Fue un invento de Menem, como Palito Ortega: un as sacado de la manga del riojano que, con la ayuda de la ley de lemas, convirtió en victoria lo que era para el peronismo una segura derrota a manos de Usandizaga en las elecciones a gobernador de 1991. El gringo del campo que dejaba la tranquilidad del retiro y la fortuna para darle una mano a su provincia en la emergencia para luego volver a lo suyo, se quedó en la política los 30 años siguientes, hasta su muerte ocurrida hoy.
"Quedarse" sea quizás la expresión que mejor defina a Reutemann. Como aquella vez en la que se le terminó la nafta cuando ganaba, ante el mismo Perón y en el autódromo porteño, al "Lole" siempre le faltaron cinco para el peso: hasta la llegada del kirchnerismo siempre fue una de las "esperanzas blancas" del establishment para "renovar la política"; y tuvo su hora cúlmine allá por el 2002, cuando se lo palanqueaba para ¿gobernar? un país al que en algunos centros internacionales de poder proponían someter al control extranjero directo de sus decisiones económicas fundamentales.
Con aquella misteriosa frase de lo que vio y no le gustó, declinó el convite; acaso por la intuición de que lo usarían (en palabras de Duhalde) como "un forro de ensayo" más que por no coincidir con el modelo que esos mismos centros de poder propiciaban y propician. Antes de eso, pasó por sus dos gobernaciones acá, siendo el principal elector de un peronismo vaciado de ideas y de militancia, y la figura de más peso en la política provincial junto con Usandizaga, quien primero fuera su rival y luego su socio; "loteándose entre ambos espacios de poder: la Corte Suprema, el ENRESS, el Tribunal de Cuentas, los juzgados: un final lógico para su diputa, porque siempre fueron más las cosas que los unieron, que las que los separaban.
Con ambos la política fue impiadosa, y pasaron del estrellato al ostracismo, en el caso de Reutemann en buena medida por decisión propia: desde que dejó la gobernación en el 2003 y hasta su muerte, vegetó en el Senado con los solos propósitos de alzar su voz solo cuando estaban amenazados los intereses del "campo", que son los suyos propios; y el de conservar los fueros que lo pusieron a resguardo de rendir cuentas en la justicia, hasta el día de su muerte.
El tipo que venía "de afuera de la política" aprendió rápido las peores mañas del oficio, y construyó un sistema de impunidad que iba desde designar a su propio primo en la Corte Suprema de Justicia (la que presidió por años, y en la que hasta hoy se encuentra en funciones), hasta conseguirle un juzgado de paz a su secretario privado. Reutemann jamás fue investigado -ni siquiera indagado o citado como testigo- por la cruel represión policial de diciembre de 2001, ni por el crimen hídrico del 2003: jamás tuvo siquiera que explicar sus responsabilidades en ninguna de las dos tragedias.
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