¿Un Estados Unidos sin republicanos ni demócratas?
Imagen de campaña del partido Libertario. Fuente: Lucy Brenton (Wikimedia)
Álex Maroño
@alexmaronho
Estados Unidos tiene un sistema político fuertemente bipartidista, donde el Partido Republicano y el Partido Demócrata controlan la mayoría de esferas de poder. Sin embargo, el país cuenta con numerosos partidos minoritarios como el Partido Libertario o el Partido Verde que han llegado a ser decisivos en diferentes elecciones presidenciales y han influido en el rumbo de los partidos mayoritarios. ¿Avanza el país hacia un sistema multipartidista o conservarán el poder los dos poderes tradicionales?
Republicanos o demócratas. La política en Estados Unidos se ha caracterizado por el monopolio de dos grandes partidos con una base fiel de afiliados y la lucha constante por el apoyo de los electores independientes. El último presidente que no pertenecía a una de estas dos facciones políticas —excluyendo la Unión Nacional bipartidista durante la Guerra Civil— fue Millard Fillmore, político whig que lideró la república entre 1850 y 1853. Pese a la primacía del partido del elefante y del partido del burro existen otros movimientos políticos en el país, como el Partido Libertario, el Partido Verde, el Partido Comunista o el Partido de la Constitución, aunque con escasa o nula representación parlamentaria. Sin embargo, estas formaciones pueden llegar a resultar decisivas en algunas elecciones como los comicios presidenciales del 2000. Para entender la diversidad ideológica estadounidense es imprescindible conocerlos.
El Partido Verde de Estados Unidos: la ecología al poder
La irrupción de la política verde en las elecciones presidenciales de Estados Unidos se remonta a 1996, cuando el académico Ralph Nader encabezó una candidatura con la activista nativa Winona LaDuke tras la primera convención presidencial del partido en California. Sin embargo, el activismo ecologista en Estados Unidos comenzó una década antes, inspirado por la creación de partidos verdes en países europeos como Alemania o Reino Unido. En la antigua Alemania Occidental, los verdes de Petra Kelly habían conseguido 27 escaños en su debut electoral de 1983, y muchos activistas estadounidenses veían posible trasladar la política verde al otro lado del Atlántico. Dichas aspiraciones comenzaron a materializarse en la primera mitad de la década de los ochenta, especialmente tras la fundación del primer Partido Verde en el estado de Maine en 1984.
Sin embargo, los verdes no alcanzaron relevancia nacional hasta el año 2000, cuando Nader y LaDuke se presentaron por segunda vez a las elecciones presidenciales. En el cambio de milenio el país decidía entre la continuidad demócrata con la candidatura de Al Gore, antiguo vicepresidente con Bill Clinton, o la vuelta de los republicanos a través de George W. Bush, hijo del último presidente conservador. El escándalo sexual del presidente saliente, que le granjeó el impeachment por parte de la Cámara de Representantes, afectó a la candidatura de Gore, y este fue superado en diferentes encuestas por el antiguo gobernador de Texas. Finalmente, el presidenciable demócrata ganó el apoyo popular, pero la reducida victoria de Bush en Florida —tan controvertida que hasta alcanzó la Corte Suprema— le impidió alcanzar los 270 votos electorales. La diferencia entre Bush y Gore en el estado fue de menos de 600 votos, por lo que Nader y LaDuke, que consiguieron casi 98.000, fueron acusados de otorgar la presidencia al candidato defensor del petróleo.
Tras alcanzar un histórico 2,7% de apoyo nacional, la política verde ganó popularidad en el país, y en 2001 la Comisión Federal Electoral lo reconoció como partido político nacional. En 2004, Nader se presentó como independiente, y el Partido Verde quedó reducido a una séptima posición, detrás de su antiguo líder, del Partido Libertario y el de la Constitución. En las presidenciales de 2008 y 2012 se mantuvieron por debajo del 0,5%, pero en 2016 alcanzaron su segunda mejor marca presidencial, superando el umbral del 1%. De nuevo, el Partido Demócrata los tachó de ser los culpables de la victoria republicana, y Hillary Clinton llegó a acusar a Jill Stein, la candidata del partido, de ser un “activo ruso”. De hecho, la victoria de Donald Trump en tres estados clave para la victoria demócrata —Míchigan, Pensilvania y Wisconsin— no habría sido posible si los votantes de Stein hubieran apoyado a Clinton. De todas maneras, la crítica era más clara en el año 2000, cuando la victoria se redujo a un solo estado, que en 2016, donde entraba en juego un heterogéneo electorado en estados socialmente muy diferentes entre sí.
