Por Claudio Scaletta
La peor manera de entender la incorporación de Miguel Ángel Pichetto al macrismo es el brulote o el epíteto de “traidor”. Es una forma casi tan mala de entenderlo como considerar que el senador representa la suma de una pata “peronista” a la alianza cambiemita. Hablar de Pichetto como “peronista” ya es un problema en sí mismo que no se aborda aquí, pero “peronista” no es una definición ideológica, sino de una forma de organización del poder. Y si “peronista” no es una definición ideológica, Pichetto no es, ideológicamente hablando, un traidor. Desde diciembre de 2015 trabajó para la alianza macrista con una comunidad absoluta de objetivos políticos. Lo reconoció él mismo cuando a poco de iniciado el nuevo gobierno afirmó que ya no debería reprimir su pensamiento, inhibido bajo el kirchnerismo.
Si continuó siendo el jefe del bloque de la oposición fue porque el grueso de los gobernadores así lo quisieron. No debe olvidarse, por ejemplo, que el inicio de la peor herencia macrista, el megaendeudamiento, fue con el pago a los fondos buitre, pago que recibió el apoyo de dos tercios de la cámara de diputados y tres cuartos de la de senadores. Conviene no autoengañarse con la ideología mayoritaria de la clase política. Si muchos senadores compañeros de bloque se sienten traicionados por el sinceramiento pichettista es probable que imposten o bien que refieran exclusivamente a la pertenencia a la cofradía.
Luego, si se habla de ideología existen pocas figuras políticas tan ideológicamente coherentes como el senador. Siempre fue de derecha. Y si se habla de hacer política existen pocos operadores más capaces. Pichetto fue una pieza legislativa clave, junto al Frente Renovador, para la gobernabilidad del actual oficialismo. El detalle es que en los casi 18 años que lleva en el Senado, también fue un pilar de los oficialismos anteriores. Quizá esto es lo que haga ruido, pero no la ideología. Es más, su principal aporte al oficialismo será precisamente su coherencia ideológica, ya que votos no tiene.
Todas las veces que se presentó en su provincia de adopción, Río Negro, siempre obtuvo la media histórica del peronismo local desde el regreso de la democracia, alrededor de un tercio del electorado. Contra lo que se cree, Pichetto no es rionegrino. Nació en Banfield, precisamente en su odiado primer cordón del conurbano, la cuna de lo que califica como “pobrismo”. A la provincia llegó como abogado recién recibido, ganó dinero como tal y transitó el cursus honorum de la representación política, empezando como concejal de la localidad de Sierra Grande en 1983 y consiguiendo en 1985 su único cargo ejecutivo como presidente del concejo. El resto es historia conocida.
El tercio de electorado del peronismo rionegrino sólo se movió cuando fue arrastrado al alza por las mareas kirchneristas. Sin embargo, cuando Pichetto fue competitivo en la interna partidaria local, estableció un pacto de alternancia por la candidatura a la gobernación con Carlos Soria y “justo” se perdió la marea del 54 por ciento del 2011. La paradoja, en todo caso, fue que el grueso de los votos que lo hicieron senador en su actual mandato fueron kirchneristas. Aquí sí existe una “traición” de origen o, más precisamente, una estafa en la representación electoral. No fue votado para ser la claque del macrismo y mucho menos uno de sus operadores clave.
Muchos kirchneristas seguramente recuerdan con cariño su cita bíblica de la noche fundante en que el voto “no positivo” de Julio Cobos volteó las retenciones móviles a la soja. Pichetto siempre fue un operador leal. Sin embargo, como senador rionegrino nunca dejó de funcionar como eficiente lobista del poder económico local. No sólo bloqueó todos los intentos por establecer reglas de comercialización más transparentes entre los ya extinguidos productores primarios independientes y los empacadores exportadores, sino que en tiempos en que las retenciones no se discutían logró bajas en el arancel para las peras y manzanas y reintegros por “exportación por puerto patagónico” que en la práctica reducían el tributo a cero.
Hoy la empresa comercializadora a la que las malas lenguas lo vinculan societariamente a través de terceros, Patagonian Fruits, firma a su vez vinculada al principal diario local, el ultraneoliberal “Río Negro”, se convirtió en la primera exportadora frutícola desplazando a la competencia multinacional y se expandió también a otras provincias y producciones, como los kiwis. Gracias a Pichetto, las concepciones políticas del kirchnerismo nunca llegaron a la provincia. El senador siempre vio en Axel Kicillof a un enemigo “izquierdista” que, entre otras cosas, frenó los subsidios al sector frutícola más concentrado, sector que dicho sea de paso apoyó con fruición el regreso del neoliberalismo.
Regresando a la coherencia ideológica, la elección de Pichetto, el presunto representante del peronismo y la oposición según creyeron por unos días los capitales especulativos globales, funcionará en la práctica como una reafirmación de las verdaderas banderas del macrismo: la subordinación a Estados Unidos y al poder financiero, el fiscalismo económico más ramplón –es decir el ajuste permanente y la destrucción de las funciones del Estado– el racismo antiinmigratorio, la crítica al igualitarismo calificado como “pobrismo”, la baja de la edad de imputabilidad –que Pichetto defiende desde tiempos del menemismo–, la vuelta a la jubilación privada y la defensa de la flexibilización laboral, todas banderas que el senador ya había hecho suyas en los ’90 y a pesar de que en tiempos remotos comenzó su carrera de abogado como “laboralista”.
La suma de Pichetto a la fórmula presidencial cambiemita representa entonces un verdadero cambio, un sinceramiento discursivo que contrasta con la estrategia de las elecciones anteriores, cuando la ideología fue enmascarada por el marketing. La “revolución de la alegría” de 2015 está definitivamente pinchada. Los votantes saben que fue mentira que no iban a perder nada de lo que ya tenían. Con Pichetto adentro el macrismo está desnudo.
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