El comunicador y publicista de derecha Marcelo Longobardi se refirió hace días a la necesidad de un “reformateo autoritario” de la sociedad argentina. Ricardo Aronskind sostiene que la impunidad real que ha tenido el poder económico local y el contexto global que invita a nuevos avances sobre los derechos y el nivel de vida de las mayorías, están detrás de la idea del reformateo. Aronskind afirma que la trampa de una democracia reducida a una serie de rituales institucionales pero vacía de su contenido profundo, nos obliga también a imaginar una reconfiguración democrática que libere a las instituciones representativas de las restricciones conservadoras que limitan el ejercicio pleno de la soberanía popular.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
Introducción:
El comunicador y publicista de derecha Marcelo Longobardi realizó recientemente un servicio útil a la verdad en la sociedad argentina al referirse, con franqueza, a la necesidad de un “reformateo autoritario” de la sociedad argentina.
Si bien la palabra formateo proviene del mundo de la informática, se entiende que al tratarse de la sociedad alude a un replanteo completo de las reglas de funcionamiento de la misma. En la informática, un formateo puede resultar una tarea bastante sencilla, destinada a permitir resolver una situación en la cual quedó trabada la normal operación de una computadora. En la vida social y política, ningún formateo parece sencillo, ni pacífico.
En el caso de la Argentina, tenemos que analizar qué sería lo que está trabado desde la perspectiva del establishment económico argentino, de quien Longobardi es parcialmente vocero, para ver qué es lo que quieren reformatear.
Amargura y frustración en la derecha dura:
Sectores de la elite de negocios argentina no pueden ocultar su indignación y furia por el hecho de haber sido desplazados de la conducción del Estado Nacional por un frente partidario que no manejan plenamente, y que contiene a sectores políticos, encabezados por Cristina Fernández de Kirchner, a los que han tratado desde su gobierno como enemigos.
La elite de negocios argentina promovió y usufructuó el golpe de 1976, que si bien dañó severamente a los sectores populares y al futuro del país, no fue capaz de construir una herencia partidaria sólida que fuera custodia de su legado.
Luego del interregno alfonsinista volvieron decididamente al poder asociados con el menemismo y la Alianza, larga década en la que controlaron los resortes fundamentales del país, tanto por la transferencia de las capacidades regulatorias del Estado al sector privado, como por el control que ejercían sobre el sistema político y de buena parte de la opinión pública.
Las profundas inconsistencias de su programa de gobierno llevaron al estallido de todo el esquema en 2001, lo que abrió las compuertas a una nueva experiencia de signo popular, con el kirchnerismo. Utilizando todas las capacidades de desgaste político, económico y comunicacional, más el aporte externo de los fondos buitres y del aparato hegemónico global liderado por los norteamericanos, lograron desplazar al kirchnerismo y reinstalarse en el gobierno, en lo que parecía un período de control del país sin final a la vista, para realizar con plenitud sus negocios sectoriales.
La gestión macrista, que se inició con poderosísimos apoyos locales e internacionales resultó pésima, la que provocó la derrota electoral de un nuevo gobierno del establishment argentino. Este sector no parece capaz de procesar con lucidez y sobriedad lo ocurrido.
El resentimiento de la derecha argentina se acrecienta constantemente, dada su imposibilidad de hacer una autocrítica sobre el devenir de sus propios gobiernos.
¿Por qué este sector de elite que agrupa diversos intereses corporativos concentrados es incapaz de autocriticarse, y por qué no hay un sector interno que rompa esa unidad superficial, para decir: “Nosotros tenemos responsabilidad en este desastre”?
Realizar un diagnóstico serio sobre su propia incompetencia implicaría un ajuste de cuentas con sus propios intereses, que demostraría la labilidad de un espacio social cuyo único programa en común es debilitar al Estado, apropiarse de rentas de privilegio y someter a los sectores sociales subordinados.
El problema político central de la derecha económica y política es que no tiene un proyecto económico viable. Es el factor que está detrás de sus reiteradas caídas.
Pero sus mayores capacidades ideológico-comunicacionales, su jerarquía de poder interna que cuenta con liderazgos claros y que provee de una estructura organizativa muy eficiente, y el contexto global de ofensiva de la derecha en las últimas décadas son las herramientas que le dan capacidad de volver al gobierno. Para fracasar nuevamente.
