10/03/2022

será un mes largo ....



Juan Elman 

Es como un país transmitido en pantalla partida: la misma noche en la que Lula da Silva consagra su resurrección política, Jair Bolsonaro se consolida como el líder indiscutido de la derecha brasileña, para no decir el único.

Ambos tienen motivos para festejar. El primero obtuvo el 48,4% de los votos, un resultado pronosticado por las encuestas pero no por eso desdeñable: Lula ganó 26 millones de votos más que Fernando Haddad en la primera vuelta de 2018 e hizo su segunda mejor elección histórica, apenas detrás del balotaje de 2006. Para alguien que hace cuatro años dibujaba su futuro en una celda de prisión y ahora se encuentra a las puertas de la presidencia, la distancia es elocuente. Para Jair Bolsonaro, que se enfrenta a una reelección luego de una gestión deficiente cuanto menos, el resultado también es positivo. Consiguió el 43,2% de los votos y entrará a la segunda vuelta con un piso mucho más alto al que se esperaba. El presidente, además, mejoró su posición en el Congreso y sus aliados se impusieron en varias gobernaciones. Se confirma, por si quedaban dudas, que el bolsonarismo no es un fenómeno pasajero en la política brasileña. De hecho, es bastante central.

Con estos números, Brasil tendrá una segunda vuelta más disputada, en la que el resultado está abierto y el escenario de tensión institucional luce más seguro que antes.

A esta hora de la madrugada, aliviado por la compañía del especial de Cenital que indaga mejor sobre lo ocurrido, voy a limitarme a apuntar tres preguntas que me hago en este momento.
¿Qué pasó?

Empecemos por lo obvio: las encuestas fallaron. Así como acertaron el apoyo a Lula, subestimaron el de Bolsonaro. Es temprano para saber bien por qué. ¿Hubo voto silencioso, también llamado voto vergüenza? ¿Es que el debate y la recta final de la campaña produjeron una súbita migración de votos antipetistas al único candidato capaz de evitar un triunfo de Lula? ¿Un poco de ambas? Sea cual sea el caso, lo cierto es que parece haber un patrón: el apoyo que subestiman las encuestas suele ser a candidatos u opciones conservadoras. Pasó con Trump y Bolsonaro antes, lo vimos en Chile hace unas semanas. Para esta elección, los encuestadores brasileños habían salido a declarar –y lo citamos en el último correo– que el clima de violencia y acoso hacía más probable un voto silencioso para Lula antes que para Bolsonaro. No ocurrió.

Bolsonaro tuvo un mejor desempeño en el sur del país, en Río de Janeiro y en San Pablo. En estos últimos dos estados, además, sus aliados se impusieron cómodamente en las gobernaciones. En el primer caso en primera vuelta, con 30 puntos de ventaja; en San Pablo habrá ballotage entre el exministro militar Tarcísio de Freitas, ahora favorito, y el ya conocido Fernando Haddad, que tuvo un rendimiento peor al esperado. Los bolsonaristas, algunos de ellos exministros, también sorprendieron en gobernaciones de otros estados y en disputas del Senado.

A simple vista, esto puede significar que el apoyo a Bolsonaro no se explica únicamente por “voto útil” contra Lula. Es cierto que a los otros candidatos presidenciales –Simone Tebet (4%) y Ciro Gomes (3%)– les fue peor que lo que pronosticaban las encuestas, habilitando la lectura de que hubo migración de votos antipetistas a Bolsonaro, quizás a última hora. Pero Bolsonaro no fue el único ganador de la noche. Toda su estructura creció a nivel nacional.

(Para un mejor panorama sobre cómo queda el Congreso, es importante leer a Facu Cruz en el dossier que publicamos, que explica cómo queda el sistema político. Lucila Melendi, por otro lado, nos cuenta sobre el récord de candidaturas indígenas y feministas).

