Trevor Jackson
El reciente colapso de las criptomonedas no solo muestra la volatilidad del sector financiero, sino que ilustra por qué debe estar sujeto a un control democrático.
Es imposible saber cuánto se ha perdido. El mercado de las criptomonedas se vino abajo en la segunda semana de mayo y ha seguido cayendo desde entonces. Entre el 9 y el 11 de mayo, la «stablecoin algorítmica» Terra y su «moneda hermana» Luna perdió entre 40.000 y 45.000 millones de dólares de su capitalización de mercado, mientras que Terra rompió su paridad con el dólar estadounidense. El precio de Luna cayó a cero. Los inversores abandonaron las criptomonedas estrechamente vinculadas, algunos huyeron de la criptosfera por completo. Algunos analistas estipulaban que se habían perdido 300.000 millones de dólares en los cuatro días que había durado el derrumbe. Después de seis días, el monto estimado era de 1 billón de dólares. Hacia fines de junio, todo el mercado de las criptomonedas había sufrido una merma en su valor de 2 billones de dólares. El subreddit principal de Terra/Luna fijó en la parte superior de su página web la información de contacto de las líneas directas de asistencia al suicida.
No hay manera de verificar estos números. Cuando hablamos de capital de inversión que se «pierde», nos referimos a veces a la pérdida de una inversión inicial: dinero real que alguien tuvo alguna vez. A veces nos referimos a una pérdida de rendimientos futuros esperados. Y a veces nos referimos a algo más hipotético: si sus acciones valen hoy la mitad de lo que valían ayer, usted sentirá que ha perdido, incluso si en realidad nunca «tuvo» ese dinero, e incluso si su inversión actual vale más de lo que usted puso inicialmente. Pero, más allá de la escala de la caída, este no es el primer derrumbe de las criptomonedas. Entre noviembre de 2021 y enero de 2022, el mercado de las criptomonedas «perdió» un total estimado en un billón de dólares. Antes de eso, hubo burbujas y derrumbes en 2011, 2014–15 y 2018. Una interpretación de estos derrumbes es que la volatilidad es endémica al mercado de las criptomonedas. Otra interpretación es que las criptomonedas son en sí mismas una crisis.
Al igual que las finanzas en general, el de las criptomonedas es un territorio extraño lleno de complejidad técnica, cadenas opacas de causa y efecto, dinámicas internacionales y jurisdicciones legales fragmentadas. Pero las finanzas están, por lo menos, sujetas a alguna regulación, por lo que los episodios de impunidad suelen limitarse a crisis y escándalos. Las criptomonedas incluyen todos los riesgos de las finanzas tradicionales, sin ninguna regulación relevante y con un compromiso de anonimato. Por esas razones, las criptomonedas son también un espacio de impunidad en el que las instituciones y estructuras permiten a la gente causar daño y no afrontar consecuencias.
La impunidad es el resultado de tres problemas: la jurisprudencia, ya que los humanos tienen mucha más creatividad para innovar en el delito que las regulaciones; la culpabilidad, ya que los cabecillas tienden a no ser personalmente responsables de muchos delitos y, por lo general, están protegidos por capas de refutabilidad; y la escala, ya que los ilícitos masivos tienden a sobrepasar la orientación individual de los regímenes legales. Tendemos a encontrar la impunidad en condiciones de conflicto violento, o como característica del poder soberano. Pero también existe en la esfera de la economía, especialmente en momentos de crisis financiera. La impunidad puede parecer un elemento permanente del poder, pero tiene su propia historia, y la historia del capitalismo financiero es también, en parte, una historia de impunidad.
Los problemas de las criptomonedas exceden la impunidad, y el problema de la impunidad no se limita en absoluto a las criptomonedas. Algo que diferencia la vida económica de la vida política, moral o legal es que en la primera puede generarse un gran daño para muchas personas y no haber ningún culpable. Pero la magnitud del reciente derrumbe de las criptomonedas subraya nuestra necesidad de un lenguaje mejor con el que condenar y regular el daño económico. Es un momento como el de la crisis de 2008, en el que la impunidad se ha vuelto tan visible que su existencia es innegable. Y una vez que aprendemos a reconocerla, empezamos a encontrarla en todas partes.
