5/21/2020

aquel día alguien dijo ¡zoom!



Zoon Politikon – Por Horacio González

Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)


La Agencia

El nombre apareció de repente. Mientras cualquier ciudadano estaba en su casa, descansando o mirando el techo (no es lo mismo, hay más angustia en un acto que en el otro, aunque son esencialmente parecidos), algunos cerebros de misteriosas Agencias Publicitarias estaban inventando un nombre para esas “salas virtuales de reunión” que eran tema diario de conversación. Precisamente porque eran un método para generar una industria, la industria de la conversación. Que una Agencia reuniera a todos sus creativos -así se llamaban- para buscar un nombre, solía llamarse Brain Storming. Tormenta de ideas, que era la versión empresarial de las cenas dadaístas, donde cualquier tontería podía pasar por una frase célebre y todo el teatro clásico podía ser destrozado para extraerle la médula que el mercado de ideas precisaba. Así se podía usar El Grito del pintor Munch, para representar el asombro de un consumidor ante el generoso Plan de Precios Rebajados para este Fin de Semana. Después, los nombres ostentosos se cambiaron prudentemente para no alarmar a las buenas gentes, incluso a los empresarios. La Tormenta de ideas pasó a llamarse simplemente TI o BS (“por sus siglas en inglés”). Era habitual escuchar en los pasillos laberínticos de la Agencia “hoy hay TI” o bien “hoy hay BS”, según el idioma que se prefiriese, pero ya no había idiomas sino partículas fonéticas. Era cómodo.

Aquel día alguien dijo ¡Zoom! El murmullo entrelazado de opiniones patafísicas repentinamente cesó. Eso ocurría muy pocas veces y ese silencio súbito señalaba que una palabra había surgido del magma borrascoso, donde toda estupidez, toda tontería, toda frase trunca y hasta un escupitajo insolente, todo, todo había contribuido a que surgiera la idea sin autor. Su autor era la lengua anónima de la Agencia, el pozo profundo de donde surgía una idea luego de atravesar franjas nauseosas, las aguas servidas del lenguaje. Del barrullo grasiento de nuestras conversaciones, sale el nombre providencial. ¡Zoom! ¡La lente del cine que se acerca o se aleja a su objetivo! El acercamiento, la distorsión de la distancia, el primer plano absoluto, el manejo de la imagen para arrancarla de sus proporciones con el espacio. Eso mismo era lo que hicieron los grandes fotógrafos del cine con El ciudadano, con Easy Rider… en esas y en muchísimas películas brilló el zoom

Ahora, es necesario explicar qué estaba pasando en esa Agencia publicitaria. Había recibido un urgente pedido, de una empresa nueva, “surgida ayer” según dijo chistosamente el dueño de la Agencia, y esa empresa precisaba un nombre (“un Nombre y un Logo”) para un nuevo producto, una consola visual informática para comunicaciones de imágenes parlantes a distancia, entre dos o más personas, llegando hasta mil o dos mil, con alentadoras perspectivas de que el sistema cubra cien mil. “Un concierto de Roger Waters, ejemplificó el CEO, entusiasta y juvenil, o cuatro Rívers”, aquí sí populachero y exagerado. Pero un “Ríver” con cada uno en su casa -se frotó las manos. Y con perspectivas aún más amplias en el futuro. La idea era “no te prives de hablar con quién quieras y cuanto quieras aun en cuarentena”. Esta larga y aburrida frase dio lugar a Zoom. Nombre y Logo.

