Las tres anclas que preanuncian la explosión del "Plan aguantar"
Por Julián Zícari
Están comenzando los tiempos electorales y el Gobierno ya lanzó su apuesta final con la cual marchar hacia octubre. Y dicha apuesta final no es otra cosa que un “Plan aguantar” increíblemente inconsistente y destinado al fracaso. Preanunciando explosiones económicas por doquier.
Por empezar digamos que el Gobierno del máximo liberalismo posible de este país, que tan solo hace unas semanas juraba que no creía en los acuerdos de precios por ser populistas y porque siempre demostraban que fracasaban, nos anunció la semana pasada que la solución final de su programa es congelar algunos precios por seis meses, bien al estilo de José Ber Gelbard (ministro de Economía entre 1973-74) o el Guillermo Moreno del kirchnerismo (Secretario de Comercio Interior entre 2006-2013). Demostrando un fracaso ideológico categórico. A su vez, porque este plan también se monta en la promesa de pisar las tarifas de servicios públicos hasta el año que viene. Es decir, si antes se decía con cara de perro de que la “energía vale lo cuesta”, que no habría más atajos y de que había que “decir la verdad”, ahora eso pasa a quedar atrás a expensas de seguir abultando el déficit fiscal y renunciar –de manera definitiva- a cumplir la promesa de déficit cero.
El “Plan aguantar” por su parte apuesta por una meta más, quizás la más importante de todas: evitar que el tipo de cambio se dispare. Para ello promete ponerle techo al dólar hasta fin de año y que así sea entonces un precio congelado más. Para lo cual existirían cinco herramientas con vista a lograrlo:
La oferta de dólares proveniente de la excelente campaña agrícola de este año.
La demanda del mercado se descontrola por el nerviosismo del año electoral, el Tesoro va a salir a rifar u$s 10 mil millones.
El Banco Central haría lo suyo con tres medidas más:
Subastar los u$s 150 millones diarios en caso de que la divisa exceda el techo de la banda
Vender dólar futuro a todo lo que dé.
Continuar con el plan monetario como hasta ahora (suba de tasas y secar la plaza de pesos).
Estas cinco herramientas, calculan, deberían ser suficientes para tener un “veranito cambiario” hasta fin de año.
Ahora bien, los precios congelados, las tarifas pisadas y el dólar contenido son entonces las tres anclas del plan. Pero cada una de estas anclas tiene las semillas de su propia autodestrucción y cargan con un potencial explosivo innegable. Analicemos esto.
Los precios congelados basados en el “pacto de caballeros”, sabemos cómo va a terminar. Puesto que como siempre ha ocurrido en este país (especialmente en 1989), cuando a los empresarios se les habla con el corazón responden con el bolsillo. Es decir, cuando la inflación continúe avanzando sobre los costos y sea imposible reponer los productos al precio de venta convenido, comenzará el desabastecimiento. No luce creíble el Gobierno controlando ni poniendo multas al poder económico concentrado de este país. Mucho menos en los álgidos meses de septiembre y octubre, cuando el acuerdo este finalizando y el nerviosismo preelectoral todo lo absorba: no habrá poder político para ello.
Pero aún más: si incluso si suponemos que el “pacto de caballeros” se cumple, la pregunta clave es ¿qué pasará luego de esos seis meses? La respuesta también ya la sabemos: el remarcamiento de precios de entonces será infernal y el salto inflacionario descomunal. Aquí por ello, aún en el mejor escenario, se está incubando una explosión económica demoledora.
Si por el lado de los precios la explosión será inevitable, qué decir de las tarifas. La bomba que heredará el próximo Gobierno en cuanto a atraso tarifario refiere será también grande aquí, quizás tan dura como la que recibió Cambiemos del kirchnerismo. El impacto inflacionario será igual de terrible que con respecto a los demás precios. Pero además, incluso aquí la cosa es todavía peor porque la fiesta de pisar las tarifas no es gratis, sino que se paga con un déficit fiscal que irá en aumento. Lo que termina de sepultar la promesa de “déficit cero” para este año y disgustar más al mercado. Volviendo a licuar la poca credibilidad que le queda a Cambiemos.