Cuando escribí estas palabras había unas 19.000 criptomonedas. Para cuando usted las lea, muchas de esas criptomonedas habrán fracasado. Si solamente ha oído hablar de una criptomoneda, es casi seguro que se trate del bitcoin. Bitcoin es una red peer-to-peer descentralizada que carece de una cámara de compensación única y sin el equivalente a un banco central o una autoridad emisora de dinero. La plataforma Bitcoin emite unidades monetarias llamadas «bitcoins», cuyo valor está determinado por la oferta y la demanda en varias plataformas diferentes. No hay un precio único del bitcoin. La demanda está impulsada por su uso en transacciones. La masa monetaria es determinada por la «minería»: el uso del poder de procesamiento de computadoras para resolver problemas matemáticos cada vez más complicados. Los inventores del bitcoin siempre han sostenido que habrá una oferta finita de bitcoins, lo que mitigará el peligro inflacionario y creará, en su lugar, un sistema intencionalmente deflacionario. Todas las transacciones son anónimas y los bitcoins se guardan en una «billetera» digital. Un bitcoin gastado en una transacción es en verdad un código único y una serie de transacciones pasadas de ese código en una especie de libro de contabilidad digital, conocido como blockchain o cadena de bloques. Imagínese si cada dólar que usted gasta viniera con una lista de todas las transacciones anteriores en las que se utilizó ese dólar y que demuestra que usted lo obtuvo legalmente. Es una forma de verificar las transacciones mientras se preserva el anonimato. Una vez que se realiza una transacción, se envía un aviso a toda la red Bitcoin y todos los «mineros» en el sistema corren a verificar el libro de transacciones pasadas. Si usted gana la carrera de verificación, recibe como premio nuevos bitcoins.
Este sistema es horroroso en muchos aspectos. En primer lugar, es colosalmente ineficiente. Bitcoin solo puede procesar unas siete transacciones por segundo (Visa hace algo así como 1.700 por segundo y dice tener la capacidad para procesar 24.000). Tener tantos mineros diferentes compitiendo en el sistema para verificar la misma transacción crea una cantidad gigantesca de tiempo y energía desperdiciados. Y a medida que las cadenas de transacciones se hacen más largas y las redes más grandes, la verificación de las transacciones se vuelve más difícil, lo que ha llevado a una carrera armamentista por la capacidad de procesamiento. Los mineros de bitcoins son en parte responsables de la escasez de chips de computadora que ha dificultado la obtención de automóviles, computadoras y PlayStations nuevos. Según un cálculo, Bitcoin consume más energía eléctrica que Finlandia. Una transacción individual produce alrededor de media tonelada de dióxido de carbono. Bitcoin probablemente ha revertido todas las reducciones en emisiones de gases de efecto invernadero logradas por la adopción de vehículos eléctricos.
En segundo lugar, es muy difícil convertirlo en efectivo. Para convertir bitcoins (o cualquier criptomoneda) en dólares, es necesario venderlos en una plataforma de criptomonedas, una transacción que debe ser verificada por la cadena de bloques, tiempo durante el cual el precio de sus bitcoins puede cambiar. Se paga una tarifa de transacción por el intercambio y, dado que se pueden procesar muy pocas transacciones a la vez, los usuarios suelen ofertar para priorizar sus transacciones. En Ethereum, otra importante red de criptomonedas, estas ofertas se denominan «tarifas de gas», que a veces promedian los 50 a 100 dólares por transacción. (Es difícil decirlo con exactitud, porque se pagan en unidades de Ether, una criptomoneda cuyo valor en dólares varía). Sin embargo, si algunos grandes jugadores ofertan para liquidar grandes transacciones, puede darse una «guerra por el gas» que eleva la tarifa por transacción a miles de dólares. Hay otros obstáculos. Coinbase, quizás la plataforma más grande de Estados Unidos, necesita que los usuarios carguen una identificación adicional para poder cobrar, con largas demoras y sin servicio para el cliente. En momentos de crisis o poca liquidez, las plataformas y bancos de criptomonedas suelen congelar totalmente las transacciones.
