6/17/2020

grieta eterna



Este año y para esta fecha se cumplen 65 años de aquella masacre perpetrada por sectores de la Marina y la Aeronáutica junto a la jerarquía católica en la que bombardearon la Plaza de Mayo con claras intenciones de matar al presidente Juan Domingo Perón. Hoy recordamos ese acontecimiento como el acto terrorista más grande de la historia argentina.




Por Miguel Martinez Naón | La foto corresponde a una obra de los artistas Nora Patrich, Gato Nieva e Itzel Bazerque..

Juan Domingo Perón llevaba 9 años en el poder y sostenía un amplísimo apoyo de la clase trabajadora, ganándose el desprecio de la oligarquía, la jerarquía católica (principal referente de la oposición), la Sociedad Rural, la Unión Industrial, el Partido Demócrata Cristiano (un invento europeo creado desde el Vaticano), los radicales y partidos de izquierda como el PC y el PS. Todos estos sectores ya habían conspirado contra él en el año 51 al mando del General Benjamin Menendez. Ese mismo año Perón había ganado las elecciones con el 62 %, y eso explica en parte el por qué de semejante odio terrorista.

Desde 1945 en adelante, tal como ha señalado Roberto Baschetti en alguna de sus charlas, el dominio oligárquico (exultante en la década infame) “se quiebra para dar lugar a una nueva configuración de clases y fuerzas sociales en el control del gobierno. La clase trabajadora tiene un rol protagónico en la ruptura de ese dominio oligárquico y será la columna vertebral del Movimiento Peronista insurgente”

Días antes al atentado, el 9 de junio, se había llevado a cabo la tradicional procesión de Corpus Christi, encabezada por el vicario Manuel Tato y el sacerdote Ramón Novoa. A ella se suman todos los sectores de la oposición incluidos los ateos confesos, los agnósticos, los masones e incluso los marxistas. Marcharon con banderas argentinas por Avenida de Mayo, y al llegar a las inmediaciones del Congreso de la Nación sucedió un hecho muy confuso donde prendieron fuego una bandera argentina e izaron la del vaticano.

Al día siguiente y luego de algunos enfrentamientos entre religiosos y militantes peronistas en la Catedral, el general Perón expresó: “Ahora que el clero ha decidido aliarse nuevamente a la oligarquía no voy a eludir el poner las cosas en su justo lugar. Entiendo que el clero debe servir al pueblo y no servirse de él”.

Es jueves 16 y a las cinco de la mañana Perón recibe un llamado de su ministro de Guerra Franklin Lucero quien le solicita de forma urgente una reunión para informarle sobre un asunto de grave importancia. La reunión se realiza una hora más tarde donde el ministro le informa sobre algunos movimientos extraños en determinadas bases aéreas, y sobre un posible golpe militar. A las 8 hs Perón recibe en Casa Rosada al embajador norteamericano Albert Nufer, y a las 9 ante la insistencia de Lucero se dirige al Ministerio de Guerra ubicado a pocos metros y allí le confirman que está en marcha una revuelta militar.

Ese jueves parten desde la Base Aeronaval de Punta Indio 30 aviones de guerra de la Marina y la Aeronáutica con la inscripción en sus alas del “Cristo Vence”.

Tal como señala Gonzalo Chaves, ellos se creían los cruzados que “estaban amparados por la gracia de dios según ellos, Perón era el anticristo y por eso pintaron en el fuselaje de sus aviones la cruz y la V de la victoria”.

Su objetivo: matar a Perón. Aniquilar definitivamente al gobierno del consenso popular, de la redistribución de la riqueza y la nacionalización de la economía. Borrar de la historia al gobierno de las 8 mil escuelas, de las 500 mil viviendas; al país donde el analfabetismo se había reducido a un 3 %. 

Todo aquello que hoy en día proyectamos como la futura revolución peronista por aquel entonces no era un anhelo, era una realidad. La revolución peronista era una verdad ante los ojos de los y las argentinas.

16 de junio

Aquel nublado día el pueblo acude a la plaza para asistir a un gran desfile de la fuerza Aérea, un espectáculo en honor al gobierno popular, y un acto de desagravio por aquella bandera argentina que días antes fue prendida fuego en la ceremonia del Corpus Christi.

La Plaza de Mayo está repleta de familias.