Ante esa imposibilidad político-ideológica, prefieren duplicar su odio y desprecio, y demonizar al enemigo “populista” que sería el responsable de todos los males y de todos los fracasos, lo que los lleva a caer en una versión infantil y ridícula de la historia argentina. Ya son tres oportunidades (Dictadura, menemismo, macrismo) en las que el establishment falla, y en que se ve desalojado del poder gubernamental por su propia incompetencia.
A pesar de la estrategia albertista de apaciguamiento democrático se los puede observar, a través de sus medios, como una oposición jurada y furiosa, que no se atiene a ninguna regla de juego ni ética ni democrática.
Desde el 10 de diciembre de 2019 presenciamos una constante prédica mediática de furia y odio contra la actual gestión, caracterizada por la moderación y el espíritu dialoguista. Furia y odio con el que educan y manipulan sistemáticamente a cientos de miles de argentinxs: no les ofrecen ideas y propuestas posibles, sino fantasías ideológicas imposibles y resentimiento contra la realidad que las frustra.
Función política del odio:
Ese odio es multiuso. En principio sirve para blindar y fidelizar a su propio electorado, impermeabilizado subjetivamente en relación a los argumentos racionales y a la información que contradice el relato derechista.
Pero también sirve para construir una disposición violenta, que puede ser activada en diversos escenarios alternativos. No hace falta que ocurran “hechos” específicos que la derecha puede considerar lesivos a sus intereses. Si un gobierno no les responde completamente, es leído como lesivo a sus intereses.
Se puede observar que, a pesar de los reiterados fracasos de ese sector social, su asertividad crece, así como su intolerancia a la pluralidad democrática, que implica el reconocimiento de la existencia de otros sectores con otros intereses en la sociedad.
La aparición de un electorado furioso e irracional ocurrió durante la gestión de Cristina, en principio por el conflicto de los productores sojeros contra el gobierno, y luego fue incorporado a las prácticas movilizatorias de la derecha, que intentó comportarse como si estuviera frente a un gobierno chavista, denunciando libertades perdidas inexistentes.
Todo el período macrista fue aprovechado para realizar una representación pública del libreto “se robaron todo” –muy usado en toda la región-. Más allá de la realidad y las pruebas, el veredicto emocional de un sector de la población se continuó afianzando, y significó en la práctica un veto a la candidatura presidencial de Cristina Kirchner. La reacción furiosa y delirante, si ella era electa, estaba garantizada.
La lógica comunicacional en el campo político del macrismo es la siguiente: si la capacidad argumentativa es baja o nula, se incrementa la emotividad, el odio. Para el establishment, cuanto menor sea su capacidad de ofrecer prosperidad en la realidad concreta, mayor es el recurso al odio y la irracionalidad social.
Y para la derecha en general, y ahí aparecen los longobardis, cuanto menor sea la capacidad de usar las instituciones democráticas para avanzar en sus propios negocios, más odio y disposición a removerlas.
La existencia hoy de instituciones democráticas, de sindicatos, de partidos políticos alternativos, de medios de prensa que no controlan, es un obstáculo para el cumplimiento de sus demandas sectoriales, y reaccionan frente a esa situación preguntándose por qué no eliminar todas estas molestas restricciones a su “libertad”.
Seguramente, sectores internos de la derecha concluyeron que el fracaso macrista se debió a no haber aplastado mucho más las instituciones, reprimido las protestas, y silenciado aún más a la prensa. Fujimori sería el ídolo secreto de este sector extremista y antidemocrático.
La teoría detrás del reformateo autoritario
La impaciencia ante los “contratiempos políticos” inesperados por el establishment, el malestar ante la existencia de sectores sociales que tienen otras demandas y necesidades, la premura por ganar más y de eliminar todo tipo de factores que restrinjan la rentabilidad, la sensación de impunidad del capital global otorgada por la desaparición imaginaria de la amenaza comunista, la impunidad real que ha tenido el poder económico local –que no ha sido visualizado entre los responsables de las crisis económicas-, y el contexto global que invita a nuevos avances sobre los derechos y el nivel de vida de las mayorías, están detrás de la idea del reformateo autoritario. No es nuevo en nuestra región.