Después de haber logrado vender las criptomonedas –posiblemente después de alguna demora, haber pagado tarifas y tras un cambio de precio–, la transacción va a su banco. A diferencia de las plataformas de criptomonedas, los bancos deben cumplir con regulaciones sobre valores y lavado de dinero, por lo que emplean un pequeño ejército de oficiales de lucha contra el fraude para examinar grandes pagos de orígenes no verificables. Su banco puede rechazar la transacción, rechazar sus transferencias, congelar su cuenta o notificar a las autoridades fiscales. En 2017, Wells Fargo se negó a procesar toda transferencia hacia o desde Bitfinex, una plataforma de criptomonedas con sede en las Islas Vírgenes Británicas. Una plataforma puede bloquearle su dinero, su banco puede bloquearle su cuenta y usted puede perder su dinero sin que pueda recuperarlo en modo alguno. El 13 de junio, Binance, la plataforma de criptomonedas más grande del mundo, y Celsius Network, un prestamista de criptomonedas, congelaron los retiros de bitcoins. Y si a usted lo piratean, lo estafan o simplemente comete un error, las transacciones en criptomonedas no se pueden cancelar.
La dificultad de hacerse con el dinero tiene dos consecuencias principales. En primer lugar, significa que las únicas transacciones que es lógico hacer con criptomonedas son aquellas en las que la necesidad de anonimato supera los altos costos y la lentitud, razón por la cual las criptomonedas están tan fuertemente asociadas con las drogas, el lavado de dinero, los ataques de ransomware y la pornografía infantil. En segundo lugar, significa que hay un incentivo incorporado para lograr que nuevas personas compren criptomonedas: no solo crean demanda para sostener los precios, sino que también permiten que los usuarios existentes se hagan con el dinero.
Los informes sobre el aumento de los precios del bitcoin son efectivamente anuncios que tienen por objetivo que nuevas personas compren criptomonedas. Las cuentas de NFT y los juegos play-to-earn cumplen la misma función. En los últimos tiempos hay publicidad de criptomonedas en todas partes. Crypto.com ha producido publicidades con Matt Damon, Tom Brady y Stephen Curry, y ha dado un nuevo nombre al estadio de la NBA en Los Ángeles. Un grupo de celebridades tuiteó su apoyo a las criptomonedas y lanzó líneas de NFT; Kim Kardashian incluso ha sido demandada debido a una historia patrocinada en Instagram sobre EthereumMax. Los Washington Nationals cerraron un acuerdo de patrocinio de 38 millones de dólares con Terra poco tiempo antes de su implosión, por lo que es posible que el equipo pase los próximos cinco años promocionando una criptomoneda que ya fracasó. Al menos les pagaron en dólares.
Como las criptomonedas de cadena de bloques como Bitcoin y Ethereum se han vuelto demasiado lentas y costosas para ser usadas como monedas funcionales, son ahora poco más que inversiones especulativas para gente con mucho dinero en efectivo y un gran apetito por el riesgo. Esto ha dado lugar a otra categoría en las criptomonedas: las stablecoins. Mientras que el precio del bitcoin varía ampliamente (incluso simultáneamente entre diferentes plataformas), las stablecoins están diseñadas para ser intercambiadas por dólares a una tasa fija. La más destacada, Tether, estaba vinculada al dólar en una relación uno a uno. Se supone que las stablecoins resolverán el problema del cobro del dinero: no hay necesidad de convertir bitcoins en dólares si usted puede convertirlos en Tether. Eso significaba que Tether necesitaba reservas en dólares, dólares que pretendía recaudar de los inversores. Pero recaudar dólares para emitir stablecoins no produce por sí solo nuevos dólares para los inversores.