Todos se felicitan mutuamente, la creación colectiva da sus frutos. Nadie sabía quién había dicho la palabra propiciatoria, la de los dioses -¡zoom! – pero se convino en que no fuera entre signo de admiración para hacerlo más sobrio, menos vulgar. Por lo demás, sí, se sabía quién lo había lanzado en medio de la tormenta, pero todos disciplinadamente, consideraban que la totalidad era siempre superior a la voz final, la del remate. Era Anónima, era de Todos, del grupo, del equipo que originó el torbellino, el huracán de ideas que se entrega al mundo de la confusión babélica, una palabra que convulsionará al mercado de las conciencias ansiosas de novedades. La regla de la Agencia era invulnerable, aunque fuera alguien concreto y visible el que musitara con timidez poderosa una voz final, y ella perteneciera a una persona determinada, la creación era “colectiva”. Con el tiempo, esa persona sabida por todos pero anulado por el imperativo categórico de la Agencia -lo que se le ocurre a uno es la parte esotérica de la tempestad colectiva-, se iba imponiendo y cuando ya era demasiado evidente que la idea era personal y con un propietario simbólico hecho de secreto y envidia, silencio y complicidad a voces, el interesado, el Autor, tenía que irse, creaba otra Agencia, y los demás seguían en ese pacto provisorio, donde el vendaval creativo solo salía del “invulnerable ciclón de la comunidad creativa”. Pero lo que interesaba ahora es que el Vocablo mágico que conmovería a todos y todas. –For all and all-, ya estaba allí. Nombre: Zoom. Logo: una camarita cuyo diseño visual tampoco demoró. Líneas severas, abstractas, casi con un cuidado infantil, pero la percepción inconsciente llevaría a una cámara de filmación “moderna”, es decir, atemporal. Todo listo.

Uno de los jóvenes que participaba de esas ráfagas donde más de una docena de personas expectoraban estupideces necesarias que entre estupidez y estupidez originarían la palabra de oro, esa señal mesiánica del millón, era un Ex-Estudiante de Ciencias Políticas y anacrónico cinéfilo. Cuando mágicamente cesó el tifón ideológico y se hizo silencio ante Zoom, exclamó que era “un homenaje a una de las técnicas más internastes del cine, exceptuando el montaje de Eisenstein”. Este novel entusiasmo no fue cercenado por el Director Ejecutivo con enojos o desplantes, como algunos podrían pensar, sino con pedagogía llana. “Recuerde amiguito que esto es un verdadero salto civilizatorio, el cine dijo lo suyo y ahora nos presta sus palabras, y zoom no será la única, esa “toma” que disloca la distancias. Pero lo nuestro es otra revolución… como le diría, una revolución en el modo de reunirse, de hablar, de gesticular, de pensar un fondo con libro o con flores, y recortado en él, el orador, escenógrafo de sí mismo y si usted quiere, simbolizando el fin de la oratoria política en inútiles paraninfos, mediocres cámaras legislativas. ¿No le parece que hay diferencias entre los vulgares oradores que vemos hoy y el modo en que se acota la intervención de cada uno en el Zoom? Controlada, pautada, con un micrófono que si no lo respetamos se puede apagar desde el cerebro central. Cada uno con su speech, como muñecos congelados, y el que se molesta vuelve al día siguiente al Zoom. Siempre te da revancha el Zoom. ¡Una revolución muchachos! ¡Cuatro Rivers!” No se entusiasmen con el pasado, lo respetamos y siempre nos da algo. Pero miren la maravilla que el cine le tenía reservada a esta nueva época. ¡El zoom, el zoom!”