El argumento es el que proporcionó en su momento al pinochetismo triunfante en Chile el economista de la Escuela de Chicago Milton Friedman: para que el mercado funcione bien, y pueda ofrecer todos sus frutos, en ciertas sociedades subdesarrolladas primero hay que suspender la democracia para hacer las reformas necesarias que posibiliten dicho auge de los mercados. Hechas las reformas neoliberales, y conquistado el camino “a la prosperidad”, se puede volver a la democracia, ya que no habría fuertes impugnaciones al modelo debido a la abundancia lograda.
Todo este “razonamiento” es un hilo de falsedades encadenadas.
El neoliberalismo en la periferia latinoamericana no lleva a ningún sendero de progreso colectivo. No hay un solo caso. En América Latina el ejemplo gastadísimo es el modelo chileno. 17 años de dictadura brutal para instalar la “economía de mercado”, luego 30 años de instituciones controladas por el poder económico y militar. Sin embargo ese modelo está recibiendo un repudio considerable luego de décadas de dominación y súper ganancias empresariales pero con muy escasa mejora para las mayorías. Ese es el “techo”, el súmmum posible del neoliberalismo latinoamericano.
El mercado –en realidad, el control de los grandes capitales sobre la principales fuentes de renta- no funciona ni puede funcionar bien en América Latina en los términos de las fantasías de “prosperidad”, “oportunidades” y todo el despliegue de ficciones para las masas a los que nos ha acostumbrado la derecha regional y sus medios.
El capitalismo periférico, conducido por sus dueños, es exactamente esto que hay ahora, y no otra cosa. Los dueños del capitalismo periférico sudamericano son un sector social con una disposición completa a la adaptación al orden global promovido desde los países centrales a favor de sus multinacionales. Ese orden reserva para las economías sudamericanas un lugar de proveedores de recursos naturales “al mundo”, incompatibles con tener sociedades prósperas e integradas.
Si existiera dentro del establishment argentino un sector con un proyecto diferente, socialmente incluyente y económicamente viable, tendría que aparecer y expresarse, y formular una crítica a las políticas económicas implementadas por los gobiernos empresariales. Además usar su poder para construir una alternativa política. Pero hace décadas que ese sector concentrado, presunto portador de progreso real para el conjunto del país, no aparece.
Al contrario. Las comunicaciones públicas, los documentos con análisis y propuestas que emanan de las entidades más poderosas y abarcativas de la elite, como la Asociación Empresaria Argentina, o el Foro de Convergencia Empresarial, son pura ideología sin sustento serio, diseñados para justificar transferencias de ingresos de la sociedad hacia sus empresas. Nada más.
Foto: Agencia Télam.
Ideologías de guerra civil
Impaciencia, frustración, urgencia.
La derecha, en todo el planeta, necesita buscar culpables de las insatisfacciones crecientes provocadas por el reino del neoliberalismo y la pandemia. Y en la Argentina también.
Un simple paseo por las redes y sitios donde la derecha se expresa más abiertamente, sin tapujos ni afeites democráticos, nos permite avizorar un paisaje donde furia y sentimientos agresivos se combinan con falta de argumentos, delirios de la guerra fría, y fantasías de jardín de infantes sobre un supuesto capitalismo de la abundancia.
Hablan con imágenes que retrotraen a la sociedad norteamericana de consumo y abundancia de los años ´50, que sería fácilmente implementable en Argentina, si no fuera porque la bloquean los políticos, los populistas, los negros, los gremios, los tibios, los derechos humanos, los abogados laboralistas, las garantías constitucionales y todo lo que habitualmente se suele considerar como instituciones características de una sociedad plural y civilizada.
La bestialización de las opiniones en los espacios de derecha parece no tener límites. Además de mostrar una profunda degradación cultural y moral, preocupa por una deriva hacia la violencia muy similar a la de los fascismos europeos de los años 20 del siglo pasado.
