Delicias y miserias del nacionalismo lúdico
Por Eduardo Fidanza
Mientras un juez extranjero parece ceñir o aflojar el cuello del país a su antojo y el Gobierno ensaya piruetas políticas y retórica nacionalista para zafar, la sociedad mira en otra dirección. No se desentiende del hecho, pero, tal como lo expone el sondeo de Poliarquía publicado hoy en la Nacion, deja en claro un punto crucial: hay que pagarles a los holdouts. Además, los argentinos consultados polemizan acerca de la causa del problema. Unos creen que se debe a la impericia de las autoridades, otros a la voracidad del capital financiero. No hay consenso respecto de la posición oficial. Tal vez esta actitud, entre severa y distante, tenga una explicación obvia: la gente está inmersa en el Mundial y esa ocupación resulta excluyente.
Sin embargo, sobrevuela una duda paradójica sobre esta conducta colectiva. ¿Por qué si es la hora suprema del fervor deportivo nacional ese sentimiento no se traslada a la calle cuando en una actitud inédita un juez norteamericano -el país que junto con Inglaterra menos admiramos- humilla a la Argentina, obligándola a cumplir su sentencia? Acaso para responder haya que bucear en la naturaleza del nacionalismo tal como se manifiesta en la actualidad.
Quizás haya aquí una clave de lectura del nacionalismo de hoy, capaz de responder por qué apasiona la celeste y blanca de Messi y no repele lo suficiente el adusto Griesa. El Mundial es, ante todo, un fenómeno de consumo global, en un mundo atravesado por la pasión de devorar. En ese contexto, el nombre de un país es antes una marca comercial que un símbolo patrio. Es lo nacional subsumido en lo multinacional económico y deportivo. El mismo juego, los mismos consumos, las mismas emociones. Vivamos a la Argentina mientras saboreamos bebidas cool, calzamos zapatillas ultralivianas, somos adictos a teléfonos inteligentes, miramos imágenes de coloridas fanáticas en la tribuna, o de "bombonazos" en la cancha, como invita una publicidad.
En una cultura de shopping y tecnología, que oscila entre hot y smart, selfies y bits, desfallecen -acaso felizmente- las obnubilaciones de Cristina, Chávez y Fidel. Un nuevo nacionalismo lúdico y banal, con sus delicias y miserias, toma el lugar del antiguo nacionalismo político, cuyas pasiones profundas e incorrectas tienden a declinar.
Se nota que decae y hay que garpar y cash! Ay! las encuestas!, las encuestas!, ay! Epistemológicamente no es sostenible en Ciencias Sociales inferir nada de ellas con pretensiones pronósticas y menos con veleidades "científicas" ... ahora si además son "encuestas publicadas" puaj! ... Y bueno, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Igual en enero caen las súper rufo y se arregla todo ...
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