Y el Ceo, el Gerente, el Director Ejecutivo -unos días antes, había dicho por la bajo, no me digan CEO, no es que sea un error, pero por el momento suena mal, y entonces se produjo una real incerteza sobre cómo llamarlo-, se retiraba con el goce de la tarea cumplida. El que no quedó contento fue el Ex-Estudiante, al que le gustaba el cine clásico. Se quedó pensando si había hecho bien en abandonar la UBA por la Agencia. Se iba cabizbajo. Incluso el neologismo “Rivers” lo amargó un poco, no porque tuviera otras inclinaciones futbolísticas sino por la facilidad con que palabras muy establecidas podían volverse un chicle masticable. La Secretaria del CEO (“no le digas más así, solo el nombre de pila, ni siquiera el más simple de Director, él es simplemente uno más”) se le había acercado notando que caminaba preocupado hacia la salida, como si fuera el Exit que ponen en la puerta de los cines. “Mirá, le dijo, la empresa que nos contrata es muy importante pero no tiene sede en ningún lado concreto. ¿Viste? Es como el aire que respiramos, ¿comprendés? A partir de ahora esa empresa se llamará New Zoom for All and All, es muy serio todo esto. Nosotros somos su cable a tierra. Pensálo. El cine no desaparecerá, cuando lo nuestro se afirme todo será más fácil, no se precisarán Hitchcock ni Rosellinis, cada uno será el administrador de su propia imagen y tendrá sus 5 minutos con derecho a una extensión de dos minutos, para c/u decir lo suyo. Democratización total, ¿no lo ves? Habrá un nuevo cine, será sumatorio, lineal, que enhebrará como nadie lo hizo, millones de rostros parlantes que al montarse en los futuros Bancos de Rostros, finalmente nos dará una humanidad de Rostro Único, el Rostro de todos los Rostros parlantes. Imaginate un Eisenstein del Zoom, o sea, de la condensación de rostros. Dará la verdadera identidad y razón de ser de los humanos en su existencia terrenal”. Y le volvió a repetir. “Pensálo”.

Filosofía Griega

El joven Ex Estudiante y fanático de Hitchcock y del cine italiano de los 60 asintió, no estaba de acuerdo, pero quería proteger su carrera incipiente y con suerte, quizás llegaría ser ese montajista del zoom que produciría la humanidad viviendo de un Solo Rostro. Ese Rostro único e imposible que el Ceo General había mencionado, llevando a recorrer un camino ultra místico, esa dimensión del capitalismo financiero que ya alcanzó la plusvalía absoluta, la del Rostro de todos los rostros, la tarjeta electrónica única que cada vez debía renovarse para readquirir una identidad propia pero provisoria.

No es necesario decir que el Ex -Estudiante pronto entendió que nada tenía que ver con el momento de felicidad que atravesaba la Agencia. Ya solo en su casa, al Ex Estudiante se le ocurrió declararse en rebeldía. No es fácil narrar este proceso delicado y lento, que estalla en un momento inesperado, así que es mejor dejarlo establecido sin ahondar en el casi imposible propósito de detectar los sombríos pasos que da una conciencia, en medio de sus tinieblas, para reacomodar todo de un solo golpe. Decidió entonces ofrecer sus servicios de coordinador -en adelante se llamaría Administrador- del mencionado Zoom, cuyas claves conocía, a grupos políticos y de militancia social que había conocido en la Facu (la Facultad). Varios se acercaron, distribuyó horarios y arengó sobre las ventajas del método que haría “que no desapareciese la conversación política durante la cuarentena, ni nunca más.”

Todo cuajó, un nuevo bólido comenzó a funcionar paralelamente a la Agencia, sin que la Agencia se enterase. El Ex-Estudiante no solo le tomó el gusto al manejo de un simple botonero digital que daba el permiso para el uso de la palabra a cada participante, sino que se iba dando cuenta que los secretos de la política le eran cada vez menos misteriosos. No se puede decir que no lo favoreciera el cese de las sesiones parlamentarias, el cierre de los bares, la ausencia de grupos de discusión en los locales sociales o clubs de barrio, la anulación total de las reuniones “presenciales” -pronunciaba esta palabra con cierta ironía-, y la demora sin plazo de las clases universitarias y euforias de cualquier otro orden, de yoga, de tarot, de ocultismo aplicado. Las clases y los actos políticos son el modo en que la Gran Ciudad tiene para darle un cincel elegante a los infinitos e irresolubles debates, inherentes al vivir, a las existencias públicas. Desde siempre hubo lugares urbanos destinados a tal efecto, cerrados o abiertos, legales o ilegales, aireados o asfixiantes, donde se producían las artes de la decisión política. ¿Y si por el momento no los hubiera? La gente le comenzó a tomar el gusto (el gustito, un gusto con algo de pícaro y sensual, travieso) a hablar por Zoom.