Voto popular de los diferentes partidos estadounidenses a lo largo de la historia. Como se puede observar, el apoyo a partidos minoritarios en 2016 fue el mayor en décadas. Fuente: Wikimedia
La posibilidad de un presidente del Partido Verde es prácticamente imposible debido a la ley electoral estadounidense, donde el ganador de un estado obtiene todos los votos electorales del mismo. Así, la candidatura del neoyorquino Howie Hawkins para las presidenciales del próximo noviembre resulta una apuesta quimérica, que solo podrá granjear la ira de los demócratas si Joe Biden pierde por un escaso margen en estados clave. Como defendió el ambientalista Bill McKibben hace unos meses, la mejor apuesta para el futuro del Partido Verde es tratar de reformar la política estadounidense con la implementación de la votación por orden de preferencia, un sistema ya implantado en estados como Maine.
Como explica McKribben, este proceso se caracteriza por la enumeración de los diferentes candidatos por parte del elector. En caso de que la primera opción sea eliminada, se contabilizará el voto para el segundo candidato de dicha lista, y así sucesivamente hasta que alguno consiga una mayoría. De esta manera, los electores podrían elegir un candidato del Partido Verde sin miedo a que su voto termine beneficiando a un candidato contrario a sus ideales. Como defiende McKibben, “hacer campaña por la votación por orden de preferencia es menos sexy que hacer campaña para ser presidente”, pero a la larga puede favorecer más a las expectativas electorales de los verdes que una continua búsqueda errática por el poder ejecutivo.
En la actualidad, los casi 250.000 afiliados del Partido Verde están transformando profundamente la política convencional, y la ecología se encuentra en el centro del Partido Demócrata. El más claro ejemplo es el llamado Green New Deal (Nuevo Pacto Verde), apoyado por referentes demócratas emergentes como la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, así como veteranos senadores como Ed Markey. La propuesta, rechazada por la mayoría de los congresistas republicanos, plantea una transformación de la economía basada en las energías renovables, una transición ecológica alejada de los carburantes que han enriquecido a Estados Unidos a lo largo del siglo pasado. Puede que el Partido Verde tenga una escasa implementación en Estados Unidos —uno de sus mayor cargos es la alcaldía de la ciudad de Marina, en California—, pero está contribuyendo a normalizar el respeto y cuidado al medio ambiente en uno de los países más contaminantes del mundo.
El Partido Libertario de Estados Unidos: “Gobierno mínimo, libertad máxima”
El eslogan del Partido Libertario define a la perfección su propuesta para el país: cuanta menos intervención estatal en la vida de los ciudadanos, mejor para la ciudadanía. Fundado en Colorado en 1971, el Partido Libertario comenzó su andadura electoral en las elecciones presidenciales de 1972, donde no alcanzó los 4.000 votos en todo el país. En 1980 alcanzaron su mejor resultado electoral hasta 2016 —un 1,06%— gracias a los más de dos millones de dólares donados por su vicepresidenciable, el empresario David Koch. Pese a su fracaso en las urnas, la gran cantidad de dinero invertida en la campaña contribuyó a popularizar el rechazo al Gobierno federal en la política estadounidense, una postura que posteriormente adoptaría el Tea Party, un movimiento fiscalmente conservador con gran influencia en el Partido Republicano durante la última década.
Desde su loable resultado en 1980, así como la deserción de Koch a los republicanos en 1984, la actuación electoral del Partido Libertario fue, de nuevo, limitada. De hecho, solo superaron el umbral del millón de votos en 2012, con el antiguo gobernador de Nuevo México, Gary Johnson, a la cabeza. Las buenas expectativas le hicieron repetir en 2016, acompañado por el antiguo gobernador de Massachusetts, Bill Weld, y alcanzaron un histórico 3,29% del total nacional, con más de cuatro millones de votos. Los libertarios defienden posiciones económicas más próximas al laissez faire —no intervencionismo estatal en la economía— que los republicanos, pero su progresismo en materia social resulta atractivo para votantes demócratas. Sin embargo, diferentes encuestas muestran que en 2016 el partido capturaba ligeramente más apoyo conservador que progresista, por lo que Johnson no fue tachado de culpable en el fracaso de Clinton, a diferencia de Stein.
