1/26/2020

aún anda dando vueltas ( para eso se jugó)


Fractura, suplemento literario de APU, entrevistó a Omar Álvarez. El escritor y docente es autor de Perros en invierno (y primaveras con Lucina), novela testimonial referida a la vida de su hermana, la poeta desaparecida Lucina Álvarez.


Por Jorge Hardmeier


Canta / canta toda la vida 
/ canta con emoción 
/ y al partir sentirás 
/ una brisa inmensa de libertad...

(“Maribel se durmió”, Luis Alberto Spinetta)


Omar Álvarez es docente y Licenciado en Educación. Nacido en Buenos Aires e hijo de inmigrantes españoles, afinca actualmente en Neuquén. Es, asimismo, el hermano menor de Lucina, nacida en el pueblo Santibánez, España, y criada en Perros, pueblo de su madre. Ya en Argentina, la joven Lucina dio sus primeros pasos en el ámbito poético, militó, tuvo un romance con Mario Jorge de Lellis – el poeta de Almagro, inspirador del grupo El Pan Duro – y fue pareja de Oscar Barros – escritor miembro de El Escarabajo de Oro, mítica revista comandada por Abelardo Castillo y Liliana Heker – junto a quien la secuestraron en mayo de 1976, durante una noche palermitana. Lucina se disponía a dirigirse al colegio nocturno ubicado en Córdoba y Riobamba, donde daba clases de Lengua. Oscar y Lucina eran miembros de la Agrupación Gremial de Escritores, orientada políticamente por el PRT, los perritos. Lucina, que participó con sus poemas en la antología Los que siguen, contaba con treinta y un años al momento de su secuestro.

Resumen porteño

Es primavera porteña y Omar Álvarez realiza un viaje a Buenos Aires. Aprovechamos y organizamos un encuentro para conocernos, compartir unas copas de vino, hablar sobre Miguel Ángel Bustos y, claramente, sobre Perros en invierno: La idea de escribir un libro sobre la vida de mi hermana, probablemente, nunca surgió. Y si quisiera ser preciso, tampoco puedo decir cuándo empecé a escribirlo. Comencé con unos pocos borradores de distintas épocas que procuraban narrar distintas cosas. En uno de ellos tenía un particular interés: la vida de Ana Guzzetti, militante del Frente Revolucionario Peronista y periodista del diario “El Mundo”. Hizo mucho ruido el episodio aquel en que interpeló nada menos que a Perón en la conferencia de prensa que este, como Presidente, dio en Olivos el 8 de febrero de 1974. Sabía que había sido detenida ilegalmente, pero también que había sobrevivido a la dictadura. A principios de los 90, la editorial de la revista “Humor” publicó un libro sobre el asesinato de Regino Maders, el senador radical cordobés que había denunciado ilícitos en la EPEC (empresa de energía eléctrica cordobesa). Pocos vinculaban a aquella periodista con la autora de este libro. Me empecé a dar cuenta de que había otras historias que se me imponían. Historias en las que aparecía Oscar Barros, el compañero de Lucina, y ella misma. Y aunque la historia de Ana Guzzetti seguía presente ahora todo giraba alrededor de ellos y ahí no paré. Por eso, casi sin querer —al menos conscientemente y al principio—, Lucina se convirtió en el personaje central. Hubo un hecho que también fue importante: la imposición del nombre de “Lucina Álvarez” a la Escuela de Educación Estética de Ramos Mejía, donde ella había trabajado.