Para evitar problemas con la Agencia cuyas ramificaciones le eran desconocidas inventó otra marca, y en este caso sin tormentas mentales. Simplemente lo ayudó Aristóteles. El zoon politikón. “El hombre como animal político”. La Política de Aristóteles. Pasaba de arruinar el Cine a arruinar la filosofía Griega. Pero era preferible. ¡Las posibilidades que esto tiene van a ir muy lejos! El empalme de Aristóteles, con su ética política, rescatando a Hitchcock -o a Orson Welles, le acotó su voz interna-, con el cruce infinito de los hilos de los análisis políticos sobre Black Rock, Fidelity, Templeton. Imagínense, los gerentes de esos fondos de inversión hablando por el mismo medio de los que los atacan. No importan cuanto sean de un lado o del otro. Y en esto no hay nada de arbitrario, porque lo mismo en el hombre que en todos los demás animales y en las plantas existe un deseo natural de querer dejar tras sí un ser formado a su imagen. ¿Quién habrá dicho esto?

Digamos también que hacía tiempo la civilización registraba una acentuada decadencia que hacía sufrir y acaso extinguir al viejo oficio del Orador Público. Había ahora oradores que se llaman profesores, o sea, los que admiten interrupción o ellos mismos, cuentan anécdotas que no tienen por qué ser alegorías de misteriosos conocimientos de envergadura, a los que ya no habría interés en alcanzar. Años de Medios de Comunicación Uniformes habían pasado su inflexible aplanadora sobre las lenguas mundiales. El terreno ya estaba abonado. La ciudad semi vacía favoreció el zoom, uno de los inventos recientes de ese complejo mundo digital que originó la palabra conectividad. ¡Él sabía lo que es una palabra nueva! Cuando era más ingenuo las empleaba continuamente, estructuralismo, deconstruir, articular. Pero luego, más experimentado, las fue ajustando, las decía como distraído o hacía como que la había olvidado, haciéndolas decir al incauto que llenaba con autoridad su deliberada distracción y creía que contribuía a la continuidad del conocimiento.

Grupos sociales, culturales y políticos encerrados en ciudades sin teatros, cafés, subterráneos llenos, miedo en la calle, armaron sus foros o sesiones de Zoon Politikón. Era tiempo comprado al ocio, a la conversación banal. El Administrador había puesto una pyme -como se decía en algunos países periféricos- llamada Zoon Politikon. Todos los interesados por la cosa pública sabían que allí se podía hablar tranquilamente y había Aplicaciones (un genio había puesta esta palabra de las peluquerías en un lugar tan complejo) que al comprar el espacio-tiempo, podían especificarse. Tono de voz, uso de metáforas a lo Quintiliano a lo Hobbes, enojo, enojo con pedido de disculpas final, pedido de disculpa inicial y enojo posterior, corrección automática de frases imperfectas o inconexas. Justamente la Aplicación más solicitada fue la del uso de un corrector automático para adivinar y proseguir las frases truncas que lo traicionan a cualquier orador.

De la Aplicación surgió otra pyme aliada a Zoon Politikon. Se trataba de Automatik Correcktion and Discursive Machine Inc., que no era otra cosa que un depósito general de frases ya configuradas, obtenidas de un examen general de millones y millones de grabaciones de debates parlamentarios en todo el mundo, de lo cual quedó un enjambre preciso y bien hilvanado de dos centenares de elocuciones que respetaban mecánicamente la coherencia expresiva, por lo que bastaba con pronunciar la primera sílaba de una mera intención (ni siquiera una frase ya pensada) que después el mecanismo se encargaba de seguir la oración con total autonomía del orador, que sola había aportado tono, la sílaba y la facticidad de la “saliva primitiva”. Así se la llamaba científicamente. Incluso había un largo discurso, por el cual podía optarse marcando la palabra “hermetismo” en la botonera. “Presionando el botón correspondiente, que versa sobre la muerte del orador y pronuncia severas pero ininteligibles frases al respecto, por lo que todo queda igual que antes”. Algunos lo escucharon emocionados y pronunciaban la primera sílaba originaria que desataba el mecanismo y lloraban cuando lo escuchaban.

