10/27/2021

un declive lento y constante

 ELECCIONES EN JAPÓN: ENTRE LA CONTINUIDAD Y LA RENOVACIÓN


El nuevo primer ministro, Fumio Kishida, busca una mayoría parlamentaria fresca que le permita consolidar su liderazgo e impulsar reformas contra el estancamiento económico, aún en contra de su partido. La tercera economía mundial lucha contra la fatiga social por el manejo de la pandemia y un tablero regional cada vez más tenso por el ascenso de China y el pívot de Estados Unidos hacia el Indo-Pacífico.






Siete décadas atrás, Japón era un país diezmado por la Segunda Guerra Mundial. La democratización y la innovación económica permitieron al pequeño archipiélago asiático (su superficie es equivalente a la región argentina de Cuyo) convertirse en una potencia internacional, tanto en términos materiales como simbólicos.

En términos generales, la población japonesa goza de altos niveles de vida y su ecosistema empresarial está a la vanguardia global en muchos sectores estratégicos. Además, la política de pacifismo y cooperación de Japón le han dotado de un alto prestigio internacional.

Sin embargo, desde hace aproximadamente un cuarto de siglo que “el milagro japonés” se encuentra paralizado en varios aspectos. El bajo índice de natalidad y el progresivo envejecimiento de la población, junto con la reducida incorporación de mano de obra inmigrante joven en los últimos años, han producido un declive lento y constante de la demanda agregada interna.

En el exterior, la creciente competencia internacional en sectores tecnológicos ha hecho que la cuota de mercado mundial de Japón se resienta desde comienzos de los años 90. Con la crisis económica y financiera en Estados Unidos y Europa a partir de 2008, Japón ha experimentado una reducción de sus ventas en estos dos mercados por la contracción de la demanda y el refuerzo del yen ante las turbulencias que afectaron a otras monedas.

LA TERCERA ECONOMÍA BUSCA UN RELANZAMIENTO



rente a una economía internacional tormentosa y el repliegue de Estados Unidos a la par del ascenso de China en lo estratégico, llegó en 2012 el primer ministro Shinzo Abe (67). Con una renovada retórica nacionalista (nihonjinron) y un ambicioso programa de relanzamiento de la economía (Abenomics), Japón buscó en el naciente mundo multipolar retener su dinamismo interno y proyección internacional.

Así, se combinó mayor intervención estatal en la economía con políticas monetaristas. Se procuró aumentar el consumo y reformar estructuralmente a una economía que durante dos décadas no podía salir del estancamiento.

Los resultados fueron: por un lado, Japón tuvo ocho años de crecimiento sostenido dejando atrás malos años como 2008 con la crisis global o 2011 con el accidente en la central nuclear de Fukushima. El desempleo bajó a 2,7%, los problemas de deflación han cesado, se redujo el déficit fiscal y se abrieron nuevos mercados a las empresas niponas.

Por el otro, el PIB real de Japón a niveles prepandemia era menor al de la década anterior. Además, persiste el rezago de las economías regionales del país y la desigualdad aumentó, junto con la deuda pública (266% de su PIB, la relación más alta entre los países desarrollados)

En lo político-militar, los mandatos de Abe estuvieron influidos por el lobby nacionalista y conservador Nippon Kaigi. Si bien la inercia institucional de Japón evitó una reforma de la Constitución que modificara el famoso artículo 9 (pacifismo y renuncia de ejército propio), Abe pudo ampliar las capacidades de las Fuerzas de Autodefensa, elevó la cartera de Defensa a rango ministerial y creó un Consejo y Secretaría de Seguridad Nacional.

Como si se hubiera anticipado a la pandemia, Japón inició en 2019 una nueva era, Reiwa, cuando el entonces príncipe Naruhito se convirtió en emperador. Según la tradición japonesa, implicó la apertura de una nueva etapa de orden y armonía.

Con casi 3.200 días al mando, Abe se convirtió en plena pandemia del COVID-19 en el primer ministro más longevo de la historia japonesa. Toda una excepción a la norma: los ejecutivos nipones duran en promedio un año y medio.

Por ejemplo, su sucesor Yoshihide Suga (72) duró tan solo un año desde que Abe renunciara por problemas de salud. El manejo de la pandemia y la celebración de los XXXII Juegos Olímpicos y XVI Juegos Paralímpicos consumieron la atención y capital político del nuevo mandatario.

¿CONTINUIDAD ESTANCADA O RENOVACIÓN RIESGOSA?




En octubre de 2021, Fumio Kishida (64) relevó a Suga como primer ministro nipón, apenas unas semanas antes de las elecciones. En la elección por el liderazgo partidario, Kishida derrotó al entonces favorito Taro Kono y al progresista Seiko Noda.

Kishida, al igual que Suga y Abe, pertenece al Partido Liberal Democrático de Japón (Jinminto), la fuerza política que ha gobernado el país desde la posguerra con extraordinaria ductilidad. En el sistema parlamentario japonés se renuevan las 710 bancas de la Dieta bicameral, de donde emerge el primer ministro (en estas elecciones la Cámara Baja y a mediados de 2022 la Cámara Alta).

Como centrista y parte de un gran linaje familiar (Kishida es tercera generación de legisladores), el nuevo primer ministro cuenta con amplia reputación dentro del establishment nipón. Sin ir más lejos, fue ministro de Exteriores de Abe (2012-17)

¿Qué implicaría una victoria de Kishida? En lo económico, la promesa de continuidad está asegurada, más allá de sus conocidas críticas a las Abenomics y una mayor apelación a la clase media y propuestas redistributivas, inusuales en los programas económicos en Japón. Kishida sabe que una cruzada demasiado apresurada “contra las políticas neoliberales” lo eyectaría como líder del partido de gobierno.

En lo político, Kishida propone reforzar la vacunación contra el COVID-19 (comenzará a administrar 3° dosis en diciembre) y contener una tercera ola. En lo diplomático, un marcado énfasis en la alianza de Tokio con Washington, que se expresa con grandilocuencia en la consigna por un "Indo-Pacífico libre y abierto" para contener a Beijing.

Está claro que Kishida representa el mantenimiento del status quo, lo cual refuerza el distanciamiento entre la élite nipona y la ciudadanía. Eso se ha constatado en la concurrencia a la baja (<60% en las últimas tres elecciones): incluso con un resultado extremadamente adverso, el Partido Liberal Democrático podría armar una coalición parlamentaria con su socio Komeito.

Los partidos de la oposición esperan revertir esta tendencia y lograr una sorpresa, ya que el Partido Constitucional Democrático (PCD) y el Partido Comunista Japonés (PCJ) han acordado una especie de pacto de no agresión para evitar dividir su voto contra el oficialismo. Esperan aprovechar el descontento de la población; 6 de cada 10 desconfían del gobierno.

Cuanto mejor sea el resultado para los partidos de oposición, mayores posibilidades de cambio doméstico habrá. Los dos partidos antedichos junto con el Partido Socialdemócrata y el antisistema Reiwa Shinsengumi forjaron un acuerdo legislativo para boicotear eventuales reformas constitucionales, impulsar un impuesto a los más ricos, cerrar centrales nucleares y endurecer los juicios políticos a partir de los numerosos escándalos dentro del oficialismo.

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