Trump, el voto blanco, las minorías y los demócratas
Musa Al Gharbi
Las elecciones presidenciales norteamericanas de 2000 y de 2004 las ganaron los republicanos. Las de 2008 y 2012, los demócratas. Los republicanos ganaron en 2016 y los demócratas de nuevo en 2020. Pese a su victoria de 2008 y de 2012, los demócratas sufrieron reveses históricos en las elecciones de mitad de mandato de 2010 y de 2014.
Si se quieren comprender estos resultados diferentes de un ciclo a otro, hay que interesarse, no por quienes votan siempre de la misma manera, sino, por el contrario, por aquellos cuyo comportamiento electoral varía de año en año. Es un principio elemental de la estadística. No se puede explicar una variación recurriendo a una constante. Y, sin embargo, a juzgar por el tratamiento de la dimensión racial de las elecciones norteamericanas, es exactamente eso lo que parecen querer hacer muchísimos comentaristas.
La «potencia del patriarcado blanco»
En la página digital norteamericana Vox [especializada en análisis político y de los medios], por ejemplo, las periodistas Fabiola Cineas y Anna North insisten en “hablar de los blancos que votaron a Donald Trump”. ¿Su argumento? Si bien en el curso de los últimos cuatro años, hay minorías que han podido pasar al campo republicano, es innegable que Trump sólo pudo ganar en 2016, y no anduvo lejos de ganar una vez más en 2020, por el hecho de que una mayoría de ciudadanos blancos votó por él en cada una de estas elecciones. De la misma manera, puesto que Trump ha logrado la adhesión de una mayoría de hombres blancos, un celebre editorialista del New York Times [Charles M. Blow] no dudó en escribir en las columnas del periódico que en 2020, “las encuestas a los votantes subrayan la potencia del patriarcado blanco”.
En realidad, los sondeos entre los votantes (y bastantes datos más) muestran a las claras que las mujeres y las minorías han votado más ampliamente republicano en 2020 que en 2016, y que Biden sólo pudo ganar estas elecciones gracias a que los hombres blancos le dieron su voto a los demócratas, pese a sus preferencias tradicionales. Dicho de otro modo, si el “patriarcado blanco” no hubiera votado como lo hizo esta vez, tendríamos todavía por delante cuatro años de gobierno de Trump.
Un electorado adquirido
Cierto es que el Partido Republicano se ha hecho con una mayoría del electorado blanco. Pero eso no tiene absolutamente nada que ver con el candidato Trump. Los republicanos obtienen de modo mayoritario la adhesión del electorado blanco en cada escrutinio presidencial desde 1972. No sólo no ha obtenido Trump un porcentaje extraordinario del voto blanco, sino que ha sido peor que el de su predecesor. Y a lo largo de todo su mandato, hasta la última carrera a la presidencia, no ha dejado de perder votos entre el electorado blanco.
Dicho de otro modo, si se considera el efecto Trump sobre el voto republicano de la población blanca, no cabe ninguna duda de que se ha tratado de un efecto sistemáticamente negativo. Trump no ha unido a los blancos con su retórica y su política racistas, sino que se ha enemistado con ellos. Y si el estilo Trump ha repelido a buen número de simpatizantes republicanos blancos, parece, por el contrario, haber seducido a numerosas minorías. Así se deduce claramente de los sondeos a pie de urna y de los resultados de voto de los últimos cuatro años.
Pero en lugar de tratar de comprender este comportamiento con matices o con profundidad, numerosos comentaristas eminentes han seguido insistiendo en que esos electores de color, dado que habían votado a Trump, eran en realidad blancos. Una mentalidad que queda perfectamente ilustrada por el mismo Joe Biden, desde antes de las elecciones, cuando explicaba el pasado mes de mayo, durante una entrevista en una radio norteamericana, que los afroamericanos que se preguntaban qué votar en noviembre “no eran negros” (“si tienes problemas a la hora de saber si estás a favor mío o a favor de Trump, entonces es que no eres negro”). Así pues, parecería que para una gran parte de la élite, no eres persona de color si no sabes votar “convenientemente”. Son incontables las crónicas que, durante cuatro años, han hablado de hispanos, de latinos, del pueblo negro, de asiáticos y de “gentes de color” en general, subrayando de modo masivo que Trump, su retórica y sus reformas, eran anatema para esos diversos grupos. Y he aquí que ante los resultados de estas elecciones, de repente, muchos han hecho el descubrimiento -más bien fácil- de que las poblaciones hispanas y latinas no formaban un solo bloque.
Esconder la cara
Es más que probable que si los demócratas hubieran conseguido más votos de los electores asiáticos e hispanos, nos hubiésemos visto abrumados de artículos explicando que los “Latinx” [denominación de género neutro que se da a veces a los hispanos] habrían dado un vuelco a las elecciones, que la importancia del voto “asiático” no habría hecho más que crecer, que los “BIPOC” [“blacks, indigenous and people of color”] eran el futuro de la política norteamericana…Pero debido a que esos electores le dieron su voto a Trump, lo que hemos podido leer ha sido bastante diferente. “¿Hispano?, ¿asiático?, ¿“gente de color”? ¿Tienen todavía sentido estos términos?”
Hasta cuando se analiza el voto hispano y latino en subgrupos de diferente ascendencia – sudamericanos, dominicanos, puertorriqueños, mexicanos o cubanos – se observa que en todas estas poblaciones se ha votado por Trump. Desde luego, la proporción varía de un grupo a otro, pero se constata en todas partes la misma tendencia. El fenómeno se ha producido también en el seno del electorado asiático. Con excepción de los nipo-norteamericanos, prácticamente todos los subgrupos asiáticos han votado por Trump en el curso de los últimos cuatro años. Y esto vale también para los musulmanes, los judíos y demás minorías religiosas. Las tendencias en el interior de los subgrupos de población se correspondían en general, por tanto, con las que han prevalecido a escalo macro y que remitían a “hispanos”, a “asiáticos” o a “negros” en su conjunto.
Los demócratas no tienen interés alguno en dejar de esconder la cara. Hace más de diez años que el Partido no deja de perder electores entre las minorías, a tal punto que tiene dificultades para formar una coalición viable. El Partido Demócrata parece enajenarse cada vez más a las personas de color. Los republicanos, por el contrario, se han mostrado capaces de captar a este electorado, hasta con Trump al mando. Quienes en los medios de comunicación y en las universidades pretenden hablar en nombre de la gente de color están en buena medida desconectados.
Por desgracia, en la izquierda, parece que hay más preocupación por el hecho de hacer avanzar una concepción absurda de raza que por los intereses o preocupaciones de los ciudadanos no blancos. En lugar de tratar de analizar lo que no funciona en el mensaje o el programa del Partido – y ajustarlo en consecuencia-, se busca por todos los medios explicar lo que no funciona en la gente que, en número cada vez mayor, no vota como “debiera”. Los demócratas no sacaron prácticamente lección alguna de las elecciones de 2016. Por desgracia, corren el riesgo de obrar igual en lo que respecta a las elecciones de 2020.
prestigiado sociólogo y epistemólogo crítico, es investigador del departamento de Sociología de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Ha publicado artículos en The New York Times, The Washington Post, The New Republic y The Atlantic.
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