Entrevista con Ernesto Semán
El historiador y escritor Ernesto Semán plantea en “Breve historia del antipopulismo” que “en la Argentina las élites no vienen a escuchar, sino a hablar” y demuestra con datos, análisis y perspicacia cuáles fueron las continuidades que se enlazaron desde 1810 hasta el gobierno de Mauricio Macri para intentar domesticar a un mundo plebeyo que se empeñaron, y empeñan, en presentar como amenazante.
Durante la entrevista, Ernesto Semán, quien se desempeñe en la actualidad como profesor de historia en la Universidad de Bergen (Noruega) , explicará que la tensión entre la pedagogía y la violencia, aunque en formas distintas, está presente en el antipopulismo hasta nuestros días. Postulará, además, que en la cadena de equivalencias que une al gaucho, el compadrito, el cabecita negra y el choriplanero como tipos sociales antipopulistas, los meritocráticos serían el punto de llegada.
Semán trabajó como periodista en Página/12 y Clarín, en el año 2000 viajó a Estados Unidos – donde enseñó en la Universidad de Richmond – y ya no volvió a vivir a la Argentina. Su recorrido incluye obras de ficción, historia y política. Algunos de sus libros son La última cena de José Stalin, Todo lo sólido, Soy un bravo piloto de la nueva China y Hecho burgués, país maldito.
En el texto publicado por la editorial Siglo XXI, se ocupa de poner en juego categorías de análisis con información de archivo que hilvana con un ritmo de escritura ágil y con guiños que aportan ironía y agudeza para pensar un tema como el antipopulismo que, como señala en las primeras páginas, “sigue hablando en nombre del futuro”.
-Planteás que no hay un solo antipopulismo, sino varios, ¿por qué?
-Es una forma de entender como llegamos a la actual forma de antipopulismo, que condena al populismo por su potencial transformador. Este antipopulismo ve una amenaza en la forma en la que las masas actúan en política. Postula que son manipuladas mediante planes sociales, que actúan en beneficio propio, que no producen. Es una antipopulismo que promete salvar a la nación de su crisis a partir de enderezar eso califica como un defecto mediante cambios en las políticas sociales, y en la promoción del esfuerzo individual. Esta idea, que recoge las críticas que se hicieron en su momento al peronismo del ‘45 y al radicalismo del ‘16, estuvo en el centro de la campaña de Cambiemos en 2015. Pero los antipopulismos no fueron siempre eso. Son algo así como canciones muy distintas entre sí, pero que comparten un mismo ritmo musical: la crítica a la forma defectuosa en la que las masas participan en política. Ahí se acaban las coincidencias, quizás. Por ejemplo, alguien como Maristella Svampa analiza la ola de gobiernos de centro izquierda en América latina a comienzos de este siglo y ubica al populismo como el elemento conservador de coaliciones más amplias, en las que los líderes populistas están atados a una matriz económica extractivista y le dan poco espacio a las demandas de cambio radicales de sectores indígenas o a la agenda ambiental. Ahí, la crítica al populismo no es su radicalidad sino su reformismo. Todo eso hoy parece sepultado bajo una forma quizás más chata de antipopulismo que domina la escena pública.
-En esa línea de equivalencias gaucho-compadrito-cabecita negra, ¿pensás que se puede incorporar alguna de las identidades señaladas por el antipopulismo en los últimos años?
-El libro plantea una continuidad gaucho-compadrito-cabecita negra-choriplanero no tanto porque sean iguales, sino porque son denominaciones, tipos sociales, que recogen una misma preocupación de las elites a lo largo de los siglos: la de que las necesidades económicas y el desamparo en la sociedad moderna transforma a las masas en sujetos predispuestos a actuar emocionalmente en lugar de usar la razón, sujetos inclinados a entregar su apoyo al líder que les ofrezca beneficios inmediatos y alguna forma de protección. Sarmiento habla de “los hombres materiales” para referirse a los que apoyan a los caudillos, es una definición muy poderosa. Ahora, gaucho y compadrito son tipos sociales, el primero habitante del campo y el segundo el que está en las orillas de la ciudad, cuyos comportamientos políticos son consecuencia de su precariedad y del contacto con el mundo moderno para el que no están preparados. Cabecita negra y choriplanero, en cambio, son descripciones más políticas, el primero un simpatizante peronista en los sindicatos y el segundo un kirchnerista cooptado mediante prebendas, que translucen un cuestionamiento social y racial muy fuerte. Lo que se ve en doscientos años de evolución es cómo una misma preocupación viaja desde la sociedad a la política y se hace más recalcitrante. Al gaucho lo va a salvar la civilización, pero en el discurso antipopulista actual, el choriplanero es un sujeto casi irredimible, lo mejor que puede pasar con él es que sus opciones políticas o el gasto que implican no sean un obstáculo para el resto de la sociedad. Lo que sería interesante, para completar este análisis, es hacer una cronología de los tipos sociales antipopulistas, en la que probablemente los meritocráticos serían el punto de llegada.
