9/02/2022

una ficha que cae con lentitud...


Hoy no hay ninguna cosa que importe más allá del intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner.


La democracia, en riesgo






Algo se rompió anoche en la Argentina. Tras el magnicidio fallido de la vicepresidenta, acaso estemos asistiendo al fin de la inocencia en un doble sentido: por un lado, porque finalmente de corre el velo del rostro espantoso del odio y de las derivaciones del vía libre para decir cualquier barbaridad; por el otro, porque muchos sectores y mucha gente, en especial dentro de la dirigencia política, ya no pueden mirar hacia otro lado si es que persiguen algo diferente de la disolución nacional.

El impacto emocional es tan grande que la conciencia sobre las consecuencias de lo que pudo haber pasado si Cristina Kirchner hubiese sido efectivamente asesinada es una ficha que cae con lentitud.

Dios es argentino








Un intento de disparo. Dos. El arma de Fernando André Sabag Montiel, el tirador identificado y detenido, no responde y al cierre de esta edición de desPertar no estaba claro si fue por mal estado de los proyectiles o por un uso torpe de la pistola. CFK tiene un Dios aparte y este, definitivamente, es argentino.

Si el atentado hubiese sido exitoso, posiblemente la Argentina estaría ahora completamente incendiada. "¿Cómo se sale de esto?" fue la pregunta recurrente desde que comenzó el choque de trenes político e institucional desatado tras el pedido de condena contra la vice por la causa "Vialidad". Tras lo ocurrido anoche, ese interrogante cobra un significado nuevo y más dramático.

Ya no se trata de que la vice sea culpable o inocente de los cargos de corrupción que se le imputan –cosa que se debería dirimir donde corresponde, sin VAR ni sesgos–, sino de que se comprenda que la violencia es el límite para cualquier noción de contrato democrático que hace de la Argentina, pese a sus múltiples problemas, un país en el que todavía vale la pena vivir.

El intento destrabó un nuevo nivel en la persistente marcha nacional hacia la brutalidad, tendencia que no es nueva, pero que se activa de modo intermitente. Desde la restauración de la democracia ha pasado de todo en el país: alzamientos militares; crisis económicas, sociales y políticas devastadoras; atentados terroristas; muertes conmocionantes y sospechosas y asesinatos de contenido mafioso, entre otras calamidades. Nunca un atentado de este tipo, ni siquiera cuando Raúl Alfonsín concurrió a encarar a los carapintadas sublevados.

Un escenario totalmente nuevo


Es demasiado temprano para especular sobre los subproductos políticos del intento de magnicidio, pero, más importante, sería inmoral hacerlo. Solo baste con decir, por ahora, que es posible que todo lo dicho y escrito, incluso en este newsletter, sobre escenarios electorales ya no sirva para nada. Habrá un tiempo para esos análisis, que no es este.

Por ahora, a todos y todas nos ocupan cosas más urgentes. El intento de asesinato de una vicepresidenta es un ataque gravísimo contra las instituciones y la democracia. Pierden el punto quienes se enojan porque Alberto Fernández haya declarado hoy feriado nacional para facilitar una enorme manifestación nacional a favor de la convivencia pacífica.





El repudio a la violencia y el espanto ante el peligro de quiebre del pacto democrático fundado en 1983 no debería ser una causa que el arco político deje solo en manos del peronismo. Todos los sectores están involucrados y sería bueno que dirigentes de todas las vertientes participaran con su testimonio. Se verá, con el correr de las horas, qué privilegia cada uno y una de ellos.

Discursos de odio




desPertar y Letra P han insistido en el juego peligroso que se había instalado en el país en el último tiempo, un fenómeno que no era nuevo, pero que había cobrado inquietante velocidad. Este newsletter, puntualmente, había hablado de "la presencia de patrullas sueltas por el centro, compuestas por un puñado de personas que se entregaron full time a la faena cotidiana de hostigar a políticos y políticas peronistas, a amenazar megáfono en mano a la vicepresidenta, a arrojar piedras y excrementos contra la Casa Rosada y hasta a apostarse amenazantes frente a ella con antorchas. Ante eso, la Policía de la Ciudad se limitaba a confraternizar con los violentos, como consta en innumerables videos posteados en las redes sociales".

Esto no es autobombo, sino la constatación de que el peligro era perceptible, aunque fuera complejo atisbar sus extremos. A esos hechos, podrían sumarse otros como la publicación de direcciones privadas con la oblicua intención de convertirlas el sede de manifestaciones de repudio –cosa que hicieron en su momento medios de comunicación de primer línea–, exhibición de horcas, muñecos con caretas de personajes vinculados al oficialismo colgados de las rejas de la Casa Rosada, carteles que llamaban directamente a la muerte en manifestaciones antiperonistas.






