La culpa y la presión por el cuerpo imposible
“¿Por qué comí y bebí todo eso en diciembre?”. El primer mes del año llega en forma de culpa patriarcal, sobre todo para mujeres y niñas. Sentimos nuevamente la presión de lograr el cuerpo imposible que la sociedad nos obliga a tener, algo que en varios casos puede revivir o reactivar Trastornos de la Conducta Alimentaria, una amenaza para nuestra salud. ¡Ojo!
Por Laura Tatiana Peláez Vanegas en Manifiesta
Hace 12 años, la madre de Antonia* la llevó al hospital de Facatativá cuando se enteró de que tenía un retraso en su menstruación. No paró de regañarla durante el camino: le costaba creer que su hija estuviera embarazada a los 15 años. Antonia lloraba y trataba de explicar, pero su mamá no la dejó hablar. “No está embarazada, está desnutrida”, les dijo el doctor. “Como ahora está de moda ser flacas y anoréxicas. Eso es lo que tiene”. A Antonia le pusieron una sonda para alimentarla a la fuerza. “Fue la experiencia más traumática de mi vida. Sentí que los médicos me odiaban más de lo que yo ya lo hacía”, recuerda.
Antonia padecía de anorexia desde hacía meses, un Trastorno de la Conducta Alimentaria –TCA– en el que la persona pierde más peso del que se considera saludable, por miedo a aumentar de peso y por una percepción distorsionada del mismo y de su cuerpo. Las personas con anorexia restringen de muchas maneras la cantidad de comida que consumen, y muchas veces su trastorno viene acompañado de otros, como la bulimia.
Aunque esto pasó en 2009, y a pesar de que la familia de Antonia sabe que se recuperó de un TCA, los comentarios hirientes e inadecuados persisten en las reuniones durante estas fechas. “En enero siempre siento culpa por haber comido sin restricciones en diciembre”, asegura ella. “Y aunque sé que no lo hacen por malos, mi familia suele decirme durante las festividades que no vaya a exagerar con la comida, que ya estuve muy flaca, pero que ahora no me vaya a pasar al otro lado y me engorde mucho”. Estos comentarios, que pueden ser típicos en los hogares colombianos, ejercen una presión sobre Antonia, que en su caso se convierte en pensamientos obsesivos y dañinos sobre su apariencia comenzando el año.
“Pensé que había algo malo conmigo, que era malo que sintiera hambre. Llegó el punto en el que sentía vergüenza por comer las comidas necesarias al día”.
Diciembre y enero son meses particularmente difíciles para mujeres como Antonia o Gabriela, una mujer recuperada de bulimia, Jéssica, quien padece ortorexia y Laura, quien se recuperó de anorexia y bulimia. Sus relatos reflejan lo que puede ocasionar en mujeres y niñas esa cultura normalizada de empezar la dieta en enero embargadas por la culpa, algo que nos parece aceptable, pero que puede tener consecuencias mortales para quienes viven con un TCA, que son mayoritariamente mujeres.
Enero es un mes perfecto para preguntarnos por qué nos parece aceptable esa dinámica para iniciar el año: ¿Es normal que continúe la fiscalización contra nuestros cuerpos? ¿Por qué nuestros círculos más cercanos muchas veces pueden ser los más violentos? ¿Es necesario un enfoque feminista en el tratamiento de los TCA? En MANIFIESTA ahondamos en lo que sigue significando enero para muchas mujeres en Colombia.
Mujeres y TCA: una relación estrecha (y dañina)
Laura tiene 32 años y de los 14 a los 18 tuvo anorexia y bulimia, otro TCA donde son habituales los atracones con comida, para luego vomitarla. “Tengo un hermano tres años mayor que yo. Recuerdo que los dos comíamos la misma porción de alimentos, pero a él no le decían que cuidara su figura, sino que era normal porque los hombres comen mucho”. Laura cuenta que su familia empezó a servirle menos comida, sobre todo en diciembre. “Pensé que había algo malo conmigo, que era malo que sintiera hambre. Llegó el punto en el que sentía vergüenza por comer las comidas necesarias al día”.