Resultado de imagen para perros en invierno libroPor eso, a veces, cuando me preguntan cuándo empecé a escribir Perros pienso en el 2012, en el acto de puesta del nombre y de inauguración del mural de cerámica en la fachada del edificio de la escuela. Pero también hay una frase de Rayén Pozzi, una profesora de literatura que me acompañó en la presentación del libro en la UNCo (Universidad Nacional del Comahue), que me gustó como definición: “Omar hace cuarenta años que empezó a escribir este libro”. Y en algún sentido hay algo de cierto. En la charla se mezclan datos, surgen amigxs en común, nos sorprendemos con un rizoma que nos involucra y hablamos, claro, de esa manía clasificatoria que determinó que Perros en invierno sea catalogada como novela testimonial: No pensé el libro como un libro de memorias ni una biografía. Mi idea era la de una novela situada en el contexto de los años sesenta y setenta de Argentina y también en las huellas que dejó la República y la Guerra Civil Española. Claro que el personaje central era Lucina, pero nunca me propuse que se tratase de su biografía. Incluso hubo una diferencia en algún momento con el editor. Él sostenía que se trataba de un libro de No ficción. Más allá de la discusión que hay acerca del género, yo decía que era ficción. Hay situaciones que son recreadas, donde no existe el testigo y hay un narrador omnisciente. Y hay situaciones en que mi alter ego narra en primera persona y dialoga con un personaje totalmente inventado: es el caso de Jose, el poblador de Santibáñez del Toral. Ese personaje fue creado como una especie de fusión de varias personas que conocí en esos pueblos de montaña.

El texto de contratapa, que no escribí, quizá sea lo que da más fuerza al concepto de novela testimonial. Enriqueta Morillas, Titular de Literatura Argentina en la UNCo, dijo algo así: “Perros en invierno es uno de los pocos ejemplos en literatura argentina de auténtica novela testimonial y está muy bien escrita”. Tampoco me preocupaba tanto si entraba en un género o en otro. ¿Cómo recreó Omar las vivencias de su hermana, además de sus experiencias conjuntas? Enumera periódicos de época, publicaciones políticas como Nuevo Hombre, El Descamisado y El Combatiente y la Biblioteca Nacional y la del Congreso. También conversaciones con personas que conocieron a mi hermana, como Carlos Patiño, Alberto Costa, Poni Micharvegas, Vicente Battista, Juano Villafañe, Jorge Asís y otros escritores. Con Abelardo Castillo tuve una conversación telefónica curiosa. Hacía poco que había salido el primer tomo de su libro Diarios, allá por el 2014. En esos momentos yo estaba metido en la escritura de “Perros en invierno”. Me atreví a llamarlo. Me atendió su compañera, Sylvia Iparraguirre. Al presentarme y contarle algo de lo que yo estaba haciendo, noté en su voz sorpresa y atención; me pasó entonces con Abelardo. Y él se entusiasmó contándome cosas de aquellos años. Casi tres años después, fines de abril de 2017, mi libro se publicaba y quería contarle. Era la primera presentación y me iba a acompañar Vicente Battista, amigo en común de Abelardo y de Lucina y Oscar. Entonces volví a llamar por teléfono a su casa y me atendió una mujer - no era Sylvia - que me contó que estaba internado. Le pregunté si era grave y me respondió que no. Después la sorpresa fue muy triste. Abelardo murió el 2 de mayo.

La poesía es un bello lugar

La carrera poética de Lucina empezó desde muy piba. En Perros hay algún relato de eso, de las antologías en que publicó, del disco que grabó. Hoy cierro los ojos y, con poco esfuerzo, puedo verla. Yo era muy chico y me impresionaba lo que ella me hablaba, mientras yo trataba de entender su respuesta ante mi requerimiento: explicame qué es la poesía. Después su poesía maduró mucho junto a otros escritores. Supongo que Mario Jorge de Lellis tuvo que haber sido muy importante en su formación, más allá del vínculo afectivo, por supuesto. Los recuerdos de Mario son algo difusos. Han pasado muchos años y Mario es un poeta poco recordado. Pude tener una conversación con uno de sus hermanos, Ricardo de Lellis. Él es quien recuperó mucho material inédito de Mario y lo publicó en un libro, Antología Esencial, bajo el sello Vinciguerra. Mientras bebemos otra copa de vino oscuro, recordamos unos versos del poema “Postal”, de Lucina: “Los pobres no tienen nacionalidad / toda la tierra es de ellos y no se la devuelven.” Esos versos representan algo que siempre he escuchado de ellos, de Lucina y de Oscar: que el problema fundamental de la sociedad está en su división en clases, en explotados y explotadores; que esa división es muy superior a cualquier otra división y, por supuesto, a la división por fronteras. Y la cosa pasa por la lucha, teniendo como norte la extinción de esas clases. Por eso la reivindicación del internacionalismo proletario. De la lucha contra el imperialismo, que en la actualidad tiene vigencia con nuevas formas de dominación, a través de la globalización, pero también a través de la xenofobia. Y esa lucha, mientras haya humanidad, siempre estará viva. Entonces la memoria no tiene que ser lastimosa, sino comprometida y esperanzada.

