“Lo nuevo es viejísimo. Hasta puede decirse que siempre es lo más viejo" (Delacroix).
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El 2 de abril de 1976, José Alfredo Martínez de Hoz expuso lo que sería el programa económico de la dictadura. Al referirse al déficit fiscal, identificado como motor principal de la inflación, descartó un tratamiento de shock, “que el país no parece estar en condiciones de soportar”, y propuso en su lugar “la realización conjunta y gradual de un trípode de medidas en esta materia presupuestaria” (racionalización de la administración pública, ajuste en las empresas públicas, política monetaria y fiscal restrictivas, entre otras).
En septiembre de 1978, el liberal Álvaro Alsogaray, haciendo uso de un privilegio reservado para pocos en esa época, se permitía criticar públicamente a la dictadura: “La inflación está creciendo en lugar de disminuir. Esto pone de relieve el fracaso de la estrategia ‘gradualista’ ya que la realidad demuestra que cuanto más tiempo transcurre tanto mayor es el deterioro”.
Curiosa insatisfacción la del insaciable Alsogaray. Es cierto que la última dictadura fracasó en controlar la inflación y que en ese período las privatizaciones fueron periféricas, pero el ajuste fue brutal y contundente. Al respecto, la participación salarial en el ingreso total había caído 1,5 puntos porcentuales con el Rodrigazo (1975) y 17,1 pp en 1976, para ubicarse en 1977 por debajo del 30%, o sea, 7 puntos menos que el mínimo histórico alcanzado en 1959 (Graña y Kennedy, 2008).
En 1982, y en clave crítica a lo ocurrido durante el autodenominado proceso de reorganización nacional, Alsogaray, célebre entre otras cosas por comparar los acuerdos de precios con el nacionalsocialismo, fundó la UCEDÉ. En el acto de presentación del nuevo partido, Alberto Benegas Lynch (h.) sostuvo que “Martínez de Hoz nunca fue un liberal, fue un gradualista y un pragmático” (Morresi, 2008).
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En julio de 2015, de cara a las primarias presidenciales de ese año, tomó estado público un encuentro en el que tres economistas (Carlos Melconian, Miguel Ángel Broda y José Luis Espert) expusieron los lineamientos del plan económico en caso de resultar electo Mauricio Macri. Allí, Broda sostuvo que el ajuste era inexorable y Espert, al mejor estilo Alsogaray, calificó las paritarias de un instrumento fascista.
Finalmente, Macri designó como ministro de Hacienda a Alfonso Prat Gay, para comandar un programa económico auto-denominado gradualista.
En el período 2015-2019 se dio una tendencia que vale la pena remarcar: mientras que distintos sectores de la oposición “racional” fueron tomando creciente distancia de la orientación económica (por ejemplo, ya en noviembre de 2016, Roberto Lavagna sostuvo -en la misma línea que Axel Kicillof- que el plan económico del macrismo era igual al de los ‘90 y al de la dictadura), un grupo minoritario pero con mucha presencia mediática dirigía sus objeciones a lo que entendía como exceso de gradualismo. En estas críticas por derecha tuvieron un lugar destacado Milei, Espert, Broda y Melconián.
No es necesario elucubrar grandes planes finamente orquestados para comprobar que, objetivamente, esas apariciones, con frecuencia deliberadamente polémicas, fueron ampliando -gradualmente, eso sí- el límite de lo discursivamente aceptable y le permitieron al gobierno de Macri mostrarse como un justo medio: entre el ajuste feroz y el “populismo” kirchnerista.
El ingreso de los trabajadores no se enteró del declamado gradualismo. El salario mínimo entre 2015 y 2019 cayó, en términos reales, un 31%, según Chequeado. En dólares, la caída resultó más espectacular: pasó de u$s 589 en diciembre de 2015, a u$s268 (55% menos).
En marzo de 2019, a modo de balance autocrítico de su propia gestión, el presidente Macri pareció darles la razón a Espert-Milei y compañía cuando declaró: “Si ganamos iremos en la misma dirección, pero lo más rápido posible”. Curiosa insatisfacción la del también insaciable ingeniero Macri.
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Las listas de candidatos para las elecciones legislativas 2021, aún en plena pandemia, congregaron a numerosos candidatos economistas, de distintas tendencias y afiliaciones partidarias. Solo en CABA, aparecen en lugares expectables Milei, Carlos Heller, Roberto García Moritán, Matías Tombolini, Ricardo López Murphy, Martín Hourest y Marcelo Ramal.
La socióloga Mariana Heredia considera los años 1970 como el momento en que los expertos en economía comenzaron a ganar un lugar de singular protagonismo en el espacio público y político. Un breve recorrido electoral expone -aunque no agota- tal influencia, especialmente notoria de los economistas liberales, que parecen tener mayor éxito en los momentos de crisis económica.