Un día, Laura le preguntó a su papá por la diferencia entre su hermano y ella. “Si él se engorda, no pasa nada, pero si tú te pones gordita y fea va a ser un problema porque no te van a poner cuidado y vas a sufrir”. Ambos TCA, tanto la anorexia como la bulimia, pueden llegar a ser mortales sin el tratamiento adecuado. De acuerdo con estudios epidemiológicos, la prevalencia de TCA en el país está entre el 0,2 y 1,5 por ciento. Significa que por cada cien habitantes, una o máximo dos personas padecerían un TCA.
Las mujeres tenemos un mayor riesgo a padecer de un TCA. Foto e intervención por Jimena Madero Ramírez.
Para Gabriela Delgado, directora de la fundación Hablando Solas, que acompaña desde la psiquiatría, la psicología y la nutrición a personas con TCA, es importante entender el contexto en el que vivimos mujeres y niñas. “Muchas mujeres tienen historias de violencias que las atraviesan, viven abusos por familiares o amigos y eso tiene que ver muchas veces con los TCA”, explica. Para Gabriela, la idea del cuerpo perfecto fue creada por un sistema patriarcal que no permite que aceptemos cuerpos que no son hegemónicos. Actualmente, Hablando Solas atiende de manera virtual a 60 pacientes. Todas son mujeres y niñas.
Una investigación de la Universidad Militar Nueva Granada, publicada en 2017, estudió la prevalencia del riesgo de TCA en estudiantes de secundaria, preadolescentes y adolescentes, de instituciones públicas y privadas de Bogotá. El equipo investigador encontró que el 41,3 por ciento de las niñas adolescentes corren riesgo de sufrir TCA, 21 puntos porcentuales más que los niños (21,3 por ciento). Ellos, por su parte, tienen un 74,7 por ciento de probabilidad de pasar la secundaria completamente sanos. Frente a un 54,8 por ciento de las niñas. Ellas tienen menos probabilidad de pasar la secundaria sin caer en un trastorno de la conducta alimentaria.
En la población universitaria colombiana, investigaciones realizadas en 2005 y 2012 revelaron que en el país la prevalencia de riesgo de TCA era entre el 12,7 y el 39,7 por ciento para estudiantes universitarixs por encima del rango mundial (5,2 al 18,9 por ciento). El TCA más frecuente en esta población es la bulimia en mujeres adolescentes y adultxs jóvenes.
“En una sociedad machista, el hombre no habla de los TCA. Es normal que un hombre tenga atracones y que no le digan nada porque un hombre come más. Está mal visto que los hombres busquen ayuda”.
Sin embargo, la psicóloga feminista María Espinosa no se atreve a afirmar que las mujeres sean más propensas. Su argumento se basa en que el mismo patriarcado y el machismo que atraviesa a la sociedad evita que los hombres sean relacionados con los TCA. “En una sociedad machista, el hombre no habla de los TCA. Es normal que un hombre tenga atracones y que no le digan nada porque un hombre come más. Está mal visto que los hombres busquen ayuda”. A pesar de lo anterior, no desestima la presión que recae sobre mujeres y niñas: “Claro, a las mujeres nos han impuesto una imagen de cuerpo ideal que es un factor de riesgo, una alarma que es consecuencia del machismo”.
La familia no es un sinónimo de espacio seguro
Jessica Paba tiene 30 años y desde hace dos identificó que padece de ortorexia. Este TCA incluye una preocupación obsesiva por la ingesta de alimentos sanos. Las consecuencias pueden ser el aislamiento social, culpa excesiva por comer y comportamientos obsesivos como la medición exagerada de las calorías de los alimentos que se consumen.
“Me di cuenta de mi TCA en la pandemia, que durante el confinamiento se agravó”, cuenta Jessica. “Mis conductas en la alimentación cambiaron un montón y bajé de peso significativamente”. Dos días antes de entrar en confinamiento, en marzo de 2020, Jéssica inició terapia psicológica particular. “No me sentía bien con mi cuerpo. A la psicóloga le comenté un abuso sexual que sufrí cuando era niña y ella me comentó que eso podría estar relacionado con la enfermedad que tengo”. Jessica dejó la terapia y retomó nuevamente con la psicóloga que la atiende actualmente.