La polarización causada por Trump parecía el preludio de un auge libertario, y en 2020 el congresista por Míchigan Justin Amash se convirtió en el primer congresista libertario de la historia tras abandonar el Partido Republicano y afiliarse al mismo, aunque no se presenta a la reelección en 2020. El anuncio de una posible candidatura presidencial libertaria por parte de Amash hizo saltar las alarmas de Biden y Trump, debido a la relevancia del estado en los próximos comicios. Finalmente será la veterana activista libertaria Jo Jorgensen y el irreverente Spike Cohen los encargados de liderar el partido el próximo noviembre como alternativa a ambos políticos. Cohen es un aliado de Vermin Supreme, una figura libertaria famosa por llevar una bota en la cabeza y un cepillo de dientes gigante como accesorio, y ambos llegaron a decir que regalarían ponis gratis a los ciudadanos. Los más de 600.000 afiliados del Partido Libertario quedan, por lo tanto, sin una opción sólida al bipartidismo y al establishment político, y su débil poder regional no parece que vaya a consolidarse próximamente.
En las primarias por la nominación libertaria de 2020, Spike Cohen se presentó en un primer momento como vicepresidenciable con el activista libertario Vermin Supreme. Posteriormente, fue elegido candidato vicepresidencial con Jo Jorgensen. Fuente: Facebook.
El Partido Comunista de Estados Unidos: Marx en Manhattan
En 1919 tuvo lugar el 8º congreso del Partido Comunista Ruso, y al otro lado del océano se formó el Partido Comunista de Estados Unidos. Su influencia en la política fue muy relevante durante la Gran Depresión, y fueron parcialmente responsables de la normalización de la agenda socialista que dio lugar al New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt —una serie de profundas reformas para paliar los efectos de la recesión—. En la década de los cuarenta, la membresía del partido aumentó exponencialmente; en 1941 el líder laboral Peter Cacchione fue elegido para el Consejo Municipal de Nueva York, y en 1942 el Partido Comunista alcanzó los 85.000 afiliados, el mayor récord de su historia. Según el antiguo presidente del partido, en 2016 contaban con cerca de 5.000 afiliados.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría, el Partido Comunista fue atacado vehementemente por sus vínculos con la Unión Soviética, y la creciente censura política estadounidense mermó la influencia del partido. La elección de Joseph McCarthy en 1947 como senador por Wisconsin fue un terrible presagio para los comunistas. Su continua purga contra supuestos simpatizantes comunistas —así como otros colectivos como el LGTBI— caracterizó su carrera política, y dicha cruzada recibió el nombre de macartismo. Como expresó en 1950: “Estamos comprometidos en una batalla final entre el ateísmo comunista y la cristiandad”. El futuro del partido pendía de un hilo tras la aprobación de la Ley de Control Comunista de 1954, que prohibía su existencia. Finalmente, esta decisión nunca fue implementada, pero se convirtió en una clara muestra del rechazo social al comunismo. En 1957, el senador McCarthy falleció, lo que redujo la existente contienda anticomunista; sin embargo, el Partido nunca alcanzaría la popularidad anterior a la Guerra Fría.
Las elecciones presidenciales de 1980 y 1984 convirtieron a la célebre filósofa Angela Davis en vicepresidenciable comunista, pero su candidatura conjunta con Gus Hall no alcanzó el 1% del voto nacional en ambos comicios. En los últimos años, y especialmente tras la victoria de Trump en 2016, el Partido Comunista ha tratado de capitalizar el auge en la izquierda estadounidense que ha impulsado movimientos como el de los Socialistas Democráticos de América, aunque con escaso éxito. 2019 fue la fecha de su centenario, y en su convención nacional en Chicago demostró su compromiso con recuperar la influencia perdida en los movimientos sociales estadounidenses. “Nuestra victoria es inevitable”, proclamaba un asistente a la convención. Mientras el triunfo no llega, el partido seguirá tratando de cambiar la sociedad desde el séptimo piso de un edificio de Manhattan.
Discurso de Angela Davis de cara a las elecciones presidenciales de 1984, donde el presidente republicano Ronald Reagan fue reelegido. Fuente: Flickr.