A Tether y otras stablecoins les quedan dos opciones. La primera es mantener una combinación de efectivo y distintos valores (supuestamente) líquidos. Muchas stablecoins, sin embargo, no informan sus reservas en absoluto, y aquellas que lo hacen, como Tether, no proporcionan ningún tipo de verificación externa de sus tenencias. En 2017, Tether sostuvo que los propietarios de sus monedas no tenían derechos contractuales, derechos legales o garantías para poder realmente cambiarlas por dólares. Un informe de la empresa de mayo de 2021 mostró que solo aproximadamente 3% de sus reservas están respaldadas por dinero en efectivo; alrededor de 50% está respaldado por pagarés. (El informe fue el resultado de un acuerdo entre la empresa y el fiscal general de Nueva York, cuya oficina estaba investigando si Tether ayudó a Bitfinex, propietaria de la empresa que a su vez es propietaria de Tether, a cubrir pérdidas por 800 millones de dólares). Desde principios de junio, inversores y autoridades reguladoras han estado tratando de encontrar las reservas de Tether, que parecen estar en una serie de bancos en las Bahamas.
La segunda opción es utilizar un algoritmo para gestionar el suministro de la moneda. Terra (que no debe ser confundida con Tether) es el ejemplo más famoso de una «stablecoin algorítmica». Si demasiadas personas vendían Terra al mismo tiempo, aumentando así su oferta y empujando el precio de una moneda por debajo de 1 dólar, se suponía que el algoritmo cambiaría instantáneamente un Terra por la criptomoneda flotante Luna. Esto reduciría los Terra circulantes, con lo que nuevamente se elevaría el precio. Si el precio de Terra fuera demasiado alto, se activaría automáticamente la operación inversa.
El derrumbe de Terra en mayo tuvo una causa inmediata y una estructural. La causa inmediata fue una corrida bancaria. Terra no tiene sus propias reservas, pero sí tiene derechos sobre las reservas en poder de una entidad llamada Anchor, que esencialmente está tratando de ser un banco para las criptomonedas. Mantuvo depósitos de Terra que prestó a otras personas, y pagó y recibió intereses en Terra, alegando que sus depositantes recibirían hasta 20% anual. En la tarde del 7 de mayo, un pequeño grupo de «varias entidades de buena situación financiera» que trabajaban en parte a través de Celsius Network retiró 500 millones de dólares en varias criptomonedas de Anchor, dejándola con unos 35 millones de dólares en reservas para cubrir 8.700 millones de dólares en depósitos. Al darse cuenta de que estaba lejos de ser suficiente, los titulares de Terra precipitaron una corrida bancaria clásica. Todos intentaron deshacerse de sus Terra simultáneamente, lo que redujo el precio de una moneda muy por debajo de la paridad de 1 dólar. Los fondos detrás de Luna intentaron rescatarla, aparentemente por un total de 750 millones de dólares, pero fue en vano. La liquidación de Terra aumentó repentina y enormemente la oferta de Luna exactamente cuando la demanda colapsaba. Si Luna estaba destinada a estabilizar Terra, y Terra no podía salvarse, ¿para qué servía Luna? Los tenedores también se deshicieron de Luna y perdió 99,99% de su valor. En una semana se evaporaron unos 45.000 millones de dólares en capitalización de mercado.
Una vez que Terra y Luna colapsaron, los inversores se preocuparon por otras criptomonedas. El 12 de mayo, estaba en marcha una liquidación generalizada. Tether pagó 10.000 millones de dólares en retiros; Bitcoin perdió 60% de su valor. Coinbase despidió a 18% de sus empleados. Celsius Network congeló todos los retiros y transferencias para sus 1,7 millones de clientes. Los despidos, quiebras y congelamientos continúan hasta el día de hoy. Desde el 13 de julio, Bitcoin cayó 70% desde su máximo.