Su experiencia refuerza el argumento de Gabriela: muchos TCAs están relacionados con violencias basadas en género. En 2016, Jéssica comenzó a controlar mucho su comida y su apariencia por una infidelidad de su pareja. “Fue con una persona que tenía un cuerpo delgado, normativo y dije: si yo tengo ese cuerpo, voy a ser más deseable, voy a estar más segura de mi cuerpo”. Así, comenzó con las dietas. “Mis hermanas, mi tías, mi mamá me sugerían dietas y al principio era inofensivo”, comenta.
Sin un tratamiento adecuado, los TCA pueden ser mortales. Foto por Alejandra Cleves.
A pesar de que va a cumplir dos años en tratamiento, en septiembre pasado tuvo una recaída. “Tuve una reunión familiar y mi papá me dijo que estaba barrigona”. Jéssica quería controlar todo otra vez. “La familia juega un rol muy nocivo. Uno escucha comentarios: ‘Uy, esa vieja come resto…’”. Para ella, lo más difícil es que la familia sabe de su tratamiento, pero sigue haciendo comentarios hirientes: “Te echan la culpa e igual miden cuánto comes”.
Antonia también desarrolló TCA mientras sobrevivía a violencias ejercidas por su pareja de ese entonces. “Él tenía 18 años y me violentaba. Me decía que era muy pesada para él, que era muy gorda. Que le gustaban las niñas delgadas y rubias”. Fue la primera vez que se miró al espejo con desagrado. Él también le enviaba fotos de las mujeres que cumplían con su ideal de belleza. Además de enfermarse de anorexia, se decoloró el pelo a rubio para poder complacer a su novio. Antonia tuvo que recibir terapia psicológica y psiquiátrica.
“No es un cuerpo que deba cambiar porque cambió el año. Año nuevo, mismo cuerpo como resistencia”.
La investigadora española Eugenia Gil García, que ha estudiado TCA entre mujeres y niñas en España, encontró que históricamente muchas han desarrollado, sobre todo anorexia nerviosa, como una manera de protestar a otras violencias ejercidas sobre ellas. “Los TCA, muchas veces son una manera de protestar, una promesa de falsa autonomía y las mujeres lo encuentran como un lugar de resistencia a otras violencias”. Pero advierte que esa falsa sensación de autonomía y control es una ilusión peligrosa, pues estamos hablando de una enfermedad. “Es un proceso adictivo: búsqueda de liberar tensión a través de una conducta repetitiva fatal”.
Como en el caso de Antonia, enero es un mes difícil para Jessica. “El inicio de año es duro. Toda la semana pasada estuve diciendo que debía llegar a hacer dieta. No es un cuerpo que deba cambiar porque cambió el año. Año nuevo, mismo cuerpo como resistencia”.
Gabriela y María afirman que estos escenarios de revictimización en los círculos cercanos son normales. Entonces, “¿Cómo silenciamos esos comentarios en mi cabeza? Hay que defender el proceso de recuperación que llevamos”, asegura Gabriela. “Cuando llega la presión de los nuevos comienzos de enero y la dieta que debe empezar, pues no. Hay que recordar que si merecemos comer en diciembre, pues también en enero y febrero y marzo… Todos los días merecemos comer y nutrir nuestros cuerpos, pues nuestra vida vale más que la apariencia”.
María, por su lado, aconseja tomarnos con calma estas fechas. “Son tiempos de normalizar las dietas, pero lo más importante es que nuestra salud esté bien”. Y en ese sentido: “El acompañamiento familiar o de amigos depende de las personas. Si ese círculo no va a ayudar es mejor que no esté cerca”. concluye.
Por más tratamientos con enfoque feminista
Gabriela, quien es publicista, hace dos años decidió llevar su blog personal en Instagram a otro nivel. Allí hablaba de amor propio y de su proceso de recuperación contra la bulimia. Así nació Hablando Solas, que ahora cuenta con más de 10 profesionales multidisciplinarias.
Sin embargo, fue un camino largo para llegar hasta allá, y para recuperarse de la bulimia. El bullying en su contra “Empieza desde la preadolescencia. Nunca me había visto gorda frente a un espejo, solo disfrutaba comer. Me vieron cachetona y barrigona y empezaron a decirme: Gabriela la que no tiene nada de Delgado”.