Asimismo, entre la dirigencia opositora, se escucharon y leyeron exhortaciones a la aplicación de la pena de muerte por presunta corrupción y eslóganes del tipo "ellos o nosotros". En suma, discursos de odio que abren la puerta a cualquier calamidad al deshumanizar al rival y que, en general, recibieron silencios cómplices. Líderes, medios de comunicación –anoche mismo, con ya el trauma concretado–, sectores sociales y personas de a pie deberán hacerse cargo de la parte que les toca.






Responsabilidades y culpas


La tentación es grande. ¿Hay que insistir en lo anterior, hacer nombres, señalar, escrachar? ¿Sería justo? Difícil saberlo. Lo que es seguro es que en algún punto hay que detenerse y que dejar esas menciones en suspenso busca ser un aporte en ese sentido.

La advertencia de Máximo Kirchner sobre una presunta competencia para tener un peronista muerto le pareció a quien escribe esto un aporte al caos. Después de lo que ocurrió con su madre, corresponde confesar que esa impresión era incorrecta y que el diputado tenía información sobre alguna movida o, en todo caso, una intuición que se le debe reconocer.

Algún lector o lectora pensará, llegado este punto, que también han habido expresiones de odio en el peronismo y, especialmente, en el kirchnerismo. Eso es cierto y quienes sean responsables de ellas deberían también hacer su examen de conciencia. Sin embargo, ciertas cosas que se han visto del otro lado de la grieta son difíciles de parangonar.

Si de responsabilidades se trata, hay que reparar en lo dicho tras el intento de magnicidio por las principales referencias de la oposición. Quienes tienen responsabilidad de gestión y entienden el peligro de ingobernabilidad con el que está flirteando el país respondieron a la altura de las circunstancias. También quienes tienen sentido común o, más llanamente, buena fe. Reacciones como las de Amalia Granata mueven a la náusea y su contumacia, directamente a la descalificación.






Juntos por el Cambio

Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Jorge Macri, Diego Santilli, Christian Ritondo, Néstor Grindetti, Gerardo Morales y muchos y muchas más –perdón a quienes no han sido mencionados– se cuentan entre quienes, pese a cualquier reproche previo que pueda caberles, reaccionaron como se debía. Elisa Carrió se limitó a señalar que "el camino es la no violencia". Las obviedades son siempre ciertas, pero también son zonceras.

En tanto, el largo silencio de Patricia Bullrich primero llamó la atención y mucho más que su primera y tardía reacción haya sido una crítica al Presidente por haber declarado feriado. Peor todavía fue que haya evitado el repudio y la solidaridad debidos y afirmado que lo ocurrido fue “un acto de violencia individual". ¿Cómo lo sabe? ¿Quién se lo dijo? ¿Por qué se apura a instalar eso cuando el homicida frustrado aún no había ni siquiera prestado declaración?





Esa reacción –absolutamente carente de empatía o, siquiera, de honra personal– resulta grave por provenir de la presidenta del PRO, el partido que vertebra Juntos por el Cambio, la principal alianza opositora. Mientras las reacciones llegaban de todo el mundo, su virtual aliado Javier Milei directamente calló. No sorprende.

La idea del "acto de violencia individual" cuadra bien en esas bocas. Es el argumento que esgrime la ultraderecha estadounidense cada vez que alguien arremete con un fusil de asalto en escuelas, centros comerciales, negocios o plena calle, dejando muertos y heridos, incluso chicos de primaria. Sus exponentes son políticos y políticas aceitados por el lobby de las armas y gente curtida en el arte de hacerse la boluda.

Lo serio, en serio







La Argentina arde y la intención de la militancia de proteger a Cristina no da para más. Esto puede parecer una paradoja cuando el peligro se convirtió en un hecho, pero no lo es. La muchedumbre inorgánica no es una verdadera barrera para un individuo dispuesto a hacer daño, que encuentra fácil, como se vio anoche, camuflarse entre la gente.

No se trata de vallas o no vallas; se trata de que la seguridad esté a cargo de personal calificado y en condiciones de realizar su tarea de modo profesional y prudente. La integridad física de la segunda autoridad del país no puede ser la que se encuentra en una asamblea universitaria ni depender de un grupo de simpatizantes bien intencionados.

Para cerrar, subrayemos lo dicho al comienzo: la Argentina podría estar en este mismo momento en llamas. La violencia ya no es solo una hipótesis y el quiebre del pacto democrático es más que una presunción. Es hora de autocríticas, si se quiere, silenciosas, pero que comporten cambios de conducta.

Lo que está a punto de romperse es demasiado importante.

Marcelo Falak

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