México, la CELAC y América Latina
Por Arturo Laguado Duca*
*Docente e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina
El 24 de julio pasado, en la XXI reunión de cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), el presidente de México, Manuel López Obrador (AMLO), llamó a reemplazar a la desprestigiada OEA por esta reunión de los 33 países de la región -con excepción de Brasil- y sin la presencia de EE. UU. ni Canadá[1].
El día elegido para la cumbre de la CELAC no fue gratuito. Ese día se conmemoraba un año más del nacimiento de Simón Bolívar, el símbolo más potente de la integración latinoamericana. Esa fue la ocasión que eligió AMLO para lanzar su ambiciosa propuesta para la CELAC: “construir algo semejante a la Unión Europea”, que respete las identidades latinoamericanas y la autonomía de los países miembros[2]. En el mismo sentido se expresó su canciller, Marcelo Erbrad, quien no se privó de destacar que ‘juntos somos más fuertes’, recordando, nuevamente, que “no somos una colonia”.
Tomando como ejemplo el bloqueo a Cuba, el presidente mexicano agregó: “Digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos; apliquemos, en cambio, lo principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de las controversias”[3]. Posición respaldada por los representantes de Venezuela, Nicaragua y Panamá, entre otros y, es de suponer, poco seductora para los de Colombia y Chile.
El rechazo de AMLO a la injerencia de EE. UU. es, en parte, una medida de autodefensa. Varias veces el presidente mexicano se vio obligado a denunciar la intervención de su vecino del norte a través de ONG’s financiadas por el Departamento de Estado. La más sonada fue la de USAID -de recordada participación en el golpe contra Evo Morales en Bolivia-, a quien acusó de financiar organizaciones sociales que se oponen a su gobierno o, incluso, a Human Wright Watch, quien consideró repudiable que el canciller mexicano se reúna con su homólogo cubano[4].
El rechazo a la OEA es una demanda de varios gobiernos de América Latina. Es que, bajo la acción conjunta de Trump y Almagro, esta organización se volvió una poderosa herramienta para la intromisión en los asuntos de los Estados de América Latina. Ciertamente, la OEA pasó de la intrascendencia que la caracterizó durante la primera década de este siglo, a un accionar repudiable que recuerda los peores años de la Guerra Fría: apoyo -o incluso participación, en el golpe de Estado en Bolivia, intentos desestabilizadores en Venezuela, indiferencia ante la represión en Chile y Colombia.
En ese marco, AMLO propuso potenciar la CELAC, recuperando una perdida tradición mexicana: la independencia de EE. UU. en cuestiones de política exterior.
El neoliberalismo y el olvido del multilateralismo
Hasta el advenimiento de la hegemonía neoliberal durante el gobierno de Miguel de Lamadrid (1982-1988) y, sobre todo con su sucesor, Salinas de Gortari, México cedió el liderazgo regional para quedar atrapado en la política internacional de EE. UU., volviéndose una plataforma de las operaciones de la DEA contra el narcotráfico como resultado de la ‘guerra a las drogas’ de Ronald Reagan. En esa guerra México resignaría su soberanía -los organismos civiles y la policía fueron desplazados de ella-, permitiría la instalación de bases de operaciones y pagaría las consecuencias de su participación con violencia, represión, corrupción y desinstitucionalización.
El desprestigio de Salinas de Gortari – sospechado de ganar las elecciones con fraude-, la firma del TLC hacia el final de su gobierno y el levantamiento de Ejército Zapatista de Liberación Nacional serán sólo prolegómenos del desorden neoliberal que alcanzará un pico con el asesinato del candidato progresista del PRI, Luis Donaldo Colosio -marzo de 1994-, y el de Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI y figura de peso en la política mexicana, en septiembre de ese año[5].
Posteriormente, durante los mandatos del PAN (Vicente Fox y Felipe Calderón) entre 2000 y 2012, la dependencia política de EE. UU. se profundizó con el incremento de la violencia social -asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, de estudiantes en Ayotzinapa, entre otros- y se complementó con la destrucción de la estructura productiva volviendo al país más dependiente económicamente de su vecino del norte.
La liberalización de su sector energético -plasmada en una reforma constitucional que desarmó la prohibición expresa de Lázaro Cárdenas en 1938- permitió la entrada del capital privado al poderoso sector de petróleos mexicano -lo que explica su ruptura con la OPEP-. Por su parte, la industria de la maquila -actualmente el centro de la economía industrial mexicana-, conformada principalmente por capitales norteamericanos que producen para la exportación, pero sostenida en insumos importados, son las bases del México neoliberal que heredó AMLO. Las limitaciones de este modelo productivo son múltiples: el caso de la producción de la vacuna de AstraZeneca recientemente es un ejemplo de algunas de ellas.
En otras palabras, la entronización neoliberal en México y el retiro paulatino del Estado trajo consecuencias de larga duración en todo el sistema social y económico mexicano que, naturalmente, se reflejaron en su política internacional. Cuando AMLO propone reemplazar a la desgastada OEA por la CELAC -nacida en 2010 bajo el auge de los gobiernos progresistas latinoamericanos, pero con una amplia adhesión que incluyó figuras tan disímiles como el chileno Piñera y el cubano Raúl Castro, primer y segundo presidentes pro témpore[6]– también está impulsando otro modelo de integración regional.