Explicar ese voto será una tarea más difícil. Bolsonaro ganó más de un millón de votos respecto a la primera vuelta de 2018. Es un dato notable, considerando su gestión económica (el crecimiento es bajo comparado con el resto de la región, la inflación está en los peores niveles en veinte años y más de 3o millones de brasileños padecen hambre) y sanitaria (casi 700 mil muertes en la pandemia). Con respecto a esto último, hay una marca que no es menor: uno de sus exministros de salud, el militar Eduardo Pazuello, fue el segundo diputado más votado en Río. ¿Significa esto que el votante bolsonarista tiene una identidad tan consolidada que la gestión de la economía o la pandemia no influyen para cambiar de candidato? ¿Es que el antipetismo y el temor a Lula pesan más que cualquier otra cosa? Posiblemente una combinación de ambas. Pero, de vuelta, no es solo el apoyo a Bolsonaro el que hay que explicar: es también el de sus candidatos, que se impusieron a otras alternativas antipetistas.

Hay otra pregunta que quizás es más importante: ¿Bolsonaro mantuvo su base electoral o hubo un recambio, en el cual se fueron votantes disgustados por la gestión a Lula y entraron otros? Si hubo recambio, ¿cuán significativo fue? Por otro lado, la abstención fue muy similar a la de 2018: alrededor del 20%. ¿Pero la composición de esos abstencionistas es la misma o hubo un recambio entre votantes que no participaron esta vez y otros que entraron?

Un primer vistazo a la votación de Lula, que mejoró notablemente la performance de Haddad en 2018, nos dice que el petista capturó los votos de otras candidaturas que estaban a la derecha del PT. Sobre todo los de Ciro Gomes, que en ese entonces había sacado 13 millones (diez millones más que esta vez) y una parte de los Alckmin, que obtuvo cinco millones en aquella elección y ahora se presentó como su vice. Esto empieza a parecer el meme de la rubia que hace cuentas, así que la voy a dejar acá. Pero la pregunta que me hago es: ¿cuántos votantes arrepentidos de Bolsonaro en 2018 capturó el Lula de 2022? ¿Fue significativa esa migración?

Me inclino a pensar que no. De lo que hay menos dudas es que la elección confirmó la centralidad de los únicos dos liderazgos de masas que tiene Brasil hoy, un país con escasa –para no decir nula– tradición en este sentido.








¿Cómo va a buscar Lula esos votos?

Poco después de las diez de la noche, en una sala abarrotada de periodistas, Lula salió a hablar. Rodeado de figuras de toda la coalición, flanqueado por su flamante esposa Janja y con Dilma Rousseff cuidándole la espalda, el expresidente agradeció a la militancia y se mostró optimista. “Esto es solo una prórroga”, dijo, en un discurso jocoso y relajado. Recordó que él nunca ganó en primera vuelta y celebró el regreso al ruedo. “Había pensado en irme de luna de miel, pero eso tendrá que esperar. Para desgracia de algunos, tengo 30 días más para hacer campaña. Me encanta salir a la calle, subir a los camiones, hablar con la gente…”.

No se refirió ni a Simone Tebet ni a Ciro Gomes, los dos candidatos que juntos suman el 7%. El resto no llega al 1%. Lo decía bien Facu arriba: no hay mucho de donde sacar. Tanto Tebet como Gomes pidieron tiempo para anunciar su apoyo, aunque la primera dijo que ya lo tiene definido. Es factible que apoyen a Lula; la pregunta sigue siendo por sus votantes. Las cabezas más optimistas razonan así: como Bolsonaro recibió a última hora una migración de votos antipetistas, la mayoría de los restantes deberían ser más anti-Bolsonaro que al revés. Es una manera de verlo. El conductor de Uber que me trajo hasta acá, por si sirve de algo y quieren saberlo, votó a Tebet y está indeciso, aunque dijo que seguramente vote a Lula. Más allá de los cálculos, hay algo para descontar: Lula va a reforzar su apelación al centro. Eso puede incluir el anuncio anticipado de su ministro de Economía y otros guiños al agronegocio y al resto del establishment.

