5/15/2020

debate historiográfico

Más de seis décadas después de la fundación del Estado de Israel y la declaración de guerra por parte de sus países árabes vecinos, las heridas siguen abiertas. Los turbulentos años de 1947 y 1948 vieron el fin del mandato británico en Palestina, el fallido plan de partición de la ONU, y los desplazamientos masivos de población fruto de la estrategia de los líderes sionistas y de la guerra árabe-israelí de 1948.

Muchas de las historias que narran la creación del Estado de Israel, el estallido del conflicto árabe-israelí y la crisis de refugiados causada por la Nakba (‘desastre’ en árabe) palestina suelen comenzar en una fecha: el 15 de mayo de 1948. Ese día terminaba oficialmente el mandato británico sobre la Palestina otomana, un territorio que había sido ocupado por los británicos tras la Primera Guerra Mundial, al igual que las actuales Irak y Jordania. Un día antes, David Ben Gurión, líder de la Organización Sionista Internacional y de la Haganá —la organización de autodefensa judía en Palestina—, y primera persona en ostentar el cargo de primer ministro de Israel, había proclamado la independencia y el establecimiento del Estado de Israel según las fronteras delineadas por el plan de partición diseñado por la ONU en 1947. Este plan no fue aceptado por la mayoría de los palestinos que vivían allí y, como respuesta, los países árabes vecinos declararon la guerra al nuevo Estado, cuyas fronteras no reconocían. Israel se defendió eficazmente y resultó victorioso, mientras que cientos de miles de palestinos fueron expulsados de sus hogares y se convirtieron en refugiados. Desde entonces la sombra del latente conflicto árabe-israelí, reactivado en 1956, 1967, 1973, 1987 y 2000, oscurece la política de la región.

Este relato, no obstante, es incompleto. A pesar de que la historiografía oficial israelí asegura que los palestinos que abandonaron sus hogares entre 1947 y 1949 lo hicieron voluntariamente e incitados por los líderes árabes, en las últimas décadas se han documentado evidencias de que la despoblación de Palestina fue un plan deliberado. Tal y como muestran los archivos de la Haganá y del Ejército israelí, y las memorias de Ben Gurión, la Nakba no fue el resultado accidental del conflicto armado, sino un plan deliberado diseñado antes de la guerra. Ben Gurión sostenía que un Estado judío solo podía ser viable y duradero si los judíos representaban al menos el 80% de la población. Para ello, no solo era necesario atraer inmigrantes judíos de todas partes del mundo, sino también convencer a la población árabe local de que abandonara sus hogares. Para comprender por qué Ben Gurión y los suyos pensaban así es necesario retrotraerse unas décadas.

A finales del siglo XIX, el aumento del antisemitismo en Europa central y occidental —ejemplificado a la perfección por el caso Dreyfuss en Francia― llevó a algunos intelectuales judíos, como Theodor Herzl, a reflexionar sobre la posibilidad de establecer algún tipo de Estado propio donde los judíos no sufrieran discriminación ni persecuciones. La idea tuvo éxito y pronto se organizó institucionalmente. El movimiento fue bautizado como “sionismo” en referencia al monte Sión, donde en la Antigüedad se encontraba el templo de Salomón. La Organización Sionista Mundial, con presencia en varios países europeos y una intensa actividad diplomática, tenía como objetivo a largo plazo establecer un Estado judío independiente y, a corto plazo, incentivar la inmigración de judíos a la Palestina otomana en lo que se denominó aliyot. Para ello, los sionistas trataron de establecer acuerdos con los otomanos y con las distintas potencias europeas que operaban en la zona. La inmigración judía, no obstante, fue relativamente moderada hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial: entre 1880 y 1914 apenas migraron unas 40.000 personas, descontando a todos los que regresaron a Europa tras unos pocos años. 

La situación cambió tras la derrota otomana en la Gran Guerra. Gran Bretaña, cuyas tropas habían ocupado Irak, Palestina y la actual Jordania, se convirtió en la potencia administradora de dichos territorios bajo una fórmula jurídica desarrollada por la recién creada Sociedad de las Naciones llamada “mandato de tipo A”. Teóricamente, los mandatos de tipo A iban a ser una especie de tutelaje por un periodo corto de tiempo en el que las potencias europeas iban a ayudar a las élites locales a establecer las instituciones necesarias para convertirse en Estados independientes. Este fue el caso con Irak y Jordania, que accedieron a la independencia en los años 30.