También hay una explicación estructural de por qué está pasando todo esto. A principios de mayo, la Reserva Federal anunció un aumento «gigantesco» de las tasas de interés, el doble de su ritmo normal, y señaló que podría aumentar las tasas de interés siete veces hasta fines de 2022. (Las tasas se elevaron nuevamente a mediados de junio y fines de julio). Ese aumento hizo que pedir dinero prestado fuera bastante caro y llevó a los inversores a reequilibrar sus carteras lo suficiente como para que el flujo continuo de dinero barato que inundaba la criptoeconomía se ralentizara lo suficiente como para precipitar un derrumbe. La Reserva Federal tiene la intención de precipitar una recesión de la economía real, y en una recesión todos quieren dólares, no stablecoins algorítmicas o NFT de Bored Ape.
Al igual que WeWork, Uber y otras empresas tecnológicas con capitalizaciones de mercado absurdas y sin ganancias, la criptomoneda es un síntoma macabro de una era de dinero barato sin precedentes que ha continuado desde la crisis de 2008. Billones de dólares se han derramado en todo tipo de cosas destructivas y estúpidas. Al igual que la mayoría de las otras burbujas financieras, las criptomonedas son el resultado de una liquidez barata, innovaciones opacas y un marketing vigoroso. La era del dinero barato está llegando a su fin, cerrando esta etapa de la historia financiera. Entonces, ¿qué más pueden decirnos las burbujas financieras que han pasado?
Es de vital importancia historizar las criptomonedas para mostrar cómo se montaron en un tsunami de dinero barato y tomaron como presa las escasas oportunidades y la esperanza perdida de la gente después de 2008. Pero también vale la pena mostrar cómo las criptomonedas repiten casi todos los desastres de la historia financiera. A pesar de todo lo que se habla sobre el futuro, las criptomonedas son una espantosa extrusión del pasado.
Comencemos con las estafas obvias. Los NFT y las criptomonedas con precios flotantes –como el bitcoin– están llenos de operaciones de lavado, en las que los comerciantes se compran y venden a sí mismos, de forma anónima, NFT y monedas para hacer subir los precios. Las operaciones de lavado eran endémicas en los mercados de materias primas del siglo XIX y finalmente fueron prohibidas en Estados Unidos por la Ley de Mercado de Materias Primas de 1936. Muchas nuevas empresas de criptomonedas son rug pulls [«tirón de alfombra»], en las que los promotores promocionan un nuevo proyecto y luego se van con todo el dinero de los inversores. Debido a que a menudo dejan a los inversores con tokens sin valor, los rug pulls con criptomonedas se asemejan a la banca salvaje del siglo XIX. Antes de la Ley del Banco Nacional de 1863 y el establecimiento de una moneda nacional uniforme, los Estados otorgaban cartas bancarias casi sin supervisión. Muchos banqueros emprendedores fundarían negocios, aceptarían depósitos, emitirían su propio papel moneda y luego se llevarían todos los depósitos, dejando atrás billetes de papel sin valor. El contragolpe lo dieron Arkansas e Iowa, que prohibieron los bancos por completo durante la mayor parte de las décadas de 1840 y 1850.
Otro esquema común en la criptosfera es el pump and dump: los primeros inversores elevan los precios atrayendo nuevos compradores y a través de entusiastas declaraciones públicas, solo para «tirarles» («dump») sus tenencias sobrevaluadas a nuevos participantes antes de que estalle la burbuja. En El lobo de Wall Street se describe una serie de esquemas de pump and dump en las décadas de 1980 y 1990; también proliferaron durante la burbuja de las puntocom. Pero también tienen una historia mucho más profunda que ayuda a iluminar cómo las criptomonedas generan daño e impunidad.
La primera crisis financiera internacional, conocida en Francia como la Burbuja de Mississippi y en Inglaterra como la Burbuja de los Mares del Sur, estalló en 1720. Tanto la Mississippi Company como la South Sea Company eran sociedades anónimas que participaban en canjes de deuda por acciones, lo que implicaba persuadir a los tenedores de bonos de deuda del gobierno francés o inglés para que los cambiaran por acciones de la empresa. Francia e Inglaterra habían pasado 25 años librando costosas guerras entre sí, por lo que sus gobiernos estaban ansiosos por deshacerse de parte de su deuda pendiente de pago y los tenedores de deuda estaban dispuestos a comerciar porque estas empresas prometían ganancias fantásticas. La South Sea Company tenía el asiento, el contrato de monopolio para entregar esclavos a las colonias españolas en el continente americano. La Mississippi Company fue aún más ambiciosa. Dirigida por su fundador, John Law, un jugador y asesino convicto de Escocia, la empresa quería crear un protobanco central. Law fundó un banco y obtuvo permiso para emitir papel moneda. Usó ese dinero y las ganancias del banco para comprar partes del gobierno francés que eran consideradas secretas y sobornables. Compró el sistema tributario, el monopolio del comercio exterior y la empresa con el monopolio de colonizar el territorio de Luisiana. Ese éxito indujo a mucha gente a comprar acciones de su empresa y el precio de esas acciones se fue, dicho en lenguaje cripto, «a la luna».
