del conurbano o parecerlo. Y hasta una tercera: leer este libro.

*Periodista y escritor. Su último libro publicado es «36.500 días de radio», Editorial Octubre.

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