A las 12:40h el cielo se torna negro y desde los aviones arrojan la primera bomba. La segunda cae sobre un trolebús que venía de Lanús donde viajaban aproximadamente 60 personas, la mayoría eran niños y quedaron completamente carbonizados.

Lanzan bombas sobre la Plaza de Mayo y la Casa Rosada. Prosiguen sus ataques sobre la CGT, el Ministerio de Obras públicas, el Departamento Central de Policía, y la Residencia presidencial ubicada donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional.

Bombas de deflagración, bombas de fragmentación, bombas de combustión rápida con llama y sin explosión, esquirlas del tamaño de una uña que vuelan a gran velocidad y degüellan al primer ser humano que se cruce. Esto hace que el ministerio de economía cuyo frente era todo vidriado se tiña de sangre.

Desde las ventanas del Ministerio de Marina los golpistas ametrallan a los transeúntes y apuntan a la Casa de Gobierno. El pueblo resiste con algunas pocas armas de artillería.

El general Perón, refugiado en el Ministerio de Guerra y junto a sus oficiales leales resiste la embestida. En las calles los obreros peronistas, delegados sindicales y algunos funcionarios (como John William Cooke, que empuña un revolver) se enfrentan a las fuerzas golpistas.

El saldo: más de trescientos cincuenta muertos y dos mil heridos

En el ministerio de Marina los sediosos se rinden al ser rodeados por fuerzas leales a Perón.

Recién a las 16 hs, los aviones, ya habiendo cumplido su misión, huyen hacia Montevideo donde serán recibidos por el futuro genocida Carlos Guillermo Suárez Mason.

Ese día se descargaron 14 toneladas de bombas.

Días previos al atentado los militares conspiradores utilizaron las iglesias durante sus horas sacras para reunirse y organizar el golpe, allí también se crearon los comandos civiles. En los colegios religiosos se fueron depositando las armas, y los mimeógrafos que son utilizados para hacer volantes se guardaron debajo de los altares.


Los responsables

Los principales autores de esta masacre recibirán honores tres meses después cuando se consuma el golpe militar denominado “Revolución Libertadora”, el 16 de septiembre, y serán reincorporados a las fuerzas armadas y ascendidos en el escalafón militar. Ninguno de ellos sufrirá condena alguna durante todos estos largos años. Irán muriendo cómodos, en sus casas, rodeados de su familia y seres queridos, sin ningún tipo de pena.

Cabe mencionar a algunos de los responsables:

- Anibal Olivieri (Ministro de Marina) y sus dos secretarios que luego serían dos de los máximos responsables del genocidio del 76: Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga

- Nestor Noriega (Capitan de Fragata, el primero en arrojar proyectiles)

- Samuel Toranzo Calderón (Contralmirante)

- Jorge Alfredo Bassi (Capitán de Fragata)

- Francisco Manrique (Capitán de Fragata)

- Antonio Rivolta (Capitán de Fragata)

- Carlos Bruzzone (Capitán de Fragata)

- Osvaldo Cacciatore (primer Teniente de Aeronática, y quien fuera posteriormente intendente de la Ciudad de Buenos Aires durante la dictadura de Videla)

- Carlos Massera (Teniente de Navío, hermano del genocida Emilio)

Los comandos civiles fueron organizados desde la iglesia por el Hermano Marista Septimio Walsh (primo del querido Rodolfo) y entre los conspicuos dirigentes políticos que apoyaron esta fiesta sangrienta estaban Miguel Angel Zavala Ortiz de la UCR (partido que recibía para sus campañas millonarios cheques del Bank Of New York); “Norteamérico” Ghioldi del Partido Socialista Democrático (recordemos que este especimen fue Embajador de Portugal durante la última dictadura del 76), y los ultra católicos Mario Amadeo French y Luis María Del Pablo Pardo. Cabe destacar que uno de los jóvenes entusiastas que formó parte de estos comandos asesinos fue el periodista Mariano Grondona.

Nuestros días siguen teñidos de una profunda injusticia nacional, nadie pagó por estos crímenes. Han sido apañados no solo por la justicia y los poderes fácticos, sino que contaron con la enorme complicidad de muchos partidos políticos y con el silencio de los intelectuales y los historiadores de nuestra progresía.

Tal como señaló Perón en aquel entonces: Es indudable que pasarán los tiempos, pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio.



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