El general Aramburu duerme. Ha desbaratado una sublevación que reivindicaba al “régimen depuesto” como califican los diarios. Querían la vuelta del “tirano prófugo” eufemismo descalificatorio con el que se mencionaba sin nombrarlo al General Juan Domingo Perón. Es el 12 de junio de 1956. La Penitenciaría de las Heras parece un escenario que remeda los campos de Navarro, ciento veintiocho años antes.
El General Juan José Valle espera ser fusilado como Dorrego. Se había entregado para parar la matanza de sus seguidores y le habían prometido cuidar su vida. El General Aramburu duerme. Desconoce que está por convertirse en Lavalle. No sabe que esos disparos que terminarán con Valle, tendrán un replay catorce años más tarde, que concluirán con su vida, posiblemente en una estancia de Timote. Sueña con el poder que hoy tiene. Otro hombre, sin interés por la política y mucho por el ajedrez, no sabe que estos hechos que están por suceder, lo arrancarán del anonimato. Es Rodolfo Walsh.
La historia entreteje su trama. Descarnada y sangrienta. El General Juan José Valle empieza a escribir su carta de despedida. Su verdugo, el General Pedro Eugenio Aramburu duerme.
El General Juan José Valle recuerda que con su verdugo entraron juntos al Colegio Militar. Fueron compañeros de banco hasta el grado de subteniente. Sus familias veraneaban juntas en Mar del Plata. Incluso fueron socios, con otros generales, en una empresa de construcción. Pero ahora todo esto no cuenta. “Los democráticos” darán una lección de dureza. De eso saben mucho. Hace menos de un año han bombardeado a la población indefensa en Plaza de Mayo.
“Se acabó la leche de la clemencia” dirá después el dirigente “socialista” Américo (norteamericano) Ghioldi.
Faltan minutos para que la orden de fusilamiento se cumpla.
La proclama del levantamiento dice entre otras cosas: “… Se vive en una cruda y despiadada tiranía”; se persigue, se encarcela, se confina, se excluye de la vida cívica a la fuerza mayoritaria; se incurre en “ la monstruosidad totalitaria” del decreto 4161( que prohibía siquiera mencionar a Perón); se ha abolido la constitución para suprimir el artículo 40 que impedía “la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas naturales”; se pretende someter por el hambre a los obreros “ a la voluntad del capitalismo” y “ retrotraer el país al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los resortes fundamentales de su economía”
El ensayista Horacio González sospecha que la redacción de la proclama pudo haberla escrito Leopoldo Marechal. El General Valle sabe que está recorriendo los minutos finales de su vida. Toma la estilográfica y le escribe a su ex amigo y hoy presidente:
“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable.Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias es sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria."
Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio
9 DE JUNIO DE 1956
El alzamiento había sido infiltrado por el gobierno que conocía todos los movimientos. Podría haberlo abortado, pero decidió que emergiera para reprimirlo con fiereza. Aún lamentaban no haber bombardeado la cañonera paraguaya en que se había refugiado Perón en septiembre del año anterior.
Juan José Valle y Raúl Tanco habían pasado a la clandestinidad hacía meses. El movimiento cívico militar se había empezado a planear en el barco – cárcel Washington.
El inicio de las acciones sería la lectura de la proclama revolucionaria a las 23 del sábado 9 de junio, cuando en el Luna Park peleaban el zurdo noqueador Eduardo Lausse con el chileno Loayza. Un grupo de civiles se reunían en Lanús, con el pretexto de la pelea, para escuchar la proclama.
El gobierno ya tenía redactado los decretos por los que proclamaba la ley marcial y la de la lista de fusilados cuyos nombres no consignaba.
Los focos del alzamiento fueron Campo de Mayo, La Plata y La Pampa. Todos los levantamientos ocurrieron entre las 22 y las 24 horas.
El gobierno estableció la ley marcial a las 0,32 del 10 de junio. El decreto fue firmado por el Presidente y Vicepresidente, Pedro Eugenio Aramburu y Isaac Francisco Rojas respectivamente, y por los ministros de Ejército Arturo Ossorio Arana, de Marina Teodoro Hartung, de Aeronáutica Julio Cesar Krause y de Justicia Laureano Landaburu.