El problema radicaba en el papel moneda, que era en aquel tiempo una innovación financiera de vanguardia que, según Law, liberaría el comercio y las transacciones cotidianas de una falta deflacionaria de metálico. La gente se mostró reacia a aceptarlo, por lo que Law usó su influencia política (que era considerable: se convirtió finalmente en el ministro de Finanzas de Francia) para exigir que los pagos de impuestos, salarios y contratos se denominaran en su moneda. Luego intentó desmonetizar el oro y la plata por completo, mientras usaba papel moneda emitido por su propio banco para comprar las acciones de su empresa, con el fin de mantener el precio en alza. La gente se rebeló, corrió a su banco para sacar sus depósitos y el sistema colapsó.
El capital salió volando de Francia y terminó en acciones de South Sea en Inglaterra. Los directores de South Sea Company participaron en una versión temprana de un pump and dump: emitieron ellos mismos la primera ronda de acciones, sobornaron al Parlamento para que les otorgara privilegios y apoyo, y produjeron gran cantidad de panfletos y discursos donde se prometían dividendos récord. También crearon una serie de compradores ficticios para facilitar las operaciones de lavado. Pero no tenían ningún negocio subyacente real, y los dividendos prometidos habrían requerido ganancias mayores que la suma total de la economía inglesa. Tras haber pasado de un máximo en julio a un mínimo en diciembre de 1720, esa burbuja también estalló.
Como esas burbujas fueron las primeras de su tipo, las autoridades tuvieron que inventar nuevos medios de reparación. El Parlamento inglés creó un comité de investigación secreto y elaboró nuevas leyes para permitirle llevar ante los tribunales a los directores de South Sea. Pero el escándalo económico se convirtió en un escándalo de corrupción política: el proyecto de la empresa no hubiese funcionado sin el apoyo del Parlamento y la susceptibilidad a los sobornos. En Francia, John Law huyó al exilio. El gobierno francés quemó miles de millones de sus billetes y estableció un procedimiento de quiebra llamado «Visa» para verificar y pagar los reclamos y contratos legítimos de su empresa. La banca central y el papel moneda desaparecieron de Francia durante las siguientes siete décadas. Las secuelas de la primera crisis financiera produjeron la mayoría de los problemas que tenemos todavía hoy: ¿cuál es el rol legítimo de las instituciones financieras? ¿Cómo pueden ser regulados los mercados internacionales de capital mediante leyes nacionales? Y ¿los derrumbes son accidentes naturales e inevitables, o son culpa de alguien?
Estas historias nos dicen que ninguno de los problemas con las criptomonedas es nuevo: ni la estructura de las estafas, ni las formas en que las innovaciones financieras prometen beneficios sociales mientras generan ganancias privadas, ni las formas en que esas innovaciones están diseñadas para explotar espacios que aún no están cubiertos por las leyes y regulaciones existentes. También nos dicen que las consecuencias de las finanzas no reguladas no quedan aisladas: irrumpen en el mundo real y causan desastres políticos y daño social. Finalmente, esta historia nos dice que el propósito fundamental de las criptomonedas –crear dinero privado– es tan antiguo como el propio capitalismo financiero.