-Vos escribiste que Macri en su libro Primer Tiempo “reafirma la metáfora del populismo como un virus en el cuerpo sano de la sociedad, una figura que ciertamente clausura el debate político y revitaliza una derecha agonística”. ¿Creés que la pandemia habilitó la posibilidad de actualizar su liderazgo?
-No tengo dudas de eso. La pandemia es el tercer momento épico en el discurso antipopulista moderno. En la narrativa de Cambiemos hay un primer momento fundacional, que es el 2001. En el relato de sus dirigentes, la crisis de 2001 los mueve a dejar el confort de sus empresas, los salarios del sector privado o la vida en el exterior para volcarse a la vida pública y contribuir al interés general que la política parece haber perdido. Su segundo momento heroico es el 2008 y la reacción a la decisión del gobierno de Cristina Kirchner de imponer nuevas retenciones al agro. Ahí, la épica es un poco más visceral y confrontativa, y está puesta en enfrentar a los populistas que con sus políticas amenazan con destruir el futuro del país. Macri ha decidido que la pandemia sea el telón de fondo de un tercer momento. Una especie de cruzada final contra el populismo y por la libertad. Hay un salto conveniente, el de eludir su gestión, pero me parece que el punto es otro. Apenas comenzó la pandemia, Macri dijo que el populismo era un virus peor que el Covid y los dirigentes de Juntos por el Cambio no se han alejado mucho de eso.
La libertad como experiencia individual
En Breve historia del antipopulismo, el recorrido por los datos históricos permite poner el foco en la agenda política contemporánea para resignificar propuestas y volver a los planteos que circulan en tiempos de campaña electoral, pero no para tomar distancia de la discusión sino para entusiasmarse en la intervención pública. Sobre cuáles son los desafíos ante la instalación del tercer momento épico en el discurso antipopulista moderno, como caracteriza Semán el tiempo histórico actual, el escritor, historiador y docente destaca lo restringido de la idea antipopulista de proponer la experiencia individual como opuesta a la acción colectiva.
-Al analizar el triunfo de la derecha antipopulista decís que hay dos ideas que se apropiaron: la de libertad y la de futuro. ¿Cómo ves hoy, a poco tiempo de las elecciones legislativas, esa apropiación?
-Es difícil saberlo teniendo la elección encima, pero quizás eso no cambió mucho. La libertad sigue siendo asociada a una experiencia individual, como opuesta a la acción colectiva y a la comunidad, lo cual es una mirada muy restringida, que deja de lado la experiencia libertadora del bienestar general, entre otras cosas. Pero sigue siendo dominante. Es difícil ver candidatos del oficialismo defender sus políticas en términos de libertad, y el antipopulismo sigue anclando sus propuestas en términos cronológicos como un esfuerzo descomunal que se debe hacer en el presente, una serie de sacrificios a la que la gente tiene que someterse para ver un futuro mejor, incluso si ese futuro nunca llega. Es interesante ver el otro lado también. María Esperanza Casullo, que escribió un gran libro sobre el populismo, sostiene que a veces el populismo resigna la idea de futuro, lo cual es una ruptura con lo que fue, por ejemplo, el primer peronismo, cuya identidad era muy poco nostálgica e invitaba a mirar hacia adelante. Hace poco, Alejandro Galliano también decía que hace cuarenta años que la izquierda no tiene una idea de futuro. Son cosas que hay que tener en cuenta. El contexto actual, muy distinto, por ejemplo, a la elección del 2011, hace difícil imaginar un cambio en esta perspectiva.
-Al acercarte al presente, sostenés que el legado de los cuatro años de macrismo no fue solo la derrota, sino también la corroboración de que el triunfo era posible. ¿Cómo ves en este escenario la proyección de liderazgos como los de Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich?