Sin embargo, la gestión británica en Palestina fue más ambigua, ya que por un lado se veían atados por el compromiso de crear un “hogar nacional para el pueblo judío” que habían adquirido con los sionistas mediante la Declaración Balfour de 1917, a la vez que trataban de mantener el orden entre una población local que cada vez recelaba más de los ocupantes. Los británicos decidieron facilitar la migración judía a Palestina y ofrecieron a los recién llegados puestos en la administración colonial vetados a los árabes. Esto causó numerosos incidentes violentos entre las comunidades árabe y judía, incluyendo pogromos y masacres de judíos, y dos oleadas de protestas y disturbios protagonizados por los árabes en 1929 y 1936.Texto de la Declaración Balfour tal y como apareció en el Times de Londres el 9 de noviembre de 1917. En ella, el Gobierno británico apoyaba la creación de un Estado hebreo en Palestina. Fuente: Wikipedia

Para mantener la estabilidad en la zona, los británicos descabezaron el incipiente movimiento nacionalista palestino. Mientras tanto, las distintas organizaciones sionistas, dispuestas a cumplir su objetivo de protegerse de los ataques y establecer un Estado judío, adquirieron armas y prepararon ataques terroristas contra árabes y británicos. Estos ataques se volvieron especialmente prominentes en la década de 1940, una vez quedó claro que los alemanes no amenazaban la Palestina británica en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, las noticias que llegaban sobre el Holocausto que tenía lugar en Europa hicieron que las organizaciones sionistas sintieran que crear un Estado propio era vital para la supervivencia del pueblo judío.



El plan de 1947


Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los británicos trataron de salir rápidamente de Palestina, al igual que pretendían hacer en India. El nuevo Gobierno laborista de Clement Atlee estaba preocupado por el coste económico y humano de mantener el Imperio, y los oficiales británicos en Palestina se encontraban desesperados por su incapacidad para controlar a las milicias paramilitares judías e impedir las represalias informales llevadas a cabo por soldados británicos. Su decisión de transferir la gestión del territorio a la recién creada ONU fue anunciada en febrero de 1947. En noviembre de ese mismo año, tras nueve meses de investigación y deliberaciones, la ONU propuso un plan para dividir el territorio del mandato de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío. El plan no se correspondía con la situación real, ya que fue diseñado por diplomáticos que apenas tenían conocimiento sobre el terreno ni experiencia en mediación y resolución de conflictos, pero que habían sido testigos del horror del Holocausto y creían en el imperativo moral de restituir a las víctimas. Los árabes palestinos, opuestos a la idea de dividir su tierra, decidieron boicotear a la comisión especial de la ONU, que se reunió principalmente con las organizaciones sionistas. El resultado final fue un plan que concedía más de la mitad del territorio del mandato de Palestina, incluyendo más de cuatrocientos pueblos habitados por árabes, a un futuro Estado judío a pesar de que los judíos solo representaban un tercio de la población y poseían apenas un 7% de las tierras.



Del plan de la ONU de 1947 a la actualidad, el territorio controlado por Israel ha ido ampliándose progresivamente a costa del territorio palestino

Cuando el plan fue anunciado, se produjeron algunas manifestaciones organizadas por árabes insatisfechos con la resolución de la ONU. También se registraron enfrentamientos violentos entre árabes y judíos con víctimas mortales, aunque en buena parte de los pueblos y barrios árabes la situación era tranquila. El territorio palestino llevaba siendo gobernado por extranjeros desde el siglo XIII, de modo que no había una sensación real de pérdida de independencia. No obstante, las organizadas y bien equipadas milicias judías pasaron a la acción bajo el pretexto de defenderse de los esporádicos y mal organizados ataques árabes. Los líderes sionistas se prepararon para una futura toma de la tierra que creían que les correspondía. Su proyecto, un Estado hebreo que sirviese como hogar para todos los judíos del mundo y las víctimas del Holocausto, solo era posible si lograban homogeneizar el territorio, para lo cual diseñaron un plan de limpieza étnica que comenzó antes de la retirada británica; un plan que desembocó en la Nakba. 

Por limpieza étnica no debe entenderse un programa para exterminar físicamente a la totalidad de un grupo determinado, sino la expulsión y el reasentamiento forzoso de esta población con el objetivo de crear un país étnicamente homogéneo a la vez que se intenta borrar parte del pasado de la región. Aunque algunos líderes sionistas ya planteaban la posibilidad de desplazar a la población árabe nativa a principios del siglo XX, el plan no prosperó hasta la década de 1930, cuando el Fondo Nacional Judío y la Haganá empezaron a recopilar información detallada sobre las tierras y pueblos árabes con una potencial ocupación militar en mente. 