El dinero privado existió, especialmente en el Medioevo y la Era Moderna temprana, como una forma de facilitar el intercambio cuando el dinero soberano, hecho en metales preciosos, era escaso. También entonces la mayoría de los fondos privados eran pagarés individuales, conocidos como dinero «de libro»: unidades de cuenta a través de las cuales las personas comerciaban entre sí llevando cuentas corrientes. Pero contrariamente al folclore de los economistas, el dinero tal como lo conocemos siempre ha sido una tecnología política. Es una categoría especial de mecanismos de intercambio: una expresión de soberanía estatal, aceptada por el Estado para el pago de impuestos y utilizada para financiar el monopolio estatal de la violencia, parte del cual se destina a hacer cumplir su monopolio sobre la producción de dinero.
Los entusiastas de las criptomonedas se oponen especialmente a una forma específica de dinero estatal: la moneda fiduciaria o dinero que no está respaldado por alguna otra materia prima. La moneda fiduciaria ha sido la norma en todo el mundo desde la década de 1970, cuando el gobierno de Richard Nixon puso fin unilateralmente a la convertibilidad del dólar en oro. Desde entonces, el dólar ha sido respaldado «solamente» por la plena fe y crédito del gobierno de Estados Unidos, y no ha habido un límite técnico sobre la cantidad de dólares que puede emitir la Reserva Federal. La capacidad de generar repentinamente una gran cantidad de dólares puede ser muy útil si, por ejemplo, la especulación inmobiliaria ha precipitado una implosión del sector financiero y se necesitan 4,4 billones de dólares para un alivio cuantitativo, o si el combate contra un nuevo coronavirus paraliza la economía mundial y necesitas otros 4 billones de dólares para respaldar activos. El dólar estadounidense es especial incluso entre las monedas fiduciarias. Actúa como la principal moneda de reserva global: los bancos centrales de todo el mundo usan dólares para comprar sus propias monedas si comienzan a perder valor, y la mayor parte del comercio mundial está denominado en dólares.
Pero la falta de un límite preocupa a la gente. En un libro blanco que proponía la invención del bitcoin, el autor e inventor seudónimo (y posiblemente ficticio) de la plataforma, Satoshi Nakamoto, afirmó: «El problema fundamental con las monedas convencionales es toda la confianza que se requiere para que funcionen. Se debe confiar en que el banco central no devaluará la moneda, pero la historia de las monedas fiduciarias está llena de abusos a esa confianza». Esta afirmación es, casi en su totalidad, propia de un analfabeto histórico. La devaluación remitía primero a la capacidad de los primeros soberanos modernos para alterar la composición metálica de sus monedas, de modo que el valor nominal y el peso diferían. Fue una de las innumerables formas en que los Estados manipularon sus monedas, muy anterior al dinero fiduciario o los bancos centrales. El papel moneda de John Law puede parecer un ejemplo de moneda fiduciaria degradada, pero la suya era una empresa privada, y se suponía que el valor del dinero estaba respaldado por el valor de sus acciones. Las devaluaciones no son exclusivas de las monedas fiduciarias, y la gobernanza privada no ha demostrado ser más confiable que la pública, por decirlo con delicadeza.
Lo que la criptosfera tiene en mente es el patrón oro del siglo XIX. En esa era, los bancos centrales tenían que mantener reservas de oro y estar preparados para convertir el papel moneda en oro a una tasa fija (en ese entonces eran, en su mayoría, empresas privadas; el Banco de Inglaterra era privado y responsable ante sus accionistas hasta que fue nacionalizado en 1946). En la práctica, significaba que no tenían control sobre la política monetaria y no podían responder ante las crisis. En una crisis, la gente correría a los bancos para sacar sus depósitos y el oro drenaría de las bóvedas del banco central. Para evitar la quiebra, los bancos centrales aumentarían sus tasas de interés, induciendo a las personas a dejar su dinero o llevarlo de vuelta. Pero el aumento de las tasas de interés empeora la crisis: se vuelve más caro pedir prestado y, como resultado, más personas dejan su dinero en los bancos en lugar de gastarlo. La demanda cae, las empresas quiebran y las personas pierden sus trabajos. Las instituciones bancarias centrales de propiedad privada se salvaban imponiendo miseria a la población en general. Y eso solo fue posible porque, en el siglo XIX, la mayoría de la gente no podía votar. En términos históricos, el dinero privado ha sido totalmente incompatible con la democracia.
