El decreto con que Mauricio Macri descalificó como terrorista a Hezbollah, concedido a EEUU a cambio de la presión que el socio mayor del FMI había hecho previamente para que el organismo relajara su reglamentación interna a favor de la administración del ingeniero (sin lo cual, dada la catástrofe económica barrida bajo la alfombra, quién sabe qué habría sido del ciclo electoral en curso), vino esta semana a confirmar que estamos ante la campaña más intervenida internacionalmente de que se tenga memoria.

La quiebra de la economía nacional determina, asimismo, aunque con objetivos distintos, las modificaciones que los competidores principales imprimieron a sus respectivos diseños.

A Macri todavía le queda mucho por pagar, y no hablamos sólo de los montos dinerarios en que irresponsablemente endeudó al país. Miguel Ángel Pichetto debería gestionarle, si se impusiera (ex)Cambiemos, el apoyo del justicialismo que confirmó sus posiciones provinciales de poder. Con el método de estos cuatro años no arrasaron estructuras, y ello, interpretan, los depósito en la crisis en cuestión. Revisar lo esencialmente inviable del modelo, jamás.

Alberto Fernández, en cambio, necesita de toda la amplitud posible porque no hay mucho más por hacer que amontonarse ante la magnitud del desastre que se heredará. Incluso hay una renegociación a encarar con buenos argumentos ante la comunidad global. El FMI prestó a un gobierno, como acaba de reconocerle el mismísimo ex alcalde porteño al secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, y no al país. Deberá demostrar la seriedad que hasta acá no ha tenido si quiere cobrar, y no por buena o mala voluntad de parte de Argentina. Un reclamo de semejante calibre se robustecería si no fuese sólo el oficialismo quien lo plantea.

De ahí que el jefe de gabinete de Néstor Kirchner se esté guardando definiciones ministeriales. Desde Roberto Lavagna, a quien se esmera en elogiar, hasta los provincialismos, cada poroto que se agrega es un dólar más que se aliviana la cruz externa que carga sobre sus espaldas.

Hay u$s150 mil millones en obligaciones de 2019 a 2023, a un promedio de casi u$s40 mil millones anuales. Para darse idea, el mejor año de saldo comercial favorable de la historia nacional, 2009, arrojó un saldo positivo de u$s16 mil millones. De repetirse en cada ejercicio del mandato venidero, se juntaría apenas algo más de un tercio de lo requerido. Imposible.

Que todas las inconsistencias del ciclo amarillo hayan sido pateadas al próximo cuatrienio, y que ambas fuerzas mayoritarias incorporen eso en sus respectivas hojas de ruta, es la mejor prueba de un período desperdiciado en fracasos. El Presidente se quedó sin semestres en su lapso para recrear la esperanza que lo consagrara en 2015.

Al revés, su antagonista máxima, a la que quiso y no pudo archivar, acertó en predecir que la cantidad industrial de contradicciones que acumularía el macrismo derivaría en una coalición amplísima para enfrentarlo. Fue en abril de 2016. Sonaba a esa altura tremendismo apresurado, que se alimentaba puramente de rencor por la derrota y por la situación muy minoritaria en que se encontraba por entonces. Lo que demoró en sintonizar la razón que no suele faltarle con el método a través del cual le dio marcha es otro debate.

Si el afuera es, pues, y volviendo al inicio, lo que determina la escena, lógico es que de allí provengan también los mejores pronósticos. Ya se escribió aquí que, antes que encuestas, hay que prestar atención a las caras de quienes las leen. Mientras el Frente de Todos encuentra coordinación discursiva y de acción, blinda la golpeadísima geografía bonaerense, penetra la cordobesa y consolida a sus candidatos en el despliegue proselitista, el oficialismo se mueve torpemente entre fake news y otros expedientes que no conmueven las preocupaciones populares mayoritarias. Es decir, hay, puertas adentro, motivos para que la CEOcracia tema.


Pero lo peor, se insiste, viene desde otras latitudes: si se confirman los trascendidos de preocupaciones de la tropa de David Lipton y de otros jugadores de peso de esos tableros conocidos esta semana, Macri arrastrará más que un clima adverso de cara al 11 de agosto.