7/12/2020

el monstruo

Días de odio – Por Claudio Zeiger

 Zeiger analiza en este artículo cómo sectores de la oposición al gobierno nacional transformaron el brutal asesinato de Fabián Gutiérrez en una insensible y mecánica respuesta, una representación del odio tan funcional que, por una vez, no lo pudieron transmitir ni inocular con eficacia.


Por Claudio Zeiger*
(para La Tecl@ Eñe)

¿Cuántos días hace ya que hablamos del odio? Son Días de odio, como aquella película de Leopoldo Torre Nilsson basada en el cuento de Borges, “Emma Zunz”. A Emma Zunz la guiaba una noble venganza, y para ello, si hay algo que debe hacer, es contener sus sentimientos hasta poder consumar un desquite basado en lo contrario: un simulacro del amor. Pierde la virginidad con un anónimo marinero para después culpar de violación al hombre que causó la desgracia de su padre, matarlo y alegar defensa propia. Emma Zunz, sin embargo, no se regodeó en la venganza, no tiró tiros de más ni hizo torturar a su víctima por descontrolados sicarios. El amor, el odio y la venganza se entreveran en esa trama oscura y espesa como en sordina.

¿Cuántos días hace que hablamos del odio? Antes hablábamos de la grieta.

En el verano se produjo el crimen de Fernando Báez a manos de un grupo de rugbiers en Villa Gesell. Fernando era un pibe morocho del pueblo, hijo de un encargado de edificio, todas cosas que para muchos de nosotros son rasgos positivos, rasgos de amor y ascenso social, pero es bastante posible que, para los rugbiers, que actuaron en manada y con alevosía y se dejaron guiar por un olfato racista y clasista, esos aspectos le jugaron en contra: lo odiaron en esa noche fatídica. Es crudo decirlo así, pero esa noche, en el aire envilecido del verano de la costa, se encarnó la frasecita endémica de un sector de la sociedad, esa que no suele pasar del dicho al hecho, pero repite desaforadamente: “A los negros hay que matarlos a todos”. Un grupo de muchachones, esta vez, pasó del dicho al hecho.

Hay que recordar la conmoción que se produjo en el verano por el caso de los rugbiers. Un verdadero estado de shock: la sociedad estaba conmovida Por la bestialidad de las imágenes, por la compasión hacia Fernando, por el dolor de los padres. Y porque muchos entendieron de pronto lo que significa de verdad eso que flota una y otra vez en todo el mundo globalizado: el odio, el racismo, el clasismo.

Es cierto que los sucesos mundiales y nacionales que arrancaron a mediados de marzo a causa de la pandemia de coronavirus, arrasaron la atención de la opinión pública y dejaron en suspenso la continuidad mediática del caso. Es atroz, parece que ese hecho no hubiera sucedido porque se ha borrado de los medios y su área de influencia. Pero vaya si existió y todavía reclama justicia.

Durante los últimos meses fueron evidentes los intentos de un sector de la oposición por colar temas que les permitiera agitar las aguas del debate público e, inclusive, ganar las calles sabiendo que el oficialismo está maniatado de pies y manos por su política sanitaria para convocar un apoyo político activo y masivo. Las calles de la ciudad, eventualmente de alguna otra ciudad o pueblo del interior del país, se convirtieron en un escenario carnavalesco de personas que parecen oscilar entre una catarsis de diversión morbosa y una exhibición de conductas patológicas. Es curioso, volviendo a Borges, que se invirtieron los términos de su mirada literaria sobre la fiesta del monstruo y los rituales del pueblo peronista como simulacro: hoy, el Otro del peronismo parece encarnar esa monstruosidad de fiesta callejera, aquelarre de sentimientos confusos y pasiones malsanas, simulacros de libertad con el odio como divisa, que Borges le atribuía a las masas deformes.

Con el crimen de Fabián Gutiérrez se produjo un nuevo deslizamiento del dicho al hecho, en parte contingente, en parte provocado por un torrente en el que bien cabe recordar que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.

En los días de aislamiento, balcones y marchas, el objeto de odio y estigmatización cambiaba tan vertiginosamente de ropajes que nos balanceamos algo incrédulos entre la risa y la rabia: ¿cómo se puede lidiar con semejante desenfreno de los significantes? ¿Qué hacer frente a una manera tan desquiciada y engolosinada de probar la capacidad de penetración de una maquinaria de sentidos frenéticos? De “los políticos” a los presos, de los presos a los médicos cubanos, de los cubanos a los venezolanos, de Venezuela al comunismo y el campo y la bandera, y el nuevo orden mundial, el virus y la vacuna. Esta sola enumeración mueve a risa y rabia e impotencia a la vez. Pero si nos detenemos un momento a contemplar la escena sin volumen, las caras desencajadas pidiendo un nuevo sentido para seguir moviendo los labios como quien pide maná del cielo, si nos sacamos de encima la capacidad de intimidación que tiene contemplar la locura en la calle, nos daríamos cuenta de que hay algo abstracto en las formas del odio, algo que resbala por encima de los cuerpos y las palabras reales, un vacío de sentido, una forma o estructura que, en algún momento, nos revela que son eso, una forma, una estructura hueca.