En consecuencia, la teoría del dinero privado y el anhelo de un patrón oro restaurado son sellos distintivos del pensamiento neoliberal. No soy el primero en notar los paralelismos entre los objetivos declarados de las criptomonedas (especialmente Bitcoin) y el libro de Friedrich von Hayek de 1976, La desnacionalización del dinero. Quinn Slobodian halló varios trabajos de la Sociedad Mont Pelerin sobre el uso de monedas privadas para competir con las nacionales. Stefan Eich ha dicho que las criptomonedas son un regreso a la politización del dinero de la década de 1970. Un informe del Banco Central Europeo de 2012 rastreó los orígenes intelectuales de las «monedas virtuales» y llegó hasta la Escuela Austríaca y su objetivo de acabar con los monopolios de los bancos centrales y volver a una versión del patrón oro. Detrás de la complejidad técnica de las criptomonedas –y su prédica sobre la comunidad, la descentralización y el futuro– hay un proyecto implacablemente reaccionario.
Muchos han comparado las criptomonedas con un esquema Ponzi, pero al menos Charles Ponzi no contribuyó sustancialmente al cambio climático ni facilitó el intercambio de pornografía infantil. Además, terminó en una prisión. Por el contrario, la Comisión Federal de Comercio informó que, desde principios de 2021, más de 46.000 personas han perdido más de 1.000 millones de dólares en criptomonedas debido a estafas lisas y llanas: aproximadamente una cuarta parte de todas las estafas en ese lapso, y más que con cualquier otra forma de pago. Pero no hay manera de saber cuántas personas perdieron dinero en los diversos derrumbes del mercado y cuánto. Tal vez algunas personas que cometieron fraude enfrenten consecuencias, pero la historia de la impunidad en el capitalismo financiero muestra que nadie en particular será considerado responsable de crear una esfera de actividad fuera de las leyes existentes donde el fraude es endémico y estructural.
Las criptomonedas han demostrado una notable capacidad para olvidar sus propias estafas y errores. Pero la Comisión de Bolsa y Valores no necesita seguir su ejemplo. Todo en la criptosfera es esencialmente un valor no cotizado, y todo debe ser regulado antes de que se produzca un derrumbe en la economía real, una aceleración de nuestro colapso político en curso o un daño social más generalizado. Ya se está trabajando en una cierta regulación, pero la verdad básica de la regulación financiera es que se dedican muchos más recursos a evitarla que a hacerla cumplir. El derrumbe de 2022 probablemente no será el final de las criptomonedas. Si algo va a acabar con las criptomonedas, probablemente sea la Reserva Federal: la política monetaria socavará el flujo de efectivo barato del que depende, y si la Fed produce su propia moneda digital, bien podría superar a toda la criptosfera, porque esa moneda en realidad funcionaría como dinero.
El mundo está diezmado por los daños sociales causados por el lucro privado, desde la negación del cambio climático y la prescripción excesiva de opioides hasta la fabricación de armas y la atención médica privada. Cada una de estas injusticias tiene su propia historia, pero también comparten una historia en común: la separación de la esfera económica de la esfera moral y política a partir del siglo XVIII. El proyecto de creación de dinero digital privado es actualmente la punta de lanza de esa separación. Los promotores de las criptomonedas y las cadenas de bloques dicen ofrecer un escape o una alternativa a la impunidad del capitalismo financiero. Por el contrario, han demostrado por qué las finanzas en general deben estar sujetas a control democrático y a la responsabilidad pública. Es imposible saber cuánto se ha perdido con las criptomonedas. Lo que sí sabemos es que su existencia ha devaluado el mundo.
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Publicamos este artículo como parte de un esfuerzo común entre Nueva Sociedad y Dissent para difundir el pensamiento progresista en América. Puede leerse la versión original en inglés aquí.
Traducción: Carlos Díaz Rocca
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