En la década de 1980 Álvaro Alsogaray fue candidato a presidente dos veces consecutivas: en 1983 le fue mal, pero en 1989, al calor de la hiper y en el contexto de un sólido bipartidismo, logró posicionar a la UCEDÉ en tercer lugar.
En la década de 1990, el fulgor electoral de los economistas no se apagó: un primer jalón se dio en 1993, cuando el exministro de Economía de Menem, Erman González, lideró un triunfo histórico del peronismo en las legislativas en el siempre difícil territorio porteño; luego, el padre de la convertibilidad, Domingo Cavallo, alcanzó un tercer puesto en la elección presidencial de 1999, en medio de una profunda y duradera recesión.
En 2003, aún con los ecos de la debacle de 2001, quien se ubicó en el tercer puesto -y casi entra al balotaje- fue López Murphy. Desde ese momento y hasta 2015, la bonanza de la post-convertibilidad les cedió protagonismo a economistas considerados heterodoxos, como Roberto Lavagna y Amado Boudou.
La crisis económica de la etapa final del macrismo fue el escenario en el que Espert y Lavagna, con fuertes críticas al modelo macrista, fueron dos de los seis candidatos presidenciales en 2019.
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En 1983 se crea la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), una agrupación política universitaria de orientación liberal, que se auto-definía como nueva derecha y que poseía estrechos vínculos con la UCEDÉ. Su primer gran triunfo ocurrió en 1985, cuando se impuso en las elecciones del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Cuyo (Mendoza). Pero su apogeo se dio en 1987, cuando ganó los centros de estudiantes de Arquitectura, Ingeniería, Veterinaria y Derecho, además de quedarse con la Secretaría General de la Federación Universitaria de Buenos Aires.
Este fenómeno dio lugar a numerosos análisis para intentar explicar las razones del crecimiento de la (nueva) derecha en sectores juveniles de la Argentina (Altamirano, 1986).
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Un debate político e intelectual que recorrió buena parte del siglo XX en la Argentina fue intentar explicar la debilidad casi crónica de los partidos de derecha dentro del sistema político argentino. Recuperamos a continuación un extracto de un artículo de Carlos Altamirano, publicado en 1986, y que se titula ¿Realmente hay una nueva derecha?
“Se conjeturó incluso que la larga inestabilidad de la vida política nacional no era ajena, entre otras cosas, al desequilibrio que implicaba la falta de una opción electoral (...) para los sectores que, por otro lado, eran los poderosos en los campos económico y social. Sin contrapesos dentro del sistema político, dominado por dos partidos que no los representaban, esos sectores se habían inclinado recurrentemente, de acuerdo con esta hipótesis, en favor de salidas autoritarias que comenzaban con la ruptura del orden constitucional. De ahí el apoyo otorgado a los golpes y a las dictaduras que eliminaban el juego político democrático. Y vale la pena recordarlo, porque uno de los elementos novedosos de los últimos años - o sea, de los años de esta nueva experiencia de retorno a las reglas del juego político democrático para la acción y la lucha políticas - ha sido, justamente, la progresiva afirmación de un polo de agregación político-electoral de derecha: la Unión de Centro Democrático (UCD)”.
Pareciera que lo verdaderamente curioso en el caso de la derecha argentina ha sido el prolongado desacople entre los campos económico y social y el político-electoral.
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En 1976 se produjo un debate público entre el desarrollista Frigerio y el liberal Alsogaray, que el semanario Reconstrucción luego reconstruirá y publicará en forma de libro: “Como dice Frigerio en uno de los artículos contenidos en el presente volumen, Alsogaray no es importante por sí mismo sino porque representa al grupo liberal. El resurgimiento -,más bien publicitario que político- es un subproducto de la crisis, de la angustia colectiva que hace olvidar agravios y confundir las propuestas de solución. Y en general el resurgimiento de los liberales es una consecuencia del fracaso populista”.
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Javier Milei nació en 1970. Se formó como economista en pleno auge neoliberal, en la Argentina y en el mundo. Su experiencia laboral así lo refleja: fue economista jefe en Máxima (AFJP), economista jefe en el Estudio Broda y consultor gubernamental en el Centro Internacional para la Solución de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI).
2 comentarios:
es mas sano que la derecha sea 3ro en las urnas a que gobierne con menem primero y con macri despues.
Menem fue menos malo de lo que hubiera sido lo que había enfrente, no olvidar el contexto nacional e internacional, la Alianza fue parte de lo que tenía enfrente y el patilludo, que no fue, parecía un estadistas comparado con el gobierno de la Alianza ja ja. Macri fue el resultado de 12 años de gobiernos de centro izquierda, que distribuyo mejor pero no cambió la matriz productiva y por tanto no evitó la concentración de todo tipo que llevó a Macri como hubiera sido cualquier otro que les sirviera- Ojo que ahora Macri es el fusible y pueden poner a otro más nefasto, tengan en cuenta que Macri fue un vago y un ignorante y otros monos con navaja tienen mayor deseo de poder- GLR
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