Entonces se produjo el asesinato de Fabián Gutiérrez con sus muy elocuentes elementos de crimen de odio. La sexualidad de la víctima como gancho para la extorsión, una violencia llamativa, desenfrenada, sobre todo, parece, de parte de quien “puso el cuerpo” haciéndose pasar por un posible amante. Pero el algoritmo de la oposición simplemente les informó que se trata del ex secretario de Cristina/ Calafate/ Santa Cruz/ causa cuadernos/ arrepentido. Los hacedores del simulacro no se detuvieron ni un segundo a reflexionar sobre la brutalidad y los rasgos del asesinato de Fabián Gutiérrez porque no les interesa en absoluto ni la víctima, ni su familia ni todos los crímenes violentos que sacuden a una sociedad cuando además del móvil del dinero o la venganza se cuelan el racismo, la homofobia o la transfobia. Lo congelaron: ex secretario, arrepentido.

El odio se volvió algo tan funcional y abstracto para ellos que, por una vez, no lo pudieron transmitir ni inocular con eficacia.

Convirtieron el odio en algo rutinario, casi burocrático, a pesar de ciertas desmesuras retóricas como “Gravedad institucional”.

Fue una comunicación fría y perezosa. Puro teatro, muy sobreactuado.

Entre la desmesura del crimen y la insensibilidad mecánica de la respuesta, habita el monstruo.

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*Escritor y periodista. Editor de los suplementos Radar y Radar Libros del diario Página/12.

1 comentario:

Miguel Wiñasco: la marcha de los gandhianos, la odiadora que nos suscita odio, y una dulce horca. dijo...

La sacerdotiza del odio extremo, la abominable mamba negra de Toloza, no habla. Su silencio, lejos de apaciguar la destemplanza de una sociedad harta de ella, atiza las llamas de un inextinguible fuego, como un inclemente ventarrón. Es un mutismo provocador, desafiante, ensoberbecido. Una ausencia de aire y palabras que enardece y exalta hasta los más calmos ciudadanos. Los que quisiéramos despedazar de imprecaciones e improperios, hasta el más monosilabico de sus fraseos, pues nos exacerba la paradoja de no soportar que hable, pero tampoco toleramos su actitud silente. La aborrecemos con todas las fuerzas de nuestras bellas almas. Fantaseamos poéticamente con verla mecida en una dulce horca en Plaza de Mayo, para solaz de nuestras familias. Y que luego de varios días de ser exhibidos cómicamente pendulantes, sus profanados y descoyuntados restos sean paseados y arrastrados por una festiva multitud, por las calles más elegantes de la parte más culta de la ciudad. Y por fin, ya irreconocible en tanto guiñapo sanguinolento, sea arrojado desde un avión a las insondables profundidades del Río de la Plata, para que ninguno de sus inauditos fanáticos, pueda jamás homenajearla.
Y que ningún censor kircho-estalinista se atreva a cuestionar nuestro ensueño republicano, pues forma parte de nuestro ser histórico.
Ese ser que también es misericorde, pues para los hijos de la jefa populista no pedimos pena capital, ya que nos contentamos con cadenas perpetuas con accesorias por tiempo indeterminado. En cuanto a los nietos de la autócrata, existen orfanatos de bajo presupuesto. No quisiéramos que algún buen samaritano adoptara a esa cría, y luego se expusiera a una persecución como la padecida por piadosos matrimonios de las fuerzas de seguridad de los años 70. O la sufrida por doña Ernestina Herrera de Noble, quién a la sazón se debe estar revolcando en la tumba, pues uno de sus hijos adoptivos está en pareja con una abyecta simpatizante peronista. Y qué monstruosa ironía opera a veces en este caótico mundo.
La marioneta de Elisabet Kirchner, ese irrespetuoso y genuflexo felpudo de bigotes, ese presidente de pacotilla carente de toda legitimidad, dueño de una sucia jauría de collies rabiosos, nos amenazó e insultó a los institucionalistas. De la más perversa y brutal forma: nos llamó "odiadores seriales" y dijo que iba a terminar con nosotros.
Le respondimos con un pacífico y gandhiano banderazo por la libertad de expresión y la vigencia de la Constitución, exigiéndole de buen modo que renuncie.
Mandaron a sus provocadores a cubrir el acto, y los invitamos, enérgica pero civilizadamente, a retirarse. Tal vez estuvo de más algún empellón, un epíteto altisonante, incluso algún trompis, pero nadie propuso linchar y empalar en el Obelisco a ese tal Guazzora, como bien se merece.
No obstante lo cual, volvimos a ser bestialmente atacados por los populistas que se fingen ciegos, y dicen no haber visto a los centenares de miles de ciudadanos que había manifestándose en sus autos por todo el país. Se escudan cínicamente en la falta de imágenes de drones, cuando bien saben que las empresas deben ahorrar costos en este escenario de crisis. Y los costos se abaratan mucho con un paneo cerrado a nivel de la calle.
Empero, lo que más irrita al ciudadano que se manifiesta en paz contra el totalitarismo, es el sarcasmo hiriente, la mofa displiscente y jaranera, como la del ultrak López Artemio. Sujeto que se permite tuitear "que no convocamos a nadie", que lo hacemos "en modo Car One", y que no por eso "el gobierno se tiene que dormir en los laureles". Es mi límite, confieso que esa chacotera acotación me provoca furia homicida, pues imagino a sus seguidores riéndose de nosotros a mandíbula batiente.
Previendo que el kanal del régimen sovietizante CCCP5N, contrate a este joker como movilero, pienso llevar al próximo banderazo, un bate de beisball debajo del asiento de mi BMW típico de clase media.
Hicieron enojar a los mansos, atengansé a las consecuencias.