Sin trabajo y sin casa, Yéssica y Anastasio duermen en un soportal y buscan trabajo en los ordenadores de una biblioteca pública. / SAMUEL SÁNCHEZ |
Pobre puede ser cualquiera, o casi
La pérdida del empleo acarrea impagos y pone en el disparadero a millones de personas
El tobogán de la pobreza se acelera
No todos tienen apoyo familiar
Cada vez son más. Una muchedumbre silenciosa y a menudo inadvertida. Son las víctimas de la pobreza. Crece en una crisis sin fondo y se instala en una normalidad quebradiza. El paro, que ya lacera a 5,6 millones de personas,
es un filo que se estrecha. Las facturas siguen, los subsidios se
recortan; se agotan al igual que los ahorros, y el empleo no aparece. El
techo peligra. O desaparece.
La casa de los familiares y los pisos compartidos —la calle en el peor de los casos— cobijan las vidas en la estacada, suspendidas en una precariedad que se extiende sin freno y que, si faltan redes de apoyo, como la familia, conduce a la exclusión social. La bajada es cada vez más acelerada, dicen los expertos, un tobogán cuyo descenso gana velocidad y al que se asoma un número creciente de personas. Hay albergues con lista de espera.
España 2012. Más de 5,6 millones de empleos y decenas de miles de
techos arrasados por el huracán de la crisis. Más de 300.000 ejecuciones
hipotecarias iniciadas en los últimos cinco años, muchas de las cuales
han derivado en desahucios —más de 100.000— a los que se suman los
motivados por el impago de alquiler. Como el de Juan, el de Carmen...
Los números tienen caras detrás y un detonante común: la pérdida de
ingresos, el comienzo del tobogán.
“Las torres más altas pueden caer al piso”. Esa es una de las cosas
que Carmen ha aprendido en los últimos tiempos. Esta mujer de 40 años
era hasta hace uno y medio una empresaria de éxito. En 2005, recién
llegada a España desde Estados Unidos, creó con su marido una firma de
montajes eléctricos. Hasta 16 empleados llegaron a tener, relata. Tan
bien iban las cosas que lograron comprarse un piso en un barrio caro de
Madrid, Chamberí. Ahora la mujer almuerza cada día en un comedor social a
tiro de piedra del piso que tuvo.
“Paró todo de la noche a la mañana”, reflexiona esta mujer que pide
aparecer con otro nombre. La crisis de la construcción se llevó por
delante su negocio. Dejó de haber cables que poner en casas o centros
comerciales flamantes. “Tuvimos que despedir a los empleados, que eran
como de la familia. Les dimos lo que les correspondía y un poco más.
Dejamos al día las cuentas con Hacienda, con la Seguridad Social. Quedamos limpio con todos...”. Y sin un euro en el bolsillo...
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