Desde hace 10 años, la Corte Constitucional reconoció que los TCA son un problema de salud pública para niños, niñas y adolescentes.
Le pidió a su madre que la llevara a una nutricionista para bajar de peso. Sin embargo, el encuentro fue violento. “Yo no estaba en sobrepeso, ni tenía diabetes, pero la nutricionista me dijo que si no bajaba de peso me iba a quedar bajita y gorda”. Gabriela adelgazó, pero adquirió unas rutinas dañinas con la alimentación: se obsesionó con el ejercicio pero tenía atracones. Luego, una amiga le enseñó a vomitar la comida.
Jéssica, por ejemplo, no quiso tratar su TCA por su EPS porque “allí me trataron una fibrosis quística que tengo en los senos. la médica de la EPS me decía que yo debía bajar de peso para que se me quitara, entonces no quise ir a tratarme mi TCA”. Se sentía juzgada. Y lo más probable es que se hubiera encontrado con obstáculos administrativos por ser mayor de edad. Desde hace 10 años, la Corte Constitucional reconoció que los TCA son un problema de salud pública para niños, niñas y adolescentes. Así que en 2011 ordenó el cubrimiento del tratamiento de TCA por el Plan Obligatorio de Salud (POS).
Sin embargo, el perfil de lxs pacientes con TCA ha cambiado y la atención que garantiza el Estado no puede enfocarse solo en una parte de la población. Aunque el POS ha tenido modificaciones para incluir a las personas mayores de 18 años a una atención integral por TCA, la exclusión de la atención interdisciplinaria a adultxs persiste.
Los relatos que recopilamos de cuatro mujeres coinciden en que enero es un mes difícil para sus TCA.
A Laura también le pusieron una sonda de manera forzada para alimentarla, como en el caso de Antonia. “No parecía que quisieran ayudarme, sino solo mantenerme con vida por deber”. María trabajó en hospitales de salud mental y fue testigo de esos tratos. “Ahí pude enfrentarme a la realidad de atención de TCA a través de las EPS. Tuve que acompañar procesos de alimentación de manera forzosa, de sonda, etc”. Afirma que, aunque no puede generalizar, la atención en salud mental en Colombia es terrible. “La mayoría de pacientes llegan obligadas, con miedo, desconocimiento y las intervenciones que se hacen no son interdisciplinarias”.
Eugenia expone en su tesis doctoral que hay, sobre todo, dos tipos de discursos médicos a la hora de tratar estos trastornos en mujeres: el nutricionista y el preventivo. El primero, “Se basa en pensar que son chicas caprichosas que están en conflicto con su familia y que hacen de la alimentación su batalla”. Este primer discurso es visible en la atención a Laura y en prácticas de alimentación forzada. El segundo discurso parte de que las jóvenes son influenciadas por la moda y restringen su alimentación. Es probable que el médico que atendió a Antonia compartiera esa visión. Eugenia recoge el testimonio de más de 30 mujeres que coinciden en la necesidad de tratamientos con perspectiva feminista.
Las cuatro mujeres coinciden en que el feminismo ha sido fundamental para enunciar sus trastornos y para identificar y diseñar lugares seguros y cuidadosos entre su red de amigues e incluso en sus familias. Tres de ellas reciben o han recibido atención psicológica con enfoque feminista y reportan avances. “La mayoría de las pacientes que tienen vínculos tan fuertes con las psicólogas es porque el enfoque de la psicóloga y el feminismo las ayuda en su camino a sanar. Muchas veces nos ha faltado otra mujer que nos valide y nos acompañe, que no compita, eso es muy importante para nuestra sanación”, asegura Gabriela.
“Si no hubiera sido por el feminismo, yo nunca habría entendido que mi cuerpo no es lo que la sociedad quiere que sea. Siempre que quieras volver a hacer dieta, recuerda que no tienes que hacer a un hombre blanco rico más rico solo porque quiere que tu cuerpo sea de una manera”, concluye Jéssica.
*Algunos nombres fueron cambiados por petición de las fuentes.
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