Este archivo sería fundamental para organizar las operaciones militares que permitieron a las milicias sionistas hacerse con el control del territorio. Mientras que los árabes estaban desorganizados, desunidos y despistados tras la marcha de cientas de sus familias más ricas a Siria, las fuerzas judías contaban con información muy precisa sobre la geografía física y humana de las poblaciones árabes. A ello hay que sumarle una organización militar profesional y disciplinada ―muchos de los integrantes de las milicias eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial―, una infraestructura logística y armamentística muy superior a la de los árabes y, por último, una hábil diplomacia. Los israelíes consiguieron llegar a un entendimiento con los gobernantes árabes de Jordania: en caso de enfrentamiento armado, el futuro Estado judío respetaría las fronteras de Cisjordania si esta lograba ser anexionada por Jordania. La anexión permitiría al rey jordano Abdalá controlar un territorio más fértil, poblado e interesante que el suyo propio.

Las primeras operaciones de limpieza étnica comenzaron a finales de 1947 y, de hecho, el periodo entre diciembre de 1947 y mayo de 1948 podría ser definido como de guerra civil. No obstante, la relación de fuerzas era muy desigual. Los israelíes contaban con 50.000 soldados con armamento moderno comprado a Checoslovaquia, incluyendo algunos carros de combate, artillería e incluso una modesta fuerza aérea, además de las unidades paramilitares. El ejército árabe, por su parte, no llegó a superar los 10.000 efectivos, la mayoría de ellos voluntarios sin experiencia militar, mal equipados y sin una coordinación o mando únicos. Esta situación se agravaba por el hecho de que, en general, los líderes de los países árabes vecinos, recientemente independizados, se negaron a enviar tropas de apoyo a pesar de la retórica belicista e incendiaria que mantenían en público.



Instrucción militar de miembros de la Haganá en un campamento de las Fuerzas de Defensa de Israel en octubre de 1948.

Los israelíes comenzaron su ofensiva en diciembre de 1947, ocupando algunos pueblos árabes situados en la zona que la ONU había asignado al Estado judío y expulsando a sus habitantes. Si bien en un principio las acciones israelíes fueron presentadas como represalias a las agresiones de los árabes, a principios de 1948 las fuerzas judías comenzaron a llevar a cabo ataques preventivos. Ya a finales de 1947 el objetivo de los israelíes, además de asegurar las líneas de suministros y frenar posibles ataques árabes, era expulsar a la población árabe de las localidades estratégicas, destruir estos pueblos si era necesario y asegurar una futura mayoría judía. Ahora bien, es importante tener en cuenta que esto sucede poco después del Holocausto. La actitud beligerante de los israelíes ha de entenderse en su contexto histórico: millones de judíos habían muerto en Europa tras décadas de discurso antisemita, y es más que comprensible que Ben Gurión y otros sionistas sintieran la necesidad de asegurar un territorio seguro para los judíos. 

A pesar de la retórica catastrofista de los líderes israelíes, que advertían sobre el riesgo que los árabes presentaban para el futuro del Estado sionista, la situación estaba prácticamente controlada en los primeros meses de 1948, en los que decenas de pueblos árabes fueron ocupados y su población expulsada. A finales de marzo, Ben Gurión aprobó el Plan Dalet, la cuarta revisión de una estrategia de ocupación militar y deportación forzosa de la población árabe. El plan consideraba a los árabes enemigos por defecto, y especificaba que, si las localidades ocupadas presentaban resistencia o estaban ubicadas en puntos estratégicos, todos los nativos debían ser expulsados. Además, los pueblos situados en zonas estratégicas o de difícil acceso debían ser completamente destruidos y minados. En otras palabras: la destrucción de los pueblos árabes y la expulsión de sus habitantes no fue un resultado inesperado de la guerra de 1948, sino una estrategia planeada y premeditada antes incluso del fin del mandato británico. Se estima que alrededor de 250.000 árabes huyeron o fueron expulsados de sus hogares entre diciembre de 1947 y mayo de 1948. 

Las operaciones israelíes no se limitaron a las zonas rurales, sino que la población árabe de ciudades como Haifa fue también hostigada y expulsada ante la mirada impasible de las tropas británicas, que teóricamente debían salvaguardar el orden y prevenir episodios de violencia. Salvo algunas excepciones, entre diciembre de 1947 y mayo de 1948 las tropas británicas se limitaron a supervisar la evacuación de los funcionarios y oficiales del mandato, despreocupándose de la situación del resto de la población. Algunas minorías, como los drusos y los circasianos, llegaron a acuerdos con la Haganá para evitar su expulsión y se integraron en las fuerzas judías.

