6/13/2020

dicotomía

ENTRE ZIZEK Y BYUNG-CHUL HAN
¿Qué mundo habrá después de la pandemia?

Cuando la realidad material se mueve, el mundo de las ideas se trastoca y los filósofos del mundo teorizan sobre el futuro de la sociedad.

Aye Obladi




El COVID-19 es un punto de inflexión histórico que obliga no sólo a impulsar todas las acciones necesarias para hacer frente el problema, sino también la necesaria reflexión acerca de cómo será la sociedad, después de la pandemia. El problema es que los análisis impresionistas, ya sean pesimistas como optimistas, vuelan a la orden del día y no es casualidad que dos de los máximos exponentes contemporáneos de la intelectualidad de “izquierda”, Slavoj Zizek y Byung-Chul Han, ya presenten algunas ideas aparentemente dicotómicas, que es necesario analizar.

Bien a su estilo cinéfilo, Zizek utiliza una escena de Kill Bill para ilustrar metafóricamente el impacto de la pandemia. Con el ejemplo de la “Técnica del corazón explosivo de cinco puntos en la palma”, propone la tesis de que este virus será letal para el capitalismo. Dice, ilustrando el efecto de la técnica: “puedo tener una buena conversación mientras esté sentado y calmado, pero tengo claro que desde el momento que comience a caminar, mi corazón explotará y yo caeré muerto”. Sin embargo, no sólo se queda ahí, sostiene que esta situación particular que pone en jaque al sistema, al mismo tiempo engendra los gérmenes para una nueva sociedad, una sociedad comunista. Señala que la crisis actual demostraría que la solidaridad y la cooperación mundial se vuelven en interés de la supervivencia de todos y cada uno de nosotros, y no de manera idealista, sino como “lo único racionalmente egoísta que se puede hacer”.

Ante los análisis de Zizek criticando a Agamber, el surcoreano Byung-Chul Han salió a la ofensiva sosteniendo que Zizek se equivoca y que “tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza”. En consonancia con las ideas desarrolladas en su famoso libro “La sociedad del cansancio”, eso sería así como producto de que el efecto del virus es la de generar una especie de “solidaridad-insolidaria”, es decir, una solidaridad que paradójicamente nos aísla e individualiza, en una atomización tal, donde el racismo, la presencia de los estados-naciones y la vigilancia de cada uno de los ciudadanos, se exacerva.


La complejidad de la realidad

Como dijimos más arriba, las teorías tanto pesimistas como optimistas tienden a ocupar la escena, pero no se trata de seguir aquella frase célebre de Gramsci, “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, sino de comprender la realidad tal cual es para dilucidar sus contradicciones y múltiples tendencias. Ni voluntarismo subjetivista, ni materialismo vulgar objetivista.

Pese a su pesimismo, Byung-Chul Han acierta con un estado de la cuestión según el cual estamos en un momento de reforzamiento de los Estados y su embestida reaccionaria. Una vigilancia permanente que se vuelve hegemónica, llevando incluso a la auto-vigilancia de los propios cuerpos y movimientos. Y si bien Zizek reconoce que esto existe, no realiza una tarea de primer orden que, el surcoreano sí hace: advertir sobre el peligro de la naturalización de estas prácticas. No es casualidad en ese sentido, que abunden en las redes las citas de Foucault, quien parece no haberse equivocado a la hora de retratar al poder como una relación social donde tanto dominados como dominantes forman parte de un juego infranqueable en que la autodisciplina y la conversión de todo para alimentar el poder mismo, asumen la forma de todas las cosas.

En Argentina, pero entendemos que en la mayoría de los países donde la política de estado casi que exclusivamente se reduce a la técnica de la cuarentena total, la militarización de las calles y el aislamiento asegurado con el slogan “#QuedateEnCasa” (que aunque acertado) difunde la ideología de que el enemigo se traspola a cada individuo, y los responsables somos “todos”, esto se vuelve patente. A tal punto es así, que paradójicamente este hiper-individualismo, reclama un Bonaparte que imparta orden y así es como vivimos una inversión de ciertas identidades políticas. Quienes se identifican como liberales piden un Estado fuerte. Quienes se identifican como progresistas o incluso izquierdistas, aplauden a la policía en las calles para “asegurar la cuarentena” a la fuerza.