Sin romper con EE. UU., lo que sería imposible para México y para la mayoría de los países latinoamericanos en el corto plazo, AMLO da un paso fuerte hacia el impulso regional del multilateralismo, dado que “el crecimiento desmesurado de China ha fortalecido en Estados Unidos la opinión de que debemos ser vistos como aliados y no como vecinos distantes[7]”.
No sólo México tiene una sólida tradición de autonomía en política internacional en América Latina. Además del obvio caso de Cuba, también Argentina durante los gobiernos populares y Perú hasta el primer mandato de Alan García, se han opuesto a la injerencia de las grandes potencias. En la actualidad estos gobiernos se han librado de las formas más agresivas del neoliberalismo. Mientras se define la situación en Brasil, estos países podrían constituir un poderoso eje (México-Lima-Bs. As.), siempre y cuando el gobierno de Castillo logre consolidarse.
Un futuro para la CELAC
Desgastada la OEA y vaciada la UNASUR, la CELAC es la única institución regional que sobrevivió a la ofensiva del neoliberalismo tardío. Actualmente, es el único organismo multilateral que puede evitar conflictos intraregionales -como fue el caso de UNASUR en la crisis colombo-venezolana- con capacidad de contrarrestar imposiciones y bloqueos, según AMLO. Así lo expresó también el presidente argentino, Alberto Fernández, quien llamó a institucionalizar la unidad regional para levantarse contra la injerencia y los bloqueos, como los impuestos a Venezuela y Cuba[8].
Tal vez por ese motivo, el gobernante mexicano propuso a su par argentino para que lo reemplace en la presidencia pro témpore de la CELAC en este momento crucial para su consolidación. AMLO logró construir el consenso necesario para que Fernández asuma en el 2022[9], según afirma la Cancillería argentina.
No es sólo la oposición a los bloqueos y las imposiciones que sufren los países de la región lo que aúna a ambas cancillerías. Argentina y México coinciden también en considerar el bloque regional como un espacio para el desarrollo que contaría con unos 600 millones de personas. En esta visión se espera que CELAC se constituya en una plataforma para la inserción de las economías latinoamericanas en el mundo, más allá de las materias primas, dándosele un lugar destacado a la ciencia, la tecnología y la innovación (CIT). La salud y el desarrollo aeroespacial ocupan un lugar destacado en la agenda propuesta por México y Argentina, dos campos donde estos países tienen una importante experiencia acumulada. La XXI reunión de cancilleres de la CELAC finalizó con la firma del Tratado constitutivo de la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE), de la cual Argentina y México fueron impulsores[10].
En esta forma de integración reside la lógica del discurso del presidente mexicano. Sin baladronadas, sin innecesarios enfrentamientos con EE.UU., América Latina debe plantearse una estrategia para comerciar soberanamente con todos los países, en un mundo donde China tiende a concentrar la mayoría del mercado mundial[11].
El nuevo escenario con Estados Unidos
Así planteada, la CELAC se constituye una oportunidad para que la política exterior latinoamericana aproveche las encrucijadas s que se abren en un mundo multipolar donde EE. UU. deberá competir con China y la Federación Rusa, además de los emergentes que surgieran.
Esta oportunidad deberá sortear la oposición de los grupos de poder nacionales, pero también, de la política exterior de las grandes potencias para poder materializarse. El fin del injerencismo brutal de Trump no significa, sin embargo, que EE.UU. esté dispuesto a abandonar su patio trasero sin dar la pelea. Si bien Biden adoptó una estratégica diplomática menos vociferante, la política exterior estadounidense hacia Cuba, Venezuela o Nicaragua no ha sufrido variaciones significativas.
Hay cambios, sin embargo, que podrían ser leídos como el desplazamiento hacia un soft power que podrían ser aprovechados por un bloque unido que sepa moverse pragmáticamente: el rápido reconocimiento del gobierno de Castillo en Perú, la ‘diplomacia de las vacunas’ (más simbólica que real en su impacto contra el Covid), o el apoyo declarativo a la Argentina en su negociación con el FMI. Sin embargo, nada permite suponer que EE. UU. dejará de intentar bloquear la presencia china o rusa en la región, que aceptará mansamente el fin de la OEA o que prescindirá de involucrar a los países latinoamericanos en su concepción de seguridad nacional o en la lucha antidrogas. En esa lógica analizan los expertos la reciente visita de una delegación estadounidense al Cono Sur para relanzar los vínculos diplomáticos después del gobierno de Trump[12]: como una respuesta rápida al discurso de AMLO en la reunión de cancilleres de la CELAC.
Sin duda, hasta el momento la CELAC es más un horizonte deseable que una realidad. Sin embargo, el giro político que está tomando la región torna este horizonte alcanzable. La voluntad política de los presidentes y las capacidades técnicas y políticas de las cancillerías pasan a jugar un papel central en ese marco.
[2] https://www.eluniversal.
[3] https://www.nodal.am/2021/
[4] https://www.elfinanciero.
[5]https://www.eldiario.es/
[6] https://www.tiempoar.com.
[7]http://ep00.epimg.net/
[8] https://www.tiempoar.com.
[9] https://www.ambito.com/
[10] https://www.cancilleria.
[11]http://ep00.epimg.net/
[12] https://www.
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