Con respecto al dólar la situación en este terreno es sin dudas demoledora. En primer lugar, porque la contención del dólar se intenta hacer dilapidando un préstamo extraordinario otorgado por el FMI y es una estrategia que no puede durar por siempre. Sino que tiene los días contados. El Fondo jura que le prestó el dinero al Gobierno para atender los compromisos de deuda y no para dilapidarlos en intentar contener el valor de la divisa. Pero lo cierto es que el año pasado el Gobierno rifó los u$s 15.000 millones del desembolso inicial en tres meses para que no subiera el dólar, que de todos modos pasó de $ 25 a $ 40 en tres meses.
Ahora el FMI le deja gastar u$s 10.000 millones más con la excusa de que no se usarán para frenar las corridas, sino que se venderán para obtener los pesos necesarios que financien el déficit fiscal. Una mentira insostenible que hasta el mismo ministro Dujovne admite en cada conferencia de prensa que da. Queda claro entonces que el Fondo es el principal financista de la campaña electoral del macrismo con los dólares que después tendremos que devolverle entre todos.
A su vez, si esos dólares para contener la divisa no estarán por siempre, también es verdad que ni los exportadores están liquidando lo suficiente y que, por su parte, la demanda del mercado pueda alcanzar valores incalculables arrasando todo a su paso. Pero lo que es más grave de todo es que las tres herramientas utilizadas por el Banco Central son todavía más explosivas. La venta de dólares a futuro es una bomba en sus balances –por el déficit cuasi fiscal que genera- y en el precio de la divisa que no hace falta explicar. A tal punto que este mismo Gobierno hasta el año pasado se cansaba de decir que la venta de dólar futuro era un delito y con ello hostigaba judicialmente al kirchnerismo, hasta que no le quedó otro remedio que utilizarla.
A su vez, el apretón monetario basado en absorber pesos vía Leliqs es realmente una estrategia mortal: se pagan todas las semanas Leliqs con más Leliqs y se está promoviendo atar a todo el sistema bancario y a los plazos fijos en ello. En este momento hay cerca de u$s 25.000 millones en Leliqs que obviamente el Gobierno no está en condiciones de devolver, lo que preanuncia otra explosión al estilo plan Bonex. Algo de lo cual no parece haber escapatoria.
Del mismo modo, contener por un tiempo al dólar con mecanismos tan espurios y frágiles como los descriptos, genera un aliento a estirar el carry trade que lo aumenta todavía más. Pero que al crecer sólo tendrá una resolución: una explosión fulminante, pues antes de fin de año todas las carteras se dolarizarán como resguardo, implicando una presión cambiaria imposible de contener.
La salida de la convertibilidad en 2001 fue tan terrible porque frente a cada problema que aparecía en el horizonte con el “uno a uno” se fueron subiendo los costos de salida del sistema para demostrar compromiso y jurar que nunca se saldría de ella. Por ello su explosión fue tan fulminante entonces. Ahora el Gobierno está cometiendo exactamente el mismo error: para simular que todo está tranquilo anuncia que el dólar, precios y tarifas quedarán congelados y muy atrasados. Pero que todo se moverá inevitablemente a la vez a fin de año. Mientras que a su vez todos los atajos elegidos están incubando explosiones por doquier que, cuando ocurra la primera o alguna de ellas, hará que las otras también estallen. Generando un efecto dominó o reacción en cadena difícil de salir y ya prácticamente imposible de evitar.
El 2019 ya está perdido en materia inflacionaria, salarial, nivel de actividad y fiscal. El Gobierno según todas las encuestas pierde en todos los escenarios y la situación sigue empeorando. Si además sumamos que el mercado sabe que todo está atrasado y que se viene un cambio de Gobierno y una fuerte e inevitable actualización de las variables centrales de la economía, buscará entonces adelantarse a las explosiones que ello generará, haciendo que todo resulte más trágico todavía. Como dijimos, las tragedias a esta altura ya resultan inevitables. En todo caso, solo nos resta protegernos de sus terribles efectos.
* Economista. Doctor en Ciencias Sociales. Autor del libro Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001.
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