Nadie en este momento, más que Agamben y Byung-Chul Han, piensa en las libertades democráticas y cualquier cuestionamiento al disciplinamiento por la fuerza, es tildado de anacrónico y de un idealismo tal, que de seguirlo nos llevaría a todos a la muerte.
Eso, en lo atinente al dispositivo de la cuarentena… pero ¿qué nos queda si analizamos la proliferación de la xenofobia tras el cierre de fronteras y el sentido común que se reproduce acerca de la prácticas gastronómicas de los habitantes chinos? Y mucho más si hablamos ya no de los estados en sí mismo y la disciplina social… ¿qué hay del disciplinamiento económico y político? Mientras los Estados refuerzan el elemento punitivo y el enano fascista de cada quien se agranda, se aprovecha para desproteger y ajustar a mansalva a los más rezagados de la sociedad y a los explotados del mundo. Mientras a los sindicatos y partidos se los fuerza a “acuarentenarce” y se prohíben las asambleas porque “juntarían mucha gente”, para gran parte de los trabajadores, no hay cuarentena. La sobre explotación en las fábricas aparece como “necesaria” para evitar una catástrofe económica mayor. Lo mismo sucede con el guiño a las empresas para realizar despidos al libre antojo de los empresarios. Alberto Fernández refuerza el seguro de desempleo y no la prohibición de los despidos, adelantandonos que las empresas van a echar trabajadores. Una vez pasada la pandemia, de lo que se tratará es del esfuerzo que deberemos “hacer todos” (es decir los trabajadores) para “reconstruir la economía” luego del período de “guerra”.

¿Podemos sostener con esto, que Byung Chul Han tiene razón y entonces vamos hacia un reforzamiento del capitalismo y no a su extinción? Para nada. Esto no retrata más que “lo que es” (el momento actual de la vivencia de la pandemia) y una de las tendencias si se llega a normalizar este estado de cosas. El problema es que Byung, no llega a dimensionar el movimiento dialéctico y contradictorio del asunto.

El capitalismo históricamente ha utilizado todo a su alrededor para reforzarse a sí mismo. Guerras, crisis económicas y pandemias… todo sirve para relanzar una embestida reaccionaria en todos los planos con la excusa de “proteger a la población”. Tiene el poder de metabolizar todo lo que engendra… sin embargo es necesario advertir que no lo engendra con ese mismo fin. No existe una realidad supra-relacional y maquiavélica, un sujeto-capital que se coloca como por encima de las relaciones de clase. Si el capitalismo nos lleva a una pandemia que amenaza a la sociedad, es porque su lógica es irracional, o en otro sentido, de una razón instrumental que se emancipa de sus propios hacedores. Es algo que opera y que sobrepasa las proyecciones de los mismos capitalistas, amenazandolos a ellos mismos y a su propia lógica.

El lucro incesante, la relación instrumental que el capitalismo teje con la naturaleza como si ésta fuese una cosa muerta y transparente (y no una siempre en parte misteriosa extensión de nosotros mismos que es necesario pensarla como totalidad de forma consciente) nos llevó a tratar con virus y bacterias que el propio sistema no puede controlar. Veamos un poco…

Así como Marx nos dice que el capitalismo engendra no sólo a su clase poseedora (la burguesía), sino a la desposeída (el proletariado), tejiendo una relación inmanente donde la burguesía se aprovecha del proletariado, pero que con esto también crea a su propio sepulturero; nosotros podríamos decir que Zizek sostiene algo parecido al respecto, pero en lugar del proletariado, lo que aparece como sepulturero es el propio coronavirus.

Sin lugar a dudas, la primer gran noticia al respecto, es la caída de la economía. China y Estados Unidos recibieron duros golpes y Trump inmediatamente tuvo que salir al rescate con una inyección en la bolsa. Los Estados del mundo se preguntan cómo evitar una tragedia en la sociedad dañando la economía lo menos posible y así como el pánico aparece en cada uno de los individuos, los capitalistas y sus Estados no quedan exentos. No sólo porque el virus no distingue raza, género y clase (aunque ciertamente los que más lo sufren son los de abajo), sino que la recesión mundial que se estaba pudiendo surfear, ahora aparece como inevitable. Si de lo que se trata es de “acumular y crecer incesantemente” y desde la crisis de 2008 no hay más que un crecimiento amesetado, esto no hace más que anunciar la exacerbación al límite de esa misma crisis que pide a gritos cambios profundos y radicales en todo el mundo. Al menos el neoliberalismo, parece no dar más.

