8/22/2020

un sonriente coronel

 

El Peronismo y el desafío de construir un neo-humanismo – Por Hernán Brienza


En esta nota Hernán Brienza analiza las diversas transformaciones mundiales con las que el Peronismo tuvo que dialogar a lo largo de sus 75 años de vida política, y afirma que los desafíos por venir están representados por la incorporación del Kirchnerismo al devenir del propio suceder histórico del peronismo, y a la construcción de un neo humanismo que incluya a un nuevo sujeto atravesado por la experiencia de la transmodernidad.


Por Hernán Brienza*

(para La Tecl@ Eñe)



Una vez más, a lo largo de sus 75 años de vida política, el Peronismo debate su futuro, sus continuidades, sus rupturas y sobre todo su rol fidedigno. Alguien podría preguntarse, también, sobre cuestiones más esencialistas respecto de sus características como movimiento político: una forma de “ser y estar” en el tablero de la política. Quizás hoy, el principal punto en cuestión es de qué manera esa continuidad sintetiza, asimila, digiere, el último fenómeno interpretativo, aparecido con el nombre de Kirchnerismo, y lo incorpora al devenir de su propio suceder histórico.

Nacido como partido de orden, el Peronismo en su primera década se construyó a si mismo desde el aparato del Estado y generó consensos de formas verticales y horizontales al mismo tiempo. En esos términos, Juan Perón comprendía a su movimiento como el inicio de un nuevo orden, pero también como una continuidad de la construcción del Estado Nación cimentado en el siglo XIX. Su desafío era justamente el de generar un sistema hegemónico con capacidad funcional a lo largo del tiempo. La inclusión de los trabajadores al sistema político fue, al mismo tiempo, su principal vertebración y lo que le valió la incomprensión y la enemistad de los sectores dominantes en competencia, lo que el propio Peronismo denominó “la oligarquía”.

El golpe de 1955 concluyó con los sueños de esa alianza policlasista y ese consenso triangular ya largamente enunciado entre Iglesia-Ejército-Movimiento Obrero. Y al mismo tiempo creó una segunda configuración del “ser y estar” del Peronismo. La proscripción y la represión que sufrió el movimiento político lo convirtió en un fenómeno contracultural. En ese sentido, entre 1955 y 1989, con sus vaivenes, con sus enfrentamientos internos, con su dialéctica interna orden-contraorden o izquierda-derecha, “apresurados o retardatarios”, el Peronismo emergió como la representación de lo negado y lo derrotado en la historia en la segunda mitad del siglo XX. Gobernó diez años desde el Estado y sufrió el poder del Estado en contra, al menos, durante 25 años, con todas las consecuencias que ello conlleva.

La llegada de la democracia significó un cambio de paradigma que el Peronismo no supo comprender en los primeros años de los años ochenta. La Renovación Peronista logró modernizar sus formas y sus prácticas internar y externas, conjugarlas con tiempos más apaciguados, recuperarlo de ese largo proceso contracultural en el que fue sumergido y al mismo tiempo enaltecido a partir del 55. Lo cierto es que recién a fines de la década pudo elaborar una pragmática que lo conectara con el poder económico, político, cultural y mediático de la Argentina tradicional y hegemónica. Eso significó precisamente el menemismo en la continuidad histórica del Peronismo: la puesta en común, la convergencia, la “concordancia”, en términos de asimilación “alvearista” de la dirigencia del movimiento con la elite dominante argentina. En cierta forma, produjo la domesticación, vía maridaje, de su “burocracia”, si es posible usar ese término para un partido cuyos integrantes vivieron a los saltos, entre dictaduras y persecuciones, con el sistema político hasta casi el fin de siglo. El Peronismo parecía estar finalmente asimilado al entramado del poder real en el país. Sus dirigentes estaban asociados, o en el peor de los casos se contentaban con administrar desprejuiciadamente –incluso con cierta simpatía transgresora- las directivas de los poderes económicos reales. El Peronismo le debe a Menem la “rehabilitación” de su dirigencia y su militancia por parte de lo establecido en el entramado de dominancias del sistema político. Esto significó, por un lado, el disciplinamiento del movimiento, pero, por otro lado, la posibilidad de reconstruir un poder económico y fáctico, vía poder territorial y económico, que estuviera en condiciones de disputar, si lo deseaba, espacios de hegemonía a la clase dominante.