El cajoncito de manzanas

El Administrador iba diversificando su mercado y Zoon Politickon, que había nacido de una costilla aristotélica, se convirtió para la inmensa mayoría de los interesados, en un lugar para pensar la relación de la naturaleza con el estado y la relación del hombre con los animales y las plantas. Las comunicaciones a distancia (o remotas) se convirtieron en un hit. Parecía que un narcótico había invadido todo, pero se sospechaba un límite. Por otro lado la Agencia había lanzado sus investigadores (dirigidos por la Secretaria del CEO) por toda la ciudad y sobre las universidades, para neutralizar lo que ya era una competencia intolerable. Pero el Administrador estaba también intranquilo. Un día salió a tomar aire, más que nada porque su perrito se lo podía, pues para él el encierro metafísico en Zoon Politikon era lo mejor, y vio en la calle un grupito animado de jóvenes que se repartían papelitos, escuchó la palabra panfleto, que le era vagamente familiar, y también vio a alguien subida en un cajoncito de manzanas.

Nada de qué preocuparse, pero la conjunción de eso objetos inesperados despertó su curiosidad. De repente una jovencita subida a esa improvisada tarima ejerció el arte olvidado, una voz en presencia haciendo el llamado, pronunciando las palabras que tantos y tantas habrán dicho y oído a lo largo de un camino abrupto pero no olvidado. Compañeras y compañeros, es preciso otra vez que tomémos la historia en nuestras manos. No eran muchas las personas que estaban alrededor.

Volvió a su oficina -trabajaba en solitario para no despertar sospechas de los sabuesos de la Agencia- y pensó que tenía dos caminos. Uno era crear otra Aplicación (Aplication) que llamó cajoncito de manzana, que le diera al usuario de Zoon Politikon la ilusión concreta de las viejas oratorias callejeras ya extintas. No era fácil, había que usar máquinas más delicadas, reproductores tridimensionales y visores de materialización subjetivas. Esas micro fábricas de objetos ilusorios había que importarlas, todavía no se fabricaban en el país, aunque se decía que varios laboratorios ya tenían la fórmula, y que no era robada de ningún otro emporio de virtualidades de Corea del Sur o alguna otra potencia mundial.

No era fácil crear lo que podríamos llamar metáforas físicas. Y poner en marcha nuevas estéticas oratorias que comenzaran con “compañeros y compañeras” y luego el Corrector Automático fuera trazado rumbos hipotéticos pero posibles, un reclamo de comedores escolares, un llamado al fin del capitalismo, una denuncia a las Corporaciones, una predicción sobre el fin del mundo o un análisis del Brexit. Es decir, un rumbo de izquierda, otro de derecha, otro de centro, otros de centro izquierda. Lamentó que todas esas distinciones provenían la de un tablero plano y de aquellas falsas tormentas que había conocido en la Agencia.

La otra solución era abandonar esa Aplicación y salir a la calle. ¡Es lo que hizo! No sabemos bien lo que ocurrió después, pues algo más de gente se arremolinaba alrededor de la oradora, que simplemente estaba juntado voluntarios para los comedores de “los hombres y mujeres que son los desesperados, nuestros hermanos y hermanas”. No es seguro lo que digo, pero el Ex -Estudiante, el inventor vicario de Zoon Politikon, empresa exitosa e ilegal, sintió que debía sumarse a esa otra marcha, sin aplicaciones infinitas y sin situaciones ilusorias. Sintió un nuevo vértigo, recordó nuevamente a Hitchcock y con un gesto ligero se secó una imperceptible lágrima que apenas asomaba.

*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional.

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