11/22/2018

notaron cómo engordó elaskar ?... eso es angustia, lo siniestro.




La angustia: un afecto que no miente

Antonio Bello Quiroz


La angustia es la reacción de lo humano frente a la nada,
pero el tedio es la reacción de lo humano frente al todo. 
Martin Heidegger



Freud define a la angustia como la señal de un peligro: se trata del afecto ante la amenaza de castración. Sorprende que el psicoanalista francés Jacques Lacan refiera la angustia de castración al peligro, no de una pérdida, sino de la pérdida de una pérdida.

Lo que mejor puede describir la angustia es que se trata de algo inquietante, un estado afectivo ambiguo y displacentero. Hace excepción con respecto al miedo, el temor e incluso el pánico. Para Lacan, se trata del afecto que no engaña. Ocurre súbitamente y nos sumerge en una dimensión que no es exagerado señalar como siniestra, en el sentido que Freud utiliza el término Unheimlich, que sería el encuentro con lo más familiar y al mismo tiempo desconocido. Para Jacques Lacan la cuestión es simple: es la espera de que algo sucederá. Quizá el temor a lo desconocido, tan generalizado, no sea sino una forma de defenderse de la angustia.

Lacan dicta su Seminario La angustia durante los años 1962-1963. Lo inicia haciendo una equivalencia entre el fantasma y la angustia. Además de que considera a la angustia como la “vía regia” a lo real (tal como Freud señalaba que el sueño era la “vía regia” al inconsciente), es decir, como la vía por la cual se accede a aquello que no puede ser simbolizable. La angustia, en tanto que no puede ser reductible al significante, es un afecto que no engaña. La angustia, como la muerte, no puede ser representada, no es reductible a la imagen. Quizá justamente sean estos dos hechos, no ser reductible al significante ni a la imagen, lo que la acerca a lo siniestro.

A lo largo del seminario sobre la angustia, Lacan intenta encontrar un significante para la angustia. Ensaya: “impedimento”, “emoción”, “turbación”, “embarazo” (en el sentido en que se habla de una situación embarazosa), pero la angustia no se deja atrapar por ninguno de estos términos y, por tanto, se trata de un afecto que escapa a toda posible dialectización. La angustia ocupará ese “lugar” inasimilable de resto.

Para el psicoanalista francés, la angustia se manifiesta de manera sensible en la relación compleja con el deseo del Otro (en psicoanálisis se usa la O mayúscula para designar no al otro como semejante especular sino como aquello que organiza el orden simbólico, el lenguaje, la Ley). “La función angustiante del deseo del Otro está vinculada a lo siguiente —no sé qué objeto a soy yo para dicho deseo”, escribe Lacan. Y más adelante señala: “si la mujer suscita mi angustia, es en la medida en que quiere mi goce, o sea, gozar de mí […] En la medida en que se trata de goce, o sea, que ella va por mí ser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome”. Aquí la mujer está puesta en el lugar del Otro, como alteridad que demanda mi deseo. ¿Y en las mujeres donde se finca la angustia? Freud indica, en la 32ª de las Nuevas Conferencias, titulada Angustia y vida pulsional, que en las mujeres la angustia básica sería ante la pérdida del amor.

¿De dónde proviene la angustia según Lacan? La originalidad de Lacan en el abordaje de la angustia consiste en buscar otro fundamento que la amenaza de castración freudiana. En el Seminario 10, La angustia, va a desarrollar la idea de dos tipos de identificación que operan en los sujetos: la identificación con la imagen especular (que sería con todo aquello que nos sostiene un ideal) y la identificación que Freud señala en el fondo del duelo, la identificación con el objeto perdido.

En la lección del 28 de noviembre de 1962, Lacan tiene un apartado titulado Hamlet y la escena dentro de la escena. Aquí viene a subrayar, una vez más, la insuficiencia de la identificación imaginaria como vía para que Hamlet pueda asumir las tareas de la venganza, manteniéndose la importancia de la identificación con Ofelia (en la escena del cementerio) como punto de resolución del drama del deseo. Ofelia es el objeto perdido que sostiene la identificación de Hamlet. Escribe Lacan: “En el segundo momento Hamlet es arrebatado por el alma furiosa que, como podemos inferir legítimamente, es la de la víctima, la de la suicidada, manifiestamente ofrecida a los manes de su padre, pues ella sí cede y sucumbe es a consecuencia del asesinato de su padre.”

En el seminario que venimos refiriendo, Lacan aborda la relación siempre interesante entre el deseo y el goce, y donde la angustia haría función de médium, lo hace mediante un conocido aforismo: “solo el amor permite al goce condescender al deseo”. Como vemos, el agente operativo es el amor que viene a reemplazar a la angustia.

“Lo esencial para situar la raíz de la angustia es que, en su relación con el goce, el sujeto no puede representarse. La cuestión que se le plantea entonces es saber lo que él es en esta relación”, escribe Daniel Gerber en De la erótica a la clínica.

Resultado de imagen para Mantis ReligiosaLacan intenta un acercamiento a lo que podría ilustrar la emergencia de la angustia con la Mantis Religiosa: “Revistiendo yo mismo ante ustedes la máscara animal con que se cubre el brujo de la gruta llamada de los Tres Hermanos, me imaginé frente a otro animal, éste de verdad, que supuse gigante en aquella ocasión, una mantis religiosa. Como yo mismo no sabía qué máscara llevaba, pueden imaginarse fácilmente que tenía alguna razón para no estar tranquilo ante la posibilidad de que, debido a algún azar, aquella máscara fuese impropia, induciendo en mi partenaire algún error sobre mi identidad. La cosa quedaba acentuada por lo siguiente, que añadí, yo no veía mi propia imagen en el espejo enigmático del globo ocular del insecto.”

Esta imagen muestra la situación del sujeto completamente ofrecido al deseo de Otro, sin la falta que garantiza la diferencia, sin saber sino por azar que encarna eso con lo que este glotón podría satisfacerse. La angustia aparecería ante la plena identidad entre la Mantis Religiosa y la máscara que se porta, lo que implicaría el sexo y la muerte. En el fondo de la angustia estaría el enfrentamiento súbito con la emergencia de una pregunta: ¿Qué me quiere el Otro?




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