-No sólo de que el triunfo era posible, sino de que se puede construir un movimiento sólido alrededor de una identidad explícitamente antipopulista. Eso es nuevo. El dato más sobresaliente de la elección de 2019 es la capacidad de Macri de retener un cuarenta por ciento del electorado en medio de una debacle política y económica. Otros lo han hecho. Eduardo Angeloz obtuvo algo parecido en el 1989 como candidato radical en medio de la hiperinflación, pero en su mayoría eran votos partidarios, gente que adhería al radicalismo desde hacía décadas con una lealtad inquebrantables. Macri obtuvo incluso más que eso al frente de un movimiento nuevo, sin tradición pero además forjado alrededor de un clivaje social e ideológico muy definido. El desafío que se les presenta a candidatos como Rodríguez Larreta y Bullrich es optar entre dos formas de leer las consecuencias de un discurso antipopulista casi extremista, como el de 2019. Si se lee al antipopulismo como algo que permite construir consensos extensos y casi a toda prueba como fue en el 2019, o si se lee que aquellas formulaciones permiten acumular mucha potencia, pero le ponen un límite a la construcción de una mayoría nacional. Claro que en una elección legislativa habrá que ver también cómo esa lectura cambia en cada uno de los distritos.
Populismo y violencia
El libro de Semán destaca que el antipopulismo es previo al peronismo y que también lo excede. ¿Cómo leer los lazos de ese movimiento con la incomodidad que produjo, y lo sigue haciendo, en las elites argentinas? El autor afirma que cuánto más persistente se muestra el populismo, más se redobla la violencia y la idea de la eliminación se impone por sobre la transformación. “Ni desesperados ni arrinconados: lo que Perón y los trabajadores están produciendo es la denuncia de un orden injusto, abriendo las compuertas para redefinir qué es una sociedad justa”, escribe Semán en uno de los once capítulos de Breve historia del antipopulismo.
-Señalás que a partir de 1976 la amenaza antipopulista es un legado que deja de estar atado al peronismo y pasa a ser propiedad de las clases bajas en su conjunto. ¿Cómo creés que leyó eso el peronismo mucho después?
-Se me ocurrió escribir este libro en 2017, cuando vi un video en el que la policía reprimía a los trabajadores de Pepsico en la provincia de Buenos Aires y el comisario le gritaba a los miembros de la comisión interna: “No vengan acá a hacer populismo”. Ahora, los de la comisión interna eran trotskistas y no tenían ninguna vinculación visible con el peronismo, de hecho eran muy críticos. Pero el grito del comisario era claro, “no vengan a hacer populismo” quería decir “no vengan a hacer quilombo”. Ese carácter plebeyo de la acción política desde abajo, demandando derechos sociales específicos, aparecía ahí emancipada del peronismo. Y si te ponés a pensar, por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que el Partido Justicialista, como institución, promovió una candidatura presidencial identificada con un desafío al status quo asociado a la expansión de derechos económicos y políticos? No lo hizo en 1983, en 1989, en 1995, ni en 1999. El kirchnerismo nunca fue una opción del PJ. Más bien fue algo con lo que tuvo que convivir en tensión durante doce años. Y la candidatura de Alberto Fernández en 2019 es un acto de creación de Cristina Kirchner más o menos impuesto sobre el PJ por ella, por la necesidad y por el sentido común. El PJ es una maquinaria política formidable, pero la preocupación del antipopulismo pasa más bien por un legado del peronismo en la forma en la que trabajadores, desocupados y el heterogéneo mundo de lo popular no se somete fácilmente a las reglas de juego impuestas, como los trabajadores de Pepsico. De ahí que el antipopulismo pueda pensar al PJ, o partes de éste, como potencial aliado en la tarea de disciplinar a la sociedad. La candidatura de Miguel Ángel Pichetto junto a Mauricio Macri en el 2019 fue la última expresión de ese esfuerzo.
-En el tu libro marcás una diferencia entre el golpe de 1930, cuando los jóvenes nacionalistas asaltan el domicilio de Yrigoyen y lo que sucede en el 1955, cuando los que entran a la habitación de Perón son los integrantes de las Fuerzas Armadas. ¿Por qué es clave el golpe del ‘55 para la identidad antipopulista?
-La principal diferencia es que esa escena de los militares saqueando el cuarto de Perón sucede pocos meses después del bombardeo a Plaza de Mayo, redondeando la transformación de la violencia política antipopulista en algo así como un recurso institucional y legítimo. Ahí hay un cambio. La esperanza de corregir el accionar de las masas, de purgarlas del pecado populista, empieza a perder espacio frente a la idea más virulenta de la eliminación. Ese giro está en la base de la radicalización de la violencia política de derecha, tanto liberal como conservadora, de las dos décadas siguientes y que culmina con el golpe militar de 1976. Cuánto más persistente se muestra el populismo, ya por la adhesión a Perón, por el poder de los sindicatos, o por la demanda de mejores condiciones de vida de los trabajadores, más se redobla la violencia y la idea de la eliminación se impone por sobre la transformación. Esa tensión entre la pedagogía y la violencia va a estar presente en el antipopulismo hasta nuestros días de formas distintas.
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