Ante una agenda complicada para el gobierno nacional, que combina la deuda externa, la negociación con el FMI, la pandemia y la fuerte recesión económica y sus efectos sociales devastadores, Ricardo Rouvier sostiene que es necesario poder debatir mientras se acumula poder centrando el deseo en el requerimiento de “unidad nacional”. Es comprensible que haya diferencias internas pero los sindicatos, los movimientos sociales y sectores profesionales vinculados a la cultura y que son parte del Frente, deben sellar sobre una unidad de concepción y de acción.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar” nos advirtió el gran poeta español Antonio Machado, verso de alcance universal que valoriza la experiencia del vivir respecto a los senderos trazados.
Vivimos en tiempos donde los surcos se han borroneado; en un mundo donde predomina el pragmatismo ante la caída de los dogmas o la licuación de las ideologías. Nadie hoy puede sostener una alternativa a lo existente con la solidez de un régimen, nadie nos augura un hombre nuevo, aunque sí es posible mejorar lo existente. Así como tiene un sentido ético priorizar la vida en la pandemia, también tiene sentido priorizar la lucha contra la desigualdad. En la metáfora que canta Serrat, “el andar” es una convocatoria al optimismo, a la dinámica del hacer.
El gobierno nacional ha obtenido un éxito, y lo necesitaba, luego de algunos titubeos y tropiezos. El cierre del acuerdo con los acreedores fue un trabajo logrado ante experimentados jugadores. La participación del Ministro Guzmán fue en dosis adecuadas y con un estilo que sería interesante reproducir, sobre todo para un gobierno que ya comprendió que su comunicación es un punto débil.
El vacío del utopismo que vive el planeta no se reparte equitativamente. No es un empate, porque vivimos bajo una hegemonía mundial capitalista e individualista que está asentada, se consolida, sufre sus crisis, cambia, tiene contradicciones, pero respira y sobrevive. Ese dominio mundial genera desigualdad y para contrarrestarlo hay que construir políticamente, aunque para el peronismo el verbo adecuado sería reconstruir ya que en su historia cuenta con experiencia para encabezar el andar, siempre y cuando no sea frustrada por el personalismo. Ningún dirigente hoy puede ostentar un consenso suficiente como para no compartir. La variabilidad del consentimiento en la política de las sociedades de baja densidad institucional y el corto lapso del mandato, obliga a gestionar el día a día y generar políticas de continuidad.
Los mapas que teníamos para impulsar las transformaciones hay que actualizarlos, hay que rehacer la cartografía. Cuando señalamos que no hay empate estamos diciendo que los sectores dominantes han logrado construir un sistema que está naturalizado, fruto de la educación, la comunicación y la cultura. Los titulares de la creación, acumulación y distribución de riqueza son los dueños de la cancha y hacen las reglas. Es decir que jugamos de visitantes, siempre jugamos de visitantes.
La complejidad se comprende observando el doble movimiento que tiene que hacer el reformismo que no necesita el adversario. Por un lado, construir cambios estructurales hacia el objetivo ético-político para el bien colectivo, como la justicia social, y también administrar, día a día una sociedad que ya está organizada bajo un mecanismo de exclusión y lograr continuidad en el gobierno. Convertir un país que fabrica pobres en una fábrica de trabajo, es digna de una gesta que vale la pena. Un doble desafío: construir ambulancias y eliminar la urgencia, sustituyéndola por calidad de vida.
La ocupación del gobierno y la desorientación de la oposición política profesional, no son suficientes para que se cubran todas las necesidades que requiere sostener las reformas. En esa línea y a modo de ejemplo, nos parece que una reforma constitucional como proponen Zaffaroni y Barcesat excede la relación de fuerzas. Que la imagen positiva del presidente Alberto Fernández siga siendo muy buena, no es ventaja suficiente como para imponerla en un proceso que requiere de más poder, sobre todo dentro de un conglomerado oficialista que tiene varios jefes políticos.
