El desembarco del PRO como experiencia electoral exitosa en Córdoba, cuyo bautismo simbólico aconteció en el elección municipal de Marcos Juárez , supone un desafío complejo para Unión por Córdoba: Una nueva experiencia popular conservadora de matriz neoliberal surgida en la post crisis del año 2001 ha desembarcado con relativo éxito en la provincia, dominada hasta hoy por el paradigma sotista.
Viejo modelo provincial de impronta neoliberal cuyo origen se sitúa hace tres décadas, que ha mostrado su caducidad a nivel nacional donde la candidatura del gobernador cordobés apenas logra sacar el cogote de la categoría "otros" en las encuestas y para completar el cuadro de "principio de autopsia" ha sido puesto también en suspenso a nivel provincial por las fallidas estrategias desplegadas recientemente por el sotismo bajo el formato "cordobecista" - que duró dos semanas activo - y recientemente por la potencia electoral de la alianza PRO. Fin de ciclo? Mmmmmm...
Leemos al respecto
Breve historia del peronismo cordobés bajo el liderazgo de De la Sota ante un nuevo escenario electoral.
Juan Manuel Reynares (politólogo. Becario Doctoral Conicet).
La relación entre el gobierno nacional y las provincias ha sido una temática central en las preocupaciones de la Ciencia Política argentina. Ello puede observarse no sólo en los estudios surgidos en torno a la distribución de recursos públicos (aquello que hoy conocemos bajo el laxo nombre de “problema del federalismo”), sino también, y sobre todo, en las complejas tramas de poder que se urden en la construcción de las expresiones partidarias nacionales. Lo supieron los constructores de los partidos elitistas nacionales previa incursión del radicalismo, como Roca, y lo intuyeron de manera magistral grandes líderes como Yrigoyen y Perón.
En estos últimos casos, ha sido influyente una interpretación sobre la constitución de los “dos grandes partidos argentinos” que subrayaba el carácter unidireccional de esa dinámica partidaria, con origen en el centro capitalino de Buenos Aires y destino en las élites más o menos (generalmente, más) conservadoras y adaptables de las provincias. Sin embargo, en los últimos años viene tomando forma una, digámoslo tentativamente, sensación cada vez más contundente sobre la necesaria bidireccionalidad de ese vínculo entre nación y provincias en torno a la definición de proyectos políticos de alcance nacional. Ello queda más aún en evidencia si hablamos del peronismo, que concentra esta fórmula en su caracterización, bastante generalizada por cierto, de su organización partidaria como una confederación de partidos provinciales.
De estas palabras introductorias, y con el escenario de 2015 en frente, se desprende que el futuro político de la Argentina depende en una medida no menor de la dinámica partidaria del peronismo en cada provincia. Y es ahí donde quiero llegar, a la importancia que asumen los peronismos provinciales como escenarios privilegiados para la observación de posibles propuestas de gobierno a nivel nacional. Es en este marco que me interesa señalar la importancia de analizar la historia política de uno de los pocos explícitos candidatos a presidente que sale por fuera del riñón metropolitano, el hoy gobernador de Córdoba, y por tercer período, José Manuel De la Sota. Porque, si bien su relevancia política no es precisamente electoral (ya que los números no lo acompañan), su línea política sirve como un síntoma de la compleja y conflictiva trama de sentidos que hacen a la política argentina actual, y que señala, de una manera patente, la efectividad de un discurso neoliberal que a algunos desprevenidos puede sorprender por su tenaz continuidad.
Entre Cavallo y Kammerath, avatares neoliberales
La identificación de De la Sota con lo que podemos denominar el discurso neoliberal no es nueva. Ya a fines de los ochenta la renovación dirigencial que encabezó en la provincia ―y que señaló el fin del predominio de Bercovich Rodríguez y los sectores “ortodoxos” al mando del partido― no se agotó en la mera reivindicación de la necesidad de partidos fuertes para consolidar la democracia. Lejos de ello, ese llamado a la democratización fue acompañado en la campaña para la gobernación de 1987, y las nacionales legislativas que le seguían, con una fuerte convocatoria a establecer de una vez por todas aquella cantilena que luego nos sería perturbadoramente familiar: la necesidad de reglas de juego claras y una menor injerencia del Estado para la acción benevolente del empresariado. Dicho mensaje se vio acompañado por una decisión que generó considerable revuelo local, la inclusión de un economista portavoz de los sectores empresariales nucleados en la Fundación Mediterránea, Domingo F. Cavallo, como tercer candidato a diputado nacional.
Pero así como esa identificación de De la Sota con el discurso neoliberal no es nueva, tampoco ha sido estática. El hoy candidato mediterráneo a la presidencia supo sostener a duras penas el control del peronismo cordobés durante una década de los noventa plagada de idas y vueltas. Las sucesivas derrotas en la carrera para la gobernación de 1987 y 1991, y la más o menos solapada distancia con Menem ocasionaron la multiplicación de émulos menemistas en el territorio, verbigracia J. C. Aráoz o Leonor Alarcia. Además el apoyo nacional, reconocido sottovoce por la mayoría de los dirigentes en ese momento cercanos a De la Sota, a los gobiernos radicales en épocas electorales minaba las posibilidades del delasotismo. El éxito en las urnas de Angeloz y Mestre, la desconfianza menemista a sus compañeros peronistas de la “Isla” y la dinámica cortoplacista de los acuerdos intradirigenciales provocaron una inestabilidad dentro del peronismo que sólo se resolvió con la victoria de De la Sota en las elecciones provinciales a fines de 1998.
No obstante, esos años de fragmentación interna del peronismo local fueron el reverso de una fuerte consolidación hegemónica neoliberal, que dio lugar auna dinámica partidaria centrada, con una magnitud desconocida hasta ese momento, en lo que la Ciencia Política clásica denomina “incentivos selectivos”. A partir de allí, la política bajo esta tonalidad neoliberalse entendió casi exclusivamente como la competencia por recursos electorales. De esa manera, el grueso de la discusión intrapartidaria se estructuró alrededor de la repartija de cargos y las denuncias de canalización de fondos públicos para la movilización electoral. En tanto esos límites a la acción partidaria legítima delineaban los nuevos brokers de la política local, viejos militantes y partidos menores cercanos a la versión “Frejuli” del peronismo setentista se veían relegados, motu propio o no, a expresiones políticas externas al peronismo. En este marco, De la Sota supo sostener una posición competitiva durante una década en que su partido se abroqueló en torno a una lectura neoliberal de la política como estrategia a corto plazo, en que las propuestas electorales se agotaban en la reforma estatal y el necesario descenso del costo de la política, es decir, transparencia y eficiencia.
En ese largo interregno entre 1991 y 1998, De la Sota fue embajador en Brasil ―experiencia que menciona por su presunta capacidad para dinamizar contactos con en el empresariado del país vecino en caso de una victoria en 2015― y senador nacional, fruto del acuerdo legislativo que estableció la reforma constitucional del 94 para la selección de representantes de la Cámara Alta. Pero su juego era provincial, como el de todo dirigente que se precie, y en ese sentido continuó cimentando una propuesta política para Córdoba que renegara de la injerencia estatal, e incluso de la figura del partido como organización política. Dejando atrás la Renovación, en 1991 lanzó la Unión de Fuerzas Sociales, como un nuevo formato representativo electoral que rechazaba la idea de partido criticándolo por ser una camarilla de dirigentes y roscas que se alejaban de las “verdaderas necesidades de la gente”. De ese modo, ya a principios de la década de los 90 la crisis de representación era motorizada por los propios dirigentes que proclamaban la necesidad de abandonar la intermediación partidaria, en pos de una expresión inmediata de las demandas sociales, que sería canalizada por personalidades locales, donde entraba en juego la ya mencionada Unión de Fuerzas Sociales.
A pesar de la derrota de 1991, en 1998 el mensaje fue muy similar. La todavía hoy existente Unión por Córdoba nació a mediados del 98 como una alianza interpartidaria con centro en el peronismo liderado por De la Sota, y reforzando la alianza, previo contacto menemista, con el jefe local de la Unión de Centro Democrático y hombre cercano a Menem, Germán Kammerath. Con una crisis de representación que ya era trendingtopic de las ciencias sociales locales, el mensaje de De la Sota parecía el ensamble perfecto del imaginario neoliberal: un conjunto de técnicos, personalidades del medio local, y líderes de partidos menores, proponían la modernización de la provincia, de su Estado y de su economía, “acercando la política a la gente”. Y la política allí era mera gestión, pura y dura.
De la Sota gobernador: relegitimación empresarial del Estado
Ahora bien, la propuesta electoral de Unión por Córdoba en 1998 no fue sólo el resultado de un marketing electoral finamente ideado por los asesores brasileños que ya habían acompañado antes a De la Sota. Lejos de ello, fue un momento más de una historia de identificación neoliberal que contaba ya con una década, donde la política no asumía mayor función que la adaptación de las instituciones estatales a la inevitable marcha del mercado conocida por expertos, debiendo dejar claras las reglas del juego pero sin decir cuál era ese juego, y sobre todo para quiénes estaba armado.
Ello puede observarse claramente en la reforma del Estado que se implementó entre 1999 y 2000. Ante un diagnóstico que enfatizaba la deslegitimación del Estado provincial fruto del gobierno anterior de Ramón Mestre (padre del actual aunque prácticamente ausente intendente de Córdoba), Unión por Córdoba avanzó en una pretendida modernización estatal que reconstruiría el vínculo entre Estado y ciudadanos. En el tono de esa reconstrucción es posible notar la marca neoliberal del mensaje delasotista. Lo que se volvía necesario era adaptar el Estado provincial a la manera de una empresa, en el marco de la segunda ola de reformas gerenciales (con las que también la Ciencia Política de la época también se hizo una panzada). De ese modo, tanto los empleados públicos como los ciudadanos eran pensados bajo el paradigma del entrepreneur típico del modelo neoliberal, que insufla el comportamiento calculador del agente racional a todos los ámbitos de la vida social.
Esta propuesta tuvo una fuerte continuidad en el sueño delasotista de competir para la presidencia en el marco de la crisis de 2001 y 2002. Con un aparato mediático que lo ayudó acallando las protestas de las que eran objeto las reformas institucionales en la provincia, llevó su receta de reforma estatal para bajar “los costos de la política” ante quien quisiera escucharlo. Ello nos muestra algo relativamente novedoso ante la interpretación corriente sobre el quiebre que significó la intensificación del ciclo de protestas en 2001 para la política argentina. El mismo De la Sota no varió mayormente su relato de lo que había pasado en la Argentina y de lo que debía hacerse en consecuencia. Todavía en el discurso ante la Asamblea Legislativa provincial en 2003, ya pasado su sueño presidencia, consideraba que lo acaecido en diciembre de 2001 era responsabilidad exclusiva de la mala gestión aliancista. Y seguía sosteniendo que lo necesario era reducir “los costos de la política y acercarse a la gente”.
Es decir que la identificación neoliberal del delasotismo no es novedosa, sino que cuenta con una larga trayectoria cimentada en una interpretación de la política partidaria como pura competencia cortoplacista y del gobierno como adaptación del Estado al mercado en tanto una empresa más. Esa identificación neoliberal no es puramente resultado de un cálculo electoral, y tampoco es estática. Lejos de ello, ha continuado históricamente más allá de derrotas provinciales durante los noventa, e incluso más allá de quiebres institucionales y sociales masivos a principios de este siglo. Y en 2014, transitando el tercer año de su tercera gestión, podemos notar la insistencia de esa identificación tanto en elementos estructurales como en pequeños gestos que, como todo detalle, muestra lo políticamente relevante.
Huellas de una persistencia
Detalles que pueden observarse, porque para muestra sobra un botón, en los momentos en que De la Sota se siente a sus anchas. En el último coloquio de la Unión Industrial de Córdoba (disponible en http://prensa.cba.gov.ar/gobernacion/de-la-sota-diserto-en-el-7-coloquio-organizado-por-la-uic/, y cuya lectura completa recomiendo), reunión política con masiva concurrencia empresarial celebrada a principios de agosto, De la Sota expuso como implícito precandidato a presidente ante un auditorio de, como dijo repetidamente en su alocución, “amigos”. Allí sostuvo, con una insistencia notable, la necesidad de combatir la corrupción mediante “la informatización del sector público que permita que todos los ciudadanos puedan ejercer el control social de las acciones del Estado”. Ahora bien, esa propuesta para incorporar tecnología está atada a cierto discurso, ya que su legitimidad proviene de un ejemplo muy particular, el de cualquier empresa:
“Ustedes son empresarios y saben lo que significa para cualquier empresa tener una validación de transparencia como la que otorga el GlobeReporting News en Holanda. Son muchas las empresas argentinas que están tramitándola porque eso significa que se trata de empresas bien administradas, que informan a sus accionistas, que tienen la contabilidad correcta y que cuando van a ser sujetos de crédito pueden aspirar a buenas tasas de interés, en virtud de esa transparencia.
El Estado debe tener certificaciones de transparencia de la información. Nosotros lo hemos logrado en nuestra Provincia y tener validación de tercer nivel en el área de administración financiera y recaudación fiscal y el segundo en otros sectores.”
Si el Estado no es más que una empresa, su eficiencia y transparencia están aseguradas si hace lo que el resto de las empresas. El mismo argumento que hace quince años lo llevó al gobierno provincial, ahora es utilizado para fundamentar una propuesta electoral presidencial en 2015. La persistencia del discurso neoliberal en la figura de De la Sota nos muestra entonces algunos de los márgenes que rondan al escenario político argentino de cara a los futuros comicios nacionales: la subordinación del aparato estatal y la legitimación democrática a la definición empresarial de la eficiencia de la gestión.
El reverso de esta subordinación se compone de una aceptación automática de cierta marcha irreversible del mercado mundial a la que hay que adaptarse. Y en ese sentido, De la Sota es el gran abogado del diálogo, pero no nos dice lo más importante: entre quiénes y bajo qué condiciones. Sin embargo, en esa misma alocución ante empresarios locales lo deja ver, en su estigmatización de aquellos jóvenes víctimas del “gatillo fácil” de la policía provincial bajo un denso manto de impunidad provincial , esos chicos que “abren la puerta de un taxi” a quien “sale de un restaurant” y le “mete una puñalada para sacarle la billetera y comprar paco”. La persecución represiva de la pobreza en una clave exclusivamente criminal, así como la enésima llamada al proverbial diálogo entre interlocutores nunca aclarados, es el suplemento indispensable de una propuesta electoral centrada en la subordinación de la política a la marcha del todopoderoso mercado. Como hace veintisiete años, como durante los últimos quince, bajo la persistente y todavía potente, identificación neoliberal.
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