El mandato británico sobre Palestina finalizó oficialmente el 15 de mayo. Un día antes se había proclamado la independencia de Israel, que fue reconocida por EE. UU. y la Unión Soviética a los pocos días. A pesar de su reticencia inicial, la presión de la opinión pública hizo que los países árabes vecinos declararan la guerra al nuevo Estado judío. La fuerza aérea egipcia bombardeó Tel Aviv y varias unidades de los ejércitos egipcio, sirio, jordano, libanés y saudí entraron en el territorio del antiguo mandato de Palestina. No obstante, las tropas árabes estaban descoordinadas, mal equipadas y faltas de preparación. Las tropas jordanas eran las que contaban con mayor experiencia militar y mejor equipamiento, pero, a causa del acuerdo alcanzado entre Jordania y las autoridades judías, los jordanos se limitaron a asegurar las posiciones en Cisjordania que esperaban anexionarse, presentando batalla únicamente en Jerusalén, ya que los israelíes esperaban ocupar toda la ciudad mientras que los jordanos aspiraban a controlar al menos la mitad asignada a los árabes.

La guerra tuvo varias fases, separadas por breves treguas. Los descoordinados ejércitos árabes fueron incapaces de hacer frente a los israelíes, que además de contar con superioridad armamentística, disponían de generales y comandantes muy hábiles y experimentados. Durante la guerra las tropas judías continuaron con las operaciones de limpieza étnica con mayor intensidad que en los meses anteriores. La posibilidad de que las aldeas árabes sirvieran de refugio o proveyeran de suministros a los ejércitos enemigos justificó la destrucción de muchos pueblos y la deportación de sus habitantes. En algunos casos, la población civil desarmada fue masacrada por las tropas israelíes

Los israelíes se hicieron con la victoria en la primavera de 1949 y firmaron varios armisticios con los países árabes enemigos. Así se estableció la “línea verde” que marcaba la nueva frontera entre los territorios israelíes y los árabes. En este nuevo reparto, Israel consiguió hacerse con la mayor parte del territorio asignado a los árabes en el plan de la ONU de 1947; por su parte, Jordania se anexionó Cisjordania y Egipto, la franja de Gaza.



Países que reconocen a Israel, a Palestina o a ambos. La mayor parte de los países que no reconocen a Palestina son occidentales, mientras que todavía quedan muchos países árabes que no reconocen a Israel.

El victorioso Estado de Israel continuó con la estrategia de homogeneización de los territorios que ahora controlaba. Además de las expulsiones, miles de palestinos fueron encarcelados como prisioneros de guerra o enviados a campos de trabajo. La población civil que permaneció en Israel vio cómo su libertad de movimientos era restringida. En las ciudades, a pesar de las promesas de los líderes israelíes, los lugares de culto de los árabes cristianos y musulmanes fueron saqueados, así como las viviendas y comercios de los árabes que habían huido. Los pueblos destruidos por los israelíes en 1948 fueron rebautizados, y en muchos casos se plantaron bosques de coníferas y otras especies foráneas. Las tierras y propiedades de muchos árabes fueron confiscadas y redistribuidas. En total, se estima que unos 750.000 árabes palestinos abandonaron sus hogares entre diciembre de 1947 y mayo de 1949, un tercio de ellos antes del inicio oficial de la guerra árabe-israelí. Este periodo fue posteriormente bautizado por los palestinos como la Nakba, el desastre. Paralelamente, se estima que más de medio millón de judíos fueron expulsados de Irak, Argelia, Marruecos y otros países árabes como represalia, muchos de los cuales se refugiaron en Israel.

Si bien es cierto que las peores masacres y abusos fueron obra de unidades irregulares y no formaban parte del plan oficial de los líderes judíos, hay suficientes evidencias de que Ben Gurión y otros líderes sionistas contaban con la expulsión de millares de árabes para asegurar la viabilidad del Estado de Israel. Esta realidad incómoda y traumática fue ignorada y silenciada por la sociedad israelí. Solo en las últimas décadas una nueva corriente de historiadores ha empezado a investigar los archivos de la Haganá y el Ejército israelí, y a recopilar testimonios de veteranos israelíes de la guerra. A pesar de que algunos de ellos han sufrido problemas legales y han sido duramente criticados por la prensa israelí, sus esfuerzos y hallazgos han sido fundamentales para entender el turbulento año de 1948. No obstante, el debate historiográfico sigue abierto

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