Los votos de Lula y Bolsonaro tampoco son seguros. En 2006, por ejemplo, Gerardo Alckmin, hoy vice del primero, perdió más de dos millones de votos entre la primera y la segunda vuelta.

Y hay una fuente más grande: los más de 32 millones de brasileños que no fueron a votar.

En este perfil que encabeza nuestro dossier, Juan Manuel Karg traza un recorrido desde la resurrección política de Lula a los desafíos para conseguir su tercera victoria presidencial.
¿Qué va a hacer Bolsonaro?

La pregunta es amplia, porque involucra primero a la estrategia de segunda vuelta. Con poco margen y credibilidad para la moderación, Bolsonaro seguramente recrudecerá los ataques sobre Lula para ensanchar su caudal. Esta vez, a diferencia del 2018, ya no contará con la maquinaria de medios tradicionales, un aspecto que se encargó de mencionar en el mensaje de anoche. Pero poco importa. La maquinaria digital de Bolsonaro está aceitada y será crucial en la batalla de segunda vuelta.









No es lo único a mirar. Si la campaña de primera vuelta nos sirve de ejemplo, el largo mes que se viene ahora será tenso y crispado, con la amenaza de la violencia política flotando en el aire y la posibilidad, ahora más cercana, de que Bolsonaro desconozca los resultados de las elecciones. Lo dijimos en el Twitter Spaces del viernes: un escenario de victoria lulista en primera vuelta hubiese sido más difícil de negar para el presidente, porque hubiese implicado desconocer las victorias parlamentarias de aliados políticos. Ahora la cancha está servida y, para desgracia institucional, es posible que el resultado de la segunda vuelta sea reñido. Un cuadro propicio para desplegar la jugada autoritaria que puede desembocar, como alertan varias voces locales, en una simulación de la quema del Capitolio que vivió Estados Unidos en 2020.

Sobre los interrogantes que se abren respecto al rol de los militares en ese escenario, te recomiendo esta nota de la especialista Agostina Dasso, que nutren nuestro dossier.

A futuro, queda la pregunta sobre el bolsonarismo, que ya se encuentra institucionalizado y que, en caso de perder, al margen de la amenaza autoritaria, será un desafío mayúsculo a la gobernabilidad del PT y su coalición policromática. Anoche se confirmó la prevalencia de la identidad bolsonarista, que excede al antipetismo. Bolsonaro ha forjado un vínculo duradero con sus seguidores, de carácter emocional y con la capacidad de producir relatos para justificarlo todo. Desde una gestión desastrosa hasta, eventualmente, el resultado de una elección.

Para calibrar ese lente convocamos a Ariel Goldstein, autor de un libro sobre Bolsonaro, que escribe esta nota sobre el futuro del movimiento.

Es la primera vez que Brasil tiene dos líderes de masas conviviendo al mismo tiempo. Ambos se enfrentarán en una segunda vuelta el 30 de octubre, que será también crucial para el devenir de América Latina. En el resto de notas que componen nuestro dossier, Bernabé Malacalza se mete en la reconstrucción del poder regional de Brasil a la que se enfrentaría Lula de ganar; María Esperanza Casullo pone el foco en las alianzas y la gobernabilidad; y Mariana Vazquez se pregunta por la soberanía política del Mercosur.

Lula comienza con ventaja, pero será un mes largo.

Lo vamos a seguir contando desde Cenital, que hoy termina la cobertura de la primera vuelta desde San Pablo. Durante estos días, intentamos brindarte contenido y color de la elección, desde distintos lugares de la ciudad. Claro que si escuchaste La Revancha, el podcast que hicimos para que tengas un buen contexto previo, ya estabas en tema. Estas son algunas de las cosas que podemos –y queremos– hacer gracias a la comunidad, a la que te invito a que seas parte.

El último contenido de la cobertura será un Twitter Spaces con Iván Schargrodsky y quien escribe, a las doce del mediodía. No me lo perdería. Acá.

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