¿Esperanzas para 2021?
Mike Davis
Me escribió alguien para preguntarme ‘cuáles eran mis esperanzas para 2021’. Respondí que, antes de hablar acerca de esperanzas y oportunidades, nos hace falta primero reconocer nuestra vergüenza colectiva en el fracaso el año pasado en la construcción de un movimiento nacional de protesta eficaz contra las medidas políticas que han llevado a la muerte evitable de cientos de miles de personas del común y a la ruina económica de decenas de millones más. Las repercusiones se han visto grotescamente amplificadas en las comunidades de color y entre la fuerza laboral de bajos ingresos (aquí en California, dos tercios de los muertos llevan apellidos españoles) Se calcula que los ciudadanos mayores de las minorías son los que comprenden la mayoría de los 110.000 fallecidos que ayer resaltaba el New York Times: una masacre igual en número a una estimación común de los muertos por la bomba atómica de Hiroshima.
Desde finales de marzo en adelante, se generó el impulso para dicho movimiento gracias a cientos de protestas de gente de a pie y a paros de trabajadores de la atención sanitaria, el sector de alimentación y de servicios, con Nurses United [Enfermeras Unidas] como voz nacional. En algunas zonas, secciones de DSA [Democratic Socialists of America] y grupos de BLM [Black Lives Matter] organizaron actividades de apoyo, mientras activistas de derechos de inmigrantes y reclusos trataban de llamar la atención sobre la explosión de la pandemia dentro de las cárceles, instalaciones penitenciarias y centros de detención. Pero no hubo ningún intento de verdad de coordinación nacional, o de creación de una coalición de emergencia inclusiva. Tampoco puedo recordar una sola publicación progresista que editorializase en favor de protestas nacionales y de construcción de un movimiento.
Se podría haber esperado que el liderazgo viniese de Sanders y Our Revolution, pero si bien Bernie aplaudió a los trabajadores y ofreció propuestas alternativas de acción en el Congreso, su campo se vio casi por completo absorbido en la tarea de hacer salir a votar en noviembre. En efecto, abdicó de lo que hubiera sido una premisa principal de su campaña: el papel integral de la protesta a la hora de galvanizar a los votantes. La respuesta sindical nacional fue igualmente electoral y, por parte de muchos sindicatos, pavorosamente discreta. Mientras BLM demostraba repetidamente que la protesta con mascarilla y a prudente distancia podía volver con seguridad a las calles, los liberales y demasiados progresistas se quedaron en sus refugios inocuamente. Por consiguiente, las turbas neofascistas de Trump – vectores criminalmente activos de contagio – acabaron adueñándose de la pandemia o, quizás con más exactitud, de los sacrificios económicos que impusieron las medidas políticas republicanas. Por su parte, la campaña de Biden, mentalmente lenta y mecánica, permitió que salud y empleos se contrapusieran como prioridades, regalándole millones de votos a Trump. Tampoco presionaron los demócratas el botón populista más evidente disponible: la inmensa transferencia de riqueza hacia arriba a Bezos y la clase de los multimegamillonarios.
Un movimiento de protesta nacional habría abierto un segundo frente para BLM y cambiado la dinámica de las elecciones. Habría puesto de manifiesto las campañas organizativas concretas de sindicatos y comunidades que deberían ser prioridades que apoyar en 2021. Habría mantenido Medicare for All en lo más alto de la agenda e impedido la actual marginación de las voces progresistas en la administración Biden.
La izquierda tiene que arrastrar el hecho de que, pese a la inmensa popularidad de sus ideas y al dinámico ejemplo de BLM, seguimos despistados y sin organización como fuerza nacional. Tenemos que dejar de mirar el lado bueno de las elecciones y hacer por juntarnos. Renovar nuestro compromiso con BLM y trabajar como posesos para construir una coalición nacional sobre causas múltiples por la vida y la justicia.
profesor del Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008), Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009) y junto con Justin Akers Chacón, Nadie Es Ilegal, Combatiendo el Racismo y la Violencia del Estado en la Frontera (Chicago, Illinois. Haymarket Books. 2009).
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