La creciente disposición a la violencia –por ahora verbal- es el único puente que une a ambos momentos históricos, porque las realidades son muy diferentes. El fascismo europeo surgió en el contexto del miedo al avance del comunismo, fenómeno político radical que atemorizaba no solamente a las elites europeas, sino a sectores medios de esos países. Y esa reacción se transformó en un nacionalismo expansionista, con fuerte protagonismo estatal en el impulso de la producción industrial y la protección social.
El actual autoritarismo latinoamericano no aparece frente a una radicalización popular que cuestione el sistema, sino frente a demandas mínimas de protección social, de empleo, o de mejora de la economía nacional, que parecen ser inaceptables para los sectores más reaccionarios. La radicalización de la derecha latinoamericana no constituye una ruptura con sus fracasos tradicionales, sino que apunta a profundizar las políticas ya fracasadas: la destrucción del estado, la extranjerización económica, la desindustrialización, la represión social sin propuestas de progreso.
Se van sembrando ideologías de guerra civil. No son meras discrepancias, sino que incluyen una fuerte denegación no ya de las opiniones de los otros, o del mero derecho a expresarlas, sino que empieza a aparecer una tendencia a denegar la existencia del otro, por innecesaria, o perjudicial, o parasitaria.
El argumento izquierdista de la lucha de clases, en la cual la clase explotada tiene derecho a sublevarse para terminar con la explotación a la que la somete otra clase, aparece transmutado en manos de la derecha radicalizada en un esquema inverso: la existencia de sectores que “crean valor” frente a otros sectores parasitarios, que “viven de los que crean valor”.
En el mundo de la derecha internacional, “crean valor” las empresas, o dicho en forma menos velada, los empresarios. Que estarían soportando el tremendo peso de todo el resto de la sociedad, que los molesta con sus pedidos y demandas. Una suerte de un capital autonomizado de la sociedad, que está desconociendo los fundamentos mismos del orden social que hace posible el funcionamiento de las empresas.
Ese argumento sobre la explotación económica a la que está sometido el capital, es acompañado por la idea de que lo que ocurre en las elecciones es que gana el partido de los parásitos, que utiliza recursos extraídos de los que “crean valor” para “comprar” a los votantes parásitos, mediante políticas redistributivas.
La democracia de los parásitos sería así intolerable para el bando de los que realmente valen, que son los que crean valor. “Crear valor” es una expresión relativamente reciente del capitalismo financierizado, que no es exactamente equivalente a producir riqueza, sino a producir ganancias, que es otra cosa.
Pero mientras que para el socialismo, eliminar la explotación equivale a erradicar las instituciones sociales que la hacen posible –la propiedad privada de los medios de producción-, en la actual ideología de guerra civil de la derecha, las fantasías pasan por la desaparición física, o la reducción a la insignificancia de los sectores sociales percibidos como “costo” innecesario.
Foto: Afp.
Furia y desprecio para todos y todas:
De ese sector crecientemente extremista de la derecha local surgen incesantemente ataques contra las universidades públicas, incluso contra la UBA en general, como si se tratara de un centro de adoctrinamiento marxista. Cualquiera que forma parte de la sociedad civilizada y conoce mínimamente la UBA sabe perfectamente la distancia que hay entre ese ámbito académico y un espacio de militancia revolucionaria.
También la furia irracional se extiende nada más y nada menos que hacia el CONICET, que constituye la gran esperanza nacional en términos de investigación y desarrollo para aportar al progreso del país. Parece increíble este tipo de ataques a quienes se forman para aplicar la ciencia a resolver problemas productivos y sociales. Tildan a los científicos de parásitos, de ñoquis, y se ridiculiza sus investigaciones y sus logros. Todo lo importado es mejor.
Una campaña de denostación de las capacidades científicas sería inconcebible en países desarrollados. Pero estamos en presencia de una derecha periférica muy degradada, completamente hostil al estado, a la idea de soberanía y verdadera correa de transmisión de las necesidades de los países centrales en las sociedades periféricas.
El desprecio, por supuesto, se traslada a todo lo que ha significado el impacto del movimiento de mujeres en la sociedad y su poderoso mensaje igualitario.