Kirchnerismo y después

Y ese desafío llegó con el Kirchnerismo. De las entrañas del Peronismo surgió el desafío de pensar y ejecutar un orden diferente al del Neoliberalismo y los grupos económicos tradicionales y los surgidos del nuevo ordenamiento. Una elite política intentaba negociar, marcar la cancha, disputar la toma de decisiones a “los que mandan”, como los llamó el sociólogo José Luis de Imaz en los años sesenta. El Kirchnerismo intentó disputar –como en la década 1945-1955- los resortes económicos, culturales y políticos en la Argentina, y amenazó con la posibilidad de que emergieran nuevas reglas de juego. Pero, una vez más, el sueño peronista de la modernización productiva, del arribo a las costas de un capitalismo industrial con ciertos rasgos autonómicos, se encontró con el límite de no poder cambiar la matriz productiva en el frente externo.

Es necesario poner un acento en la competencia de élites porque eso tiene un alto grado de significancia para el Peronismo en la historia argentina. Más que una cuestión estrictamente ideológica -el movimiento nacional tiene una maleabilidad sustantiva, debido, sobre todo, al carácter estratégico heredado del propio Juan Domingo Perón-, su principal rol histórico consiste en disputar el liderazgo social a los grupo dominantes locales emergidos del Orden Conservador instaurado durante el proceso de organización nacional entre 1860-80.

Es esa la razón de su “ser y estar” en el mundo. Ya sea como modelo industrialista disputando la renta agraria a la “oligarquía” en los 40, ya sea en los setenta, acompañando los movimientos de liberación nacional del mundo, o en los noventa, acoplándose a los negociados de la clase dominante cuando cualquier alternativa al neoliberalismo parecía imposible, o en el 2003-15 generando una redistribución diferente de los ingresos del Estado, de los grupos contratistas, de las rentas extraordinarias del monocultivo o del capital simbólico a través de los medios de comunicación.

Dentro de este marco de análisis, la cuestión en los próximos años es descubrir cuál será el rol del Peronismo, en tanto clase dirigente política. Es decir, si será capaz de disputar las reglas de juego a los poderes económicos y diseñar un modelo diferente de distribución política –lo que incluye una nueva estructuración del Estado-, de acumulación económica y de transformación productiva, o si en cambio, se va a conformar con asimilarse en las próximas décadas y administrar las formas de concentración y centralización económica en los nuevos ciclos capitalistas.

Para el Peronismo, en sentido amplio, es necesario que ese entramado sea lo suficientemente audaz y generoso para lograr una formación electoral y política seriamente competitiva pero, al mismo tiempo, lo más compacto posible en términos de elaboración ideológica, si el cruce de estas dos variables es posible. Porque ese también es un desafío para el movimiento nacional: ser lo más coherente posible hacia el propio interior en el marco de un mundo que vira hacia la liquidez política y hacia la incertidumbre, pero que, al mismo tiempo, tenga capacidad de reinvención y de renovación de ideas y de formas de presentarlas.






Lo que viene

Aclarado este punto, creo que es posible que la pandemia signifique una vuelta de página en la política argentina y conlleve, además, un proceso de trasvasamiento generacional no traumático hacia el interior del peronismo. La experiencia del 2003-2015 fue protagonizada por hombres y mujeres que atravesaron las formas de hacer política de los años 70, 80 y 90 del siglo pasado. Hoy, la mayoría de los hombres y mujeres de Estado iniciaron su militancia en tiempos de la Renovación cafierista y el menemismo, pero en apenas unos pocos años más, el grueso de la dirigencia peronista habrá sido exclusivamente tallada por los tres gobiernos kirchneristas del siglo XXI.

Esa nueva generación deberá afrontar nuevos desafíos en el mundo post pandémico y los recursos deberá encontrarlos en la fragua en la que forjó a sus cuadros como militantes y dirigentes. Las respuestas, entonces, tendrán sin lugar a dudas reflejos de los años kirchneristas. Y lo que habrá que descubrir, obviamente, es cuáles son y serán las respuestas que deberán aportar los hombres y mujeres que protagonicen ese periodo. 