El Partido de la Constitución y la extrema derecha en Estados Unidos
“El objetivo del Partido de la Constitución es restaurar la jurisprudencia estadounidense a sus fundamentos bíblicos y limitar el Gobierno federal a sus límites constitucionales”. La plataforma del partido de cara a las elecciones de 2016 deja claro las intenciones de un movimiento nacido en 1991 que trata de dirigir al país de acuerdo con el mandato de una Constitución con más de dos siglos de antigüedad. Uno de sus fundadores, así como candidato presidencial en tres ocasiones, fue el líder conservador Howard Phillips, defensor de un Gobierno limitado, una concepción familiar excluyente y contrario al aborto. Phillips era ya un conocido referente dentro del movimiento conocido como “Nueva Derecha”, que influyó en la radicalización del Partido Republicano y marcó el auge del conocido Tea Party.
Pese al creciente peso de los movimientos de extrema derecha, el Partido de la Constitución nunca se ha convertido en partido con gran influencia electoral. En ninguna de las elecciones presidenciales a las que se ha presentado desde 1992 ha alcanzado el 0,2% de los votos, y el candidato presidencial de 2020, Don Blankenship, estuvo un año en prisión por violar los estándares de seguridad relacionados con la explosión de una mina. Mientras estaba en la cárcel, Blankenship publicó un libro donde se describe como un “prisionero político estadounidense”. Con un Partido Republicano cada vez más escorado a la derecha, es difícil que el Partido de la Constitución amplíe su reducida base de votantes —118.000 en 2020— próximamente.
Pese al reducido impacto del Partido de la Constitución, la extrema derecha estadounidense ha marcado el rumbo político en diferentes momentos de la historia. Diferentes figuras de los dos partidos mayoritarios pueden ser consideradas cercanas a la extrema derecha. El presidente demócrata Andrew Johnson —1865-1869— o el representante republicano de Iowa Steve King —recientemente derrotado en las primarias del estado— son dos claros ejemplos de dicha radicalización dentro del bipartidismo. Sin embargo, su mayor exponente fue George Wallace, antiguo gobernador demócrata de Alabama. Wallace llegó a presentarse a las presidenciales de 1968 con el Partido Independiente Estadounidense y alcanzó los 46 votos electorales. Algunos otros ejemplos de extrema derecha estadounidense son el Partido de la Prohibición, contrario a la producción, transporte y venta de alcohol y tabaco, o el Partido Estadounidense de la Libertad, contrario a la “homosexualidad radical” y a la “demonización de los hombres en los medios de comunicación”. Pese a la variedad existente en la extrema derecha, ninguno de estos partidos tiene poder real en la política estadounidense.
Partidos pequeños, aspiraciones grandes
Estos movimientos políticos son minoritarios, pero su impacto en la sociedad estadounidense ha sido profundo. Principalmente, ocupan los titulares de los medios de comunicación tras una elección especialmente ajustada en la que el candidato perdedor pierde por un estrecho margen. Este fue el caso del Partido Verde en 2016 y en 2000, pero hay otros casos. La candidatura de Ross Perot en 1992 como independiente le granjeó cerca del 19% del apoyo nacional, una cifra histórica para un tercer candidato. George H. W. Bush, el entonces presidente republicano, le acusó de torpedear su reelección, pero solo el 38% de los votantes de Perot consideraba a Bush como segunda opción. Pese a su histórico apoyo social, Perot no consiguió ni un solo voto electoral debido a la restrictiva ley electoral estadounidense, que dificulta la victoria a candidaturas minoritarias. En definitiva, el sistema político estadounidense garantiza la continuidad del bipartidismo, especialmente en un clima polarizado como el actual. Como defendía Bill Mckibben, el respaldo de la votación por orden de preferencia es la mejor estrategia a largo plazo si estos pequeños partidos quieren subsistir y acrecentar su relevancia en la política local, regional y federal.
Sumado a su relevancia en los resultados electorales, los partidos minoritarios han tenido gran influencia a la hora de establecer el rumbo de los dos movimientos mayoritarios. El Partido Comunista dirigió al Partido Demócrata a la izquierda tras la Gran Depresión del siglo pasado, y el Partido de la Constitución influyó en el auge del Tea Party dentro del Partido Republicano. Así, su agenda política se cuela en las posturas de estos partidos, con más posibilidades —y recursos— para llevarla a cabo. En conclusión, mientras que un presidente libertario o una mandataria verde sería una utopía bajo el sistema actual, no se debe descartar que la creciente desafección de los estadounidenses con un bipartidismo fallido se traduzca en un auge de estos movimientos minoritarios. Tras la victoria de Donald Trump en 2016, nada está escrito en la otrora rígida y hermética política estadounidense.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario