A los conflictos sociales crecientes en España , se sobreimprimen los reclamos autonomistas de las diversas nacionalidades que componen la península, mostrando las dificultades de mantener el Estado-Nación unificado en una formación económico-social sometida al ajuste neoliberal.
En medio de la tormenta
económica perfecta, el lehendakari Patxi López, en una situación política
imposible desde que el PP le retirara su apoyo parlamentario, decidió por fin
bajarse del alambre y anticipar los comicios vascos al 21 de octubre. Y el presidente
de la Xunta, Núñez Feijóo, después de sopesar pros y contras, hizo lo mismo en
Galicia. Así que ese día habrá dos elecciones que serán mucho más que
autonómicas por las consecuencias que, en cualquier caso, tendrán sus
resultados para la dinámica general del Estado. Y más aún después de que en
esta Diada la marea independentista catalana y el órdago consiguiente de Artur
Mas al gobierno central dejase con la boca abierta a todo el mundo aquende y
allende el Ebro. Y ahora tenemos además elecciones catalanas el 25 de noviembre
con un claro sentido de plebiscito sobre la autodeterminación de Cataluña. Un
otoño con las tres “nacionalidades históricas” en danza. Más no se puede pedir.
En Galicia todo apunta al
cambio de un mapa político cuya estructura se había mantenido muy estable en
los tres últimos lustros con sólo tres fuerzas parlamentarias: dos partidos
convencionales, el Partido Popular y el Partido Socialista de Galicia, y una
organización peculiar, el Bloque Nacionalista Galego, integrada por una masa de
independientes más varios partidos que van desde la izquierda marxista (Unión
do Pobo Galego) o altermundista (Encontro Irmandiño) al centro (Partido
Nacionalista Galego) pasando por la socialdemocracia (Máis Galiza). Fuera de ese
trío, un enjambre de pequeños grupos, unos en el centro-derecha más o menos
galleguista, otros en la izquierda de ámbito estatal (Esquerda Unida) y otros
en la izquierda independentista (Frente Popular Galega, Nós-UP, Causa Galiza,
etc). El PP ha sido siempre el más votado con mucha diferencia. Salvo en las
elecciones de 1997 y 2001, el segundo partido es el PSdG y el tercero, el BNG.
De todos modos, la diferencia entre los votos del PP y la suma de los otros dos
nunca fue muy grande, lo cual ha mantenido abiertas dos opciones reales de
gobierno: la monocolor del PP si este conseguía mayoría absoluta, y la de una
coalición PSdG-BNG en caso contrario, posibilidad esta última que sólo se hizo
realidad en 2005-2009....
En el País Vasco todos dan
por descontados el estancamiento/retroceso de PP, PSE y UpyD y el avance
arrollador del conjunto del nacionalismo vasco como consecuencia del retorno de
los abertzales a la legalidad en un
escenario sin violencia. La gran incógnita es quién ocupará la primera plaza,
si PNV o Bildu, cuestión en absoluto baladí. Naturalmente para el poder central
sería mucho más grave que la segunda llegase a gobernar. Pero si el lehendakari
es del PNV la situación también será difícil porque la presión de un
independentismo crecido, y los ecos de Cataluña, le obligarán a elevar la cota
de la reivindicación nacional.
Y en sincronía con el órdago
catalán. Algo que se veía venir desde el “cepillado” del Estatut en el Congreso
y sobre todo desde que el Tribunal Constitucional se erigió
inconstitucionalmente en sujeto de soberanía por encima de los representantes
tanto de la nación catalana como incluso de la nación española. Este fue el
trampolín que hizo dar un salto cualitativo al independentismo en pocos años.
Sobre esa base incidió después la crisis, durísima en Cataluña, y la habilidad
de la Generalitat de CiU para convencer a muchos de que no habría tales
sacrificios en Cataluña si una parte excesiva de los impuestos de los catalanes
no se desviasen al Estado, argumento en absoluto desprovisto de fundamento. En
todo caso, ahora lo que cuenta es que el sentimiento independentista prendió
con tal fuerza que va a ser muy difícil revertirlo. Tan difícil como que la
parte no independentista de la sociedad catalana acepte una secesión.
En suma, el agravamiento de
las centenarias tensiones nacionales hispánicas va a ser máximo. El resultado
de las elecciones en Galicia no va a quitar ni a poner gran cosa a ese conflicto.
Pero sí va a incidir en la consistencia de una de las partes. Si Núñez Feijóo
revalida su mandato, el gobierno de Rajoy saldrá algo fortalecido, amén de que
en Galicia habrá cuatro años de más de lo mismo. Pero si el PP pierde Galicia,
el golpe político para el gobierno central, y para el nacionalismo español,
sería tan duro que, pese a su mayoría absoluta, mal podría afrontar
simultáneamente la embestida de los “mercados”, la resistencia social in crescendo y las ofensivas
nacionalistas en Cataluña y País Vasco. Y a saber hasta donde podrían llegar
las cosas.
1 comentario:
No quisiera estar en el pellejo de la izquierda española en este momento.
Tradicionalmente han propuesta defender las autonomías pero dejando de lado independencia total
Bono ,es ministro de defensa del PSOE dijo que si Cataluña se separa el prefiere morir antes que ser testigo de semejante desgarro
Publicar un comentario