Sin dudas los desafíos son muchos y variados:

a) Un escenario geopolítico post pandémico diferente al mundo diseñado por la conferencia de Yalta y que plantó a Estados Unidos, en los años 80, como potencia emergente. De la misma manera que el siglo XIX vio emerger a Gran Bretaña como potencia occidental tras la caída del Imperio Español y el fracaso de la experiencia napoleónica, y el siglo XX fue hegemonizado por la instalación de Estados Unidos, el siglo XXI también comienza a mostrar sus primeros movimientos en la capa teutónica de la historia. En el siglo XIX, Argentina pudo complementarse al principal mercado occidental aunque sea de manera dependiente; en el mundo diseñado por Washington, nuestro país no estuvo siquiera invitado al banquete; en los próximos años, esa generación deberá realizar una jugada estratégica que decida el destino de los próximos cien años.

b) En materia social, los y las nuevos y nuevas peronistas deberán lidiar –ya muerto el sujeto político y social único de la clase trabajadora- con el desafío de administrar las interrelaciones de distintos sujetos sociales y creadores de demandas particulares y/o encadenadas (como diría Ernesto Laclau) que surgen del despiezamiento del mundo del trabajo. Ya no se trata solo de la desaparición de la “clase” como concepto, ni de la multiplicidad de formas de trabajo, sino también del fenómeno del trabajador individual y la irrupción del “teletrabajador”, o sea, el trabajador aislado, desvinculado de formas tradicionales de mediatización de su conciencia política. Pero la apelación colectiva no se ve desmembrada únicamente por el híper-individualismo sino además por nuevas formas de convocatorias colectivas como los feminismos, los neo-federalismos, los precarizados estructurales, las comunidades virtuales, las redes de identidades creadas por whatsapp, instagram, tik tok y twitter. En ese sentido, reflexionar sobre la pluralidad y la diversidad también implica un salto en pensar a grandes sectores de la sociedad como sujetos aislados con interconexiones –y por lo tanto identificaciones- efímeras y líquidas.

c) La crisis global del neoliberalismo que la pandemia del coronavirus ha puesto en evidencia, coloca a los Estado-Nación ante un nuevo reto: la reelaboración de las convocatorias a las identidades nacionales, pero por sobre todas las cosas al tipo de Estado que podría surgir en las próximas décadas. Así como la crisis del liberalismo tradicional a principios del siglo XX encontró respuestas en formas políticas diversas como el socialismo real, el nazismo, los fascismos, los nacionalismos y el Estado de Bienestar occidental, es posible que en el siglo XXI, tras un proceso de globalización abrupto (1990-2020), se produzca un nuevo repliegue de las unidades políticas hacia nuevas formas de Estado-Nación, de recuperación de apelaciones colectivas tradicionales, con los mismos o con nuevos significantes culturales, ideológicos e inclusive territoriales. Es decir, un repliegue a la idea de Nación, aun cuando se trate de concepciones diferentes a las del siglo XIX y XX. Por último, la aventura más importante de las próximas décadas es la estructuración de un tipo de Estado que supere el tártaro social que significó el neoliberalismo incluso para los países centrales y para el propio capitalismo. Tras el derrumbe de la razón neoliberal -que su fracaso político, social, económico, cultural y valorativo ha dejado en evidencia-, es posible imaginar que las diferentes dirigencias occidentales añoren los años gloriosos del capitalismo (1945-1975) y que incluyen, obviamente, a su Estado de Bienestar. Algunas de las medidas tomadas por el gobierno alemán, el francés y el del propio peronismo parecen ir en ese sentido específico. Claro que el Estado de Bienestar tenía como sujeto de derecho a la familia patriarcal y a las ideas tradicionales de nación, por lo que deberá, al menos, cambiar en sus apelaciones discursivas; pero el concepto de renta universal ya nos habla de una convocatoria de tipo individual más que estrictamente colectiva.






Las transformaciones del mundo obligaron al Peronismo a dialogar con la modernidad entre los años 40 y 70, con la postmodernidad en los años noventa y con su declinación en el siglo XXI, y seguramente en los próximos lustros lo deberá hacer con la transmodernidad, que incluye un nuevo sujeto, posiblemente post-humano, en el que la inteligencia artificial campee libremente entre el amasijo de carne con madera de los hombres y mujeres de hoy. El gran desafío será dialogar con las diferentes virtualizaciones del mundo futuro. Nada nuevo para el Peronismo. Se sabe: ningún movimiento político en la Argentina está más capacitado para esa conversación. Nada hay más humano –en el mejor y el peor sentido de la palabra humano- que el Peronismo. Por eso, frente a la deshumanización –aislamiento del ser político- no hay movimiento mejor preparado para elaborar un neo humanismo incluyente que el creado por un sonriente coronel hace exactamente 75 años. 


* Politólogo y periodista.

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