De ese clima delirante, de esa ciénaga del pensamiento, que muestra hostilidad ya no hacia la izquierda, sino hacia la socialdemocracia, e incluso a sectores de centro, salió la persona que amenazó de muerte a la legisladora progresista norteamericana Alejandra Ocasio Cortés, los grupos de twiteros que insultan groseramente a gente que simplemente argumenta en defensa de criterios distintos a los de la derecha, o los que pusieron las bolsas fúnebres con el nombre de Estela Carlotto en una manifestación antisanitaria en Plaza de Mayo.
Cerrados sobre sí mismos, enclaustrados en un ámbito de agitación auto-radicalizante, resta saber quiénes son los factores que promueven y financian estas corrientes hostiles a la democracia en cualquiera de sus acepciones.
La ineficacia congénita de los reformateadores autoritarios
La derecha local, autoritaria o no tan autoritaria, ha mostrado en sus reiterados ensayos su incapacidad estructural para crear un modelo neoliberal viable y tolerable para la sociedad, a pesar de haber contado con condiciones políticas y económicas de inicio muy favorables para lograrlo.
Un nuevo “reformateo autoritario” sería conduciría a otro desastre, ya que se centraría en despojar aún más a los trabajadores y sectores medios de sus ingresos y reprimir sin límites y por tiempo indefinido no sólo las protestas sociales, sino el propio derecho de opinión y de información.
Un intento así por parte de la derecha, más allá de la forma que asuma, puede ser muy duro y doloroso para las amplias mayorías. Pero el cúmulo de contradicciones e inconsistencias económicas que arrastran los proyectos de derecha los conduce a la inviabilidad y a la auto desestabilización, y terminan envueltos en el propio caos que generan tanto sus políticas económicas como las consecuencias sociales de las mismas.
Reformateo popular:
La pregunta hipotética sería: ¿Qué haría un futuro gobierno popular frente a un nuevo espectáculo grotesco de desgobierno neoliberal? ¿Actuar otra vez como bombero de la crisis provocada por los irresponsables? ¿Tratar de remendar los desastres de endeudamiento, de cierre de empresas, de desempleo masivo, de derrumbe del nivel de vida de la mayoría, volviendo a tener que soportar el asedio de los fracasados y las miles de trabas que han ido construyendo para el ejercicio de la soberanía popular?
¿Pero qué pasaría si un proyecto con inspiración en las mayorías no tuviera las restricciones que se han construido desde el golpe cívico militar de 1976, si no tuviera que sufrir el constante cepo del aparato judicial reaccionario que hoy condiciona la Argentina, si no tuviera que nadar en contra de la deformación que los monopolios mediáticos le imponen a la opinión pública, si pudiera contar con el conjunto de instrumentos de regulación que el estado –durante los gobiernos liberales- le fue cediendo al sector privado para que presione, extorsione y condicione a voluntad las políticas públicas?
En realidad lo que estamos viviendo desde 1983 –un legado de la dictadura que ha sido profundizado en cada nuevo ciclo neoliberal- es una democracia condicionada por los poderes fácticos, que ejercen un control tal sobre los resortes centrales de la vida política y social, que el voto popular tiene cada vez menos peso en la determinación del rumbo del país.
Es decir, vivimos en una democracia limitada y trabada, de la cual ya tenemos reiteradas pruebas de insuficiencia o de abierta impotencia para cumplir con las aspiraciones populares debido al conjunto de restricciones que le han ido imponiendo.
El actual estado institucional del país, que no satisface a la derecha dura porque considera que aun así es un obstáculo para mejorar sus rentabilidades, no puede satisfacer tampoco a los que estamos convencidos de que Argentina tiene suficientes recursos para proveer de un considerable grado de bienestar a todxs sus habitantes.
La trampa de una democracia reducida a una serie de rituales institucionales, pero vacía de su contenido profundo, nos obliga también a imaginar una reconfiguración democrática que libere a las instituciones representativas de las restricciones conservadoras que limitan el ejercicio pleno de la soberanía popular.
Ya no basta con el objetivo alfonsinista de que “un Presidente electo le transfiera la banda presidencial a otro Presidente electo”, sino que ambos presidentes deben poder cumplir sin trabas institucionales ni boicots de las corporaciones con el mandato popular recibido.
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*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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