Si a esto se le suma la amenaza social (sin desarrollar aquí la amenaza ecológica), el cuadro es completo. El desastre económico y humanitario lleva a los más pobres y explotados del mundo a más pobreza y más explotación. Pero eso no necesariamente anuncia un capitalismo triunfante, sino la muestra cruda del fracaso del capitalismo para sostener las ideas de bienestar individual y social que pese a todo, siguen operando en las subjetividades. Los Estados del mundo tienen pánico a un desborde y ya no pueden contener a los de abajo con las míseras migajas de siempre. De hecho, si se sigue así, cada vez hay menos margen para las migajas y Chile y Francia son una muestra ante-pandemia, de lo que el capitalismo no quiere. Que a la crisis, le siga no sólo el recrudecimiento del aparato policial, sino, la rebelión social de los que ya no tienen nada que perder, porque una porción considerable de la sociedad ya ni cadenas posee, sino simple y llanamente, un cuerpo infectado esperando la muerte por un nuevo virus engendrado por el capital. El movimiento feminista lo ilustra con la siguiente consigna: “perdimos tanto ya, que hasta perdimos el miedo”.

De ahí que Zizek no caiga en el impresionismo de hacer eterno el actual estado y en muchos países creciente momento reaccionario en esta experiencia de la pandemia y pueda reparar en las consecuencias sociales, ya que en este capitalismo global, la división del trabajo deja a más de un tercio sumido en una pobreza tal que sólo con cuarentena y aislamiento, no alcanza. En ese sentido, es que sostiene: “Lo que temo hoy más que las medidas aplicadas por China (e Italia and so on) es que apliquen estas medidas de manera que no funcionen para contener la epidemia, mientras que las autoridades manipulan y ocultan los verdaderos datos.” Cuando ya todos hayamos acatado la cuarentena y los números de contagiados estallen y el sistema de salud que en Latinoamérica estaba desbordado desde antes de la pandemia ocurra, ¿qué solidaridad se hará emergente?, ¿que nivel de legitimación tendrá un Estado reducido a ordenarte por la fuerza que te quedes en tu casa, cuando las enfermeras soliciten la ayuda de la sociedad y los insumos que aún no llegan? Zizek sostiene: “la amenaza de infección viral también dio un tremendo impulso a nuevas formas de solidaridad local y mundial, además de dejar clara la necesidad de control sobre el propio poder. La gente tiene razón en responsabilizar al poder del estado: tienes el poder, ¡ahora muestra lo que puedes hacer!”.


Una vez más, socialismo o barbarie

Tanto el recrudecimiento del capitalismo como la crisis total de éste y los gérmenes para un nuevo sistema, son posibles. La acción de los Estados es contundente y capaz de anular subjetividades y disciplinar cuerpos, pero el ser es siempre una entidad viva y no ontológicamente sumisa, por lo que a toda acción le continúa una reacción, y esto no obedece a leyes de la física, sino al movimiento real de la lucha de clases que no se detiene. Ni el capitalismo es una realidad total invencible y maquiavélica ni un virus es una entidad subjetiva capaz de crear nuevos sistemas.

Ahora bien, en esta relación dialéctica, en la que la correlación de fuerzas le da un guiño importante a la burguesía y sus estados que cuentan con la concentración de todos los recursos y herramientas para hacernos acatar sus órdenes, le corresponde un momento histórico donde la tolerancia a los de arriba comienza a escasear. Y no es sólo la naturaleza como fuerza inorgánica actuante, sino esa juventud que en el mundo se levanta porque el capitalismo ya no va más. La particularidad, es que el coronavirus pone como centro del conflicto, ya no a los jóvenes, sino que hoy, entra en escena un nuevo y determinante elemento que hace años parece dormido: la clase obrera. Pese a su heterogeneidad interna, el proletariado actual comparte las mismas experiencias de Taiwán a Buenos Aires, de Hong Kong a Londres y Buenos Aires. Es forzada a seguir produciendo o a perder su trabajo, colocándola entre la espada y… ¡otro espada!: la muerte por virus o la muerte por hambre.

Qué hará la clase obrera cuando el capitalismo ataque… ¡y vaya que está atacando!, es algo que no podemos resolver en el plano de la filosofía. Como dice Eduardo Grüner, cuando Marx decía en su Tesis XI, que los filósofos se han ocupado de interpretar el mundo de diversas formas, pero que de lo que se trataba, era de transformarlo… no sólo quería expresar la máxima de la acción, sino la idea de que las ideas y las interpretaciones sólo pueden desarrollarse en la medida en que se desarrolla el movimiento de lo real. Para que la filosofía “avance” y no se atomice, es necesario que la historia también avance y la sociedad no se atomice. Hoy, más que nunca nos hayamos en ese movimiento y trastocamiento de todo lo que parecía natural/normal/eterno. Por eso, la comprensión dialéctica, materialista, histórica y la política revolucionaria y estratégica, vuelven a colocarse como una necesidad a la orden del día. Hoy más que nunca, socialismo o barbarie, (ambas posibilidades) se colocan como una realidad inobjetable.

BIBLIOGRAFÍA






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