Rock &Revolution

Omar fue baterista de rock durante la década del setenta. Una cierta desconfianza sobrevolaba el ambiente de la época: militantes y rockeros. Me parece que esa disociación entre el mundo de la militancia política y el mundo rockero era característica de la época, quizá más de los sesenta que de los setenta. Y la mirada desconfiada era mutua. Era común que los militantes políticos miraran a ese otro mundo como una forma más de la alienación del sistema, como producto del sometimiento cultural. La música progresiva tenía pretensiones de ser disonante, pero terminaba siendo dominada y servía a la dominación. 

Quería ser contestataria, pero nunca revolucionaria. Por otro lado, desde el mundo rockero se veía el mundo de la militancia como despreciable, porque implicaba otra forma de domesticación, la militancia era vista como otra forma de religión, se desconfiaba de todo lo que fuera disciplina. Hubo algunos músicos que intentaron acercar la música a la política popular. Uno de los más importantes es, claro, León Gieco. También hubo casos que pasaron casi inadvertidos, como el de Roque Narvaja, que tiene un tema dedicado a Luis Pujals, el militante del PRT detenido y desaparecido en 1971. Me parece que esa distancia se fue superando hasta casi no existir después de la dictadura. Una vez me dijo Irene Gruss, respecto de la negación de la música progresiva y la crítica despiadada que hacían los poetas y escritores más politizados hacia las letras del rock nacional: “¡Éramos unos pelotudos!”.

Antes de cenar, terminamos conversando sobre los procesos políticos latinoamericanos, tan candentes: Es difícil analizar a la distancia - y más juzgar - el papel que jugaba la lucha armada. Por eso es análisis de estudio siempre el contexto político de los años sesenta, probablemente más que el de los setenta. Estaba muy presente la revolución cubana y la resistencia vietnamita frente al imperialismo norteamericano. Las discusiones se hicieron más fuertes entre organizaciones después de la caída del Che en Bolivia. La ‘vía pacífica hacia el socialismo’ era el lema agitado con vehemencia por los opositores a la guerrilla. Y tenían en Chile, en Salvador Allende, el ejemplo. Claro que ese modelo se rompió con su caída. Esa ‘vía pacífica al socialismo’ se convirtió en una vía violenta al fascismo. 

Guarda similitudes la experiencia de la República previa al franquismo en España. Eso está muy desarrollado en el libro de Oscar Barros – recordemos, el compañero de Lucina - “El revés de la moneda”. Creo, además, que eran tiempos de discusiones apasionadas en distintos ámbitos. Las polémicas en la literatura, por ejemplo, podían derivar en piñas. En el rock, era para pelea la discusión sobre música “progresiva” y música “complaciente”. El cine, el teatro, la cultura, la pedagogía, eran ámbitos donde la cuestión política no se podía soslayar si se quería ser serio en el trabajo. Era una marca de los años sesenta. Por eso en la narración busco reivindicar a una generación que se comprometió para cambiar el mundo, para hacerlo más justo, y para eso se jugó.

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