En este sentido, lo primero es el cuidado de mantener el Frente de Todos, nacido al calor de la estadística electoral, pero que hoy debe adoptar el perfil de una alianza que pueda poner a la unidad por encima de los personalismos. Una totalidad cualitativamente distinta y superior a sus porciones. La coalición electoral creada hace un poco más de un año debería tener actividad y poner en marcha a las agrupaciones políticas que la integran, sobre todo a las pequeñas, ya que como sellos de goma no sirven para nada salvo para contar con alguna minúscula miga del pan electoral.
La desconfianza que hay entre los socios del espacio nacional y popular, a veces iguala a la que se le tiene al adversario. En ese contexto, el peligro es que la política sea pura acción individual y casi toda la sociedad viva deseando el cesarismo.
Hay un interesante entrecruce de interpelaciones en el Congreso entre el oficialismo y la oposición, y resulta difícil distinguir un horizonte de acuerdos. No parece que la reforma judicial ni el cambio numérico en la Corte Suprema tenga un tránsito asegurado por el Palacio Legislativo; es factible que la oposición presente menos batalla sobre el impuesto a los ricos que afecta solamente a unas once mil personas y no apoyarla puede tener un costo de popularidad.
El uso o no de herramientas que apunten a la unificación con otras fuerzas u otras identidades sociales, no tiene todavía una respuesta clara por parte del gobierno. O mejor dicho tiene una respuesta solo discursiva. Falta proponer, concretamente, los caminos para lograrlo. Mucho más difícil si uno observa, con cierta perplejidad, la “guerra” en las redes que externalizan el deseo de la muerte simbólica del otro. No podemos decir que haya subtextos que apunten a la unidad, al contrario parece más una situación de combate que por supuesto no construye nada, tampoco rompe nada. Es la nada misma.
Si bien es importante definir al enemigo, o al adversario, se debe tener cuidado que al apuntar no se haga blanco también sobre la demanda de “unidad nacional”. Por supuesto que la existencia de una grieta que está rebosante, atenta contra toda unificación real. Bueno, el Presidente al principio mencionó que viene a terminar con ella, pero todo indica que vamos a convivir largo tiempo con la pandemia, la recesión y la grieta. Aunque sobre esta última, habrá que elaborar que viene del fondo de la historia y no tiene fin.
La agenda incluye la deuda externa, la negociación con el FMI (buscarán la salud fiscal, pero no creemos que se pongan inflexibles con las reformas), la pandemia (se aflojaron las restricciones por el hartazgo de la sociedad y no por la evolución de la infección, porque estamos en camino al pico), y la fuerte recesión económica y sus efectos sociales devastadores. Estamos en un escenario indudablemente negativo, con todas las demandas que están en la puerta y un saldo modesto para el asistencialismo; con un Gobierno con poco margen de maniobra. A pesar de esto, el Estado es la única entidad capaz de articular entre la sociedad organizada y un programa de cambios estructurales. Estamos lejos de la situación de Europa que se restaura, con muchas dificultades, con unidad y apoyado en una especie de Plan Marshall que nosotros no tenemos. Por el contrario, hay una regresión regional que coloca a cada país frente a su crisis particular.
Es necesario entonces poder debatir mientras se acumula poder, primero entre los propios para, luego, salir a negociar acuerdos. El deseo está puesto en ese requerimiento repetido de “unidad nacional” que puede quedar colgado en el vacío de los deseos imposibles. Están los sindicatos, los movimientos sociales y sectores profesionales vinculados a la cultura que son parte del Frente pero que deben sellar sobre una unidad de concepción y de acción. Es comprensible que haya diferencias internas, pero no deben instalar piedras en el propio camino. Acá hay que recurrir a aquella distinción entre lo principal y lo secundario.
Navegar y arreglar el barco son las tareas en simultáneo. El Gobierno tiene que hacer el esfuerzo titánico de lograr que ambas cosas sean viables. No se puede negar que es un obstáculo en el vínculo entre gobierno y opinión pública, que CFK tengo cuestiones pendientes con el Poder Judicial. Más allá de que algunas causas van a caer por su insustancialidad, hay otras más difíciles. Esto se agrega a la mochila política que carga el gobierno del Frente y pone límites al consenso.
Lo que queda es la voluntad; la voluntad de andar y andar, pero esto se anula si no se apela a la inteligencia para elegir los senderos.
*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados
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