La infamia: – Por Clara Schor Landman
En esta nota Clara Schor Landman subraya algunos aspectos desde el punto de vista del psicoanálisis y de la cultura, sobre la infamia de la crisis actual.
Por Clara Schor Landman*
(para La Tecl@ Eñe)
El capitalismo ha triunfado en todas partes. La globalización es un hecho; una cuestión política que jerarquiza los aspectos económicos por sobre los sociales. En este cuadro, nos hallamos instalados —una vez más— en el dilema de lo Uno en tensión con lo Múltiple.
Como señala Ignacio Ramonet, cada vez son más los ciudadanos que en las democracias actuales se sienten atrapados en una doctrina viscosa llamada pensamiento único. Éste comienza por paralizar cualquier razonamiento crítico o disidente y termina por ahogarlo. Sin embargo, la consecuencia más patente del nuevo orden mundial se verifica en un estado de crisis generalizada que nos provoca a problematizarlo y fijar posición. En este cuadro, creo que resulta pertinente preguntarse de qué podemos hablar los analistas respecto de la crisis actual en una mesa de debate compartida con profesionales provenientes de otros discursos.
En el lenguaje corriente, la palabra “actual” indica el momento presente. No obstante, para el psicoanálisis, “actual” designa una temporalidad permanente. Equivale a “siempre” pues se trata de algo desarticulado de las dimensiones pasado y futuro. Así, lo actual deviene lo fijo, lo que no cambia, lo que puede presentarse de diferentes maneras, pero resiste las modificaciones. Considero que esta conceptualización de lo actual está fuertemente vinculada con el problema que nos convoca y al que me referiré como “Consecuencias subjetivas de la infamia”.
Partimos de la premisa que dice que existe una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia. Esta circunstancia daría las condiciones para que el analista salga del encierro y participe. Para pensar el lugar del analista en la crisis actual, considero apropiado recordar dos perspectivas del Psicoanálisis relacionadas entre sí.
Por una parte, en intensión, los psicoanalistas nos ocupamos de cuestiones clínicas; contamos para ello con saberes sobre el malestar estructural (el fracaso, el sufrimiento de las personas) y orientamos el tratamiento hacia el saber hacer algo con él. Es decir, los analistas procuramos producir una incidencia sobre el padecimiento humano con el fin de provocar alivio. Por otra parte, en extensión, dado que la base conceptual del Psicoanálisis también le es posible interpretar los hechos de la cultura, puesto que los acontecimientos sociales tienen relaciones profundas con el inconsciente. De la interpretación psicoanalítica se esperan consecuencias útiles.
La presentación de estas dos perspectivas del Psicoanálisis viene a propósito del tema que nos ocupa. Me propongo subrayar algunos aspectos correlativos del punto de vista psicoanalítico y el de la cultura sobre la crisis actual.
Con este fin, los invito a que nos detengamos por un momento en el significado de la palabra “infamia”. Con ella se designa el descrédito, la deshonra, la carencia de dignidad, la pérdida del pudor y la vergüenza. Dos clases de infamia se diferencian desde la antigüedad. Una, la infamia de hecho, aquella que dicta la opinión pública. Otra, la infamia de derecho, aquella que es definida por las leyes.
En Europa, durante la década de 1930, cuando la amenaza del nazismo comenzaba a adquirir cuerpo, Freud se preguntaba quién podría augurar cuál habría de ser el desenlace último de los acontecimientos que estaban desarrollándose. Sin duda, se trataba de una pregunta poco optimista pero que se desprendía de su interpretación de las relaciones entre individuo y cultura. Dichas relaciones se manifiestan tensas, paradojales y necesarias; resulta imposible extraer de ellas la agresividad. Y aunque ésta constituya un poderoso obstáculo en el vínculo del sujeto con sus semejantes, su rechazo puede hacernos tan infelices como su realización.
De esta tragedia, Freud acusa el superyó, instancia infame que, con la severidad de sus mandamientos irrealizables, no se preocupa de la felicidad de los individuos sino que, por el contrario, les impone sufrimientos. El superyó exige categóricamente, sin consideración alguna de las posibilidades reales de cumplimiento. Lo que Freud está conceptualizando es un desarreglo estructural con el que es preciso convivir y procurar saber hacer algo con él.
Si ahora trasladamos nuestra atención al campo de la cultura del Buenos Aires de los años ‘30, podremos observar cómo, en la expresión popular, los compositores de tangos metaforizan en su poesía ese mismo malestar. Ocurre que, por estos años, se produce un corte y un cambio en los temas de las letras del tango. Gran parte de ellas abandona las cuestiones del amor para dar testimonio de los problemas sociales de esta década infame. Enrique Santos Discépolo y Enrique Cadícamo ofrecen claros ejemplos de este giro. Cronista reflexivo y preocupado, Discépolo escribía:
“(…) Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos (…)”.
Cambalache, 1934.
En otra composición, pregunta a Dios en lunfardo:
“(…) Hoy todo Dios se queja
y es que el hombre anda sin cueva,
volteó la casa vieja
antes de construir la nueva…
(…) ¡Qué ‘sapa’, Señor…
que todo es demencia!
(…) y en medio del caos
que horroriza y espanta:
la paz está en yanta (…)”.
¿Qué sapa, Señor?, 1931.
Enrique Cadícamo, por su parte, declara:
“(…) Al mundo le falta un tornillo,
que venga un mecánico.
pa’ ver si lo puede arreglar (…)”.
Al mundo le falta un tornillo, 1933.
Lo expuesto hasta aquí presenta dos dimensiones diferentes: la del Psicoanálisis (Freud) y la de la cultura (Discépolo, Cadícamo y tantos otros que podríamos citar). A pesar de la distancia que media entre ambas, existe un punto de convergencia actual en el cual, con ropajes diferentes, la fijeza de la infamia se hace presente.
Creo que Discépolo y Cadícamo jamás imaginaron que sus temas conservarían una vigencia semejante. 1930- 2019, la caída estrepitosa de la Argentina nos deja en estado de conmoción, de sorpresa, de pérdida de sentido, de crisis de los saberes, de interrogación. Lo que sí sabemos es que estos son tiempos de padecimientos, en los que se hacen necesarias conversaciones entre diferentes formas discursivas, diferentes puntos de vista pero que apunten al buen vivir.
*Psicoanalista. Doctora en Ciencias Sociales UBA. Investigadora CLACSO. Docente en UNDAV.
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