Dice María Seoane en Clarín del 4 de junio de 2006: “Para aplicar la ley marcial a los sublevados esta debía ser aplicado con retroactividad al delito cometido, violando el principio de irretroactividad de la ley penal. Pocas horas después, firman el decreto 10363 que ordena fusilar a quienes violan la Ley Marcial”
Los civiles reunidos en Lanús, fueron llevados a los basurales de José León Suárez y fusilados. Varios sortearon los disparos y huyeron. El testimonio de uno de ellos, Juan Carlos Livraga, sería el inicio del libro de Rodolfo Walsh, “Operación Masacre”, que inauguraría el género de “no ficción” y cambiaría para siempre la vida del autor de “ Esa mujer”. Dice el notable escritor: “La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana. En ese mismo lugar, seis meses antes, nos había sorprendido una medianoche el cercano tiroteo con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento de policía, en la fracasada revolución de Valle……
Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: “Viva la Patria” sino que dijo: “ No me dejen sólo, hijos de puta”
Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:
- Hay un fusilado que vive.
No se qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.
Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; le creo en el acto.”
Las muertes llevan a Valle a entregarse para parar la matanza con la promesa que le formulan de respetar la vida de los sobrevivientes y la suya propia.
EL PRESIDENTE DUERME
Cuenta Roberto Bardini en una nota publicada en Argenpress: “En junio de 1956, Susana (Valle) es una adolescente de 17 años. Esa noche, le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional. Mientras ella llora, lo ve llegar erguido, entero, sonriente, rodeado de un grupo de Infantería de Marina que lleva puesto cascos de acero y porta ametralladoras. Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en veinte minutos más. Las autoridades los dejan conversar en una sala fría, custodiados por los infantes armados. El general se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un choque emocional. Ellos no dan muestras de ningún quebranto, pero algunos de los jóvenes custodios están a punto de desmayarse y otros deben ser retirados de la sala, víctimas de crisis nerviosas. Valle le explica a Susana por qué decidió no asilarse en una embajada y entregarse: “¿Como podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café”. Antes de enfrentar el pelotón, el oficial tiene varios gestos. Renuncia al ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar.En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya. Cuando Devota llega, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea: ¡Ustedes son todos unos macaneadores! ¿ No están proclamando que la otra vida es mejor?
Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: “ Si vas a llorar, andáte, porque esto no es tan grave como vos suponés: vos te vas a quedar en este mundo y yo no tengo más problemas”………Un oficial dijo “ Ya es la hora” Valle se quitó el anillo que llevaba y lo colocó amorosamente en manos de la muchacha. También le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para el pueblo argentino, y otra para abuela, mamá y para mí. Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida”
Eran las 22 y 20 del 12 de junio de 1956.
En esos mismos momentos la esposa de Valle imploraba clemencia apelando al viejo amigo, ahora presidente. La respuesta fue: “El Presidente duerme”
Al día siguiente un lacónico comunicado oficial informó: “Fue ejecutado el ex General Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado”
EL SUEÑO SE TRANSFORMÓ EN PESADILLA
Nunca sabremos que soñaba el General Aramburu cuando sus colaboradores impedían el acceso de la esposa de Valle porque “El presidente duerme”. Si sabemos que los fusilamientos y la sangre derramada, los dieciocho años de proscripción de Perón, el ocultamiento del cadáver de Evita, las políticas económicas liberales, la aplicación de los innumerables planes de ajuste, el descenso del nivel de vida de la población abrieron las puertas a una pesadilla que tuvo una estación tenebrosa con la “ Revolución Argentina”, una primavera peronista iniciada el 25 de mayo de 1973 que duró hasta la muerte de Perón, previo paso por la Masacre de Ezeiza, que fue un adelanto de la aparición de la siniestra banda paraestatal de la Triple A que adquiriría presencia omnipotente en los tiempos del dúo Isabel – López Rega. Pero los sectores económicos que acometieron los sucesivos intentos de demoler el modelo de sustitución de importaciones, los Del Carril y Agüero modernos, encontrarían la “solución final” con el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
La noche del horror, requisito indispensable para consumar la entrega, invadió al país.
Un Comando Juan José Valle del grupo Montoneros ejecutó a Aramburu un 1° de junio de 1970. Aramburu, transformado en político conciliador, había hecho gestos de acercamiento a Perón, que luego concretaría Alejandro Agustín Lanusse. En sus horas postreras tuvo gestos de dignidad que no exhibió hasta esos momentos límites. Según el relato de sus ejecutores, al preguntársele su último deseo, solicito que le aten los cordones y cuando le informaron que procederían a fusilarlos dijo secamente: “Procedan”.
El comunicado número 4 de Montoneros del 1 de junio de 1970 dice:
“La conducción de Montoneros comunica que hoy a las 7,00 horas, fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu.
Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma.
¡PERÓN O MUERTE! ¡VIVA LA PATRIA! MONTONEROS
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